Artículos y reportajes
Los trasterrados de la Guerra Civil española
La emigración literaria

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El “exilio” es el estado de encontrarse lejos del lugar natural, el verse desposeído de su entorno (círculo de familiares y amigos), mayormente por manifestar sentimientos y opiniones contrarias a quienes gobiernan el país (se habla por parte de muchos de “exilio político”).

Sánchez Vázquez señala que la condición de exiliado supone una doble relación con la patria que dejó atrás y con la tierra que le acoge. Es así que el destierro se convierte en “transtierro”, por usar el neologismo acuñado por José Gaos. El exiliado jamás podrá renunciar a su condición; tanto si vuelve, como si no vuelve, concluye Sánchez Vázquez, su exilio nunca tendrá fin.1

Por su parte, Mario Benedetti inventó la palabra “desexilio” cuando ya pudo volver a Uruguay, tras los años de plomo de la dictadura en su país.2 Rafael Alberti vivió el exilio y fue siempre una de las voces más claras y limpias en defensa de la libertad y es todo un símbolo de la España que fue derrotada en 1939. El poeta del Puerto de Santa María fue amigo del granadino Federico García Lorca y en la amistad de ambos se centra Luis García Montero.

Al hablar de generación de la amistad (etiqueta empleada para referirse a la “generación de 1927”), García Montero en el prólogo de Federico García Lorca: poeta y amigo señala que “la amistad se presenta como una categoría específica, que sirve para definir históricamente a toda una época”.3

En una carta escrita por el gaditano al poeta granadino queda patente la amistad entre ambos:

“Tú y yo debemos estar algo más unidos. Yo soy como un hermano menor tuyo, Federico. Nos escribiremos, si a ti no te importa, con alguna frecuencia”.4

Y tras la muerte del poeta natural de Fuente Vaqueros, Alberti dice:

“(...) estas palabras mías son para ti, van para ti, comunicándotelas a través de los corazones populares españoles que han de leerlas, que han de seguir aprendiéndose de memoria tus romances”.5

Muchos críticos han señalado que si Lorca hubiera dejado España quizás hoy estaría con vida.

Después de la Guerra Civil española (1936-1939) fueron muchos los intelectuales que marcharon al exilio, la mayor parte de ellos a países hispanoamericanos, pero también a Estados Unidos o Francia (París), entre otros lugares. El exilio nutrió universidades, creó editoriales, impulsó el mundo del arte y de la empresa en aquellos lugares donde se le brindó acogida.

 

A partir del libro pionero de José Ramón Marra López6 sobre la narrativa del exilio, aparecido en 1962, se hizo más frecuente la publicación de trabajos en revistas sobre la literatura del exilio, aunque, evidentemente, la censura interviniese para que la información fuera “objetiva”, en otras palabras, para que no manifestara el menor indicio de entusiasmo por las ideas de los exiliados, y moderase en lo posible una desmedida admiración por sus cualidades puramente literarias.

José Paulino, en su artículo “Mester de soledad. El exilio en la poesía de Luis Rius” (recogido en Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, Nº 10, 1991, pp. 197-217), ha señalado queel destierrotrae como consecuencia un sinnúmero de efectos, a veces contradictorios (sensación de enriquecimiento interior, sensación de desasimiento del mundo, etc.).

El escritor exiliado intenta con su “voz” no caer en el olvido, y es que hablar de “exilio” es aludir al olvido que se dio fruto de una dictadura, a una obstinada “desmemoria” o deliberado propósito por parte de quienes pretenden prescindir de esa otra España.

Sobre la joven poesía española en el exilio, dice José Pascual Buxó:

“Diríase que al escribir olvidan su mundo cotidiano para habitar otro incómodo e inhospitalario. En su obra todo es rudeza, e insatisfacción en su vida, son pocos los que gozan de una situación ciertamente privilegiada. La causa de esta ruptura entre vida y obra la encuentro, y me la explico, tomando en cuenta que desde pequeños fueron aleccionados en la añoranza, colocados en el mundo espiritual de sus padres para quienes España —lejana y perdida— ocupa el plano de lo concreto y real”.7

El exiliado en suma viene a ser un hombre sin suelo desde el momento en que sale de su país; su expatriación prácticamente no tiene remedio; es y será un inadaptado donde quiera que vaya; no se siente a gusto ni puede echar raíces ya en ningún sitio. Al final de su reciente ensayo sobre la emigración de la guerra civil, Javier Rubio escribe:

