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Óscar Castro Zúñiga, poeta-cantor de los humildes y eterno enamorado de su tierra

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Óscar Castro Zúñiga siempre fue el poeta cantor de los humildes y eterno enamorado de su tierra, Chile, de la ciudad de Rancagua, comunidades aledañas y campos. A pesar de las privaciones materiales y la falta de tiempo para dedicarse a la creatividad poética, porque su ocupación de maestro le robaba los momentos más preciados de su vida, Óscar encontró en las horas de la noche el tiempo justo y necesario para dejar sus huellas en versos, relatos y novelas, plasmando su alegría por colegir con gente sencilla y humilde, como obreros y campesinos.

Tan sencilla y humilde como él mismo: “Yo que nací desnudo y que nunca he tenido más que un surco de angustia y un sembrado de estrellas, pienso que si no hubiera caminos polvorosos no habría poseído ni una sola cosa en la tierra” (OR, p. 10).

Sus obras poéticas fueron reunidas en una colección de dos tomos: Obras reunidas, I y II. La sección “Caminos del alba”, dedicada a D. Ernesto Galiano M., da inicio con “El romance del vendedor de canciones”, que es un canto al campo, a las montañas y a la esperanza de los campesinos donde los frutos se vuelven música, rompiendo la mañana, cruzando ríos y caminos hasta llegar a las casas del pueblo con frutas que son canciones y poemas: “¡Canciones maduras traigo, canciones recién cortadas!” (O.R. Nº 1, p. 15). En “Otoño” afloran los sentimientos, reflejando la ternura del poeta su sensibilidad vivida en el húmedo campo siempre acompañado por la voz de su progenitora. Las cosas sencillas entran en su negra vida como pájaros de luz, inyectando paz natural venida de la vegetación, de la que el poeta es una semilla más. “Y siento que los surcos de la tierra aguardan la semilla de mi carne” (p. 21).

“Abeja en el sol” es un diminuto poema donde Óscar retrata a la reina, “corazón del verano”, con su pluma, viendo esta flor alada, que es la abeja, dadora de miel, como una pequeña y adorable energía rítmica, sonora y vital que va por todos lados, trozo de sol que vuela, capaz de pulverizar a cualquiera con un simple asomo: “Si la tocase ahora quemaría mi mano” (p. 22).

El “Poema de la fraternidad” es un eterno canto a los obreros, dueños de todo lo creado, pero quienes en la mayoría de los casos no sólo son explotados, sino que viven segregados, marginados y en una espantosa miseria. En el fondo de este mensaje solidario ruega y sueña con la hermandad de todos los humanos, compartiendo una vida en armonía, sin egoísmos, llena de verdadera amistad, alejada de secretos y traiciones. Un mundo de esperanza, abrigado de una vida mejor sin la plaga del hambre.

Óscar Castro ZúñigaCon este poema, la poética de Óscar Castro adquiere dimensión universal y conciencia social, hablando por los que no tienen voz, haciéndose vocero y partícipe de las luchas y aspiraciones de los marginados: “Dame tu amargura y tu protesta” (p. 25). Reconoce que este es un camino plagado de sacrificios, ofrenda que él, como hombre y poeta comprometido, está dispuesto a asumir para construir esa nueva vida. Lo notamos cuando expresa: “Puede que caiga el corazón de tu hijo y del mío” (p. 25), con el fin de destruir “las puertas que ocultan la ofrenda del futuro” (p. 25), deseado por Óscar Castro para todos los humildes de su pueblo. “Palabras al hijo del futuro” es una especie de testamento literario para el hijo muchas veces anhelado, para los hombres, mujeres humildes y para los poetas, por ser los llamados a continuar la brega del artista: “El mundo se hará luz en tus pupilas” (p. 28). Esta herencia, con base en las altas ideas de amor y justicia, conducirán las legiones de patriotas de luz y esperanza, en diario combate por una vida mejor. Este legado se precipitó por su agitada sangre hasta poblar la vida del poeta, sin el temor que por rastrear los pasos tengan aquellos herederos que trajinar por el “socavamiento de mareas profundas” (p. 28). Puesto que las palabras de amor son capaces de curar las heridas y pagar el precio de la libertad. Pide perdón por la tristeza y el antaño dolor de su patria con tanta censura que no deja abrir los ojos: “Perdóname hijo mío si eres triste y oscuro” (p. 29). Poeta visionario, Óscar Castro presagia el acercamiento de la anhelada justicia, esperanza y libertad para su patria como “una dulce música conocida” que retumba en sus oídos “sobre los ventanales claros del porvenir” (p. 29). “Canción gris”; en este poema, Castro Zúñiga viaja por su tristeza, desesperanza, dolor, y amargura... en una fugaz ida a las estrellas que lo miran: “Y una estrella imprevista que echa su ancla de oro en la mirada vagabunda” (p. 32). Caminos que para nada sirven a menos que no sea para traer la noche y, con ella, la esperanza siempre buena: “Con su canasto lleno de racimos de estrellas” (p. 32). Un mundo de soledad, desamparo, angustia, nocturnidad, silencio, naturaleza que parece quieta y dormida.

