Entrevistas
Recordándote
Evocando a Alfredo Zitarrosa

Hilario Pérez

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El 10 de marzo Alfredo Zitarrosa habría cumplido 74 años; el 17 de enero se cumplieron 21 años de su repentino fallecimiento. La oportunidad fue propicia para conversar con uno de sus guitarristas, evocando los primeros años de trayectoria del máximo cantor popular uruguayo. Hilario Pérez, además de haber acompañado a Zitarrosa en los primeros y fundamentales discos de la década de los años 70, tiene una extensa carrera musical, difícil de equiparar. Ha grabado con casi todos los cantores de tango y de folklore de este y del otro lado del Río de la Plata, desde Charlo, Edmundo Rivero, pasando por casi todos los músicos populares uruguayos, desde los lejanos tiempos en que acompañó a Néstor Feria, Roberto Rodríguez Luna y Amalia de la Vega.

Hilario Pérez, guitarrista de mirada firme como los conceptos que emite, dialogó con Letralia sobre sus anécdotas y recuerdos de Alfredo Zitarrosa, aquel cantor del que una vez, allá por 1965, Víctor Lima le trajo una grabación: “Se sentía una guitarra y la voz de un tipo que decía: ‘Oh, oh, oh’. Y le digo: ‘Este es un tropero con guitarra’. ‘Este es el futuro’, me dice Américo Rodríguez (director del sello Antar). ‘Será para vos, yo con este no grabo’. ‘Pero tenés un contrato’. ‘Ah, por el contrato sí, pero no porque me guste’. ¡Era Zitarrosa!”.

—Dicen Zitarrosa era un tipo complicado.

—Era raro.

—También tenía fama de malhumorado.

—Sí, era neura. Yo ya lo conocía, cuando íbamos de gira ya, como venía con el mate sabía cómo estaba. Entonces él se daba cuenta, y me llamaba por mi segundo apellido. “Baldovino, no querés un mate”, me decía; y ahí empezábamos a charlar.

Era un tipo muy servicial. No tenía ningún problema en comprarle una casa si usted no tenía, un auto o lo que fuera. Es más, si iba a actuar y no le pagaban lo que correspondía, se daba maña para cobrarle. Una vez estábamos en un club, y cuando llegamos nos dijeron: “Lo que tenemos es esto”. La mitad de lo prometido. Él agarró la plata y en vez de cantar 10 temas cantó 5. Después dijo: “Como me pagaron la mitad voy a cantar en la esquina”, y se fue a la esquina a cantar, en la calle, los 5 temas que le faltaban. Era así.

—¿Cuál fue el mejor disco que usted grabó con Zitarrosa?

—Coplas del canto (1971). Ahí integré a Julio Cobelli y Walter de los Santos. Es el mejor disco, no porque seamos mejores guitarristas, sino porque le dije a Alfredo: “Vamos a hacer un disco diferente a todos lo que hiciste. Vamos a entender la letra y la música, y tratar de hacer los arreglos de acuerdo a lo que dice el texto. Que tenga una afinidad, que todo esté integrado”. Dos meses ensayamos, y se logró.

—Coplas del canto, donde está “Dulce Juanita”.

—Exacto.

—Un tema que nunca más grabó.

—Ni la cantó nunca más.

—¿Es cierta esa anécdota que cuando grabaron “Dulce Juanita” mandó apagar las luces del estudio y se quedó solo?

—Grabamos las guitarras primero. Yo lo tocaba cuando venían los cortes, para que tuviera una ilación. Entonces él hizo apagar la luz del estudio, le pusieron una luz en el atril y la letra, y yo me retiré del estudio. Lo miré del otro lado; y sabe que lloraba. Se le caían las lágrimas sobre el papel.

También soy testigo es de “Mariposa negra”. Él vivía en la calle Mones Rossi, en la casa del fondo. Tenía la ventana abierta del living comedor, y frente a nosotros estaba la estufa. Había unas flores en el jardín, y esa mariposa negra andaba allí. Entró por la ventana, se posó en la piedra de la estufa, y desovó. Le dije: “se va a morir”, y ahí quedó prendida de la piedra. Cuando Alfredo se mudó a una casita en Las Toscas, porque era un desorejado, no tenía un mango. Se tenía que ir porque no podía pagar el alquiler, cargó un camión, y yo lo ayudé con la mudanza porque no podía pagar ni un peón. Cuando nos íbamos le digo: “Cómo, dejás la mariposa”. Sacó una cajita, como de una alhaja, desprendió la mariposa con cuidado y la guardó ahí.

—¿Qué tienen las canciones de Zitarrosa que todavía perduran?

—Qué tenía él, porque es un aire un poco parecido a lo que pasa con Gardel. Qué tiene Gardel. El único misterio de Gardel es la vibración de la voz. Única. ¿Usted escuchó alguna voz parecida a la de Alfredo?

—Ni a la de Gardel tampoco.

—Aparte componía cosas que cualquiera podía entender. Por ejemplo “Dulce Juanita”, “El loco Antonio”, “Mariposa negra”, “La cuna”, que musicalizó el poema de Juana de Ibarbourou. “El violín de Becho”, por ejemplo, es de una música extraordinaria. “Amanecer”...

—Usted fue parte de un gran éxito de Zitarrosa, que la cantaba todo el mundo, como fue “Milonga para una niña”...

