Sala de ensayo
Juan GoytisoloMito, historia y desmitificación de España en Reivindicación del conde don Julián

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“En el solar ingrato,
verdugo de los libres,
inteligencia y sexo florecerán”.

Reivindicación del conde don Julián, p. 112

No hay rodeos. Desde la primera página de Reivindicación del conde don Julián, la fantasía de la destrucción de España asalta, se invoca a ésta como “tierra ingrata, entre todas espuria y mezquina” (Goytisolo, 11) y el personaje-narrador anuncia la reproducción de una traición antigua, su venganza. Pero, ¿contra quiénes y por qué motivos?

Es contra Ella, contra la mujer y madre que lo ha engañado1 al caer en la vacuidad del discurso oficial que recupera de la historia sólo el espectro fantástico reflejado sobre la bruñida superficie del nacionalsocialismo y el catolicismo rancio y perenne. Contra la máscara —“figura no, máscara: máscara ejemplar entre la adocenada multitud de mascarillas, de mascaretas”—2 que es al mismo tiempo coraza de caballero medieval, rostro de virtud y virginidad, identidad castiza que reniega de la semilla mora y judía que bajo ella se oprime, ha emprendido su plan de destrucción estratégica el protagonista (y en algunos niveles, Juan Goytisolo también) y de todo lo que sostiene a esa hispanidad apócrifa: la historia del mito o el mito de la historia, el pretendido realismo, fe, castidad y lenguaje.

Para ello, es crucial la mirada del expatriado que contempla, desde Tánger, a la otra orilla, al Madrid visto desde el mirador y a “las urbanizaciones bruscamente interrumpidas por la independencia política y la consiguiente huida masiva de los inconfesados” (Goytisolo, 18): en medio de la asfixia de la tradición y la visión tan compacta que no sólo las instituciones españolas tienen sobre la patria, sino el español de sí mismo, el creador debe volver a su lugar de “solitario”, dice Goytisolo, a esa condición siempre fronteriza “que transita entre culturas y lenguas, es coetáneo de poetas antiguos y medievales, vive en anacronía completa”.3 Sólo en esta lejanía estará, irónicamente, cerca de la verdadera esencia española, como lo estaban el Arcipreste de Hita, Fernando de Rojas y Miguel de Cervantes en tiempos de la construcción de una literatura que es baluarte de la hispanidad: puesto que “la mirada de los demás forma parte de nosotros mismos, [el autor] procurará mirar y verse reflejado desde la periferia, [...] huir de todo esencialismo identitario, interrogar a los espacios culturales extraños y ponerse a sí mismo en tela de juicio”.4 Pero para ello es necesario volver incluso a lo expurgado en la historia, lo relegado a la categoría de incidental en la relación con la conformación del Yo nacional: no puede haber cultura verdadera sin un vistazo a lo inconfesado sobre su origen y formación.

Por esto, el camino del protagonista de Reivindicación... es un camino de profanación de todo lo que sospecha mentira insostenible, de la misma patria “espuria”. El recorrido, que inicia en historia personal (la de Álvaro Mendiola, periodista exiliado en África, probablemente desesperanzado por la sífilis y una pasado infantil problematizado), desemboca en historia nacional y, al mismo tiempo, en el origen del mito. Por tal razón, la verdadera historia de España recomienza en un punto donde registro de hechos y leyenda se encuentran en una figura condenada al silencio del tiempo: el conde don Julián, famoso traidor que en el año 711 abre las puertas a la invasión musulmana como venganza contra el último rey visigodo, don Rodrigo.5 Personaje maldito, Julián es el epítome de la pesadilla ibérica sobre su verdadera naturaleza: la sola incertidumbre de su origen, como se menciona en el epígrafe de Luis G. Valdeavellano, implica una reconsideración a la naturaleza morisca o en suma, mestiza del pueblo español. Pero el Julián de la novela tiende también una invitación a la sexualidad desenmascarada, el erotismo descarnado e inverosímil dentro del imaginario castizo —que es casto también, según Unamuno—,6 pero que sin embargo subyace bajo la capa de represión moral y religiosa y ha llegado a convertirse en asunto de Estado en periodos críticos como el de la dictadura.

