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Los pies de Ulises

Fui devorado por el mar,
pero mis pies memorizaron Ítaca, su hierba  y el misterio condenado a mí.
Por ellos regresé multiforme y primitivo de sandalias.
Allí, velaron mi nombre una y mil noches, bajo las estrellas y cerca del Egeo.
Alguien rozó la sagrada marca en mi piel y preguntó:
¿Quién eres?
Sólo mis huellas, arquitectas de infamias, reposaron en paz en salinas aguas,
olvidaron la resina de las zateras y dejaron de oler a maderos.
A expensas del mundo mis plantas buscaron las sombras y otra voz delató:
¿Dónde irán tus pies?
Y vinieron hacia mí los naufragios y los vientos.
Yo, soberano en intrigas, no pude contra mí y me pregunté:
¿Quién me recuerda?
                                     Y el mar rugió memorioso desde la alta orilla.

 

Hablan las sacerdotisas

Nos urge el sol que reposa en los techos
y también el aire que en este lugar es ardiente.

                                  Las hijas de los dioses cantan sentadas en la roca
                                  la vigilia de las palabras.
                                  Descienden las miradas coronada de mirtos, toman al dios
                                  en lo bello de su arte y adviene lo divino.
                                  Una de ellas, la de áurea melena, no pertenece al linaje,
                                  aspira y su lenguaje deudor impulsa las sombras
                                  en nombre de madre inmortal y padre comedor de peces.
                                  Consagrada a la oscuridad, presiente las aguas
                                  y escribe decididamente muda.

 

Detrás del jabalí

Quitamos el hacha de dos filos hiriendo la noche.
Mientras, en el salón los hilados tejían nuestra vigilia
y la mirada apergaminada del jabalí de Tracia
era rociada con el agua sagrada de primavera.

                                    Nos habíamos detenido en las tiendas,
                                    alentábamos la voz de los sirvientes luego del baño
                                    de nueces y antes de la espalda del bárbaro.

Lejos, el mar volvía a su lecho desde la torre de los vientos
y el Borea desgranaba nuestro perfil mientras marchábamos.

                                    La veleta de los vientos honraba a los dioses
                                    indicándonos el buen rumbo.