Entrevistas
Víctor Montoya
El Tío de la mina forma parte de mi vida y mi obra
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El escritor Víctor Montoya, nacido en La Paz en 1958, se dedica desde hace muchos años al mundo minero en Bolivia. Las tradiciones, los mitos y las leyendas constituyen una gran parte de su obra literaria, que apunta hacia una realidad poco conocida fuera del país. Describe no sólo el universo fantástico de los mineros, sino también sus luchas y tragedias. Entró en contacto con la cultura minera desde que tiene uso de razón, porque vivió en las poblaciones de Siglo XX y Llallagua. Posteriormente, debido a sus actividades políticas, como dirigente estudiantil, fue torturado y encarcelado durante la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez. En su cautiverio, y burlando la vigilancia policial, escribió su primer libro, Huelga y represión. Tras una campaña de Amnistía Internacional fue liberado y llegó exilado a Suecia en 1977. Desde entonces reside en Estocolmo, donde se dedica por completo al periodismo y la literatura. Su libro Cuentos de la mina, publicado el año 2000, es una ventana que permite contemplar el panorama de la cultura andina y es un buen ejemplo de la literatura que rescata con autenticidad la temática minera.

—En tu libro Cuentos de la mina escribes en un estilo muy personal de la mitología minera. ¿Desde cuándo te dedicas a las leyendas y los mitos de los mineros bolivianos?

—Desde cuando empecé a escribir cuentos relacionados con el Tío de la mina, un personaje diabólico que está presente en los mitos y las leyendas del mundo minero. De modo que estos temas fascinantes de la cultura andina, que a mí me han acompañado a lo largo de mi vida, han surgido de un modo natural en mi obra literaria, tal vez porque estos temas tenían la necesidad de ser contados por un escritor que conocía de cerca la realidad de los mineros bolivianos, no sólo desde la perspectiva socioeconómica, sino también desde la perspectiva antropológica y cultural, puesto que los mitos y las leyendas son partes integrantes del folklore popular y la tradición oral.

—Conoces mucho de la realidad minera, de la miseria de los mineros y también del universo fantástico de la mina, porque procedes de una familia minera. ¿En qué consiste la cultura minera para ti?

—La cultura minera no es ajena a la cultura boliviana en general; al contrario, es sólo una parte de ésta, aunque tiene sus propias peculiaridades y costumbres, como ser la creencia en un personaje mitológico como es el Tío, quien, según la superstición popular, es el amo de los mineros y el protector de las riquezas minerales. La cultura minera, que está conformada por la cultura occidental y las culturas indígenas, se manifiesta, por ejemplo, a través del sincretismo religioso que se da entre las creencias cristianas y las creencias del paganismo ancestral. La cultura minera, desde la época de la colonia, asimila las costumbres de los conquistadores de Occidente, al mismo tiempo que conserva las costumbres culturales de las civilizaciones andinas. En las poblaciones mineras, como en el resto del territorio nacional, se produce un mestizaje que da origen a una cultura muy rica en manifestaciones folklóricas y en ritos mágico-religiosos.

—El protagonista de tus cuentos es el Tío, deidad de la cultura minera. ¿Qué significa el Tío para la cosmovisión andina?

—El Tío, que es una de las deidades más auténticas del ámbito minero, expresa los pensamientos y sentimientos más profundos de los trabajadores del subsuelo. El Tío, en la cosmovisión andina, es el máximo representante del Bien y del Mal. Es dios y diablo a la vez. Los mineros le temen y le rinden pleitesía ofrendándole cigarrillos, hojas de coca y botellas de aguardiente. Se dice que el Tío es bondadoso con quienes le tratan con respeto y cariño, y que es cruel y vengativo con quienes le tratan con indiferencia y desprecio. La gente está convencida de que el Tío, si está satisfecho y feliz, puede ser generoso y enseñarle al minero la veta más rica de estaño, pero si está resentido, puede provocarle la muerte en las galerías. De manera que el Tío, con atributos de ser mitológico, es una de las principales deidades de la cosmovisión andina. Él cumple la función de dios protector en el interior de la mina y los mineros depositan en él todas sus esperanzas.

—Tienes una estatuilla del Tío en tu casa y te acompaña desde hace muchos años en Suecia. ¿Se puede decir que tienes una relación muy emocional y fuerte con el Tío?

