Artículos y reportajes
El deseo del abismo

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La baba del farsante
Fabio Osorio Montoya
Cuadernos Negros, 2009

“Pasó la vida detrás de los espejos, hasta que olvidó su rostro”.
F.O.M.

Franz Kafka, el silencioso transeúnte de la Praga de principios del siglo XX, retrató a la perfección los laberintos existenciales del hombre unidimensional de Marcuse. No existe respuesta satisfactoria para explicar cómo ese gris oficinista, perseguido por el despótico recuerdo de su padre, pudo construir una obra narrativa de tanta actualidad. La metamorfosis es sin lugar a dudas la odisea del lector contemporáneo. Los dioses son curiosidades de anticuarios y coleccionistas; los ídolos de neón los han reemplazado en la tragicomedia humana. El destino de los pueblos ya no se vislumbra en los intestinos de un becerro sino en las extrañas reuniones del G8. La deidad huyó para siempre del Olimpo y ahora anida en las pestilentes callejuelas de los suburbios mediáticos. Ahí, junto a los estropicios del neoliberalismo, crece silenciosa la poesía de Fabio Osorio Montoya.

La literatura regional ha sido pródiga en ficciones hiperbreves. Luis Vidales con sus 20 “estampillas” inició una tradición cultural que encontró en Umberto Senegal, José Raúl Jaramillo y Jaime Lopera, brillantes cultores. Comentario aparte merece el escritor que hoy nos ocupa: en una entrevista televisiva, Osorio Montoya confesó sin pudor que cada año bautiza con fuego un manuscrito terminado.

Las 59 páginas de La baba del farsante son la milimétrica radiografía de una metrópoli feroz donde los viandantes son fantasmas nacidos en la esquizofrénica cabeza de Pedro Páramo. En los caminos de Comala los latinoamericanos encontramos pistas para descifrar el eterno acertijo de nuestro sino. Farsante es la lúcida conciencia de Osorio Montoya. Fanático de los acordes industriales de Black Sabbath, su vida da un vuelco al descubrir a sus camaradas, los perros del orbe, entonando salmos de alabanza ante un inmenso aviso de Coca Cola. El insolente canino pertenece a la familia de Mister Bones, el locuaz protagonista de una novela de Paul Auster. Los nómadas, a pesar de las medidas gubernamentales, son los dueños absolutos de la ciudad. Momentos de iluminación, los cuentos exploran las entrañas de la urbe, un universo simbólico poco frecuentado por los narradores quindianos. El poeta Carlos Castrillón encontró en la lírica de Osorio Montoya rasgos propios de la tensa relación entre el individuo y su espacio: “La ciudad es el riesgo, el brillo del cuchillo que se levanta en la noche para hundirse en la carne, es el grito lejano que no queremos escuchar para no comprometernos”.

Hay un texto que llamó con particular insistencia mi atención: Voltaire, uno de los precursores de la Revolución francesa, busca el perdón oficial, representado en la sepultura cristiana. El más burlesco de los cadáveres, así llamado por el vate, en una carroza tirada por negros caballos, deambula por las adoquinadas calles de París. Su putrefacta sonrisa es bella metáfora del progresivo desmoronamiento de la democracia. Como los demás personajes del libro, Voltaire es arquetipo de los sueños y las pesadillas de la sociedad informatizada. El signo distintivo de la humanidad es la amargura, escribió en alguna parte Michel Houellebecq, y ese precisamente es el tono que predomina en la cáustica mirada de Farsante.

La baba del farsante es una valiosa colección de microrrelatos. A pesar de algunos errores tipográficos y de edición, los textos merecen una lectura cuidadosa y un juicioso análisis.