Entrevistas
Alberto HernándezPoeta Alberto Hernández
“La poesía recorre el mundo como una mujer feliz”

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“La poesía no anda por ahí salvando el mundo. Para eso están los Mesías. Mientras hay poetas, allí estará la palabra”.

—En el contexto poético has desarrollado una “recreación” del paisaje, “una relación corporal con la poesía”, como dice Efrén Barazarte, llevándolo de lo real palpable a un escenario para el canto íntimo. ¿Crees que este tipo de propuesta perdurará en el país?

—Hay un paisaje que se mira y otro que habita interiormente. Un paisaje despojado de apegos regionales. El paisaje habla desde el vacío. Si bien en el contexto poético nacional el paisaje material ha jugado papel relevante en muchos autores, desde el nativismo hasta el ahora de hoy donde nos encontramos poetas como Efraín Hurtado, Luis Alberto Crespo, Igor Barreto y Adhely Rivero, voces que poetizan un lugar, mi manera de estar en ese paisaje invoca más su espíritu que el paisaje mismo. Claro, en algunos autores, como los mencionados, encontramos que el lenguaje hace un paisaje particular, personal, por lo que tiene de colectivo, recreado, como tú dices, que se sostiene en la manera de decirlo. Esta forma la inició Efraín, de quien se han desprendido otros autores, entre ellos Crespo, que tienen en el discurso un paisaje sonoro, vibrante, recogido por la mirada, pero también con el adentro. En mi caso, me sostengo de la imaginación para incorporarle a esa voz la intimidad discursiva de lo que contiene ese paisaje. No se trata de la materialización de un río, de un estero, de una montaña: esos elementos se hacen un espíritu que se aleja de la mirada. La mirada —en este caso— es un asunto interior.

No sé si este tipo de propuesta perdurará en el país. La nueva generación de poetas es más urbana que comarcana. Imagino entonces que —como Juan Calzadilla, Leonardo Padrón o William Osuna, sólo para nombrar tres poetas de distintos tiempos— los que vienen detrás cantarán a las ciudades, como lo estamos haciendo los que nos desterramos sin olvidar el paisaje de la infancia. Yo dejé un país atrás, un país desnudo, donde la llanura y el cielo eran lo mismo. Los escritores venezolanos somos emigrantes, nos verificamos en el origen pero no dejamos de vernos en medio de una calle en el momento de esperar la luz del semáforo, aunque viajemos con el cielo y la tierra que confundíamos.

—¿Cómo logras equilibrar tu prolijo trabajo literario sobre la arena movediza que significa el ejercicio simultáneo de varios géneros: poesía, narrativa, ensayo, crónica, reportajes con el periodismo diario?

—Yo lo llamaría desdoblamiento. Entendí un día que una férrea disciplina me convertiría en un infeliz. De modo que hice de la literatura un juego de máscaras. Eso lo aprendí en el teatro. Luego de un ensayo, donde dejo de ser yo siendo yo, salgo a la calle a hacerme una realidad. No se trata de una brillante capacidad, se trata de oficio. La poesía, la narrativa, el ensayo y la crónica literaria tienen el aliento del periodismo, o al revés. Todo depende de tu historia personal. Bueno, los géneros se están quedando en otro ámbito. Sucede que para hacerse visible a través de un texto, es preciso saber hacia dónde vas, aunque luego te digan que estás equivocado. Yo trabajo con atmósferas, imágenes, afectos, los multiplico, los hago un género universal. Un poema es una crónica. Un cuento puede emerger de una nota de prensa. Muchos de los escritores venezolanos y de la mayoría de los países del mundo han trabajado o trabajan en periódicos. Allí resumen el oficio. Escribir, como vivir, es un oficio, bien lo dijo Cesare Pavese. Por eso hay que vivir, lo demás llega por añadidura. Por eso no tomo lexotanil.

—¿Para qué sirve la poesía en tiempos en que se habla de sentimientos virtuales, manipulación y copias genéticas, y el hombre parece haber perdido todo respeto hasta de su propia naturaleza?

—Esa pregunta la habría respondido magistralmente Juan Liscano, quien vivía en esa angustia permanente, que lo hizo promover una teoría apocalíptica por el abuso tecnológico, siempre en búsqueda del origen. Pero jamás dejó de escribir la mejor poesía, lo que quiere decir que el mundo pude venirse abajo, pero el poeta seguirá diciendo el mundo.

Si le preguntas al que escribe poesía para qué sirve la poesía, podría pensarse que la respuesta es fácil. Para una persona que no escribe ni lee poesía, no pasa nada, pero para mí es de una importancia vital. Estos son buenos tiempos para hacer poesía, porque es más presencia humana desde las miserias y avances científicos. Que hagan ciencia, que hagan tecnología, siempre y cuando la palabra siga allí, dándole valor al hombre, respirando con el hombre.

—¿Se puede agotar la misión del poeta?

—El mundo cada día es más pequeño. Pero hay más poetas, hay más poesía, pese a que haya pocos lectores de poesía.