—Sí, aunque parezca extraño, tengo una relación muy particular con el Tío, a tal extremo que no sólo me bastó en convertirlo en uno de los protagonistas de mi obra, sino también tuve que hacerme enviar la estatuilla de un Tío desde Bolivia, quizás para rellenar un vacío emocional o existencial. Ahora lo tengo en mi casa, donde le ofrendo, al menos una vez al mes, cigarrillos, coca y alcohol. El Tío entró en mi vida desde aquel día en que mi abuelo materno, mientras se vaciaba una terrible tormenta entre los cerros, me refirió por primera vez la leyenda del Tío: “Dicen que el diablo llegó a las minas una noche de tormenta”, dijo, mientras yo le escuchaba con asombro y pavor. Desde entonces, el Tío no ha dejado de perseguirme por donde voy. El Tío de la mina forma parte de mi vida y mi obra. A veces, tengo la sensación de que habita dentro de mí, como si fuera mi propio espíritu, porque hay noches que me lo encuentro incluso en el laberinto de las pesadillas, exigiéndome que no lo olvide y que escriba un cuento sobre él, teniéndolo como protagonista principal. ¿Qué te parece?

“Cuentos de la mina”, de Víctor Montoya—Otros símbolos muy importantes de la cultura minera, como la coca y el Carnaval, desempeñan también un papel fundamental en Cuentos de la mina. Describes el Carnaval como una expresión muy antigua del sincretismo religioso y el mestizaje cultural. ¿Por qué?

—Porque esa es la verdad. Es cierto que en mis Cuentos de la mina, aparte de tratar la trágica situación de los trabajadores y sus familias, rescato varios de los símbolos de la cosmovisión andina y algunas de las tradiciones más arraigadas del folklore boliviano, como es el magnífico Carnaval de Oruro, cuyos orígenes datan desde la época de la colonia, cuando los mineros —o los “mitayos” de entonces—, decidieron disfrazarse de diablos en honor al Tío, para después, en actitud de sumisión y veneración, bailar la danza de la diablada en presencia de la Virgen de la Candelaria —o Virgen del Socavón—, quien, según cuenta la tradición, apareció de manera milagrosa en una cueva del Cerro Pie de Gallo. El Carnaval boliviano, aunque tiene ciertas reminiscencias de la Europa medieval, se caracteriza por representar el mestizaje cultural y el sincretismo religioso entre el monoteísmo católico y el politeísmo de las civilizaciones precolombinas. Por eso mismo no es casual que los diablos, quienes representan al Tío en su aspecto y su conducta, bailen para la Virgen del Socavón como una forma de rendirle culto y veneración. Parece una contradicción, pero en el Carnaval se amalgaman el diablo y la Virgen, como dos elementos que, a pesar de sus diferencias, se fusionan en el modus vivendi de los habitantes del altiplano boliviano.

—Aunque vives desde 1977 en Suecia, se encuentra la temática minera en muchos de tus libros. ¿Es tu vínculo con Bolivia?

—Efectivamente, aunque vivo en Suecia desde hace muchos años, nunca he dejado de pensar en Bolivia, y gran parte de mi literatura, además de abordar la temática minera, retrata los mil rostros de ese país multifacético, donde los dramáticos procesos políticos se combinan con el realismo mágico de cada día. Es más, yo suelo decir que cargo una Bolivia dentro de mí y que la llevo por donde voy, como si se tratara de un país portátil. En este sentido, mi literatura me mantiene vinculado con el país así sólo sea por medio de la escritura y la imaginación.

—¿Eres el único autor que se dedica a la temática minera o existe una literatura minera en Latinoamérica?

—En Latinoamérica son varios los autores que han escrito sobre la temática minera desde mucho antes de que se conociera el sistema de producción capitalista. Sin embargo, en Bolivia, como en ningún otro país del continente, existen novelistas, cuentistas y poetas, que se han inspirado en la realidad dantesca de las minas para crear sus obras. Lo interesante del caso es que la mayoría de estos escritores, en su afán de denunciar las injusticias sociales y reivindicar los derechos de los trabajadores, han creado obras en el marco del llamado “realismo social”, sin darles mayor importancia a los mitos y las leyendas que, justamente, es lo que yo he intentado rescatar en mi obra. Este interés por acercarme al universo mágico y mítico de las minas es lo que me diferencia del resto de los autores bolivianos y latinoamericanos.

