Entrevistas
Antonieta Madrid
El éxito de un libro y de un autor está en los lectores

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—¿A qué edad se inició en el arte de la escritura?

—Comencé a escribir desde mi temprana adolescencia. Guardaba los textos en una suerte de diario en un cuaderno escolar. Se trataba de relatos sobre la cotidianidad con el añadido de la imaginación.

—¿Cuál fue la razón determinante para que Antonieta Madrid se viese impulsada a escribir?

—Creo que lo que me impulsó a escribir desde muy joven fueron dos razones, aunque ninguna fue determinante. En primer lugar las lecturas: a los trece o catorce años ya contaba con un buen número de lecturas literarias desde los franceses, pasando por los escritores rusos (Dostoievski, Tolstoi, etc.), los norteamericanos y muchos otros cuya lista resultaría muy larga. En segundo lugar influyó mi carácter introvertido, agudizado por el hecho de pertenecer a una familia numerosa y estar siempre rodeada de gente y sobreprotegida.

—¿Tiene alguna rutina? ¿Cuáles son las horas predilectas y sitios que revisten esa energía necesaria para desarrollar sus ideas?

—Aunque siempre he tratado de mantener cierta rutina, ésta no es estricta. Las horas predilectas para escribir son las de la tarde y noche hasta antes de las once o doce, cuando logro mayor concentración, entonces puedo escribir con calma y sin compulsión.

—¿Se identifica con algún personaje de sus novelas o cuentos?

—La identificación de cualquier autor con sus personajes resulta muy común. Aun cuando no se nos parezcan pienso que debe haber algunas coincidencias, aunque los personajes pueden venir de la imaginación, o de la realidad que nos rodea.

—¿Qué es lo más complejo y lo más placentero de su carrera de escritora y cuál ha sido la obra que más ha disfrutado?

—Lo más complejo es la estructuración de cada obra, sea cuento, novela o ensayo, géneros que he abordado con ciertos logros inesperados. En cuanto a lo más placentero, es el puro placer de escribir sin plantearme expectativas de fama o dinero, me basta con escribir tratando de hacerlo lo mejor posible. En cuanto a la obra que más he disfrutado me atrevería a decir que la novela De raposas y de lobos, ambientada en un psiquiátrico y publicada por Alfaguara en 2001.

—¿Cree en la inspiración, o maneja intelectualmente la obra?

—Creo en ambas. La inspiración te puede venir sin aviso, te sorprende y allí se queda hasta que debes hacer algo con esa idea que no te suelta hasta que comienzas a bosquejar la obra, trátese de novela, cuento o ensayo, pero después viene el verdadero trabajo de escritura y a veces puede resultar más relevante el cómo lo dices que lo que realmente dices.

—¿A quiénes considera sus maestros?

—Podría nombrar a varios, pero mis verdaderos maestros, en cuanto a estructuración de la obra y exploración de posibilidades, han sido James Joyce y Julio Cortázar. Muchos otros han sido mis maestros, entre éstos Jack Kerouac, Kafka, John Dos Pasos, entre otros.

—¿Qué considera que tiene más importancia en la escritura, el talento o el esfuerzo?

—Ambos, porque el talento solo, sin el esfuerzo y la dedicación, no funciona. Tampoco con el solo trabajo sin el talento se lograría la obra propuesta. Yo me atrevo a decir que con un 40% de talento y un 60% de trabajo la escritura se daría satisfactoriamente.

—Usted es una escritora muy versátil. ¿Cómo fue el paso a los cuentos y novelas a partir de la síntesis que implica la poesía?

—Fue muy gradual: primero escribía poemas o textos sueltos más bien poéticos como los de Nomenclatura cotidiana (New York, 1970), después los relatos de Reliquias de trapo (Caracas, 1972), Premio Interamericano de Cuento en 1971, por el relato “Psicodelia”, escritos en la década de los sesenta, mientras estudiaba en la universidad.

—Cuéntenos el camino que siguió hasta la publicación de su primera novela, No es tiempo para rosas rojas.