Como el protagonista descubre, el retorno a la “esencialidad” española lo es también a la edificación del mito (hecho curioso considerado la proclamación —y reclamación— del rasgo de realismo para la literatura nacional). Por tanto, su programa de destrucción se centrará en los puntos clave de ese entramado fantástico que es el nacionalismo español, comenzando por la literatura. Las visitas a la biblioteca son fundamentales en el desarrollo de la novela y así también los atentados contra el soneto, la comedia de Lope, los pasajes sobre la Arcadia de Castilla, las relaciones de santos, y en suma, de toda esa caterva del “Cartón Dorado” cuyas máximas son recicladas una y otra vez hasta la erosión en “las incidencias de la aguerrida y virginal defensa urbi et orbi de la heroína de Corín Tellado”, los periodistas al servicio del régimen y “los queridísimos poetas de hoy: vuestros tibios, delicados, fajaditos niños grandes: asombrados, gozosos, risueños, estupefactos: hablando tú a tú con Dios” (Goytisolo, 30-31).

Por otra parte, la identificación de la figura del poeta y filósofo Álvaro Peranzules, personalidad intercambiable algunas veces con Séneca, Figurón o el Ubicuo7 (o incluso todos a un mismo tiempo) es vital para formar la determinación de Álvaro-Julián:

La altiva mirada pregona su clara ascendencia visigótica, sus cuatro dedos de enjundia de cristiano viejo rancioso por los cuatro costados de su linaje: genio y figura hasta la sepultura, te dice: cuanto más genio, más figura!: cuanto más figura, más genio!: [...] mascarón a todas horas del día y de la noche, genio y figura conservados en alcohol de 90º [...] mezcla híbrida de mamífero y guerrero medieval (Goytisolo, 139).

La muerte de este personaje es de igual poder simbólico: efectuada tras la violación inadvertida de su hija, Isabel la Católica (“don Álvaro departe aún sobre la historia patria y el régimen de las preposiciones”, p. 142) deviene como resultado de la conspiración de Julián, quien ha colocado una colección de insectos triturados entre las páginas de las obras fundamentales españolas. Así, cuando el anciano abre las páginas que contienen las “verdades” del caballero cristiano (honor, justicia, rectitud, rechazo al pecado y a la venganza infamante), las encuentra emborronadas por la inmundicia de los animalejos que de ellas salen, “copulan y se reproducen [...], devoran el papel, corrompen el estilo, infectan las ideas”, y su entereza se desmorona, “su coraza se agrieta y algunas escamas caen: el tamaño se reduce también” (Goytisolo, 156): privado del auxilio de la retórica, Álvaro Peranzules se transforma en aserrín.

Sin embargo, no hay trasgresión más flagrante que la del pudor, cuya violencia en el texto viene de un necesario regreso al pasado: primero del protagonista, luego del país. Aunque el desafío de la insinuación erótica está presente desde las primeras páginas (“Caperucito Rojo y el lobo feroz, nueva versión sicoanalítica con mutilaciones, fetichismo, sangre”, p. 13), es a partir del segundo capítulo cuando adquiere una forma e intención integradoras. En el recuerdo de Alvarito, que es Álvaro, Caperucito, Séneca y todos a un mismo tiempo, la pureza del niño se convierte en patrón de discurso reiterativo: “Alumno aplicado y devoto, idolatrado e idólatra de su madre [...]: vastos ojos, piel blanca: el bozo no asoma aún, ni profana, la mórbida calidad de las mejillas” (Goytisolo, 83). También lo serán los motivos de la tarde en que pierde la inocencia: el cuento de Caperucita Roja leído por la criada, el guardia de obras moro llamado Putifar que orina sobre el hijo retardado de su amante (“vertiendo recia, caudalosamente el rubio desdén fluido”, p. 87), la atestiguación de las relaciones sexuales sostenidas entre ambos y el episodio donde Putifar descubre al niño y lo obliga a ver bajo la falda de ella.

