Artículos y reportajes
El campo en la infancia de Miguel Delibes
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En Castilla, en España entera, estos días todo se nos vuelve Delibes. Su ciudad de siempre, Valladolid, le llora. Esa ciudad que le vio nacer en la calle de Recoletos Nº 12, esquina con la calle de Colmenares, al lado y frente al Campo Grande, parque-campo de una urbe que tiene alma de campo y, también, cuerpo y modos de ciudad.

Valladolid era, entonces, un pueblo grande, de casi 75.000 habitantes, con aires de ciudad en crecimiento. La ciudad del Pisuerga se preciaba en aquel 1920 de ser Archidiócesis, tener Capitanía General Militar, Academia Militar de Caballería, Audien­cia Territorial en herencia de la histórica Gran Chancillería y Universidad. En Valladolid los Delibes se hacen y terminan siendo castellanos-vallisoletanos plenos, sin merma de sus propias raíces anteriores.

La primera infancia de Miguel transcurre en casa de sus padres y en el Campo Grande de Valladolid. Por los caminillos del Campo Grande, entre sus plantas y castaños, de los que le llaman la atención las castañas locas, sabemos que juega infantilmente y toma un primer contacto con la naturaleza. Se le van abriendo los sentidos y la imaginación —la vista y el olfato del suelo mojado, el oído por los conciertos de la banda de música del Regimiento de San Quintín...

Su padre, siendo muy pequeño Miguel, se lo lleva fuera de la ciudad en días festivos. Además del Campo Grande, entonces verdadero campo, Miguel toma contacto con la naturaleza cuando va con su padre de caza por los pueblos cercanos a Valladolid. Allí ve las primeras ardillas, los primeros cuervos y otros pájaros. “Yo creo que mi padre me empezó a llevar al monte desde los seis años”.

Antes de veranear en Quintanilla, acompaña, con algunos de sus hermanos, a su padre que va de caza, bien a La Mudarra, en la carretera que llevaba a León, al monte de Valdés, a 30 kilómetros al noroeste de Valladolid, bien, a distancia parecida, en el extremo opuesto, al este de Valladolid, a mano izquierda de la carretera de Soria, entre la cuenca del Duero y la cuenca del Esgueva, la del arroyo Jaramiel, a los que llama páramos de Quintanilla y a la Vega de la Sinoba, entre Castrillo Tejeriego y Villavaquerín. Miguel recuerda al mejor perro que tuvo su padre, Boby, precisamente “durante las temporadas de codorniz, en la vega de la Sinoba o en los páramos de Quintanilla”.

Veranea en Quintanilla de Onésimo, entonces, Quintanilla de Abajo, quizá un par de años antes de 1932. Se baña en el río Duero, que pasa por el pueblo, puede que junto al puente que inicia la carretera que de Quintanilla sale para Olivares o, poco más arriba, junto al molino cercano al puente. Allí dispara los primeros tiros, balines, sobre los vencejos. “A los 14 años ya cazaba yo avefrías desde el coche, tordos y alguna que otra codorniz con una escopetilla de pólvora de doce milímetros”.

Pasó Delibes lo mejor de su infancia en el campo, en el de la provincia de Valladolid. Eso le marcó positivamente para siempre. Conoció como pocos los páramos de Villafuerte, cual era el mejor sitio para pescar cangrejos en el Esgueva, la cuesta de Renedo... La infancia fue uno de los mejores recuerdos de Miguel Delibes y, sin duda, salir al campo una de sus mayores ilusiones.