“No es espejo solamente la bruñida superficie
que se convierte en luz frente a la luz.
Es espejo todo objeto o superficie —o ser humano—
que devuelve parte de la luz que recibe...”.
La luz y el espejo, Augusto Mijares.
Escribir sobre José Manuel Morgado es escribir sobre la historia amorosa de Villa de Cura, su pueblo natal. Los poetas siempre han escrito la historia de los pueblos desde su subjetividad y, en el caso de Morgado, al ver la casi totalidad de su obra, podemos apreciar que en ella existen los recuerdos de la historia invisible de un lugar que se ha desfigurado en el despojo de su arquitectura, con el respectivo robo de la memoria arquitectónica e histórica, de sus personajes sencillos, de su forma de relacionar la cotidianidad con los pequeños hechos que construyen la esperanza.
Según Jean Baudrillard, “resulta paradójico establecer el panorama retrospectivo de una obra que jamás se ha pretendido prospectiva”, y es que los poetas como José Manuel Morgado no escriben, en principio, para quedarse, sino que cantan a la vida, a los seres, a los espacios, porque los miran con los ojos de las palabras y las palabras los hacen definir de una manera en la cual la memoria se hace eco de la simplicidad y de la constancia, y de allí que la misma obra sea en sí misma prospectiva.
Si bien Morgado ha sido un comprometido y un enamorado de los cambios sociales, de la justicia y la libertad, y esto lo deja entrever en su publicación periódica El Cotejo Mocho y en algunos de sus poemarios como Sangre, mi madre roja (1952), también es el cantor del paisaje aterido por las lluvias de abril, por el marzo cunicular, por la aurora radiante de la mañana en el camino hacia El Sombrero.
José Manuel Morgado nació el 8 de agosto de 1924 a las 8 de la mañana, según cuenta él mismo, y relata que fue en El Pozote; este lugar ha cambiado su nombre y ahora se llama Aragüita y por allí se encontraba Puente Hierro, donde, de niño, quizás se encontró con la joven Ana Belén Aular, con quien compartió textos poéticos y algunas historias sobre las revoluciones espirituales posibles desde la poesía siempre, en un momento histórico donde se hablaba de Juan Vicente Gómez y había cantos por la libertad.
Se puede decir que su poesía ha amanecido “sobre la palabra angustia” (Antonio Arráiz) porque su vida ha estado enmarcada en el proceso de los ideales revolucionarios desde que fue un niño. En Sangre, mi madre roja (1952), expresa, refiriéndose al hambre y a la esperanza: “Juan Angustia / Ramón Angustia / Rosa Angustia / Luisa Angustia / ...como Gregorio, su Mujer y Angustia / espera silencioso...”. Él mismo se define: “Me considero poeta de la patria para cantar sus cosas, para gritar por ella que va perdiendo el habla de tanto hablar en vano”.
Para comentar la obra de Morgado es necesario referirse nuevamente a Baudrillard cuando explica que “...hay que hacer como si la obra se preexistiera a sí misma y presintiera su final desde el principio... hay ahí un ejercicio de simulación capaz de entrar en resonancia con uno de los temas fundamentales del conjunto: hacer como si la obra estuviera cerrada, como si se desarrollara de una manera coherente, como si siempre hubiera existido...”, porque el conjunto total de la obra de José Manuel Morgado se va hilvanando al paso del tiempo, advirtiendo inviernos, toreando al verano debajo de los “samanes del patio”, bebiéndose a sí misma en algunos versos llenos de ebriedad nocturna y, de paso, de la mano de la amistad, tesoro que conserva entre los más dignos.
La obra de Morgado, con todo el color local que rebosa en ella, está llena de vivencias que son muy importantes en un tiempo histórico que nos impulsa a recuperar el sentido de los días. Si bien es un poeta que le canta a su pueblo natal, la Villa de San Luis Rey de Cura (Villa de Cura), también es un poeta de la patria y del ser humano. En su obra se tejen los espacios del pasado inmediato del pueblo invisible, puesto que en ella relata las memorias que a veces nadie recuerda, las memorias de los “sin nombre” a pesar de que todos han sido bautizados con uno.
Según el Programa Memoria del Mundo, Unesco, 1992, “la memoria histórica es de desarrollo reciente y viene a designar el esfuerzo consciente de los grupos humanos por entroncar con su pasado, sea éste real o imaginado, valorándolo y tratándolo con especial respeto” y por eso la obra de José Manuel Morgado tiene tanto sentido para la historia local y para la historia de la humanidad. Desde sus construcciones poéticas y desde sus particularidades podemos apreciar que las comunidades pequeñas tienen sus personajes, sus movilizaciones culturales, su propia vitalidad, y esto hace que la obra de Morgado también se vea como una obra de gran universalidad.