Pero también está el triste episodio del sermón en la iglesia y la penitencia del niño pecador:

El desgraciado joven sucumbió a los cantos de sirena: él mismo se metió en el pantano: el placer apenas duró medio minuto: pero se abrió la primera brecha en el baluarte de su pureza y por esa brecha escurrirá poco a poco toda la energía, todo el vigor, todo el empuje de su alma (Goytisolo, 90).

En este pasaje se encuentran encerradas muchas de las claves de la temática de opresión sexual abordada en la novela y al mismo tiempo, característica en una historia de profundo dominio social por parte de la dogmática católica, encarnizada durante el franquismo. El que la defensa de la castidad se apoye en la enumeración de virtudes abstractas coincidentes con las del ideario del caballero cristiano (“valentía, magnanimidad, amor patrio, piedad filial, orgullo noble, caballerosidad, heroísmo”, p. 90) y se oponga a la descripción de dolencias físicas es ya un indicativo de la retórica de la condenación. Pero más curioso es que estas implicaciones metafóricas se materialicen en la mente del narrador en la versión “psicoanalítica” del cuento de Caperucito: las pústulas, el cansancio, la juventud consumida, el paladar agujereado y el desfiguramiento de la belleza del niño; incluso llegan a reproducirse las alusiones míticas del sermón con respecto a la alegoría del Prometeo encadenado cuyo hígado es devorado (proyección de la dolencia física) y que llegan a dar una idea del enraizamiento de la prédica eclesiástica en el subconsciente del protagonista.

“Reivindicación del conde don Julián”, de Juan GoytisoloY es que tanto la repetición como la “concretización” de las metáforas en un universo onírico tienen propósitos estéticos de resignificación en la lucha del protagonista por desprenderse de los estigmas del sexo que han terminado por definirlo. La visita al coño, producto del encuentro de Alvarito y Putifar, es en un primer momento una ampliación de la metáfora de “la caverna”, “gruta”, “misterio” o “tesoro”, de estilo frecuente en la poesía española8 y en la tradición alegórica en general, convertida en lugar posible dentro de la fantasía, donde se describe al sexo femenino con la extensión anatómica que le ha sido siempre negada; pero en la segunda visita, la de Julián y las tropas de Tariq, se le exhibe como monumento histórico (“concebido como baluarte estratégico y militar”, p. 145; “emblema nacional del país de la coña”, p. 149), motivo de orgullo ante los asombrados turistas (“sus implicaciones metafísicas, su configuración, moral su espiritualidad rica y densa hacen de él el punto de cita obligado de las Very Important Persons”, p. 144), recinto del misterio mitológico9 y escenario de la profanación de las vírgenes (“para cuantas Melibeas engendre, produzca, consuma y exporte el celestinesco y celestinal país”, p. 151) por parte de las huestes de Julián.

Otro ejemplo primordial es el de la figura de Isabel la Católica, síntesis de doncellez y figura maternal españolas. Ella es a un mismo tiempo madre e hija de Álvaro Peranzules-Séneca y madre de Alvarito y en las dos secuencias de violencia climática (la muerte de ambos Álvaros simbólicos), la agresión sexual contra ella (ya sea planeada o ejecutada) representa el sacrilegio máximo perpetrado por Julián. La descripción de esta mujer mítica comienza con la atribución de rasgos estéticos propios de la tradición popular: “Isabel la Católica es de mediana estatura, bien compuesta en su persona y la proporción de sus miembros, muy blanca y rubia, los ojos entre verdes y azules, el mirar gracioso y honesto” (Goytisolo, 100); la descripción física, tal vez pueda notarse, coincide en mucho con la de la belleza del niño antes mencionada y resulta importante al ser puesta en correlación con la apariencia salvaje de personajes moros como Putifar, Tariq o los soldados, así como la progresión de Isabel monja-Isabel mulata.10

