Sala de ensayo
Presencia y desaparición

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Lo más parecido del acto involuntario de nacer es la muerte, nos dice en uno de sus relatos Maupassant, por eso se siente tanto placer al asesinar. Para el poeta de hierro, es decir, el ser humano que se mantiene en pie por más ataques, embestidas y humillaciones que reciba, esta analogía no funciona sin la destrucción, que podría ser el punto intermedio entre ambas o lo que permite, generosamente, una vindicación entre estos dos actos. El poeta sabe, al igual que Wittgenstein, quizá el filósofo más cercano a un habitar poético, de las apariciones del azar, de lo que el filósofo vienés denominó juegos del lenguaje y sus cambios en el tiempo y de la presencia intermitente de la destrucción en el instante efímero que es la vida de cada hombre; sin embargo, no siente temor hacia estos elementos que componen la vida, vale la pena vivirla con todo lo que ella traiga, sus desgracias, desapariciones y sorpresas. Este breve ensayo centrará su atención en las dudas escépticas acerca de las operaciones del entendimiento, de la Investigación de Hume, teniendo como propósito hacer algunas observaciones, partiendo de la humildad demostrada por Hume, al apuntar que la modestia de nuestras observaciones se puede convertir en virtud, en la medida que permitamos un estudio que se pueda alejar de ese pretencioso objetivo de hallar una causa última de cualquier operación natural, o partiendo de la pretensión de explicar un efecto particular en el universo.

Rimbaud, luego de haber agotado todas las posibilidades de su escritura y de su poesía, alrededor de los veinte años, se aleja de su camino prometedor como escritor, de los elogios de sus contemporáneos y la fijación que centran en él por su juventud y genialidad, de su tormentosa y enfermiza relación con el poeta francés Paul Verlaine, quien siente todo el deseo de meterse un tiro cada vez que arma una feroz discusión entre ambos y cada uno toma rumbos diferentes, que si bien son momentáneos y se den con frecuencia, hace sentir la cercanía de la muerte de forma más latente. Verlaine, mientras tanto, se queda en Francia, desesperado, al saber de la partida del joven al que más tarde se referiría en sus noches de beodez como “mi ángel en exilio”. Rimbaud se aleja de todo esto y se lanza al ruedo —sin importar que su relación con Verlaine haya dejado sus huellas notables, limitando su libertad de movimiento, al haberle propinado un disparo en una mano en una de sus trifulcas—, viajando por diferentes países, malviviendo de diferentes oficios precarios, seguido de Verlaine, que recorre su mismo itinerario, viajando entre Francia, Inglaterra y Bélgica principalmente. El joven, por su parte, hace algo parecido a lo que ya había hecho con la poesía, solamente que esta vez experimenta otras formas de vida, conoce nuevas historias, las que más le agradan son las que tienen como escenario principal los cementerios, la historia del hombre que fue violado en un cementerio por una mujer que lloraba ante diferentes lápidas en sus visitas casi diarias que realizaba al cementerio; ve de cerca el espectáculo noctámbulo que ofrecen cientos de parejas que follan en los cementerios; ríe al escuchar el relato de un cuento de Nathaniel Hawthorne en el que San Agustín ordena a todos los malditos que abandonen la sala de delación, y el único que se levanta y desaloja la sala es el muerto, vestido con ropas fúnebres y un pañuelo blanco en la cabeza, hasta llegar al cementerio y esperar a que termine el espectáculo; se sorprende al escuchar por parte de un joven admirador suyo —ya cuando Rimbaud estaba llegando al final de su vida y las enfermedades no le permitieran moverse con la libertad que pocos años antes tenía—, la notable semejanza que existía entre el mejor poeta francés, Rimbaud, y el mejor novelista francés, Julio Verne, la cual consistía en la dificultad al caminar por haber perdido una pierna, luego de haber tenido ambos un ritmo de vida tan agitado. Rimbaud, deteriorado por las enfermedades, el alcohol, el sexo desenfrenado, llega hacia el final de su vida de la manera que nunca quisiera haber vivido, aprisionado en un hospital y caminando como un sonámbulo por todos los campos y pabellones, privado de todo lo que amó y por lo que creía merecía seguir haciendo parte de este mundo; Julio Verne, si bien a lo largo de su residencia en este planeta se granjeó la atención de un vastísimo número de lectores, llega a sus últimos días limitado por un disparo que le propinó el sobrino por el que más aprecio sentía, acomplejado por haber encerrado a su hijo en un manicomio durante muchos años, problemas con su esposa e infinidad de conflictos con las personas más cercanas a él. Así como en la existencia de Rimbaud, que de súbito tuvo múltiples transformaciones, hasta llegar a permanecer una temporada en el infierno y en el vacío, cuando todo parecía indicar, por la buena acogida de sus poemas por parte de la crítica francesa, que saltaría rápidamente a ser parte de los escritores más reconocidos al lado de Víctor Hugo, Verlaine, Lautréamont y Baudelaire, hubo escritores que cayeron en el juego del azar y vieron una transformación en el sentido de una compensación a esfuerzos para llegar a obtener cierto reconocimiento, que finalmente se vieron realizados; la vida de muchos escritores estuvo rodeada de estos elementos de contingencia y transformación. La pelea y el intento ejemplar de sobrevivir fue algo que tuvieron en común, tirándose de los pelos para mantener la pluma en la mano —como lo haría muchos años después Arturito Belano desde alguna sucia buhardilla en África—, hasta llegar a plasmar en la poesía aquella vida que estaba ausente, pero que pedía a gritos ser rescatada de los límites impuestos por la ley que llevaba como eslogan: “Todo intento de romper con nuestras estructuras, por digno que sea, está condenado al fracaso. Busca algo que se pague menos caro”.