En fin, “Canción gris” retrata la honda y profunda tristeza inconmensurable que el hombre y el poeta, Óscar Castro, siente... En su dolorosa existencia subsiste un eterno desasosiego que agobia, atormenta y entristece su vida, siempre aquilatada por sentimientos indescifrables que no se calman ni curan a pesar del paso del tiempo, la existencia del mar, el brillo de la luz del sol y el nuevo día. Él, más que nadie, sabe y reconoce esta verdad innegable: “Mi corazón, humoso de tristeza, gira en un remolino de cantos imprecisos”. Su señera condición de perfilar su propia situación convierten a Óscar en un poeta humano, que no sólo trata el dolor de su pueblo, sino su propio dolor, como parte integral del sufrimiento colectivo, la soledad y el desamparo de su ciudad y de la patria. “Posada de las evocaciones” es una sección de su Obra reunida I, dedicada a Óscar Avendaño Moncada; entre otros poemas contiene “Evocación de Mely Leslie”. Este innovador poema de amor por referencia, nos lleva a conocer una joven mujer, amada por un amigo suyo. El poeta aprende a amar a Mely Leslie por las confesiones de su compañero y el viento que son sus palabras, que frecuentemente le hablaban de ella, a quien supuestamente: “Aquel amigo la llevaba en la trizadura del corazón tatuada” (p. 37). El poeta, Óscar Castro, siente dolor al nombrarla, dice: “Si hubiera sido novia mía Mely Leslie, apenas viviría, muriendo, en mis palabras” (p. 37), y siente que quizás ella ame a su amigo que no la merece: “Pero la amó el amigo del corazón errante y viaja por el mundo como una herida en un ala” (p. 37).

Su amigo, un picaflor empedernido al que no le duelen las heridas que lleva consigo... mucho menos las causadas. Su nostalgia recorre la memoria y aunque la evoque en su poema se retracta, prefiriendo continuar sin haberla conocido no más que por los cuentos de su amigo, y dice: “A qué nombrarla ahora... será mejor dejarla vestida de crepúsculos, llenos de mariposas tembladoras los senos y albos de rosas desnudas los muslos” (p. 37). “Lejano amor”, poema de ensoñación, remembranzas y desconsuelos. Búsqueda del amor lejano en otros amores. Penélope silencioso de los puertos nocturnos, bajo la complicidad de la media luna, donde el nuevo día traiciona al amor: “Mi corazón se desangra por la llaga de un lucero” (p. 41); para no morir sueña en las noches con ese amor perdido y su dolor que también es tormento se convierte en una lacerante herida en esas noches solitarias y vacías. Noches que toma el poeta para hablarnos de un amor ausente que se volvió silencio, pero que sin embargo él no puede olvidar, porque es un sentimiento que lleva clavado en lo profundo de su alma, y aunque ella se encuentre en los brazos de otro amor, para recordarla: “Les pondré a todas las novias el rostro de tu recuerdo”. “Voz que llora”, otro canto de amor a la majestuosidad de la naturaleza y su relación con el hombre. En el campo las flores sonríen, pero en su corazón de hombre y poeta “un niño triste siempre va llorando conmigo” (p. 42). También es el dolor por la noche de su pueblo, hundido en la desesperanza y el abandono: “Voz del hombre que olvidó la esperanza” (p. 43). Como poeta comprometido con su arte y el devenir de su patria, se muestra dispuesto al más grande sacrificio por sus ideales de justicia y libertad, a darlo todo, “mi juventud, mi vida... por esa mujer que es la patria” (p. 43). En el poema “Carta al hermano ausente” el poeta derrama su palabra de antorcha para iluminar la soledad y el abandono que corroen sus recuerdos, por la ida de este ser querido que lo dejó agobiado por la constante presencia en su memoria y su triste corazón lloroso que transmigra con sus versos hacia ese lugar, donde se encuentra aquel hermano, para llevarle el olor y la belleza de la flora provinciana: “Pero es inútil todo, porque el viaje se quiebra en el sollozo” (p. 47).