A partir de esto, pueden aventurarse dos interpretaciones: la primera, relacionada con el origen del mito de don Julián, finalmente, como producto de una agresión sexual a La Cava, permite ver esta nueva venganza como un retorno a esa violación primigenia e invertida, donde el conde ultraja a la hija castellana. Por otra parte, puede analizarse el episodio a la luz de las declaraciones de Goytisolo sobre “los prejuicios racistas de los nacionalismos católicos españoles”, para relacionarlas con la presencia de esa doble implicación étnica-erótica frente al intento de establecer un alejamiento antitético entre el “Yo” y el “Otro”.11

En su segunda aparición, la de la historia de Caperucito, Isabel la Católica personifica a la madre (ya sea la del imaginario popular español, o la de Álvaro, pues ambas son una) que se niega a creer en la degeneración de su hijo: “pero la inocente madre sigue absorta en sus devociones y la versión de la caída es aceptada sin recelo” (Goytisolo, 198). Esta madre ejemplar comparte a su vez virtudes con las otras versiones de Isabel (madre de Séneca, hija de Álvaro Peranzules): “Hermosura suave y transparente que es gala y casi patrimonio de las bellezas castellanas [...] ya de mayor [...] animada de intensa vida espiritual, asistía a las conmociones que le deparaba la existencia con una serenidad y entereza que serían estoicas si no quedaran más exactamente definidas como hispanas” (Goytisolo, 100). Cualidades que parecen causar efecto decisivo en el niño, pues cuando el guardia Julián exige la entrega de la madre para continuar la sodomización, prefiere el suicidio a la perversión de ella.

Esta relación problemática entre el niño y la madre puede ser a su vez extrapolada al hombre (el personaje y en última instancia, el autor) y la madre, en su sentido personal, colectivo y de simbolismo patriótico. Como se ha mencionado antes, el “hispanicidio” de Goytisolo cobra sus matices más terminantes y al mismo tiempo, grotescos, en las acciones emprendidas contra esta mujer-símbolo, a la que ama desesperadamente, pero que lo ha engañado: se ha vestido de monja castellana escondiendo a la morisca bajo la túnica y ha creído acallar la fuerza del deseo erótico colocándole la mordaza del estoicismo; pero además, al mentir ha condenado al protagonista a cargar con una serie de símbolos preconcebidos de los que no puede librarse. Sin la idea española de la mujer y su sexualidad, no podría haber caballero cristiano valeroso y casto, de la misma manera que sin la edificación de la patria, no podría haber ciudadano español. De ahí gran parte de la obsesión de Goytisolo por estas mujeres, que son una sola, y su ultraje, que es a su vez una exploración de la posibilidad de destruir y recomenzar: “la patria es la madre de todos los vicios: y lo más expeditivo y eficaz para curarse de ella consiste en venderla, en traicionarla” (Goytisolo, 116).12

Pero el sacrilegio sigue estando incompleto y el conde don Julián lo sabe. La voz murmura: “Falta el lenguaje, Julián” (168).13 Estando éste presente, todo golpe anterior pierde efecto: los paisajes de Castilla, el sermón condenatorio, el discurso del partido oficial, todo permanece y los carpetos14 se reincorporan, designándose creadores del lenguaje: “Es nuestro, nuestro, nuestro, dicen, lo creamos nosotros nos pertenece somos los amos [...] patentado de acuerdo a las leyes protegido por las convenciones internacionales” (Goytisolo, 168). El lenguaje es garantía de perpetuación, no sólo en la península, sino en los lejanos pueblos de América y con los cuales se establece un vínculo imborrable, el del recuerdo de la dominación.