Las palabras pueden transformarse o tener como único acompañante al silencio, a menos que el silencio también desee huir y la única acompañante sea la destrucción. Destrucción que hace acrecentar el deseo de persistir en lo que más creemos y de súbito se siente el impulso de la creación. Paul Auster, luego de pasar varios años trabajando arduamente en su escritura, traduciendo a diferentes escritores a toda velocidad para poder pagar los recibos y poder dar de comer a su hijo, de forma devastadora, le llega la dolorosa noticia de la muerte de su padre, en medio de un ritmo de trabajo inhumano, con un matrimonio destruido, y a pesar de todos sus esfuerzos por convertirse en escritor, sin un horizonte claro hacia dónde debe direccionar su escritura para llegar al momento mágico en que todos los fragmentos empiezan a tener cohesión y se llega a donde de alguna manera se quería llegar. Curiosamente, la muerte de su padre hace que todo su esfuerzo cobre sentido, los fragmentos comienzan a intercomunicarse, y a la pluma del escritor norteamericano ya no hay nada que la detenga. La suma de dinero que le ha dejado su padre le permite vivir tranquilamente durante al menos dos o tres años sin la obligación de tener que traducir hasta la extenuación. Roberto Bolaño, luego de haber pasado hambre en diferentes partes del mundo, sin el menor apoyo editorial, pasaría a convertirse en el mejor narrador latinoamericano en pocos años; sin embargo, su carrera se vería truncada cuando sólo había alcanzado a disfrutar de su prestigio por unos pocos años muriendo como alguno de sus personajes, demacrados por la enfermedad, esperando en una camilla, tirado como un perro, un trasplante de hígado que nunca llegó. El genial escritor alemán W. S. Sabald, que ejerció la docencia en sus años de juventud, empieza a brindarnos la exquisita lectura de sus obras en una edad madura, saltando de la novela al ensayo con excelente desenvolvimiento en ambos ámbitos. Cada nueva novela suya era aguadada por sus lectores desde la soledad de sus ventanas cada vez con más ansias y todos se frotaban las manos cuando aparecía en las estanterías de las librerías un libro que dijera Sabald. Sin embargo, un día del 2001, esta emoción se vería truncada al aparecer la noticia de la muerte de Sabald por un choque automovilístico, cuando al autor aún le quedaban muchos años por escribir y probablemente buenos libros que ofrecer al panorama literario.

