Letras
Poemas de amor y muerte
Extractos

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La virgen retraída

A Elizabeth Sánchez

La beldad de ojos inmaculados y de aura portentosa aclamaba en su sueño entreverado la enigmática presencia de Cupido, mientras un aire melancólico soplaba su blonda cabellera al infinito y su azul mirada se perdía en el horizonte indefinido, su semblante se desvanecía con un gesto entrecortado entre la fría bruma de los recuerdos.

Contaba con desaire las cuitas de su infancia dolorosa, asomaba su cristalina lágrima al efluvio de sus tormentos. Yo escuchaba enmudecido los suspiros de su alma agonizante; mientras dirigía sus clamores al cielo y al ser iluminado, antorcha de sus deseos.

Su soledad, asilo de infortunios, la llevó a postrarse precipitada al claustro enmohecido de aquella luz mortecina, amparo de los resignados.

 

Ophelia

Allá cantaba la bella Ophelia, su pálida frente, su desnudo pecho.

El viento soplaba en su regazo, la lerda lágrima suavizaba su rostro de marfil.
La melancolía de aquél estigio retorcía las hojas muertas...

Desairando los sueños.

El hálito de la muerte surcó su mirada azul y lejana, llevándose consigo la dulce primavera de su alma, la inmaculada ternura de su rostro.

Allá cantaba la blanca Ophelia; como lirio sobre las aguas voluptuosas.

Perdido en el bosque lúgubre, sollozaba el acerbado poeta, remontándose al cielo con su trova herida.
Angustiosamente buscaba el pecho de la mustia amada.
El asiduo céfiro cubrió la sombría arbolada del fantasmagórico cántico, que dejó sus sollozos en un lapidario silencio...

Allá cantaba la triste Ophelia; como lirio que flotaba en el río del olvido.

 

Requiescat in pace

Recuerdo aquellas largas horas nocturnas en las que paseaba lerdamente, pisando el verde tapiz de aquella tierra lóbrega, taciturna. Meditabundo, consumido en mis cavilaciones basadas en la vacuidad del extenuado día.

Cuando aquel aire seco rozaba mis mejillas y desaliñaba mi cabello, sentía de inmediato tu divina presencia. Súbitamente me tomabas de la mano, y yo, con aquel desmesurado detenimiento, fijaba embelesadamente mis ojos, posándome en los tuyos.

Desvaneciéndome...

Todo como un instante que socavaba en mis adentros; cuando desde el reflejo de tus ojos miraba el espejo de mi detrita alma.

Sigilosamente susurrabas a mi oído como el silbido de la noche fría, contemplaba tu espléndida cabellera, a través de la pesada luna que iba siguiendo nuestros pasos.

Recuerdo letíficamente tu voz brumosa en medio de aquel insondable silencio, aquel suave tono se sumergía en el más profundo de mis sentidos. Proferías aquellas cosas maravillosas del amor etéreo, del más elevado que germina en lo recóndito de nuestro ser.

¡Qué maravilloso! Era ese largo recorrido al lado tuyo y de la luna empastada de grises soñolientos y melancólicos.

Cuando ya rompía la aurora te acompañé a tu blanquecino lecho. Recuerdo tu furtiva sonrisa, escapábase con las hojas muertas al viento, y el alba disipadora de los sueños te despidió de mi ser desconsolado.

 

Réquiem

En aquel silencio perpetuo, entre coloridas flores era donde yo sucumbía ante tu belleza.

Estabas allí, enmudecida, conformabas un ecuánime lazo con la natura, las hojas perdidas y la suave niebla se dispersaban por la sombría habitación...

Recuerdo los mustios cantos, elevados con la más sublime hermosura, que resonaban desde umbríos rincones, iluminados con la mortecina luz de lámparas revestidas de luto.

No sé el porqué, pero no pude evitar acercarme a tu lecho, donde plácidamente dormías, de igual modo, mi frívola imaginación no pudo cesar de evocar los cándidos cuentos de la infancia, cuanto más te veía, más sentía ese terrible impulso que desgarraba mi corazón y restringía mis sentidos...

Fue cuando se escapó de mi ser un beso en una lágrima, que estrechó tus labios, y desde entonces, no supe besar más que desde aquel sarcófago de mis recuerdos.

 

Devoto

Yo descubrí la amarga morada del silencio, donde los sauces alargan sus lágrimas pesadas hasta el cieno. Tropecé con la mujer iracunda de los sueños y a cada instante un devorador remordimiento destruía mi recelosa esperanza y cruentamente desgarraba mi estoico corazón denegado.

Sin embargo, yo contemplé con un asombroso mutismo la ráfaga violenta de las cupídicas ventiscas; que envolvían en cilicio a los torpes insensatos, renegadores del dios. Un orgullo inusitado me alejaba de la frívola mirada de la virgen impúdica, que desvestía lentamente su arrebolado seno.

Yo atendí desesperadamente al hechizo de la joven castidad, adversa a mis sentidos.

Recorrí los frondosos espinos para confeccionar mi corona de martirio; mi claustro recluye la indómita lujuria, vestí de negra sotana la gravedad de mi delirio.

 

Post mortem

La seda delicada desciende en tórrida cascada de tu lecho mortuorio... ¡Eras tan bella!... sin embargo, el soplo sutil que ha cerrado tus ojos ha colocado un nuevo tinte a tu hermosura. Contemplo tu lívida faz, tu cabellera encrespada como árboles de otoño... tu frente serena demuestra la tranquilidad con la que expiró tu alma... en un sueño profundo. Déjame acercarme a tu pálido rostro, quiero acariciar tu gélida mejilla, abrir esos párpados que el sueño profundo te ha cerrado...

¡Oh allí están tus hundidas pupilas!, otrora espejos relucientes; ahora sólo se refleja una sombra en tus broncíneas perlas translúcidas...

¡Oh! ¿Quién te ha colocado esos velos?