“Sencillas palabras a mi madre” evoca la ternura y el cariño filial de Óscar por su madre, que iría presente en cada paso de su vida, alimentando sus actos humanos y divinos, mostrándole en la distancia su luz, amor y complicidad: “Tu corazón de pan, tu resplandor de lámpara” (p. 48). Un ser especial que, a pesar de no estar de acuerdo con muchas de sus cosas, “sin embargo justificas la santa verdad de su locura” (p. 48).

“Fatalidad” es la búsqueda de lo imposible. Óscar Castro va por la vida “sin encontrar la puerta que muestra lo ignorado” (p. 49). Su pesadilla existencial lo motiva a elucubrar en los anhelados secretos del más allá, pues sólo al morir sabremos “todo lo que en la vida en vano hemos buscado” (p. 49).

Óscar Castro ZúñigaLa sección “Aromas de la tierra” está dedicada a Sergio Drago Iturriaga e inicia con el extenso “Poema de la tierra” que dedicó a Armando Loyola; más que nada este canto levanta su amor por la patria chica de Rancagua: “Como si fueras mi corazón te quiero” (p. 52). Tanto la amó que nunca se fue a vivir a otra ciudad. El primer canto de este poema termina con la estrofa que fue acogida como panegírico para su tumba: “Tierra mía, mi tierra con olor a vendimias, sabor del fruto dulce y del agua que bebo, el día en que tu entraña me recoja y me absorba, te habré devuelto solo todo lo que te debo” (p. 52).

Tierra de todos los chilenos... hundida en “el fondo del pozo de la noche milenaria” (p. 52), Chile de todos... dividido por intereses mezquinos... atravesada de norte a sur por la implacable cordillera... sin embargo tierra de bestias, flores, y hombres humildes... que cantan... viven y sueñan con un futuro mejor. Óscar se acostumbró tanto a la vida campesina, que este era su mundo, lo único que realmente le pertenecía e importaba y por lo que luchaba constantemente por mejorar: “Pienso que si no hubiera caminos polvorosos, no habría poseído ni una cosa en la tierra” (p. 53). También confiesa su razón por lo que no le gusta la ciudad, dice: “Te vendaron los ojos para que no miraras la sonrisa del cielo” (p. 54). Esta gran tierra de hombres valerosos y humildes que en su larga historia ha visto tanta sangre caer... hoy... como un ala... ella misma “cae... y se nos pudre en el corazón” (p. 56). Tierra de ciudades dormidas, de campos olvidados y tristes, de bosques quemados, de fronteras invisibles, de campesinos sin tierra ni recursos para trabajar, desoladas mentiras, aguas oscuras, de mil peleas de libertad y justicia, tan ofendida, alegre... y sin embargo tan triste. Tierra de cantos y amores, tierra de dolores y esperanzas.

“Alfarera”, canto a la mujer creadora que va “estirando la arcilla hacia la forma plena” (p. 60), más que nadie conocedora de los misterios de la vida, su soledad de siglos y abandono ancestral, enfrentando ella sola, con sus manos en la masa de tierra, el dolor y la marginalidad escondidos en su alma y “detrás del recodo” (p. 60), labrando su propio destino para mostrar al mundo cuánto arte y vida se esconde en su interior.

“Canción a las cosas humildes”. Aquí el poeta se sumerge como buzo buscando su verso simple para cantar al pilón, el agua, la escoba, al coroto viejo, a la tarde cuajada, para hacer un nuevo canto, a los objetos sencillos, venidos de las manos de gentes también humildes, de bajo estrato social, muchas veces iletrados, marginados y excluidos de la sociedad, donde ellos son quienes producen, pero malviven sin esperanzas... ni conciencia social de su triste y funesta realidad. Castro Zúñiga engendra un canto nuevo “con un lenguaje ignorado” (p. 60), para que el mundo conozca su suerte y por demás ellos se transformen en agentes activos de su propio cambio.

“El romance de la Encrucijada del Muerto” relata la muerte, mediante un duelo con armas blancas, ocurrida en el cruce de un camino. Según dice la leyenda y tradición popular, se cree que el asesinado era un trabajador de mina: “Que Santa María nos libre del espectro del minero” (p. 66). En las noches éste salía y se hacía notar llevando en la frente un lucero, asustando a los moradores y caminantes de esos parajes agrestes y solitarios. Este fantasma se hizo tan popular, que se convirtió en una especie de Cristo, durante el advenimiento del día: “El sol extendió los brazos y se clavó en el madero” (p. 66). Nadie, pero absolutamente nadie quería toparse con él, muy a pesar de que “un chorro de oro salía de la herida de su pecho” (p. 66).