—Sí, claro, lo grabamos en Radio Ariel.

—Esa canción la cantaba todo el mundo, sonaba y sigue sonando en todas las radios.

—Estábamos grabando, y a mí no me convencía la milonga que hacía Alfredo. Cae Lucio Muniz al estudio, ya que se acostumbraba a ir a saludar al colega cuando estaba grabando. Entró de sobretodo, con las manos heladas, estaba trabajando, con el portafolios, y me dice Alfredo: “Hilario, él es guitarrero también”. Le pregunté si milongueaba, le di la guitarra y cuando lo escuché le dije: “Pará acá. Acá hacemos esto, y vamos a darle una pasada”. En la primera toma quedó. El que arranca el acompañamiento es Lucio Muniz.

—Por lo general se dice que Zitarrosa impuso un sello con la milonga, que hay una forma de ejecutarla que es su particularidad.

—Yo no me voy a poner en primera persona ni en descubridor de nada, pero le inculqué mucha cosa. Vea, desde que salí del conjunto quedó un clima mío en el acompañamiento que él lo hacía respetar. Porque hablaba mucho conmigo.

La milonga nuestra se parece más bien a la milonga sureña. Alfredo hacía una milonga media arpegiada que no me servía para lo que quería. Yo quería esa milonga que se hizo con Lucio Muniz. Esa milonga fuerte, que empuja, pero además Alfredo se animó a, y fue el único tipo que, escribir sobre una medida de zamba. A quién se le va a ocurrir, sólo a él.

Terminamos peleados porque era muy difícil. Cuando se le abrieron las puertas de la Argentina me vino a buscar. Le dije que no quería saber nada con él. “Tenés una fila de guitarristas que son mejores que yo, con ellos te podés entender”, le dije. “No, petizo, yo quiero que vengas vos” me dijo. “Si no me querés acompañar no me acompañes, pero se me abre una puerta en Buenos Aires y quiero que estés conmigo”. Alfredo sabía que le iban a mover el piso. Acepto sólo por esa vez y fui a cuidarle la espalda. Fíjese que el director de cámara del canal me daba 10 segundos entre tema y tema. Me mataba, no podía afinar, no podía recordar lo que venía. Al tercer tema armé candombe. Dejé la guitarra al lado del piano en el que estaba el finado D’Adienzo, mirando la grabación. Además estaban todos en el estudio: Hugo del Carril, los Huanca Huá, con Hernán Figueroa Reyes, Sexteto Tango, Ángel Pericé y el Ballet Folklórico, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa. El único extranjero era Alfredo, y todos escucharon lo que yo hablé, y todos se dieron cuenta que lo querían matar. Porque ahí no es como en los estudios nuestros, de apartate que me toca a mí y uno se sienta y acomoda. No, ahí estaba todo pronto, le daban la orden y largaba. Cuando apoyo la guitarra en el piano saco un cigarrillo, y no se podía fumar, pero yo quería pelear con todo el mundo. Prendí el cigarrillo, viene el asistente y me dice: “¿Qué te pasa”. “Momentito”, le digo, “mi nombre es Hilario Pérez y yo a usted no lo conozco. Si me dice Hilario, o Pérez, me va a caer mejor”. “Qué le pasa, señor Hilario”, me dijo. “Lo que me pasa usted no lo puede solucionar. Hágame el favor y dígale al director de cámaras que baje que quiero hablar”. Le iba a pegar. El tipo me metió pechera, y sabe que cerré el puño, pero lo vi a Alfredo por encima del hombro del tipo. Me dije le pego a éste, voy preso, Alfredo no graba, se arma candombe y no vale la pena. Conté hasta mil, y le dije: “Mire, señor, yo quiero decirle que nosotros no usamos más el taparrabos y la pluma. Venimos acá a trabajar, no a que nos creen problemas. Fíjese que somos los únicos extranjeros, y ustedes en vez de colaborar nos traen problemas. Yo he acompañado a la mayoría de los cantantes de acá, y nunca tuve problemas, al contrario”. Y sabe lo que dijo el tipo, “cuánto tiempo necesita, señor”. Se mandó preso solo, tendría que haber dicho no entiendo lo que me dice. Le dije que con dos horas nos alcanza y nos sobra, y nos sobraron 5 minutos con los 16 temas que grabamos.

—Usted que ha acompañado a tanta gente, ¿quién considera que es el cantor o el intérprete uruguayo más representativo?

—Alfredo.

—Aparte de Zitarrosa.

—Un muchacho que no tuvo suerte, que fue Tabaré Etcheverry. Murió joven. Ese grito que él tenía afinado, yo quiero ver quién grita afinado como lo hacía Tabaré. Los demás son los menos, sin ofender. Amalia de la Vega es una cancionista ignorada para estas nuevas generaciones. Roberto Rodríguez Luna fue un gran cantor.

—Cantores de los cuales no se ha reeditado sus discos y que las nuevas generaciones no conocen. Actualmente, ¿cuál sería ese cantor representativo?

—No tenemos ninguno. De peso no hay ninguno. Otro tipo que orilló la cosa fue Alan Gómez. Gente que salió con la guitarra a demostrar que eran capaces de hacer algo. Después está lo otro, se arrimaron al poder, que eso es lo malo, no es lo auténtico.

—El Canto Popular a la salida de la dictadura muy pegado a la izquierda.

—Sí, por conveniencia, y flecharon la cancha.