Para quienes tenemos una lectura distinta respecto de nuestra realidad social, no es un misterio que esta catástrofe tan natural, tan esperada en una zona altamente sísmica, haya provocado reacciones con múltiples y antagónicas consecuencias a nivel social. Algunos autores le han llamado el terremoto natural y el terremoto social,1 que se vivió en la zona central de Chile, donde además de los fuertes sismos se vino un tsunami que terminó por arrasar mi puerto natal: Talcahuano. ¿Quién iba a imaginar que los barcos que se veían tan calmos en la bahía iban a terminar en la plaza de armas completando el panorama apocalíptico de una negrura espesa y el hedor de los mariscos podridos? Desaparecieron muchos lugares donde iba de niña a comer y a disfrutar.
Nunca más Talcahuano será el mismo y, sin embargo, las personas supieron reaccionar en el instante del impacto a falta de una respuesta institucional, comprobando que no somos una masa de ciudadanos pasivos.
Es un hecho: hubo una respuesta tardía de parte del Estado que fuera eficaz ante este tipo de emergencia; a pesar del problema de la conectividad, se demostró lo centralizado que está Chile, con las consecuencias que ello trae: desigualdad y la nula capacidad de cada región de responder frente a la escasez de los servicios básicos.
Es impresionante cómo se develaron problemas fundamentales del país “en vías de desarrollo” tales como los aberrantes monopolios de las grandes empresas de luz, agua, alimentos, etc., además de la falta de educación de parte de toda una población que no se sabe a ciencia cierta más que un Plan Deyse (ahora llamado Plan Cooper) que se revisa en cada ciertos actos cívicos escolares y que los expertos en sismología tuvieran que ser de otras naciones, los que daban con precisión lo que iría ocurriendo con el pasar de los días.2
La paciencia de las personas en Concepción y Talcahuano duró 48 horas y se lanzaron al saqueo masivo cual “Caracazo”, con la única diferencia de que fue un desastre natural y no un mal gobierno quien impulsó el movimiento de la mayoría de las personas afectadas, sin importar distinción social o de clase. (Después de los días los acusados de saqueos eran personas desde profesionales hasta voluntarios del servicio público o periodistas que fueron a reportear los hechos, bomberos, etc., y hoy sorprende la heterogeneidad de los acusados y la Corte de Justicia los está penalizando por actos criminales).
Las críticas empezaron el mismo domingo 28 de febrero. Una alcaldesa histérica (que a costa de la tragedia hace carrera política) pedía militarizar la ciudad en vez de mantener la calma y pedir al menos leche y frazadas para los más desamparados. El pánico se apoderó de toda la sociedad y la crítica frente a esto, igual de asustada que muchos, porque siempre hay alternativas más éticas para reaccionar frente a la crisis, debo decir que muchas personas legitiman el discurso de la represión frente a los saqueos, que para quien no lo vivió la lectura de los sucesos acontecidos el pasado 27 de febrero de 2010 es un acto puro de vandalismo.
En realidad se lo llevaron todo. La mercadería estaba en los monopólicos supermercados y grandes cadenas de farmacias, y los almacenes locales, que tenían para un par de días, no dieron abasto, lo que es más, muchas personas viven con lo que compran a diario y se demostró que el abastecimiento en Chile está en manos de unos pocos.
Los juicios penales comenzaron al mes de la tragedia y reveló que no fue sólo la masa inculta la protagonista de los desbordes: periodistas, profesionales, bomberos, carabineros, etc., estaban involucrados en los hechos, y cada vez más el público santiaguino, pasivo e inquisidor, condenaba los hechos y mostraba inconscientemente su condición de clase o lo que es peor: que este autoritarismo intrínseco que “exuda” de sus pensamientos atraviesa todas las clases sociales.
Las razones que puedo dar desde la disciplina histórica de por qué ante el caos existen argumentos hacia soluciones que retratan un autoritarismo intrínseco, añejo y nocivo que hay en la sociedad chilena, y más aun en la clase dirigente, donde manifiestan sin demasiado análisis y menos un sentido “humanitario”, creer que el desbando y la patanería son las características principales del pueblo chileno y que, a falta de virtud, se necesitan autoridades con ideales dignos que gobiernen con fuerza (Fuerzas Armadas que restauren el orden, hasta se ve con naturalidad el toque de queda) hasta que se den de manera más natural los ideales liberales, lo que refleja el pasado heredado al puro estilo de Diego Portales.3
Sin embargo existen autores que tratan de dimensionar esta catástrofe desde el lado social y dar una explicación que tratan de ser más holísticas. Una de las conclusiones del desborde, sobre todo en la región del Biobío, es que hubo una ausencia del Estado en las horas más críticas, y que además se pagó en vidas humanas una mala coordinación de información sobre un posible tsunami que terminó con las evitables muertes de quienes hicieron caso a la autoridad.
Cuando yo era niña y vivía en Talcahuano, sabíamos que había que correr a los cerros cuando había terremoto, y crecimos con ese saber. La sabiduría popular cobra importancia a la hora de la acción directa. El testimonio de mi padre, quien viajó a socorrer a sus seres queridos, comentó que lo más impresionante era cómo los barrios estaban organizados a cuatro días de pasado el suceso y ninguna ayuda aún había llegado (militares sí, reposición y mercadería aún no); en cada barrio que visitó las personas estaban organizadas en turnos y comisiones: unos cuidaban las esquinas, otros hacían ollas comunes, y quienes supieron detectar napas subterráneas, repartían agua a todos los vecinos y en la noche hacían fogata y cantaban para sentirse bien.4
Reiteramos: los ciudadanos no somos pasivos como se ha querido dar a entender en esta nueva forma de democracia representativa. Las personas, al ver que “el Estado” no estaba, se lanzaron a la locura de saquear cuanto podían: alimentos de primera necesidad y todo lo que encontraran, como una suerte de cobrar con saña todo lo que nos cuesta conseguir vivir dignamente, puesto que es más locura que codicia un televisor plasma enterrado en un patio trasero sabiendo que no hay luz para usarlo ni personas que puedan comprarlo si hay otras necesidades primero.