El interés de Goytisolo por el lenguaje llega más allá del escritor que se sirve de él como medio y es, por otra parte, una concepción del hombre consciente de ser a su vez producto de un discurso:

Galopa, macho, galopa, y no desmayes, predilecto de Dios e hijo de Trueno, subre tu albo y dioscúrico caballo, descendiendo por el aer a una grant presura, Yago Matamoros, con la inefable seña blanca et la grand espada reluciente en la mano, azote y baldón de la muslemía en la vasta piel del toro, tal cual, ecuestre y armado de recia tizona, figuras en el tímpano de la basílica a ti consagrada, cita secular de millares y millares de peregrinos [...] la plus ancienne route touristique du monde, messieurs-dammes, avec ses paisajes et ses sites... (Goytisolo, 123).

Como se puede ver, en el fragmento se observa una progresión en que se liga, en el imaginario del autor para ser reproducido en el lector, el nacimiento del héroe español en el origen de toda mitología y en seguida el lenguaje se transforma en el español primitivo de los cantares de gesta, para continuar por la narración de las peregrinaciones religiosas medievales. Pero también hay una mezcla del uso del francés y, más adelante, una alusión a la Conquista por medio de la evocación de las ciudades indígenas. En pocas palabras, la historia de España está permanentemente ligada a la narración y, con ello, a las transformaciones lingüísticas propias del contacto entre culturas.

Este es uno de los aspectos que más fascinan a Goytisolo con respecto a la lengua y en específico: “si la literatura procede ab initio de la tradición oral, ésta se enriquece a su vez con aquélla, el canje opera como entre dos vasos comunicantes”.15 Es también una de las mayores razones de reproche a la posesión española del lenguaje: si la lengua está, tal como se proclama, sujeta a un derecho de creación permanente (una circunstancia agudizada, observa el autor, con la imprenta de Gutenberg y con ello, la pérdida de la prosodia, el ritmo, el énfasis) está siempre en peligro de secarse y morir, pues si no sirve para designar la realidad del mundo —de ahí la furia con que se repite la palabra tabú “coño” y se hace de él una descripción total— se empobrece.

Sobre todo considerando que los carpetos han olvidado que, frente a la estaticidad del texto, la oralidad se renueva constantemente en ciclos interminables, no sólo en España, sino en las antiguas colonias:

“Boy boy pinche gachupín quiobas con el tocacho abusadísimo mi cuás ya chingaste hace ratón con tu lopevega...”, dicen en las pulquerías de la Lagunilla en México.

“Ma que castiya ni castiya, ñato, estos gaitas ya me tienen estufo con lo del chamuyo...”, replican en Buenos Aires.

“Que viene ette gaito con su cuento de limpia, fija y desplendol y tiene la caradura de desil-le uno, a menda, a mi mimmo, asien medio de la conversadera y too, que no se pueé desil luse...”, se burlan en el barrio de Jesús María en La Habana (Goytisolo, 170).

Pero Julián va más allá y le revela a ese español “linajudo” que toda pretensión de originalidad y derecho exclusivo es vana en tanto su lengua, como él mismo, lleva visibles las evidencias de la ascendencia musulmana:

hay que rescatar vuestro léxico: desguarnecer el viejo alcázar lingüístico: adueñarse de aquello que en puridad os pertenece: paralizar la circulación del lenguaje: chupar su savia: retirar las palabras una a una hasta que el exangüe y crepuscular edificio se derrumbe como un castillo de naipes y galopando con ellos en desenfrenada razzia saquearás los campos de algodón, algarrobo, alfalfa... (Goytisolo, 171).

Así está completa la suma de las profanaciones emprendidas por el traidor cuyo crimen, espera (parte de ello preconizado en el epígrafe del Marqués de Sade de la tercera parte), sea de tal magnitud que, como la traición original, cambie el curso de España para siempre. Álvaro, por tanto, es sujeto de convergencias: parte de una historia personal para llegar a su obsesión con esa España anhelada e imposible, que se agudiza y lo conduce a un camino de descubrimiento y destrucción de los pilares de la identidad hispana y del reflejo distorsionado que ésta le devuelve de sí mismo.