“Ni fuera, en la tierra de asilo, ni dentro, en la que le vio nacer, el exiliado ha encontrado su patria, la patria que él anhelaba. Es la última, amarga, trágica ironía del emigrado político que por amor a su patria se ausenta de ella y que con la ausencia la pierde definitivamente. El glorioso emigrado político de los primeros tiempos se ha convertido, con el paso de los años, en un triste despatriado”.8

 

El doctor Solanes Vilaprenyó, psiquiatra que sufrió el exilio de 1939 y que dedicó gran parte de su investigación a este tema desde diferentes ámbitos, ha señalado que “El destierro hace de la patria un asunto íntimo: la historia de ésta se confunde con la historia, la biografía, del que de ella, a la fuerza, se aleja”.9

Episodios como el de “Los niños de Morelia” forman parte de la historia. Fue México uno de los muchos países que tendieron los brazos a quienes tuvieron que abandonar nuestro país.

Una de las iniciativas del presidente del país, Lázaro Cárdenas, consistió en acoger a los que se llamaron “Niños de Morelia”. Lázaro Cárdenas y su esposa Amalia se comportaron como magníficos anfitriones, dando la bienvenida con cariño (el suyo y el de toda la población mejicana) a los 451 niños que viajaron en el Mexique desde Burdeos hasta Veracruz, donde desembarcaron el 7 de junio de 1937. Al día siguiente llegaron a Ciudad de México, siendo alojados en la Escuela “Hijos del Ejército” Nº 2.

La emigración constituye un serio impacto sobre la demografía de un país. La persecución tenaz y organizada sobre todos aquellos que fueron considerados afines a la República es un hecho, si bien el exilio no es nada nuevo en la historia de la humanidad.

Hay muchos escritores que han enriquecido las letras del país de su exilio, si bien la pérdida de su entorno se hace difícil para el “exiliado” o “trasterrado” (si empleamos el concepto usado por José Gaos). El abandono forzado o voluntario de un país lleva al que lo sufre a una experiencia traumática (sufre una metamorfosis), viéndose obligado a adaptarse y asimilar la realidad sociocultural de la tierra que le brinda acogida.

El exiliado a los ojos de los habitantes del país de origen mira a éste con extrañeza, pues no le resultan familiares sus conductas, costumbres y/o sistema de valores. El “trasterrado” o “desarraigado” debe reinventarse a sí mismo, olvidarse de la realidad que le rodeaba y centrarse en el país que se convertirá en su nuevo hogar.

El exilio, ya sea “interior” (el sujeto es anulado en su país quedando relegado a un segundo orden, perdiendo su identidad o siendo perseguido) o “exterior” (se ve forzado a una salida), sufre de una u otra forma las consecuencias de un poder arbitrario, la represión de adictos a un régimen que censura las voces de quienes no piensan como ellos.

Señala José Luis Abellán: “La atmósfera en que se produjo el exilio en 1939 y el temple existencial con que lo vivieron los exiliados es reflejo de las circunstancias en que dicho exilio se incubó: la derrota de la República en la Guerra Civil”.10

 

Son muchos los nombres de quienes integran lo que pudiéramos denominar “emigración literaria” o escritores obligados a dejar nuestro país.

Jacinto Martínez Sierra, Enrique López Alarcón, Paulino Masip o César R. Arconada entre los dramaturgos; Max Aub, Ramón J. Sender o Francisco Ayala entre los novelistas, y, entre los poetas, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Moreno Villa, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Juan Larrea, Emilio Prados, Luis Cernuda, Rafael Alberti y Manuel Altolaguirre.

Concluyamos este estudio acerca del exilio de los intelectuales españoles (centrándome en lo que he decidido llamar “emigración literaria”), ofreciendo la mirada o punto de vista de alguien que padeció la expatriación o abandono forzado de su tierra. Me refiero al escritor granadino Francisco Ayala.

