Entrevistas
García Márquez: verdades y mentiras, periodismo y ficción
De Noticia de un secuestro a Gerald Martin y Enrique Krauze
(Entrevista/juego)
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La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda
y cómo la recuerda para contarla.

(Declaración de García Márquez
al comienzo de Vivir para contarla)

Cuando me llegó el mensaje electrónico, entendí que las palabras que emergían de la lectura podrían servir de justificación para seguir cultivando la idea de que las paredes de la antigüedad prescribían mensajes místicos a quienes se aferraban a creencias y misterios. Una especie de Muro de los Lamentos, pero sin los lamentos, suerte de grafiti que deslumbra por lo que contiene de sonidos del pasado. Y por lo que tiene de tanto estropicio en los tiempos que vivimos. Por esa vía, hicimos contacto para hablar de ese pasado y de estos días de páginas biográficas y reacciones inencontradas.

La nota, proveniente de algún solapado internauta, me envolvió con el eco de un acento que me hace recordar la conversación de Gabriel García Márquez con Roberto Pombo.

Como entrevista, bien. Me revolví en la inquietud por hacer de ella una propuesta personal bajo la luna de las calles y veredas de la otrora violentísima Cali. Y entonces, la mirada de GGM perforó el silencio y comenzó a hablar acerca de su —en aquel borroso tiempo— más reciente libro, un reportaje sin adornos literarios, sin fraseos de la ficción que siempre nos entrega en sus novelas y cuentos. Esta vez, el Nobel colombiano se metió en una historia real, extraída de la tragedia interminable de su país: Noticia de un secuestro.

Por una de esas calles caminamos en franca conversación. La noche caleña silbaba una ambulancia, una patrulla policial. El rostro sombrío de algún delincuente que quiere mi cartera o la del “Gabo” (a esta altura ya puedo hacer uso de la confianza), quien se burlaba del miedo que siempre cargo en cualquier calle del mundo, por muy segura que ésta sea.

Llegamos a una casa donde una lámpara miraba con pesadez el número que nos guiaría a la tranquilidad. Nadie paseaba por Cali de noche, excepto García Márquez y yo, asustado hasta la inmortalidad. Pero la esperanza de sacarle algo a este hombre que ya hizo historia, era mi mayor ambición.

 

El periodismo, un regreso

Esta vez el autor de El coronel no tiene quien le escriba se dejó de ficciones y entró en una de contar la historia verdadera de nueve secuestros:

—Mira, no escogí el tema. El tema me escogió a mí, cosa que sucede tanto en el periodismo como en la literatura. Lo importante es que hace muchos años que vengo con la nostalgia del periodismo, que es un oficio original, y que ha sido muy útil para mí en la literatura. Gracias a él puedo fantasear, hacer todo lo que quiero en literatura, y también mantener los pies sobre la tierra.

Sobre la tierra andábamos, pero inseguros, hace un rato. Parecíamos dos personajes extraviados, salidos de una novela cuyo mejor argumento tenía en Jack London una especie de selva citadina, nocturna jungla para posibilitar una teoría en formación sobre la muerte y el periodismo; la libertad y la censura en este país. Durante la caminata recordé un antiquísimo poema árabe: “El siglo nos ha disparado sus nefastos dardos, / cual flechas de fuego rasgando la noche oscura”, y me entró otro miedo, el no volver vivo a Maracay. Sin embargo, García Márquez, a quien no me atrevía a llamar “Gabo” en su presencia, aunque si lo hubiese hecho habría sonreído pensando en el abuso de muchos que así lo nombran sin haber jugado metras con él, me reconfortó.

Retomó el hilo y me dijo —mientras oteaba hacia lo alto de un edificio a oscuras— cuando lo abordé acerca de ficción y periodismo: “Es decir, no separo los dos géneros. Creo que el reportaje es un género literario como lo son la novela, el cuento, el teatro, la poesía. Digo que me encontró el tema porque andaba, durante años, buscando uno para hacer un reportaje y no lo encontraba. Un día, de pronto, Maruja Pachón y Alberto Villamizar me dijeron que ellos andaban en lo mismo, pero no tenían suficiente entrenamiento literario. Les pedí un año para resolver la historia, pero no quería terminar en el tema del narcotráfico. Durante ese año lo pensé y fue precisamente el año en que se fugó Escobar y que lo mataron... lo que más importaba no era el narcotráfico sino el secuestro”.

Un vallenato sonó detrás de la altísima verja. El novelista sacudió las manos e hizo ritmo con los pies. Me miró y sonrió plácidamente, como lo habría hecho en alguna plaza de Caracas en sus primeros tiempos de periodista extranjero en un país donde era venezolano. La música lo impulsó a palmearme el hombro izquierdo. La calle tenía su boca de lobo dispuesta a tragarnos. “Afuera se sabe a qué hora lo secuestraron —volvió con el tema—, cómo, qué están pidiendo, qué están haciendo, qué están negociando, pero no se sabe cómo están sufriendo los secuestrados, los familiares, cómo —seguramente— están sufriendo los secuestradores, cómo sufren las autoridades de las cuales depende de alguna manera la resolución de los secuestrados, cómo sufre el país. La cantidad de sufrimiento que genera un secuestro era lo que me interesaba, el secuestro por dentro”.