La crisis del mito español se revela con toda su acritud en las dolorosas transformaciones de Álvaro, narrador periférico, del “yo” español angustiado por el odio al conformismo, la pereza mental, la conveniente mojigatería y devoción espiritual del español; pero también en la crítica a la incapacidad del país de afrontar retos políticos y sociales en un tiempo moderno que los ha alcanzado prematuramente tras la apertura (“villas recién recuperadas por sus dueños en aquellos dichosos años de racionamiento y Auxilio Social”, p. 83). Esto es lo que determina la evolución del protagonista hacia ese ser fabulosamente maldito, el conde don Julián, con quien históricamente inicia la verdadera cultura española, y es sólo definitiva en cuanto se ha concretado la primera parte de su traición (la violación de la madre, la muerte del intelectual nacionalista, la destrucción de los campos). Sólo así, ya identificado con esa herencia verdadera, pero negada, de la liberación erótica y la nueva inteligencia de quien busca comprender en el otro a sí mismo, es capaz de llegar a la médula del conflicto personal que lo obsesiona hasta impedirle el crecimiento completo, y “asesinar” a Alvarito, segundo símbolo de lo que odia en el “Yo”.

La novela no termina con el llamado esperanzador de quien ha encontrado la clave a la crisis de la identidad española, sino con la certeza de que la venganza, y con ello una batalla continuada para la destrucción interna de los mitos nacionales convertidos en personales, deben emprender el proceso de duda y desmantelamiento cada día hasta lograr la dolorosa metamorfosis que no se ha logrado en siglos de tradición. El cambio es posible y tal vez incluso la supervivencia de España a sus iconos petrificados para sumarse a la modernidad de la televisión, los medios de comunicación, la economía y las nuevas tendencias ideológicas; si es capaz de prender fuego a esos campos de Castilla, tal vez pueda mirar la realidad de la miseria en el país tras la guerra, pero también el crecimiento del centro urbano. Y entonces, cuando el destino nacional se concrete en una empresa de destrucción de la mentira, tal vez el pueblo español pueda encontrar dentro de sí las fuerzas para recuperar la verdadera identidad nacional.

 

Fuentes consultadas

  • Goytisolo, Juan. Reivindicación del conde don Julián. Madrid, España: Editorial Alianza, 1999.
  • Juan Goytisolo. Tradición y disidencia. Cuadernos de la Cátedra Alfonso Reyes del Tecnológico de Monterrey. México: Ariel en convenio con el Tecnológico de Monterrey, 2001.
  • Schmidhuber, Guillermo. “El lenguaje subversivo de Juan Goytisolo en Reivindicación del conde don Julián”. Revista Sincronía Online. México: Universidad de Guadalajara, 2004.
  • Simonet, Francisco Javier. Historia de los mozárabes de España. Tomo I: Los Virreyes (años 711 a 756). España: Editorial Turner, 1983.
  • Yerro Villanueva, Tomás. Aspectos técnicos y estructurales de la novela española actual. España: Ediciones Universidad de Navarra S.A., 1977.

 

Fuentes de la tradición popular y literatura clásica española

  • Ruiz, Juan, “Arcipreste de Hita”. Libro de buen amor. Ed. y notas de Julio Cejador y Frauca. Novena edición. Madrid, España: Editorial Espasa-Calpe, 1963.
  • Romancero viejo y tradicional. Ed. Manuel Alvar. México: Editorial Porrúa S.A. 1971.
  • Rojas, Fernando de. La Celestina. Ed. introducción y notas de Peter E. Russell. Biblioteca Clásica Castalia. España: Editorial Castalia, 2001.