“Señas de Juan Lismay, el indio”; el vate rancagüino, con este poema, nos habla de los caminos, de cómo ellos abren las puertas de las oportunidades a los silenciosos hombres del sur profundo, rompiendo su soledad y abandono: “El silencio en sus ojos era un niño dormido” (p. 67), cuando salen de esos lugares, llegan a ponerse tan contentos, luego de sus jornadas de trabajo, que son capaces hasta de bailar una cueca... de repente... guiados por los efectos del licor... y volver a su rutina... de forma normal... como si nada hubiera pasado.

La civilización tiene sus cosas importantes, pero saca a los hombres del campo de sus propiedades y sus cultivos. Los caminos no son malos, que estos hombres y mujeres se acojan a las oportunidades de las ciudades tampoco es perjudicial, pero Óscar Castro entiende que “si no hubiera caminos... Juan Lismay viviría en el sur de Temuco” (p. 67). Viendo este asunto desde la perspectiva del poeta que nunca quiso salir de su provincia, quizás es entendible. No obstante, él era un elemento socialmente consciente y educado. Mas no pasa igual con los campesinos, seres marginados y sin conciencia social, movidos por sus necesidades físicas y materiales inmediatas. Se necesita, primero, entendimiento y disposición por parte de los líderes sociales hacia los acuciantes problemas de los sectores campesinos, de que ellos también existen, que tienen iguales derechos a una vida mejor, con servicios sociales (agua, electricidad, viviendas, buena educación), igualdad de oportunidades crediticias para trabajar sus tierras y sembrar, desde luego obteniendo el justo pago por sus cosechas. Segundo, este justo balance entre civilización y barbarie tiene que ser producto de la participación consciente de la sociedad, tendente a eliminar estos odiosos desniveles que son causas de la marginación, la soledad y el abandono del campo, la sobrepoblación de las ciudades y el hacinamiento, con su secuela de drogas y delincuencia. A los “líderes” de la sociedad, nada más les importa ser corruptos y llenarse los bolsillos, por lo mismo debe haber conciencia alternativa de los campesinos para superar su abandono.

“Encrucijada con sangre” es una sección del libro Obras reunidas I, dedicada al señor Augusto D’Halmar. Dicho canto inicia con el poema “Responso a García Lorca”, poeta de España asesinado por criminales, reaccionarios al servicio de los enemigos de la libertad, con el pretendido propósito de silenciar su voz. Lorca no sólo fue el máximo cantor y poeta de la guerra civil española, sino que viajó por toda América difundiendo su poesía y su causa libertaria, reuniendo amigos y muchos enemigos que querían verlo muerto. Óscar Castro denuncia el crimen del poeta, que no fue duelo de amantes ni crimen pasional, sino una cobarde traición y ajusticiamiento a un luchador de la libertad por parte de la incipiente tiranía, que para perpetuarse exilió, mató, torturó, encarceló y vejó una buena parte de la mejor semilla del gran pueblo español: “No murió como un gitano, no murió de puñalada, cinco fusiles buscaron por cinco caminos su alma” (p. 70). Lorca, poeta comprometido que escribía con sangre su poesía, se convirtió en un mártir de la libertad, con su muerte rompió el alma de su patria atormentada y más allá, como lo muestra este responso del vate chileno, Óscar Castro, a su compañero García Lorca, cuyo espíritu aún sigue vivo, en cada lira que suena y en cada voz lanzada al viento: “¡Cómo llorará su espíritu en las guitarras de España!” (p. 71).

“Elegía a los niños muertos” es la solidaridad de los niños chilenos y del mundo con los infelices infantes muertos en la guerra civil española. Ellos pararon de jugar y, llenos de consternación, elevan quejumbrosas plegarias por sus hermanos muertos. Óscar Castro castiga a los asesinos y los condena al dolor eterno: “Sobre quienes los mataron caigan mil años de sombras” (p. 75).

“Viaje del alba a la noche” es otra sección del libro de Óscar Castro, editado por la fundación que lleva su nombre, para rescatar la memoria poética del vate rancagüino y difundir su obra. Dicha parte está dedicada a su musa de siempre, su distinguida y amada esposa, Isolda Pradel, quien alumbró estos versos como dijo el poeta: “como lámpara y umbela de esperanza”.

Se inicia con el poema “Raíz de canto”, donde explica las simientes de su poética, que son los campesinos, la tierra, los frutos, las mujeres. Todos ellos pasan por su agolpado canto de espinas, esperanza y porvenir. Heredero natural de sueños y luchas ancestrales, que le vino por el silencio de su madre, quien legó en él su leche materna... para que éste cantara con su voz de agua natural... y ver aquellos versos navegar “por mi sangre río abajo” (p. 81), volviendo de nuevo a su pueblo. Todo cuanto él canta, sueña y crea, es el producto de la herencia y “sabiduría de mi sangre... sabiduría de mi pecho... sabiduría de mis manos” (p. 83).

