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Alejo CarpentierEl arpa y la sombra (1978)

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Dirigiéndose hacia la pintura que mostraba el martirio de San Sebastián, exclama Cristóbal Colón:

“Como tú, he sido flechado... Pero las flechas que me traspasaron me fueron disparadas, en fin de cuentas, por los arcos de los indios del Nuevo Mundo a quienes quise aherrojar y vender”.

Alejo Carpentier

Al publicar en 1979 El arpa y la sombra (1978), a través de la Editorial Siglo XXI, el cubano Alejo Carpentier y Valmont (1904-1980) culminó una idea que le atribulaba desde 1937, cuando le correspondió realizar la adaptación para la radio de la obra teatral El libro de Cristóbal Colón (Le Livre de Christophe Colomb, drame lyrique en deux parties —1933—), de Paul Claudel (1868-1955), pues a su juicio lo escrito por Claudel caía en el ámbito hagiográfico, atribuyendo al Almirante condiciones sobrehumanas. Igual conclusión tuvo respecto al escritor católico León Bloy (1846-1917) y su estudio El revelador del globo / Cristóbal Colón y su beatificación futura (1884), inspirado en la obra previa de Rosselly des Lorgues, Christophe Colomb, histoire de sa vie et de ses voyages, I (París 1856).

En su novela El arpa y la sombra, Carpentier expone en la primera parte lo que constituye “el arpa”, por medio de la cual presenta a Pío IX al momento previo de firmar el auto por medio del cual autorizará dar inicio al proceso de beatificación de Cristóbal Colón; el Papa, que de joven fue conocido simplemente como el canónigo Giovanni Mastai-Ferretti (1792-1878), rememora los nueves meses que vivió en Chile en 1823, donde advirtió acerca de “la peligrosa manía de pensar” que privaba durante el siglo XIX, cuando las ideas de Rousseau y Voltaire influían en varios países de América que luchaban por sostener y defender su independencia recién adquirida.

“El arpa y la sombra”, de Alejo CarpentierEn la segunda parte de la novela, Carpentier incluye “la mano” de Cristóbal Colón, exponiendo en primera persona lo que pudo haber pensado el Almirante en los momentos antes de su muerte (20 de mayo de 1506), cuando espera a un confesor que nunca llega. Esta parte es la más extensa de la ficción, pues el navegante —posiblemente genovés y quizá nacido entre 1436 o 1456— efectúa un repaso de las mentiras que tuvo que urdir para convencer, después de 15 años de pasar por varias cortes europeas, a los reyes católicos españoles respecto a lo que podrían ganar si financiaban su primer viaje —a la postre serían cuatro—, incluyendo escenas de alcoba entre Colón y la propia reina Isabel. A lo largo de las páginas, Colón se revela como un simple ambicioso cuyo principal interés era la obtención de oro, reconociendo él mismo cómo en sus cartas menciona muchas veces la palabra oro y tan sólo una a Cristo, siendo la introducción de la religión cristiana en el Nuevo Mundo y la salvación de las almas indígenas, la supuesta causa principal de los viajes.

Al final, en la tercera parte del relato, se observa a un Cristóbal Colón ya fallecido, representado ahora como “El Invisible”, quien observa cómo el papa León XIII (1810-1903) hace un nuevo intento por lograr su beatificación en 1892 sin lograrlo —en ocasión del cuarto centenario del descubrimiento de América—, a pesar de las más de 800 firmas que contiene la solicitud, toda vez que el abogado del diablo que se opone a la misma demuestra que lo escrito por Rosselly des Lorgues y León Bloy son puras invenciones. Al final del capítulo Carpentier introduce supuestas afirmaciones de connotados escritores y personajes que discuten con León Bloy rechazando unos la beatificación y burlándose del Almirante, y otros que lo defienden, como el postulador José Baldi —comerciante genovés que brinda fuertes donativos a la curia—, quien los escucha a través de su figura de “El Invisible”, tales como Víctor Hugo, Julio Verne, fray Bartolomé de las Casas, Voltaire, Alfonso Lamartine. Empero, aunque jocosos a veces los comentarios de los citados, no por ello dejan de ser sólo eso, graciosos pero sin agregar valor a la ficción que Carpentier pretende contar.

Con todo y su esfuerzo, se considera que al final de la novela de Carpentier el lector queda desencantado de lo ofrecido: no se describe en qué consistió cada uno de los intentos de beatificación.