 

Notas

  1. En relación al artículo de Mario Vargas Llosa, “Don Julián de Goytisolo ou le crisme passionel”, citado por Tomás Yerro Villanueva en Aspectos técnicos y estructurales de la novela española actual. España: Ediciones Universidad de Navarra S.A., 1977. p. 201.
  2. Goytisolo, Juan. Reivindicación del conde don Julián. Madrid, España: Editorial Alianza, 1999. p. 139.
  3. Goytisolo, Juan. “Pájaro que ensucia su propio nido”. Juan Goytisolo. Tradición y disidencia. Cuadernos de la Cátedra Alfonso Reyes del Tecnológico de Monterrey. México: Ariel en convenio con el Tecnológico de Monterrey, 2001. p. 36.
  4. Ibíd., p. 36.
  5. Tanto el conde Julián como Tánger son parte del entretejido popular que conforma la historia de la invasión sarracena. La leyenda de su venganza está consignada, entre otras fuentes, en el Romancero viejo en una serie de romances: “Romance de la Cava”, “Romance de cómo el conde Julián, padre de la Cava, vendió a España”, “Romance del rey don Rodrigo cómo perdió a España” y “Romance de la penitencia del rey don Rodrigo”, en donde se narra el suceso de la violación de la Cava, hija de don Julián a manos del Rey don Rodrigo, a cambio de lo cual el conde accede a negociar la entrada de las tropas moras. Por otra parte, Francisco Javier Simonet, en su historia de la invasión, dice de él: “A quien muchos tienen por godo y alguno por persa, varón valeroso y no menos dado a las armas que al comercio”, gobernador de Ceuta o Septa y que debió entregar Tánger en 707 a cambio de conservar el gobierno de esta plaza, a las manos del expedicionario y comandante Taric. Este personaje dirigiría la invasión por lo que hoy es el Estrecho de Gibraltar (de Gebal Taric o “el monte de Taric”) junto con Julián, hasta la famosa batalla del 19 de julio de 711, donde don Rodrigo huye derrotado y no se conoce registro de su paradero hasta su muerte a manos de Meruán, hijo del general sarraceno en 713. No obstante, sobre Julián no se da más cuenta. Historia de los mozárabes de España. Tomo I: Los Virreyes (años 711 a 756). España: Editorial Turner, 1983. pp. 12-36.
  6. Sobre el extrañamiento erótico en el pensamiento nacionalcatolicista. Goytisolo, Juan. “Contra una lectura anémica de nuestra literatura. Juan Goytisolo. Tradición y disidencia. p. 74.
  7. Séneca-Figurón es, en la opinión de críticos como Tomás Yerro, Héctor C. Romero y Guillermo Schmidhuber (entre los consultados para este trabajo) representación directa de Unamuno, a quien Goytisolo no deja de satirizar, en tanto que al “Ubicuo”, a su vez vinculado con Figurón, se le asocia fácilmente con Franco: “entronizado siempre: rejuvenecido aposta y con las mejillas coloreadas suavemente: por el rubor no, por la lisonja: el uniforme y con banda: enmedallado” (31), “en la elocuente tarima del aula o el modulo cobrizo de la moneda” (71). Goytisolo, Juan. Reivindicación del conde don Julián... Es una crítica que vuelve a la figura de Unamuno en cuanto se recuerda el reproche de Goytisolo contra “el marxismo-leninismo y su definición del intelectual como dirigente orgánico, luego Ortega con su idealización protofascista de las élites intelectuales y su función nacionalizadora”, postura con la que concordaba el escritor del 98’, como se recordará de sus variadas incursiones en el ámbito político y al asumir el papel del intelectual como figura pública que fue tan criticado en sus últimos años y su constante lucha literaria y espiritual por la inmortalidad, que lo acercan a su vez a los pasajes sobre el senequismo mal adaptado por la tradición española. Subirats, Eduardo. “Homenaje a Juan Goytisolo”. Juan Goytisolo. Tradición y disidencia. Cuadernos de la Cátedra Alfonso Reyes del Tecnológico de Monterrey. p. 23.