“Canta mi sangre”; Castro dedica estos versos a la vida entregada, inmensa, natural, vegetal y marina. Por su gracia y libertad, con su esplendidez de estrellas, energía purificante, ingeniosidad humana, luz, tierra, mujer y gracia divina. Alturas pobladas de vuelos, tierra que pare en los caminos añorados de la mañana. También un canto de guerra y libertad: “Te llama la trompeta... y revienta de gritos el fuego de la era” (p. 85), en busca de los sueños.

“Melodía del jilguero” el poeta se vuelve un trovador que le canta a su musa musical: “Tan llena de cascabeles” (p. 87). Su ritmo viene tenue: “Por un costado del cielo” (p. 86). Melodía que lo acompaña como algo divino: “Resucitada en el canto te llevo aquí” (p. 87). Dando sabor a su vida con “la boca de llamarada” (p. 87).

“Claro golpe”: canto de potro sin freno a la flor, luz, por los verdes campos paradisiacos. Estas son las cosas que emocionan su vida. Correr por los campos floridos, en su caballo libre y sin frenos: “Con el pecho batido de tambores” (p. 88). Y si la muerte un día se lo lleva: “Cuando me mate alguna yegua chúcara, cuidaré mis haciendas en los astros” (p. 88).

Por su bagaje de hombre y poeta sencillo llega a cantarle a “La burra”, que tiene “suavísimos los párpados... y ojos de lámparas” (p. 89). Un humilde animal que hasta “los ángeles bajaban a montar en sus ancas” (p. 89). En el cielo la burra tendrá “perfumadas las patas de culenes y albahacas” (p. 89), como señal de la bella tierra que pisó.

“Hablemos hoy”; la tristeza lo impulsa a cantarle a la muerte hablando con la soledad, pero su estirpe de hombre fuerte cuenta con el canto como una espada con que puede “penetrar el silencio” (p. 92). De forma visionaria sitúa su muerte entre el día y la noche en algún lugar del infinito. Pidió poner en su epitafio: “Aquí paró su vuelo un corazón de abeja” (p. 92).

“Luto irreal”; muerte de Esmeralda, la esperanza, que el poeta no sabe dónde se encuentra, cómo se llama ni quien será. A ésta le trae flores a su tumba.

“Elogio a la novia campesina”, dedicado a resaltar la llegada de la novia morena campesina. El viento de libertad y desnudez de pureza levantan la inmaculada presencia “con su carne de greda aldeana... y su cara mojada de niña” (p. 99) para que todos sepan que a su vida llegó la novia morena.

“Mi provincia”; con este poema le canta a Rancagua, “tierra de corazón iluminado” (p. 106) de la que nunca quiso salir y donde alcanzó su gloria poética: “tierra de claridad” (p. 106). A su provincia dedica sus versos, sueños y esperanzas. También agradece el honor de ser un digno ciudadano ejemplar: “Tengo por ti mi corazón lavado” (p. 106). Un ser puro orgulloso de su pueblo, cuya savia corre por sus huesos libertarios como “el aroma jugoso de tus pastos” (p. 106).

La sección “Visión del mar” se inicia con “Ilustración para mi adolescencia”, canto o rito iniciático para el océano misterioso, centinela que trae sus preguntas y maravillas nunca vistas de gaviotas, peces, arrecifes... el poeta, al verse allí, se siente “millonario de luces... Joven ángel del día” (p. 109).

“La muerte de Alfonsina Storni” está dedicado a la musa poética americana que se fue con su soledad por el mar y nunca volvió. Sobre el mar se pasaban sus tormentos y “en sus pechos transparentes” (p. 115) alumbraban la noche más oscura negros fantasmas que la llamaban al fondo, y toda ella se volvió mar y una “isla menuda y eterna” (p. 115). Ella sumergida en el silencio se fue para hablar con el mar, pero él se quedó con ella prisionera y libre... aquel amante secreto que la cubrió toda... un amor que posee y mata: “novia del mar, Alfonsina, el mar está poseyéndola” (p. 116). Su cuerpo sube de lo profundo del mar y se aproxima a la orilla pura: “El cuerpo era blanco como el alba... por fin solitaria y tranquila” (p. 117), se fue viva y volvió muerta.