Al exponer brevemente algunos de los aspectos que tocaron la vida de estos escritores, se refleja claramente los giros que da la vida en corto tiempo, y a la vez permite ver los muy diversos aspectos de la experiencia de cada uno que no poseen relación alguna. No obstante, los pensamientos que Paul Auster presenta en su libro de ensayos y poemas Pista de despegue, cobra diferentes sentidos que une y separa ciertos rasgos de la vida de estos autores. Auster nos dice, en ese libro que reúne su producción literaria como poeta y ensayista, en su primera etapa de formación como escritor, lo siguiente:

No te queda otra ni más larga salida: desde el instante / en que te cortes / las venas, las raíces comenzarán / a recitar la masacre / de las piedras. Vivirás. Construirás tu casa / aquí: olvidarás / tu nombre. La tierra / es el único exilio.1

Más adelante nos dirá, esta vez en prosa:

Finalmente, todos regresaremos al hogar, y, si alguno entre nosotros carece de hogar, esto seguirá siendo verdad: que dejará este lugar para ir a donde tenga que ir. Por poco que sea, la vida nos ha enseñado al menos una cosa: quienquiera que esté aquí ahora, no estará aquí luego.2

Desde otra mirada, uno de los eruditos más aclamados, Ernst Cassirer, expone, en su Antropología filosófica, un argumento muy lúcido acerca de la fragilidad del sujeto que cree en su permanencia en la tierra y al mismo tiempo sobrestima su estadía, observando a la tierra o al paisaje que se le presenta en determinado momento como un objeto de su pertenencia, el cual puede manipular a su antojo. Cassirer hace una crítica a esto, exponiendo lo inútil de creer que los acontecimientos que se suceden en una experiencia muy personal suceden en la existencia de otros, sea cual sea el momento histórico que se esté viviendo. Cassirer toma los aspectos del tiempo y del espacio, dilucidando algunos argumentos sobre ambos aspectos. Del tiempo, nos explica la importancia de tener en cuenta, a la hora de estudiar, describir e interpretar a determinado organismo, sus diferentes etapas, de ahí la importancia del pasado, del presente y del futuro. Acerca del espacio, nos dice, no es recomendable conformarse con los objetos inmediatos sino que se debe poner en contacto con una gran variedad, a fin de encontrar las relaciones entre diferentes objetos. Aspectos que de una manera u otra intervienen en la labor del poeta, elementos que éste utiliza desde diferentes perspectivas, desde ángulos distintos y en el caso de los poetas más arriesgados, desde miradas de ultratumba.

Hume, que se ubica en el plano de la filosofía para analizar aspectos tan importantes como la causa y el efecto, y las discusiones que desde allí se han formado, se muestra como el abuelo portador de sensatez, al no realizar ningún tipo de interpretación que busque causas últimas o efectos que seguramente derivarán de determinada acción. Hume nos dice:

La más perfecta filosofía de corte natural sólo despeja un poco nuestra ignorancia, así como quizá sólo sirva para descubrir la más perfecta filosofía de nivel moral o metafísico en proporciones mayores. De esta manera, la constatación de la ceguera y debilidad humanas es el resultado de toda filosofía, y nos encontramos con ellas a cada paso, a pesar de nuestros esfuerzos por eludirlas y evitarlas.3