—Luego de concluir mis estudios universitarios, cuando ya me encontraba en la Universidad de Iowa, donde disponía de todo el tiempo para escribir, comencé a hilvanar los textos, inicialmente como un guión de cine, que después se convirtieron en la novela No es tiempo para rosas rojas. Me había llevado los cuadernos con diversos textos que fui estructurando casi sin darme cuenta, hasta darles cierta coherencia, así que la novela se fue escribiendo sola y, a mi regreso a Caracas, después de haber vivido un tiempo en Nueva York, le di los últimos toques y la envié a un concurso donde obtuvo el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal, por unanimidad del jurado. Del susto cuando me enteré del premio, que no esperaba, me mudé a casa de unos amigos y cuando aparecían los comentarios en la prensa, en su mayoría favorables, me parecía que no era yo la autora de aquella obra, y aun en estos días me sorprende que todavía escriban tesis universitarias sobre ella. También debo agregar que si la hubiera escrito ahora, sería otra novela y en cada reedición he estado tentada a cambiar muchas cosas, he preferido dejarla como está.

—Hizo un postgrado en la Universidad de Iowa, trabajó en cargos diplomáticos por casi 30 años. ¿Cuál ha sido el, o los lugares que despertaron en mayor grado su sensibilidad, esos sitios que perdurarán en su memoria como una grandiosa fuente de inspiración?

—Me siento a gusto viviendo en la ciudad de ahí que casi toda mi escritura se la podría catalogar como literatura urbana. Lo que más me fascina de las ciudades es la posibilidad de mantener el anonimato y frecuentar la gente sólo cuando lo deseas. Entre las ciudades donde he vivido y más me han impactado estarían, además de Caracas, Nueva York, París, Atenas, Buenos Aires y Varsovia, entre otras.

—¿Qué extrañaba de Venezuela?

—Todo: el clima, el paisaje, la familia, los amigos, todos mis afectos, pero durante los años que viví en el exterior traté de tomar lo mejor de cada ciudad y disfrutarlo. Lo que menos extrañé fue la comida, traté de disfrutar las diferentes cocinas de cada país.

—Partiendo de su novela No es tiempo para rosas rojas en ese entonces transcurría la primera década de la democracia en Venezuela. Había caído el régimen dictatorial del General Marcos Pérez Jiménez. La novela refleja un proceso de cambio en las conductas, revela nuevas formas en la generación. ¿Qué separa o une aquella época con la actualidad venezolana?

—Evidentemente la novela refleja nuevas formas de la conducta humana, una ruptura con los cánones tradicionales culturales y familiares, una brecha profunda entre nuestros padres y antepasados más inmediatos y las nuevas formas de aprender el mundo de las nuevas generaciones, producto a su vez de los cambios a nivel mundial acaecidos en aquellas décadas de los sesenta y setenta. Aunque resultan obvias las diferencias entre la actualidad y las décadas reflejadas en la novela, pienso que habría que confiar en la juventud actual y sus ímpetus de cambio hacia una visión más totalizante del mundo.

—¿Qué tanto por ciento de sus historias está basado en hechos o personajes reales, y cuánto es completamente ficticio?

—Escritura y realidad forman un todo indivisible. Toda ficción, aun la más ficticia, está basada, proviene o imita la realidad del escritor. Esto no quiere decir que se trata de autobiografía, sino de un reordenamiento de la realidad, traducido en una realidad paralela ordenada por el escritor a su manera y que al desdoblarse (el autor) en sus personajes, logra construir una realidad hipotética.

—En De raposas y de lobos, los personajes se transfiguran, toman formas acordes a sus impulsos. Hay aspectos muy visuales, una exploración lingüística que, a medida de la lectura, nos va internando en los múltiples enfoques de unos personajes alterados. ¿Cómo fue el proceso de escritura de esa maravillosa obra? ¿Por qué escoge un psiquiátrico para ambientar parte de los sucesos?

—El verdadero germen de esta novela vino a mí durante un invierno de treinta grados bajo cero, en Varsovia. Vivíamos frente a un parque cubierto de nieve donde la gente caminaba sin rumbo, acompañados en su mayoría por perros. Aquel paisaje me sugería la idea de un hospital, de un enorme asilo, o cualquier otro lugar de reclusión. Recuerdo que comencé a escribir una suerte de diario que titulé “El Cuaderno de Fulvia Fénix”, y así fueron surgiendo los otros personajes como extraídos del sombrero de un mago y fueron lobos y raposas que comenzaron a interactuar ya a su manera, y yo sólo escribía lo que ellos me iban dictando. Aunque nunca he estado en un psiquiátrico como paciente sí he visitado amigos y amigas muy cercanos y he podido percibir el funcionamiento de aquellos centros. Esta novela aún inédita obtuvo el Premio Único de la Bienal de Literatura “José Rafael Pocaterra” en 1984 y en 1991 fue finalista, entre diez novelas, del Premio Internacional Rómulo Gallegos, y no fue sino hasta 2001 cuando fue publicado por Alfaguara.