“Voces múltiples” es otra sección de las Obras reunidas I de Óscar Castro Zúñiga. “Descubrimiento de América” es un poema donde Óscar plantea volver a las raíces como única forma de rescatar la memoria histórica y el continente del yugo opresor criollo y extranjero... hoy que “pies extraños caminan por nuestras heredades” (p. 126), se impone trabajar con ahínco para salvar a la América del entreguismo y el robo de las riquezas. No habla de “la escolar América subida por los mapas... sino esta otra... en el pétreo filo de los Andes... y cae como un poncho verde a dos mares azules” (p. 127). Propone Castro la unidad de los latinos para rescatar esta América olvidada: “El día agita las banderas anchas” (p. 127). Enfáticamente, casi demanda... hagámoslo... ya, que sólo así lograremos este anhelado sueño: “Es hora de partir y amanecer... partamos” (p. 127).

“Bajo relieve de Gabriela Mistral” es un poema dedicado a la gran poetisa chilena que representa la sangre indígena, amazona y morena. Ella conoció todo el dolor del pueblo y habló por América. Con este canto Óscar agradece a Gabriela su lucha poética, su labor social, educativa, por la justicia social y la libertad americana: “Cuando inmóvil te quedes —¡ay, Gabriela, Gabriela!—, te acunarán los Andes como en una moneda y te harán de greda el sarcófago para que siempre tengas tierra” (p. 129).

“Poema a los muertos sin tumba” es un responso poético para los héroes y mártires caídos en la nieve, a quienes compara con “cristales heridos” (p. 130). Dicho canto se transforma en letanía para los muertos en el desierto que “quedan con los huesos resecos” (p. 131). Se hace discurso a los ahogados: “Y el rumor de los ríos en la noche que suena” (p. 131). A ellos que lucharon y murieron... que son héroes y mártires secretos... que sintieron agolpado en sus venas un grito de libertad “en torno a las rabiosas hogueras de su sangre” (p. 131), a ellos dedica Castro este genial responso.

“La flauta de la tarde” se inaugura con la evocación, el recuerdo, la nostalgia de tiempos idos, pero presentes en este canto. Propone hacer nuevos aportes a la poesía y la lucha para lograr los objetivos de renovar el arte y lograr la justicia social. Su poema “Tarde presente en otra tarde” es sólo una muestra de este hondo deseo... el mismo les da la bienvenida a estas propuestas: “Llegan las voces nuevas... a deslumbrar mi casa” (p. 136), pero es con la defensa de la tierra, la naturaleza, los animales, el amor verdadero, de la patria triste y olvidada, como se conseguirá.

“Pueblo de San Juan del Rosal”. El poeta se asombra con la naturaleza de su pueblo, comparándola con el mar, diamantes y vida hecha poemas voladores en las alas de las mariposas y la primavera, “que son doncellas” (p. 138), con bellos otoños de lirios parecidos al Paraíso.

“El pájaro”, poeta de los caminos, cantor de multitudes, inspirador de la esperanza... desde el nacer hasta el morir: “Y en la tarde del día todavía su trino” (p. 139). Este cantor de los caminos subyace en las entrañas del poeta, llegando, como él lo pregona, “al fondo de mí mismo” (p. 139).

“El poeta”; su amor por la naturaleza y el cielo que ven sus ojos. Un mago con pensamientos de mariposas. Vegetación que se irá con él “más allá de la muerte” (p. 140). Voz de agua, sol, viento y tierra. Tanto amó Óscar Castro a la madre naturaleza... que dice en el poema al poeta: “Si en su pecho pusiera una estrella de junco, ya no habría más noche, no dolor en el mundo” (p. 140). Su mente se puebla de lo multirracial y la tolerancia: “Si acercáis el oído a su frente serena, sentiréis un rondar de planetas y abejas” (p. 140) y al morir veremos que “el que amó las estrellas, el que besó los trigos, volará golondrina por el aura de Cristo” (p. 140).

La última sección del libro Obras reunidas I, de Óscar Castro Zúñiga, se titula “Descubrimiento de la noche”, donde el poeta devela el misterio de la noche mediante varios nocturnos y romances. Podemos destacar “Nocturno a la sangre sin reposo”, “Nocturno del corazón desvelado”, “Nocturno del pavor”, “Nocturno de la lujuria”, “Nocturno del hombre distante”, “Romance a Isolda Pradel” —a quien le dice desde lo profundo de su alma: “Eres mi esposa y te quiero como si fueras mi novia” (p. 163). Termina este libro con el poema “Romance para una noche de pascua”, dedicado a su hermana Irma; dice: “En la ventana te dejo mi corazón transparente, mi corazón melodioso de mentas y de culenes: ¡niévamelo con tu luna, llénamelo de claveles!” (p. 167). En suma expresa la pureza de su amor, su alegría natural y su dolor que siempre lo acompaña.