—Bolivia ha cambiado bastante en los últimos años. ¿Sigues pendiente de los últimos acontecimientos?

—Sí. Estoy al tanto de los acontecimientos a través de los medios de comunicación; los periódicos, la radio, la televisión y la red de Internet, donde se puede encontrar una cantidad impresionante de información sobre Bolivia. Tengo la sensación de que, muchas veces, quienes vivimos en el exterior estamos mejor informados que las personas que viven en el interior del país. Ahora bien, es cierto que en los últimos años se han producido cambios sustanciales en provecho de las mayorías empobrecidas y marginadas. El simple hecho de que, por primera vez en la historia, se tenga un presidente de ascendencia indígena, es por demás significativo para un país como Bolivia, donde los indígenas, desde la época de la colonia, han estado siempre al servicio de una minoría privilegiada de criollos y mestizos, quienes, como por mandato divino, controlaban el poder económico y, por lo tanto, el poder político.

—¿Existe más que una Bolivia para ti? ¿Una Bolivia de tus recuerdos y otra Bolivia actual, con todos los cambios que se están experimentando?

—La Bolivia de mis recuerdos, la que dejé hace más de treinta años atrás cuando salí al exilio, se diferencia bastante de la Bolivia actual, porque ya no existe una dictadura militar y porque el pueblo, gracias a las luchas sociales de los obreros, estudiantes y campesinos, está experimentando un proceso revolucionario y democrático. Este proceso político, que no excluye como antes a los indígenas ni a los sectores más empobrecidos del campo y las ciudades, está empeñado en forjar una nación diferente a la que yo conservo en mis recuerdos del pasado. El gobierno actual, que ha sido reelegido mediante el voto electoral, está recuperando las riquezas naturales de manos del imperialismo y está estructurando un Estado nacional que permita la participación directa de los ciudadanos, quienes deben decidir el rumbo que debe tomar el país en el futuro. Yo espero que este proceso revolucionario se profundice, que se acabe con la gran propiedad privada, que se suprima la explotación del hombre por el hombre y se construya una sociedad donde todos tengan los mismos derechos y las mismas responsabilidades.

—¿A qué te dedicas actualmente y sobre qué temas estás escribiendo?

—Me dedico íntegramente a la literatura desde hace algunos años. Dejé de trabajar como profesor para dedicarme a la literatura, aun sabiendo que no sería nada fácil vivir de este oficio. Actualmente tengo varios proyectos en mente y la temática minera sigue siendo uno de los pilares principales de mi producción literaria. No he dejado de escribir sobre los mineros ni sobre el Tío, quien es uno de los personaje más fascinantes de mi obra. No sería nada raro que, algún día, el Tío tenga vida propia y se mueva como cualquier mortal de carne y hueso, como ha ocurrido con tantas figuras literarias que, luego de haber sido creadas por la fantasía de un autor, han pasado a ocupar un lugar privilegiado entre nosotros, como si de veras hubiesen existido en la realidad.

—Cada cultura tiene un aporte. ¿Cuál sería el aporte de Bolivia para el mundo y cuál crees que sería el aporte del mundo para Bolivia?

—No cabe duda de que Bolivia, por ser pluricultural, rico en folklore y en recursos naturales, tiene mucho que aportar al mundo. Es cuestión de descubrir este país mágico y secreto para darse cuenta de que posee una tradición inmemorial que no figura en los libros oficiales de historia, pero que se conserva en la memoria colectiva y la tradición oral. Bolivia ha sido un país, injustamente, rezagado en el contexto latinoamericano y mundial, aunque siempre, desde la época de la conquista española, ha aportado riquezas al mundo a cambio de pobreza. Sin embargo, Bolivia sigue teniendo mucho que aportar a la economía y a la cultura universal. Asimismo, en el proceso de integración de los pueblos a nivel continental, está dispuesto a enriquecerse con los aportes (en el contexto social, económico y cultural) de los demás países en este mundo cada vez más globalizado, pero a condición de que respeten su diversidad cultural y su soberanía nacional. Pienso que todos los países tienen mucho que dar y mucho que recibir, siempre y cuando este intercambio sea equitativo y esté al margen de los intereses mezquinos de los grandes monopolios imperialistas y de las culturas capitalistas dominantes que, por las buenas o por las malas, quieren imponer un modo de pensar y un modelo de vida.