—¿Hasta dónde considera la escritura como un riesgo, teniendo en cuenta la delgada línea que divide lo real de lo imaginario?

—Existe ese riesgo y todo depende del grado de identificación entre el autor y su escritura, por lo que creo que nunca podría escribir sobre ciertos temas y prefiero los temas de la vida cotidiana.

—¿Cuánto tiempo tarda en escribir una novela? ¿Y cuánto en su repaso? ¿Hasta qué punto se debe estar alejado de una experiencia para reflejarla?

—Podría escribir una novela en un año, pero el “repaso” puede llevar años y mientras tengas el manuscrito a mano persiste la pulsión de corregir o cambiar los textos aquí o allá. Hasta que no publican el libro no se puede decir que terminó. Para reflejar una experiencia creo que, mientras más tiempo transcurra, esa “experiencia” se va clarificando hasta transformarse en materia de escritura, pero siempre debe prevalecer la ironía en su acepción de distanciamiento para convertirla en literatura.

—En sus obras se vierte una admiración a la vida, pero a la vez hay una constante indagación y cuestionamiento de la misma que tiene que ver con la angustia y el vacío. ¿Desde qué perspectiva se observa ahora?

—Paralelamente al gusto por la vida, marcha cierto cuestionamiento que te hace pensar que las cosas podrían ser de otra manera, y eso produce angustia y vacío. Creo que el goce de vivir y la angustia son inseparables.

—Poesía, relato, novela, ¿cuál ha sido el género con el que más se identifica?

—Creo que con la novela, por tratarse de un género abierto donde caben todos los géneros de la novela múltiple. También el ludismo que permite una creación sin los límites canónicos del cuento y la poesía.

—¿Hay un instante de más conexión interior en Antonieta Madrid, en qué circunstancias percibe ese más allá que se ve reflejado en tus textos?

—Ese “más allá” está íntimamente conectado con un “más acá” al interiorizar las experiencias cotidianas tal como se nos van presentando en una mezcla de memoria e imaginación.

—¿Algún nuevo proyecto?

—Tengo varios (novela, relatos varios, ensayos) dando vueltas en mi computadora, dos de ellos terminados a la espera de publicación, no sé cuándo pero algún día será.

—¿Qué encontrará el lector en su última obra?

—Cada libro lo he escrito como si fuera el último y en éstos que tengo en proceso (“working progress”) pienso que se trata de variaciones de una línea de escritura que se extiende en el tiempo, aunque siempre tratamos de explorar y aportar algo nuevo.

—¿Hasta qué punto cree que interviene la crítica literaria que tiene su asiento en la prensa escrita, sobre el éxito de un libro o un autor?

—La clave del éxito de un libro y de un autor está en los lectores, nunca en la promoción que se haga del mismo. Pienso que la fama es como un cuchillo de doble filo: por un lado agrada al autor y por otro lo agrede. Creo que el autor no debería preocuparse por el éxito de su obra sino escribir con placer, disfrutando la escritura sin angustiarse por el éxito editorial o económico.

—¿Qué libros de esta última década han llamado su atención? ¿Qué destacaría de la literatura actual, hoy que parece que tiende a abusarse en el uso y la repetición de ciertos clichés?

—Muchos son los jóvenes escritores y escritoras que destacan actualmente. Los he leído y me ha tocado presentarlos en grupos de lectura. En general se trata de una escritura eminentemente urbana que me atrevería a llamar “literatura del caos” por cuanto refleja el caos que impera en las grandes ciudades y la crisis mundial en todos sus aspectos, social, económico, cultural, familiar, y contrariamente a lo esperado, podríamos decir que conforman un nuevo boom literario a pesar de las dificultades editoriales que confrontan estos jóvenes.

—Un lugar que no conozca al cual le gustaría ir.

—Me gustaría visitar Australia. También quisiera ir a Dublín, Irlanda, el 4 de junio, día de Leopoldo Bloom, y recorrer la ruta descrita por Joyce en el Ulises.

—¿Cuál consideras que es la mejor formación para un escritor en potencia?

—Los talleres literarios, por tratarse de espacios propicios para la confrontación de la propia escritura al compararla con la de los compañeros talleristas. Pero además de los talleres está la lectura, porque lectura y escritura se nutren mutuamente y enriquecen la obra “en proceso de escritura”. Se dice que las innovaciones tecnológicas acabarán con los libros pero no es así, siempre habrá lectores y la literatura, como siempre antes, seguirá siendo un circuito de iniciados.