La poesía no anda por allí salvando el mundo. Para eso están los Mesías, los salvadores de patrias y demás monsergas. Mientras haya poetas, allí estará la palabra, que es también patria. La misión de quien escribe es decirla, construirla, decir de las motivaciones de la existencia, crear a Dios y hacerlo partícipe de esta gran aventura, por eso jamás desaparecerá. Ahora más que nunca la poesía recorre el mundo como una mujer feliz.

—En un poema tuyo titulado “Pez”, del libro Bestias de superficie (1993), dices: “¿Qué hay detrás del ojo / de un pez muerto?”. Ahora yo pregunto: ¿qué hay frente al ojo sin párpados de la poesía joven del país?

—El asombro, el mundo, los sueños, la vida, la muerte. Si quien anda en estos afanes de usar la palabra para hacer poesía —y más si no parpadea— no viaja en ese tren, entonces que se dedique a escribir ensayos sobre veterinaria o entomología.

—Alberto Hernández desarrolla su obra desde la provincia. ¿Considera que se puede hablar con solidez de una literatura del interior del país?

—Toda la literatura venezolana es provinciana si atendemos que el país es una provincia, lo que no le quita universalidad. Si hablamos de los escritores caraqueños, la mayoría procede de la provincia. No sufro de ese complejo capitalino según el cual el interior del país no existe. Se puede hablar de una literatura venezolana escrita en el interior del país. Y lo digo con nombres. ¿Quién no se ve en el trabajo de César Seco en Coro, o en el realizado por José Barroeta, Gregory Zambrano, Gonzalo Fragui, Alberto Jiménez Ure, entre otros, en Mérida, como en el Táchira el de Rafael José Alfonzo y Ernesto Román Orozco? En Valencia hay un importante grupo de escritores, narradores y poetas que forma parte del mosaico de nuestra escritura nacional: Enrique Mujica, Luis Alberto Angulo, Adhely Rivero, Milagro Haack, entre otros. Y si de Aragua se trata, podemos mencionar a Harry Almela, Erasmo Fernández, Manuel Cabesa, Efrén Barazarte, Aly Pérez, Rosana Hernández Pasquier y otros. En Guárico nos leemos en Jeroh Juan Montilla y Tibisay Vargas Rojas. Y que no se diga del oriente del país de donde provienen Gustavo Pereira, Ramón Ordaz, Santos López, entre otros muchos que andan por allí cantándole al país y al mundo. Unos viven en Caracas, otros en el interior de Venezuela. Es decir, todos arropados por este provinciano país globalizado. Así que se puede hablar de un territorio poético importante, sólido.

—Tu experiencia como editor nos dice que sabes lo que significa publicar en Venezuela; sin embargo, digamos que eres un poeta con suerte para lograr la publicación de tus libros y de otros autores, pero lamentablemente las publicaciones de editoriales, alternativas y oficiales, también se quedan casi en el círculo donde nacen, la distribución es una enemiga bestial. ¿Qué hacer para cambiar esta política editorial?

—Bueno, es cierto, digamos que la suerte me ha acompañado, pero precisamente porque creo en el trabajo de algunas editoriales alternativas como La Liebre Libre, donde hago equipo con Harry Almela; Blacamán, de Rosana Hernández Pasquier, en Villa de Cura. Ha sido también trabajo en equipo.

En cuanto a qué hacer para que los libros lleguen, pienso en una mancomunidad de editoriales alternativas, algo así como una gran cooperativa diseminada en todos los estados del país, y de esa manera dar a conocer los títulos publicados. Esto arrojaría una reunión a final de año para leer, discutir y bebernos las ideas que fructificaron ese trabajo, porque si nos ponemos a contar con las difuntas Monte Ávila y Fundarte, es maldad, como decía una de mis abuelas. Sería una manera expedita de distribuir. ¡Qué bueno sería que los poetas de Anzoátegui, por ejemplo, se asociaran con los de Carabobo y Aragua para trabajar en aras de la distribución! Esa idea está allí, podría funcionar. Tan bien funciona que desde Maracay, vía Internet con editoriales alternativas y universitarias de México y Estados Unidos, hemos publicado libros nuestros, y no es nada caro. Yo te publico en Venezuela y tú me publicas en tu país. De modo que sería más fácil su operatividad en el país.

—Has representado a Venezuela en eventos internacionales de literatura, y en México se editó en el 2001 una antología de tu poesía, 21 años de trabajo bajo el título de En boca ajena, ¿qué apreciación te merece la proyección de la obra de escritores y poetas venezolanos en el exterior?

—Es la única manera de lograr la tan mentada unidad latinoamericana. La cultura es lo único que nos puede encontrar. Los poetas del resto de América están ávidos de conocernos, de saber de nosotros, así como nosotros de ellos. Es una experiencia enriquecedora, porque te confronta, y al hacerlo confrontas el país. Venezuela goza de muy buena salud poética en el resto del mundo. Nuestra salud poética es de excelente pronóstico.