El escritor granadino había apostado durante sus años de exilio por la superación de cualquier nostalgia paralizadora. Seguir viviendo, seguir en el presente, significaba no sólo abrir los ojos a la realidad americana en la que una mayoría de exiliados necesitaba reconstruir sus destinos, sino también permanecer atentos a la situación interior de España. Más que en la mitología sentimental del país perdido con la derrota de la II República, Francisco Ayala —afirma L. García Montero— “se interesó en conocer las transformaciones, los síntomas, los matices de cada voz y de cada grupo, las posibles ventanas abiertas en la sociedad franquista, aquellos huecos que permitieran establecer un diálogo de aire limpio bajo el cielo sórdido de la dictadura”.11

Sánchez Vázquez (citado al comienzo de nuestro trabajo), recoge el sentir del desterrado cuando dice en sus versos: “El árbol más entero contra el viento / heló en tierra, deshecho, arribado / congregando su furia en su costado / el hacha lo dejó sin fundamento”.12

En definitiva, y siguiendo a Juan Rodríguez:

“La literatura del exilio es una anomalía de tal calado, un fenómeno claramente marginal que difícilmente se puede integrar sin más en la literatura española interior”.13

Y Blanco Aguinaga considera que el “exilio” se proyecta sobre una dialéctica dentro-fuera, así como sobre el enfrentamiento vencedores-vencidos.14

 

El escritor desterrado, sobre todo en los primeros momentos de su exilio, parece hallarse fuera del espacio y del tiempo. En este sentido, Rafael Alberti incide en el sentimiento que el destierro provoca:

Me despierto
París
¿Es que vivo
es que he muerto?
¿Es que definitivamente he muerto?15

 

Bibliografía consultada

  • Abellán, J. L., De la guerra civil al exilio republicano (1936-1977), Editorial Mezquita, Madrid 1983.
  • Blanco Aguinaga, C., La literatura del exilio en su historia, Migraciones y exilio, 3 (diciembre 2002), p. 30.
  • De la Colina, J., “La palabra exilio”, Letras Libres, I, 8, agosto de 1999, pp. 76-77.
  • Rodríguez, J., “El exilio literario en la periferia de la literatura española”, en La literatura y cultura del exilio republicano español de 1939. Actas del IV Coloquio Internacional sobre literatura y cultura del exilio republicano español, La Habana (Cuba), 2002.
  • Rubio, J., La emigración de la guerra civil de 1936-1939, Madrid, Editorial San Martín, 1977, pág. 784.
  • Sánchez Vázquez, A., Fin del exilio y exilio sin fin. Méjico, Grijalbo, 1997, pp. 35-38.
  • Solanes, J., Los nombres del exilio, Caracas, Monte Ávila Latinoamericana, 1993. Pág. 191.

 

Notas

  1. Sánchez Vázquez, A., Fin del exilio y exilio sin fin. Méjico, Grijalbo, 1997, pp. 35-38.
  2. Cruz, J., “Mario Benedetti. El poeta del exilio”, El País, 17/09/2006.
  3. Alberti, R., Federico García Lorca. Poeta y amigo, Biblioteca de la Cultura Andaluza, 1984, Pág. 21.
  4. Carta publicada en Cuaderno de Rute (1925), Ediciones Litoral, Torremolinos, 1977, pp. 115-116.
  5. Estas palabras aparecen en el prólogo al Romancero gitano, Editorial Nuestro Pueblo, Madrid, 1938, pp. 3-6.
  6. Marra López, J. R., Narrativa española fuera de España: 1939-1961, Madrid, Guadarrama, 1962.
  7. J. Pascual Buxó, texto publicado en el Boletín de Información de la UIE en México, 3-4, (febrero-marzo 1957).
  8. Rubio, J., La emigración de la guerra civil de 1936-1939, Madrid, Editorial San Martín, 1977, pág. 784.
  9. Solanes, J., Los nombres del exilio, Caracas, Monte Ávila Latinoamericana, 1993. Pág. 191.
  10. Abellán, J. L., De la guerra civil al exilio republicano (1936-1977), Editorial Mezquita, Madrid, 1983.
  11. García Montero, L., Francisco Ayala, Ínsula, 718, 2006, pág. 2.
  12. Sánchez Vázquez, A., Fin del exilio y exilio sin fin. Méjico, Grijalbo, 1997, pp. 35-38.
  13. Rodríguez, J., “El exilio literario en la periferia de la literatura española”, en La literatura y cultura del exilio republicano español de 1939. Actas del IV Coloquio Internacional sobre literatura y cultura del exilio republicano español, La Habana (Cuba), 2002.
  14. Blanco Aguinaga, C., La literatura del exilio en su historia, Migraciones y exilio, 3 (diciembre 2002), p. 30.
  15. Alberti, R., “Vida bilingüe de un refugiado español en Francia”, en Obras completas. Poesía 1939-1963 (edición de Luis García Montero), II, Madrid, Aguilar, 1988; p. 35.