Obras reunidas II, de Óscar Castro Zúñiga, contiene en su interior tres partes, que son “Reconquista del hombre”, “Rocío en el trébol” y “Poemas inéditos”. La primera sección contiene “Cuatro poemas vitales” con una citación a Saint-Exupéry: “He visto brillar la luz del trigo”.

“Trigo” es un poema con un “Mensaje de luz” (Nº 2, p. 9) dedicado a este importante proveedor de alimentos, que da y mantiene la vida y “el sueño de los hombres”.

“Día de los arados” bendice su boca que dice tierra, sus ojos que miran este milagro de la preparación de los terrenos para la cosecha. El poeta se vuelve amor y este gran sentimiento lo convierte en tierra a todo él: “Y ahora soy de tierra” (Nº 2, p. 12).

“Fecundación” de la tierra madre es un acto glorioso que lo mueve y lo conmueve, al ver este espectáculo del nacimiento de las cosechas se convierte en canto y en este poema, que es el mismo: “Convergen todas las voces de la especie” (Nº 2, p. 14), bajo la esperanza de una vida mejor.

“Interior”; en este poema expresa su paz interior al llegar a su hogar, una alegría indescriptible: “La paz del hogar es como ver la luna” (Nº 2, p. 16).

“Voz humana” es una sección dedicada a Walt Whitman, el poeta norteamericano, cantor de los oprimidos; una citación suya dice: “Suben de mis profundidades múltiples voces milenariamente mudas”.

“Humana voz”, con este poema canta a la conciencia social y humana del poeta convencido de su papel: “Sé que los hombres sufren. Los he visto...” (Nº 2, p. 21). Trabajadores sanitarios, salitreros, bebedores, frustrados, obreros de las minas, asesinados en la lucha por la libertad, constructores, indios pobres, marineros, pobres jugadores de póquer que por ganar lo pierden todo, picapedreros: “Estoy unido a ellos y sollozo” (Nº 2, p. 23), dispuesto hasta a dar su vida por ellos. Su conciencia lo convierte en voz de aquellos que no la tienen.

“Tierra desvelada”; el poeta despierta a un niño y éste llora. Todos lo oyen llorar. El llanto se vuelve dolor, el grito se vuelve río y se va al mar. Hace millones de años que la tierra está desvelada, mutilada, solitaria, adolorida. Hoy está tan poblada, con tanta hambre, polución, calentamiento global; unos piden comida, riquezas, libertad, paz, y empuñan armas de todo tipo para conseguir su objetivo.

La lucha por territorios y recursos naturales hace que unos pocos, patrones imperiales del mundo, se adueñen de todo, mientras la población mundial sufre miserias, hambre y desolación. “La tierra de rodillas comprende que ha caído y se compara con la más triste ramera del suburbio más triste” (Nº 2, p. 25). El poeta es ese niño que llora: “Yo he despertado a un niño. Y la tierra se queja por la boca de un niño” (Nº 2, p. 25). Escrito a principios del siglo XX, este poema tiene una vigencia increíble, lo que destaca no sólo la preocupación, sino la visión humana de la tragedia de nuestra tierra por parte del vate rancagüino Óscar Castro Zúñiga.

“Viento de los suburbios”, poema dedicado a los marginados que viven hacinados en las ciudades de nuestros países. Se va en un tren “hacia el país por todos olvidado” (Nº 2, p. 29). Óscar ha visto esa vida de tristeza, hambre, miseria y abandono. Clama por ellos con un rezo: “Arrodillaos y recemos” (Nº 2, p. 29).

“Canto para después de la guerra”. Paz, algarabía, alborozo, ojos nublados, con hombres llegando al pueblo después del combate. Tiempo de pureza y porvenir. “¡Oh mano, mano creada para construir, tú serás el perfecto instrumento de donde volarán las formas de la vida” (Nº 2, p. 30), con alegría, amor, pureza y amistad.

La segunda sección de Obras reunidas II, “Rocío en el trébol”, “valle iluminado”, se inicia con el poema “Sermón de los trigales”, donde nos habla de la búsqueda del hombre por la tierra y el cielo: “Con la madre y con la estrella” (Nº 2, p. 52). Llama a bien amar el suelo que nos ata y nos lo da todo... Mamá Natura: “El mundo mío” (p. 53).

“Pequeña elegía”, dedicado a un hombre campesino que vivió y murió sin ver el mar: “Cuando lo sepulten alguien llorará... por el campesino que nunca vio el mar” (Nº 2, p. 55).

