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“Despedida”, de George-Jean-Marie HaquetteUna despedida da lugar a un regreso

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Deben ser pocas las personas a las cuales las despedidas no les causan ningún efecto, pues a diario nos estamos alejando de lugares, personas y situaciones.

Generalmente las despedidas se asocian al distanciamiento de una experiencia agradable vivida, a la separación temporal con personas que se estiman o al alejamiento de lugares especiales en que se ha estado, en definitiva, cualquier vivencia que tenga una connotación de inolvidable marcará un antes y un después en nuestra vida.

En esta experiencia que resulta tan cotidiana y que forma parte del diario vivir, tiene una participación especial el grado de sensibilidad con la cual nuestros sentidos perciben el entorno de manera minuciosa y detalladamente, similar a un lente de aumento en el que se agigantan los ambientes, aromas, temperaturas, luminosidad, sonidos, sabores, entregando con ello una visión más acabada, íntima y personal, la que a su término provocará un sentimiento de nostalgia que marcará ese instante.

El tiempo en su vertiginoso y cíclico movimiento nos está legando un pasado que imperativamente tenemos que despedir y de manera simultánea invitando a construir un futuro de sueños, que nos motivan, sacuden, refrescan e incentivan a hacer cosas nuevas.

Lo importante de las despedidas es reconocer la existencia de un tiempo vivido y compartido que deja experiencias únicas e indelebles, las que, de no haberlas tenido, habrían hecho de nuestra existencia una vida sin recuerdos, y las añoranzas se generan a partir de los recuerdos.

La nostalgia de una despedida trae consigo la esperanza de un anhelado regreso. Es preciso despedir el atardecer para ver llegar el alba.