Nadie justifica el robo intencional, pero cuando se ve un desborde de esa manera no puede haber un juicio tan inquisitivo de parte de quienes no estuvieron en la tragedia. Santiago de Chile a la semana ya estaba moralmente desconectado e hicieron una gran teletón para que en la conciencia quede “hicimos algo”, y la verdad es que todo queda reducido a un número limitado de mediaguas para remediar vidas enteras de sacrificio. Cuando una buena acción no va a acompañada de empatía real y sólo renacen condenas y divisiones de clase, entonces es asistencialismo puro.
Aún no se sabe y nunca se sabrá los destinos de esos fondos más de lo que se dice en los medios de comunicación formales, y si realmente todas las personas verán sus casas en pie, casas que aún cuestan, donde el fraude y la negligencia de las nuevas inmobiliarias son un hecho y se compara con la construcción de casas antiguas (no las de adobe, por supuesto) que no sufrieron daño alguno.
¿Alguien fiscalizará las innumerables inmobiliarias de las cuales muchas de ellas los dueños son dirigentes de gobierno? (sin contar el cómo se adjudican las licitaciones).
Otro aspecto que relució en este terremoto, que aún tiene réplicas (a nivel natural y a nivel social), es evidenciar que el desarrollo en Chile está muy mal distribuido. Muchas de las zonas afectadas por el terremoto estaban escasamente urbanizadas (sobre todo la Séptima Región del Maule, donde se produjo uno de los epicentros), existe una pobreza estructural, un mayor número de viviendas de adobe y personas que vivían de los trabajos estacionales o de la pesca informal acostumbrados a la vida dura.
La empresa Asmar5 en Talcahuano daba empleo a alrededor de tres mil quinientos trabajadores, y mi pregunta es: ¿quién los reubicará en otros empleos en los años que dure parar una empresa con una supuesta solidez? Sin contar que este puerto tiene la característica de la mayoría de los puertos industriales como San Antonio: una miseria que cuenta con trabajadores ocasionales, los llamados estibadores, cargueros, etc., que conviven con la abundancia de las transnacionales. La población Gaete en Talcahuano es una población clásica con una estética que exuda miseria: casas improvisadas y revestidas de latón, ese que ha sido abollado hasta formar una plancha para hacer una pared, y en el exterior lleva la marca gasolinera de Esso (son los grandes tambores de combustibles que desechados han servido para construir vivienda), y ahí están y estuvieron hasta mi último viaje, este 2010, días antes de este terremoto.
Creo que la tarea de un intelectual es interpretar la realidad desde su disciplina y explicar cada factor que influye en un suceso, en este caso tan natural, que desembocó problemas sociales solucionables, sin censurar los aspectos humanitarios de la crisis. Se puede hacer desde el objetivismo, donde sólo se narran los hechos, como por ejemplo decir que mi ciudad natal no tiene agua desde hace dos meses o decir que eso es aberración, porque la modernidad está en la capital y nada más.
Es por eso que este ensayo está descrito desde la ética personal y no por eso menos objetiva. Este ensayo ha intentado acercarse a la totalidad de los factores que involucraron la respuesta ante la tragedia de ciudadanos y dirigentes, pero además es necesario, aunque muy ambiciosa tarea, humanizar aquellos actos que desde la tragedia natural hacen desbordar las acciones colectivas, que por un lado nos habla de una ciudadanía activa, y por otro, una profunda crítica a nuestros sistemas institucionales que en estos casos para nuestro país al menos una persona que viva muchos años lo experimentará al menos dos veces en su vida y debemos no repetir la mediocridad con que se mira y se determinan decisiones que afectan el curso de una comunidad entera.
Notas
- Garcés Mario, “Terremoto natural y terremoto social en Chile”.
- Revise página estadounidense donde se comprueba el seguimiento y monitoreo constante del fenómeno sísmico recién experimentado.
- Diego Portales es un ícono en la historia de Chile. Es ministro de Guerra y Marina, Relaciones Exteriores e Interior en la época de José Joaquín Prieto, y en su pensamiento, a través de cartas a sus socios economistas, expresa el perfil del pueblo chileno y cuál debía ser el camino para instaurar el orden. Es la cara del autoritarismo y es homologable al gobierno de Pinochet. En la columna de Cristián Warnken en “A la luz de una vela”, este escritor, más cercano a la literatura, hace un juicio muy personal sobre los hechos acontecidos, y concluye que la historia portaliana del orden y el autoritarismo es la constante en Chile, y que no hay otro modo de resolver las cosas y un terremoto en el año 2010, según él, demuestra que es la fuerza la que impone el orden.
- Testimonio oral de Juan Sepúlveda, contralor de la Empresa Nacional de Aeronáutica de Chile. Su viaje, al igual que muchos santiaguinos, fue al socorro inmediato de sus familias. Esto comprobó que la migración hacia el centro desde el sur y el norte es un porcentaje grande, aumentando la crisis del centralismo en Chile.
- Astilleros y maestranzas de la Armada. Después de la imposición del neoliberalismo con Pinochet, son empresas autónomas del Estado. La información es que una concesionaria se hará cargo de los arreglos, pero no se sabrá si la empresa vuelva con su mismo estatus o definitivamente se privatice.