  8. Habría que comenzar por mencionar las fuentes fundamentales para Goytisolo y para la narrativa española: desde la tradición lírica de las cuitas amorosas en la jarcha, hacia el romance popular (“Ven acá, pastorcillo / si quieres tomar placer; si querrás tomar posada / todo es a tu placer”), el Libro de buen amor y La Celestina. Tal herencia puede rastrearse hasta la poesía de la Nueva España, como en este soneto de Francisco Terrazas del siglo XVI: “¡Ay puerta de la gloria de Cupido! / y guarda de la flor más estimada [...] Sepamos hasta cuándo estáis cerrada / y el cristalino cielo es defendido”. La fuente, los destellos y la sombra: antología poética de los Siglos de Oro. Comp. David Huerta y Pablo Lombó. México: Alfaguara, 2002. p. 63.
  9. La alusión del descenso de Eneas al infierno completa el cuadro de esta alegoría del coño como recinto de toda mitología (la griega) y al mismo tiempo guarida de toda perdición. GOYTISOLO, Juan. Reivindicación del conde don Julián. p. 147.
  10. En cierto sentido, podría verse la conversión de Isabel, de la pureza física y espiritual de la doncella europea a la sexualidad rezumante de la mulata de James Bond, como una respuesta a la apertura de España, patente ya en la época de la publicación de la novela (Operación trueno fue estrenada en 1965 y Reivindicación... publicada en 1970) y el terror ante la pérdida de valores supuestamente nacionales. Aunque en realidad antes debería recordarse el antiguo motivo popular de la mora o morena, imagen de la carnalidad y lujuria “propias de su raza” (la descripción de la lujuria de la mujer mundana se sintetiza en la frase “Remírase la loca do tu locura mora” en el Libro de buen amor, p. 152), y la animalidad del deseo sexual del hombre moro (“Pues preñadita la llevas de toda la morería” en el Romancero viejo, p. 223), frente a la de la pureza castiza (“Cata muger donosa é fermosa é locana [...] cabellos amariellos... ojos grandes, someros, pyntados, relucientes... labios bermejos... la su faz sea blanca”, en Libro de buen amor, p. 164), trasunto de la divinidad mariana con que se identifica al objeto amoroso, sobre todo después del siglo XIII. Esto permite trazar un camino de rechazo hacia lo “extraño” por medio del establecimiento de una separación cualitativa, donde la raza española “pura” es superior en sustancia física y espiritual al moro o al judío.
  11. “La expulsión de las culturas hebrea y arábiga no sólo mutiló a España. Empobreció a sus colonias. Estableció una política de exclusión y aún de persecución del otro, del diferente. Y como bien nos dice el gran filósofo contemporáneo, Emilio Lledó, el lamentable truco de lo peor de los nacionalismos es la invención del otro como malo y de inferior calidad, para no tener que percibir nuestra propia miseria”. Juan Goytisolo. Tradición y disidencia. Cuadernos de la Cátedra Alfonso Reyes del Tecnológico de Monterrey. p. 12.
  12. “Mi desapego de los valores oficiales del país había llegado a tal extremo que la idea de su profanación, de su destrucción simbólica me acompañaba día y noche”. Goytisolo citado en: Schmidhuber, Guillermo. “El lenguaje subversivo de Juan Goytisolo en Reivindicación del conde don Julián”. Revista Sincronía Online. México: Universidad de Guadalajara, 2004.
  13. Puesto que este tema será tocado con mayor profundidad técnica en el trabajo “Formas narrativas, recursos de estilo y lenguaje”, me limito a mencionar las situaciones en las que el lenguaje está directamente relacionado con la formación de una identidad española falsa, sin hacer un tratamiento detallado de recursos como monólogo interior, perspectivismo narrativo, incorporación de neologismos y dislocaciones gramaticales, entre otros, de los cuales hace uso Goytisolo.
  14. Primer duda lingüística que debería despejarse. Carpetovetónico: 2. adj. Dicho de una persona, de una costumbre, de una idea, que se tienen por españolas a ultranza, y sirven de bandera frente a todo influjo foráneo. U. M. en sent. despect. Diccionario de la Real Academia Española, edición electrónica. Consultado en 15 de febrero de 2009.
  15. Goytisolo, Juan. “Pájaro que ensucia su propio nido”. Juan Goytisolo. Tradición y disidencia. Cuadernos de la Cátedra Alfonso Reyes del Tecnológico de Monterrey. p. 40.