 

Periodismo y ficción

Gabriel García Márquez, quien tuvo que pelear con Aureliano Buendía para poder entender que la ficción es autónoma y, aun más, que la autonomía de la realidad está supeditada a la ficción, siguió moviendo el cuerpo en la medida en que el vallenato se iba hundiendo en la lejanía de la madrugada:

—Siempre he creído que un escritor, novelista o periodista, puede decir lo que quiera siempre que logre hacerlo creer. Si no se lo creen, ahí no vale ni la verdad. Por eso, la mejor estructura para esta historia es cómo sucedió en la vida: que no se sepa afuera lo que sucede adentro y que no se sepa adentro lo que sucedía afuera (...). Hay una frase que ya no se dice porque está amelcochada de tanto repetirse: la realidad se pasa a la ficción. Pero en todo este trabajo me propuse utilizar un solo dato que no era real y comprobado, y una prosa en la que no me permití ni una sola metáfora para conservar el lenguaje austero de una crónica de periódico”.

 

Los personajes

Llegado el momento de salir a la luz del día, García Márquez comenzó a parecerse a su abuelo, el personaje que lo dobla como Aureliano Buendía, con el mismo coronel que tenía en el gallo la empresa de la esperanza. El gallo de ese militar llevaba en el buche todas las noticias que nunca llegaron hasta que pronunció la famosa palabra al final de la novela.

Me miró con una sonrisa torcida.

—Si tú partes de la base de que el sacrificio de cada uno de esos personajes contribuyó a la entrega de Escobar y a la solución del drama de Escobar y al desmantelamiento de gran parte del narcotráfico, que es una desgracia del país, te das cuenta de que en cierto modo cada caso, cada persona, estaba sometida a un holocausto, era una inmolación de la que estaba siendo objeto cada uno de esos personajes”.

Me estrechó la mano nuevamente y me despidió. Lo dejé aún con la convicción de que pasarían otras cosas antes de llegar al último vagón de la existencia.

 

Después de ayer

Las canas de “Gabo” lo hacen ver anciano. Ya han pasado la imagen del ojo morado, los abrazos con Fidel Castro, la entrevista aérea a Hugo Chávez, que tanto amargó al venezolano de Sabaneta de Barinas. Han pasado muchas cosas, la celebración de la caída del Muro de Berlín, parecido al de los Lamentos, sólo que era demasiado terrenal.

Hoy, cuando el mundo es casi cuadrado, “Gabo” sigue siendo noticia. Su Memoria de mis putas tristes pasó casi inadvertido. Su Vivir para contarla se quedó en un capítulo de Cien años de soledad. García Márquez es noticia por su muy ficcionada existencia diaria. Pero lo que más ha sonado en las vísceras del autor de La hojarasca ha sido la biografía “tolerada” por él mismo y diseñada por el británico Gerald Martín. Ella ha generado reacciones contra el biógrafo y contra el biografiado. Así, Gabriel García Márquez. Una vida ha abierto una herida que no termina de cerrarse: la relación del Nobel con el poder, su fascinación por un hombre que lleva 50 años al frente de un desprestigio: Fidel Castro.

Para llegar a esta amargura personal, nos topamos con Enrique Krauze, el ensayista mexicano que ha sacudido también las entrañas del presidente Chávez con el libro El poder y el delirio.

 

“Una vida”, varias vidas: la fascinación por el poder

“Los fantasmas del general Uribe Uribe y el coronel Márquez sonreían complacidos. Y Fidel también”, escribe Enrique Krauze en reciente artículo que revisa las páginas de Martin, donde García Márquez coloca a su abuelo como figura principal, emblema del poder que impulsaría al novelista a no despegarse de Castro. Más adelante Krauze escribe:

“En el coronel Márquez está la semilla de su fascinación frente al poder: cifrada, elusiva, pero mágicamente real, como la historia de un diccionario que pasó del coronel al comandante, por las manos del escritor”.

Cuando nombra la palabra diccionario, el mexicano se refiere a un fragmento aparecido en Vivir para contarla, las memorias que han pasado por debajo de un puente de aguas mansas:

“Este libro no sólo lo sabe todo, sino que es el único que nunca se equivoca”, dijo el abuelo. El niño preguntó:

“¿Cuántas palabras tiene?”.

“Todas”, respondió el abuelo.

Enrique Krauze, afincado en el libro de Martin, precisó: “Si García Márquez se acerca al déspota no es para expresar o juzgar la complejidad interior de un hombre de Estado sino para inducir comprensión por un pobre diablo, viejo y solitario”. Sobran imágenes.

Y para cerrar esta “vida”, describe una costumbre que ya es tragedia: “El dictador es una víctima de la Iglesia, los Estados Unidos, el desamor, los enemigos, los colaboradores, las catástrofes naturales, las inclemencias de la salud, la ignorancia ancestral, la fatalidad, la orfandad”. Sobran imágenes, palabras y hechos.

Prevalido de esa realidad, el ensayista mexicano clava la puntilla: “De Macondo a La Habana, un milagro del realismo mágico”.

De este modo, llegamos a la conclusión de que ese tal realismo de la magia no es más que un acto de reverencia ante el poder. Verdades y mentiras de una cultura que se deshace en las manos de quien detenta la gloria de haber sido puesto en ese lugar por los abusos de una ficción que es absolutamente real.