Artículos y reportajes
Cartas de Gabriela Mistral
La banalidad de lo banal

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Tuve una vez la mala ocurrencia de conocer a un escritor a quien admiro por sus obras. Lo trajo a Chile El Mercurio, y lo presentó en una conferencia tipo entrevista a una platea abierta. Se trata de Héctor Aguilar Camín, el novelista mexicano, casado con la también conocida escritora mexicana Ángeles Mastretta. Había leído sus novelas Morir en el Golfo y La Guerra de Galio, arrobado por las tesis allí tan bien expuestas. A mi entender, Aguilar Camín veía en el periodismo la herramienta indispensable para mantener el orden y el aseo al interior de las cúpulas de poder y de las castas gobernantes. Una tesis fascinante en pro de la eficacia del periodismo investigativo como agente regulador social. Acudí a la conferencia deseoso de conocer a un escritor de carne y hueso capaz de sostener tales ideas en una obra literaria, en medio de la bobada y la estupidez de la novela actual. Sin embargo, mi decepción no pudo ser más grande al encontrarme frente a un escenario donde en lo principal se resaltaba la fama alcanzada por el escritor, dejando en segundo plano el contenido de sus obras, y, concretamente, las tesis planteadas al exterior de la novela misma. Las preguntas apuntaban hacia la exaltación del ego del escritor, quien, para mi total decepción, parecía sentirse muy a gusto y satisfecho de referirse a ese tipo de cosas y no a las dichas tesis planteadas en sus obras. Humano, demasiado humano... Otra vez esa frase de Nietzsche cobraba sentido. Por supuesto, no me dejaron pasar ni una sola de las preguntas que llevaba preparadas de antemano para el escritor, y comprobé lo que alguna vez había oído decir relativo a lo inoficioso que resulta conocer a los escritores de carne y hueso. Es mejor quedarse con la imagen que despiertan en nosotros sus obras a conocerlos personalmente.

Recuerdo este episodio con motivo de la reciente divulgación de las cartas íntimas de Gabriela Mistral que ponen al descubierto su vida privada, publicadas no sabemos si para favorecer obra y vida de la poeta chilena más importante del siglo, o más bien la fama del editor de la edición. Sabemos que el conocimiento y lectura de dichas cartas privadas no serán un aporte importante para los verdaderos estudiosos de su obra. No servirán de prueba para certificar ni justificar lo sostenido o dicho en este o en aquel poema. Cualquier alumno primario de literatura sabe que tales documentos no inciden en absoluto en la calidad de la obra artística, y sólo responden al morbo y voracidad mediática de los curiosos por conocer los entretelones de la vida de los artistas. Y en el caso de Gabriela, la publicación de estas cartas privadas constituye más bien otra estocada a su vida y a su obra, como se ha venido haciendo desde un principio. Conocida es la discriminación que padeció en vida por parte de sus pares, por causa de su genio artístico. Sumada a su humilde condición social y al hecho de ser mujer en tiempos en que recién comenzaban las mujeres en América a conquistar su merecido espacio público.

La banalidad de lo banal en este caso está en que, aquellos que jamás se interesaron por la poesía de Gabriela Mistral, hoy se interesan por conocer los entretelones de su relación amorosa con su secretaria Doris Dana, como si eso hubiese sido lo medular de su vida. Como si la sexualidad en verdad ocupara el espacio vital de la vida humana, cuando en la mayoría de los casos no supera un diez por ciento real de la existencia.

¿No responderán más bien este tipo de publicaciones a eso que Heidegger denominaba avidez de novedades, como una de las características propias del ser inauténtico? Las masas están cada día más ansiosas por devorar “novedades”, y al no haberlas, es necesario arrancárselas a los muertos para aplacar el hambre de la bestia.

¿No habría sido mejor publicar de una vez las Obras completas de Gabriela Mistral, invertir el tiempo y el dinero del Estado en lo que verdaderamente importa de ella? Por si alguien lo ignora, ocurre que todavía no se publican sus obras completas.