Peter Handke, en su relato La repetición, toca varios de los temas a los que nos tiene acostumbrados en sus novelas y relatos, entre los que tienen lugar el tiempo, el espacio y la ausencia, aspectos determinantes en el papel del creador, y que van de la mano de otros elementos como la identidad y la destrucción, a los que Handke permite traslucir en este relato que nos habla de Filip Kobal, quien se enfrenta al problema de querer encontrarse con el país de sus antepasados, y de confrontar esos paisajes que ha imaginado en sus sueños o delirios. El mito de su país natal y todo lo que éste podría brindarle es un misterio que él debe tratar, como se debe tratar una enfermedad que puede destruir al individuo afectado. El narrador, que es el mismo Filip Kobal, sólo que 25 años después de los sucesos, ha descubierto en su madurez que la única forma a su alcance para lidiar con su enfermedad es la escritura, las causas sólo puede hallarlas mediante la facultad del lenguaje. No obstante, la realidad actual de Filip Kobal es todo un misterio, como si su existencia se hubiese detenido en ese instante. O como si el único ser capaz de hacerle encontrar su identidad actual sea ese joven del pasado que busca a su hermano con obstinación, al que él confiere una excepcional importancia. El joven Filip Kobal, luego de dejar el internado, siente la necesidad de ir en busca de su hermano mayor, Gregor, quien no ha vuelto a casa desde el momento en que la familia se dispersó por una revuelta obrera que hubo en su país natal, Eslovenia, marchándose la totalidad de la familia a Austria, salvo Gregor, quien se queda en Eslovenia en razón de la lucha. Pasados los años, la familia sabe que Gregor se encuentra bien, pero nadie sabe por qué no ha ido a Austria, a reintegrarse con su familia, o aunque sea a verlos una última vez, y explicar un poco la interrupción repentina que hubo con él, el hijo mayor, por aquel entonces en la lejana Eslovenia. Gregor no vuelve y es Filip quien tiene que salir del hogar para ir en busca de sus huellas. Filip cruza la frontera, sabe desde ese momento que ha entrado en un nuevo mundo. No es el país que él había imaginado. Siente la liberación de inmediato, de saberse libre de toda atadura a una estructura, a un ritmo de vida determinado, a una posición dentro de la sociedad. A pesar de eso, de creerse en el extranjero, en el fondo sabe que está en el país de sus ancestros y reconoce que está probablemente en el país de las sombras. Pero quién podía determinar qué lugar significaba las sombras o la liberación, se preguntaba Filip Kobal, después de todo sus padres se habían quedado en un país extraño, resignados y con un hijo en el extranjero al que le guardaban luto, como si la tierra se lo hubiese tragado. Visto desde la distancia, el país que le había brindado unas dignas condiciones de vida le producía asco, su orden federal y la hipocresía de la sociedad austriaca, esa Austria que Kafka detestaba.

A su regreso a Austria, por un momento siente nostalgia, pero cambia de parecer rápidamente y ya no verá nunca más a Austria como la llegó a ver durante años, en una actitud sumisa.

Salen a relucir las palabras expuestas anteriormente en el poema de Auster, la tierra es el único exilio, o parafraseando mal, todos los caminos tomados por el hombre conducen al exilio. De esto parece darse cuenta Filip Kobal al reencontrarse con su familia, al escuchar las palabras de su padre, que justifica el silencio reinante en casa, por lo menos el suyo, diciendo que ningún padre sabe cómo actuar en la tierra. Su madre guarda silencio, y su hermana perturbada simplemente observa las escenas.

Filip recarga fuerzas en la búsqueda de su hermano, al enterarse, por medio de un texto —de carácter de leyenda familiar—, de las razones que llevaron a comprometerse a su hermano en la defensa de campesinos. En el texto se mostraba una posición sólida en contra del exilio y la prohibición de usar la lengua propia. En el documento también observaría la tenacidad de su padre en aquellos años, junto con una anotación, que decía: no tenía idea de cómo debería ser la salvación de la familia aquí en la tierra.

Ante todas estas imágenes y experiencias familiares, Filip Kobal sigue sintiéndose intrigado por una noche en especial de su viaje de juventud. Esa noche, después de cenar y de observar el comportamiento amable de un camarero, que quizá se tratase de un extranjero, hubo algo que lo hizo quedarse hasta el final de la noche, cuando el camarero pensaba que solamente quedaba él en el restaurante. Aun después de tantos años, recuerda al joven camarero, que iba dejando cada plato en el agua, como si se tratase de piezas de juego que podían tener un orden distinto, tomándose todo el tiempo del mundo para hacer esa labor en medio de la oscuridad. Y se reconoció a sí mismo en esa labor, de buscar nuevos órdenes, de hallar algo en los restos, en los residuos, en los fragmentos de luz y sombra.

 

Notas

  1. Paul Auster, Pista de despegue, poemas y ensayos 1970-1979, Anagrama, pág. 17.
  2. Paul Auster, Pista de despegue, poemas y ensayos 1970-1979, Anagrama, pág. 92.
  3. David Hume, Investigación sobre el conocimiento humano, Altaya, pág. 53.