¿Qué pueblo del mundo no ha tenido sus pregoneros, sus dulceros, sus peluqueras, a las mujeres de los “países bajos”, a sus cantadores y encantadores? En nuestro país su obra está a la par de la de Ramón Palomares, la de Eduardo Zambrano Colmenares y la del propio Pedro Ruiz; cada uno de ellos, personalísimos en sus voces y en sus construcciones textuales, apuestan al mismo sentido de la memoria.
Dice A. Gehlen en El hombre, su naturaleza y su lugar en el mundo: “La necesidad experimentada por el hombre que reflexiona sobre interpretar su propia existencia humana no es puramente teórica. En efecto, según las conclusiones que se sigan a esa interpretación, se hará visible o quedará oculto un tipo u otro de tareas” y es que la tarea de los poetas y la interpretación que éstos hacen con sus realidades promueven la adaptación del medio ambiente hacia el mundo cultural y descubren a ojo pleno personajes, oficios, temas que no pueden ser contados de otra manera que no sea la palabra poética.
En 1991, en el marco del II Reencuentro de Villacuranos, realizado en la calle Páez (calle Curita), José Manuel Morgado construyó un hermoso poemario llamado Estampas de nuestro pueblo de antes, en el cual volvieron a las calles personajes como Justo Medina (el raspadero), Don Carlos (el chichero), Sota y Pacheco, ambos con la locura a cuestas, Federico Otaiza (electricista) y Turupial, que emitía cantos de aves para el deleite de los niños. Recordemos que Morgado ambienta sus textos en la memoria donde no había aún televisor y esta relación del ser humano consigo mismo y con la naturaleza era de una riqueza singular porque era la manera de subjetivar la cotidianidad llena de matices y de encuentros.
Volviendo a Baudrillard, “...un poco a la manera como Borges reconstituye una civilización perdida a través de los fragmentos de una biblioteca”, Morgado expresa la reconstrucción de una forma del ser del pueblo donde habita y que lo habita llevado de la mano por las cosas perdidas como el portón de la vieja casa paradiseña, una vez que fue demolida para la construcción de una entidad bancaria, pecado imperdonable por la falta de tino al desconsiderar la importancia de los lugares, de la memoria arquitectónica del pueblo.
En su texto “Recuerdos” expresa: “¡Oh recuerdos de mi Villa! / donde se asoma la gente sencilla / la gente de mi ciudad: / unos ya en la eternidad / y otros mostrando en sus canas / albas de tantas mañanas / que va dejando la edad”.
Llevar los relatos orales al papel y reconstruirlos en libro de memorias cotidianas ha permitido sacar a la luz los testimonios personales de todo tipo de individuos alrededor del mundo, haciendo visibles a los invisibles, en la actual sociedad de consumo y bienestar que cada día se va perdiendo entre el consumismo desaforado y las nuevas formas de comunicación, donde el hablar debajo de un árbol es una extravagancia y donde el poeta va convirtiéndose en un animal en extinción.
De allí que la importancia de la obra poética de José Manuel Morgado se reconsidere con el paso del tiempo. Va hacia adelante a pesar de que su objetivo fue sólo cantar la cotidianidad, el día a día, la belleza de la naturaleza y la infinitud del tiempo.
Los maestros de la sospecha, entre los cuales se encuentra Paul Ricoeur como discípulo, con sus críticas al sujeto moderno y su mala-falsa conciencia mediante la cual se sostienen ideologías modernas que encubren la dominación amo-esclavo, pastor rebaño, proponen un nuevo horizonte de sentido donde el sujeto reconstruya su realidad y su sentido existencial, y en este marco referencial, Morgado nos hace incorporar el pasado al presente, los sueños a la realidad y el canto de justicia y la libertad a un mundo que apenas se sostiene a sí mismo ante tanta confusión de roles y de desencuentros entre lo que somos y lo que aspiramos a ser.
Por eso se hace de vital importancia la escritura de la historia a partir de los testimonios de quienes aún no han perdido la memoria y que aún pueden hilvanar los hilos de la constancia de los días con la simplicidad del lenguaje nacido de las aguas de la belleza: la poesía. Poesía que, en el caso de José Manuel Morgado, también es crónica histórica y vital porque en ella se encuentran los invisibles, los sencillos, los anónimos de la sociedad que miran las caravanas de gentes sin darle importancia a sus oficios, a sus hechos, angustias, sueños, pero que en el canto del poeta se convierten en los héroes de la alborada cotidiana: constancia de la vida activa en cada aporte de esa conmoción de estrellas que es el pueblo que hace desde sus manos y de su talento pleno, sin olvidar jamás el humor y el compromiso nos regala sin egoísmos. Es decir: es un canto a la existencia desde su pueblo al universo.
Parafraseando a uno de sus coterráneos, Augusto Mijares, Morgado “es espejo y es luz” para quien quiera aceptar toda esa experiencia hecha palabras en la historia recogida en poemas, papelitos y sueños de lo que ahora podemos apreciar en la totalidad de lo que hace un poeta del pueblo.