Letras
Angustias

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Un nuevo día en el Angustias; esa caja de madera en el medio de la nada. El techo de la cabina se encuentra tan cerca del camarote que parece el interior de un ataúd. Juan Pablo abrió los ojos y por un instante se creyó muerto. Después recordó que así era su vida, que así lo había pensado ayer, anteayer, el día anterior a ese e inclusive la semana anterior a ese día. Tocó con sus manos el techo de cedro y trató de estirar sus extremidades. Volvió su torso boca abajo y bajó por la escalerilla del costado del camarote. Llevaba puestos unos pantalones de buzo y una chompa de franela que al parecer habían pasado a ser su pijama. Se dirigió al baño, se sacó la chompa y con su cara de aún dormido se miró al espejo. Abrió el caño, el agua estaba fría. El filtro estaba malogrado, de nuevo salían pequeños puntos amarillos y verdes del agua. Cerró el caño y con la misma cara de dormido se puso la chompa nuevamente. Tenía frío y por eso regresó al camarote por algo que lo pudiese abrigar. Encontró un par de medias y un sobretodo roído. Se los puso encima y fue a la cocina. Sacó del refrigerador una caja de leche, dos manzanas y un poco de mermelada. Agarró un pan de la canasta, lo mordió y sorbió mermelada del frasco. En un vaso vertió leche y se la tomó en unos pocos segundos. Guardó la caja de leche en el refrigerador y se fue a la cabina de control. Todo parecía normal, como hace ya unos cuantos meses. Nada había pasado en la base 226A desde que hubo una pequeña tormenta a causa de una gastritis. Terminó con el pan y se fue a lavar las manos. Recordó que el filtro seguía averiado. “Ya lo repararé”, pensó. Al mirar por la puerta del camarote observó aquel baúl de madera que le había pertenecido a su madre. Hacía ya tiempo que no sabía nada de ella ni de su padre. Probablemente habían muerto. “Así es la vida”, volvió a pensar.

Un ligero movimiento del piso hizo que la tinta de su pluma salpicara en el papel de su próximo relato. Era la última hoja de papel que le quedaba. No tener con qué escribir sus relatos le parecía más fatal que no lavarse o no tener agua. Los suministros se habían retrasado y los víveres eran pocos. Mensualmente llegaban a la base 226A dos cajas, una con víveres y otra con hojas de papel y tinta para pluma. El intento frustrado de relato iba a ser el número cuatrocientos y merecía una celebración. Agarró el papel manchado, sacó un fósforo y quemó el papel. Mientras las cenizas se esparcían por el viejo escritorio de madera, Juan Pablo volvió a pensar en sus padres. El vago recuerdo de su mente revoloteaba en su cabeza y se iba apagando poco a poco. La llama del papel se hacía cada vez más grande y sin darse cuenta se quemó un poco la uña del dedo índice. Dio un soplido y las cenizas que colgaban del papel quemado volaron por el aire. Botó los sobrantes al tacho y se dirigió de nuevo a la cabina de control. No pasaba nada.

Las horas pasaron más rápido que otros días. Había llegado la hora de acostarse, las nueve y media de la noche. No hubo necesidad de cambiarse de ropa, ya que seguía con el pijama puesto. Subió la escalerilla al costado del camarote y se metió dentro de la cama. Se quedó pensando y mirando el techo un rato, mientras que su cerebro se desconectaba lentamente de la realidad. Sus ojos empezaron a pesarle y su cuerpo se relajaba. De vez en vez abría los ojos como si algo lo hubiera despertado, pero luego se volvía a dormir. Había un ligero movimiento en el barco esa noche y Juan Pablo se sentía un poco inseguro, a pesar de haber sentido lo mismo muchas veces anteriormente. Finalmente, logró quedarse dormido.

A la mañana siguiente despertó con ese mismo sentimiento de inseguridad y nerviosismo de la noche anterior. Sus manos estaban sudadas y con los puños cerrados, como si hubiera tenido pesadillas, aunque no recordaba lo que había soñado. Repitió la misma rutina del día anterior; la misma rutina de todos los días. Bajó la escalerilla de cedro, recordó la avería del filtro y fue directo a la cocina por un pedazo de pan y mermelada. La leche se había acabado.

Entró a la cabina de control y las lunas estaban empañadas; una ligera película amarilla las cubría. Agarró un polo viejo y las limpió. El paisaje no era placentero en lo absoluto: paredes rosadas y acolchadas y agua amarillenta con algunas pequeñas manchas verdes. Angustias se movía suavemente al compás de las respiraciones de la base 226A.

Juan Pablo se encontraba un poco nervioso, aún no sabía por qué. Sus manos sudaban y se le hacía dificultoso agarrar el timón. Tomó una gran bocanada de aire y la expulsó lentamente de su cuerpo hasta relajarse un poco. Una vez relajado, apoyó su espalda sobre el timón intentando encontrar una placentera vista en lo que aparecía al otro lado de la ventana. Se encontraba observando una pequeña mancha en el agua cuando vio que una burbuja afloraba. Se acercó un poco y vio unas cuantas burbujas más que emergían del estómago. Pensó “esto no puede estar bien” cuando una explosión se oyó en el barco. Una burbuja había explotado justo debajo de la nave, felizmente no pasó nada. Trató de comunicarse con la base de control, pero la señal se había caído. Las explosiones eran cada vez más, las burbujas cada vez más grandes. El nivel del agua comenzaba a subir, y con él, el Angustias. El barco se tambaleaba y en un momento casi se voltea. Juan Pablo se levantó del suelo y agarró el timón. Había dejado de creer en la base de control; en ese episodio eran sólo él y el Angustias. Los ruidos y los gases eran cada vez más fuertes, y desde adentro se podían escuchar los gritos de dolor del habitante 226A. De pronto, empezaron las arcadas. El barco se movía bruscamente mientras el agua seguía subiendo. Intentó hasta lo imposible por salvarse, por salvar su barco, su vida; mas la indigestión era terrible y las náuseas tan insoportables que no quedó otra que vomitarlo. Al jalar la palanca del inodoro, el barco se introdujo en un remolino tan fuerte que Juan Pablo no pudo aguantar. Su sueño, su vida, su todo, el Angustias, nada.

Este cuento obtuvo el primer lugar en la categoría Cuento del Spring Arts Festival del Colegio Trener, y el segundo lugar en el IX Concurso de Cuento Infantil y Juvenil “Pluma, Santiago de Surco” (2005).