“La daga en el estero” nos informa de un muerto que viene de la muerte como fantasma para cobrar una afrenta: “Juro por Dios que al que tronchó mi vida, he de matarlo con el mismo acero” (Nº 2, p. 67). Estas fábulas tradicionales son muy comunes en los campos de nuestros países, donde seres aparecidos retornan a cobrar una deuda, a lavar el honor y cobrar venganza.

Este libro Obras reunidas II de Óscar Castro también contiene las secciones “Dos novelas del mar” y “Horas de nostalgia”. En esta sección, “Horas de nostalgia”, se encuentra el inmortal canto-poema: “Oración para que no me olvides” (Nº 2, p. 79). Es uno de sus cantos más hermosos. Este poema hizo enamorar a multitudes en todos los continentes.

¿Quién no vivió momentos románticos, se enamoró y vibró con esta composición musical que dice: “Yo me pondré a vivir en cada rosa y en cada lirio que tus ojos miren y en cada trino cantaré tu nombre para que no me olvides”? (Nº 2, p. 79). Este poema es una plegaria dedicada a su musa, Isolda Pradel, donde le promete vivir por su vida, decir su nombre por donde pase, para que todos lo aprendan y sepan de su gran amor. Le da aliento a su llanto y soledad con una promesa: “Yo pintaré de rosa el horizonte y pintaré de azul los alelíes y doraré de luna tus cabellos para que no me olvides” (Nº 2, p. 79). Hasta al señor Jesucristo él le habla de su amor por esta increíble mujer: “Mi alma será una lágrima invisible en los ojos de Cristo Moribundo para que no me olvides” (Nº 2, p. 79).

En una visita que hice a Chile en octubre de 2008, en ocasión del IV Encuentro de Poesías “Tras las huellas del poeta”, fuimos al cementerio municipal de Rancagua, sitio en que reposan los inmortales restos de este monumental poeta.

Allí nos esperaba, en la puerta, el nieto de Óscar Castro. Fuimos a la tumba del poeta y conocimos a su viuda Isolda Pradel, musa que inspiró este canto-poema, declamando poesías en honor del desaparecido vate con gran fervor. Dejamos su tumba llena de flores de versos y pensamientos de gloria. El poeta Óscar Castro, en cierto modo, ha sido discriminado, a veces olvidado, pero de igual manera merece un alto puesto al lado de Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Vicente Huidobro. Del cementerio partimos a la Fundación Óscar Castro, institución responsable de la edición y reunión póstuma de las obras de este poeta provinciano, la que realiza una amplia labor social y cultural.

En la Fundación Óscar Castro, que también funge como museo y escuela cultural, escuchamos a un amigo y compañero de Óscar que participó en el grupo literario “Los Inútiles”. Compramos libros, celebramos la vida del poeta y conocimos más de la obra del poeta y el papel de la entidad en la educación y el arte de la ciudad. Finalmente fuimos a comer al restaurante La Vieja Pared un sabroso manjar criollo.

La última sección de Obras reunidas II, de Óscar Castro, se titula “Poemas inéditos”, donde encontramos el poema “La clara confidencia”, que le habla a su musa Isolda Pradel: “Para vivir, Isolda, hay que ir muriendo cada día” (Nº 2, p. 91). Muere el día, se apagan los astros, a cada paso vamos muriendo, al vivir vamos caminando hacia la muerte. Es evidente su visión panteísta de que al morir pasamos a ser una viviente naturaleza, que continúa subsistiendo y transformándose con el paso de los años, andando de nuevo por la tierra, ríos, mares, soles y montañas. Pero no se queda ahí, sino que esa tierra, naturaleza viviente, este soplo vital, vuela para caer en “la Gran Mano de Dios” (Nº 2, p. 79). Casi presagia su temprana muerte y se hunde en el tormento por dejar su amor, y su tierra plagada de tantas injusticias sociales: “Si me fuera concedida la gracia de caer hacia ese mar de luz del que soy una gota... si lograra tirar en el azul mi pez de sueños... entonces ¡qué tranquilo mi sentir!” (Nº 2, p. 91).

Óscar Castro Zúñiga fue y siempre será el poeta cantor de los humildes y eterno enamorado de su tierra, del amor y la alegría, de la justicia, e ideas sociales transformadoras, plasmadas a través de la poesía y la literatura. Esta alegría de Óscar Castro Zúñiga por colegir con gente sencilla, y humilde como obreros y campesinos, hicieron del poeta chileno, de Rancagua, un ser humano inigualable, querido y recordado, más allá de las fronteras de su patria chilena y de la muerte. Por su vida y obra podemos decir que Óscar Castro Zúñiga venció la muerte, y al morir se sembró tiernamente en el corazón de la tierra de esta dolorida humanidad.