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Vargas Llosa: sexualidad sin amor

Mario Vargas Llosa

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En esta última parte en que tratamos acerca de la visión que Mario Vargas Llosa (MVLl) tendría de la sexualidad, que percibimos alejada de la experiencia del amor, vamos a enfocar de lleno su concepto de esta importantísima vivencia.

La referencia principal para seguir el desarrollo de sus ideas la encontramos en el comentario que dedica a la novela de Yasunari Kawabata, La casa de las bellas durmientes, en La verdad de las mentiras, 2002. También en El pez en el agua. Memorias, 1993, en que describe su aventura política como candidato a la presidencia de la república en el Perú y ofrece algunos datos autobiográficos; y en ensayos como La orgía perpetua, 1978, sobre la novela Madame Bovary, de Flaubert, y La tentación de lo imposible, 2004, dedicado a Los miserables, de Víctor Hugo.

Resultan instructivos así mismo los detalles que proporciona sobre su propia vida sexual en el relato La tía Julia y el escribidor, 1977, y los comentarios posteriores del mismo escritor a raíz de la publicación de esta novela, además de algunas entrevistas periodísticas en las que toca la materia. Su particular percepción del amor se revela también en las novelas eróticas Elogio de la madrastra, 1988, Los cuadernos de don Rigoberto, 2005, y en otras en las que la sexualidad ocupa un espacio importante, como El Paraíso en la otra esquina, 2003, Travesuras de la niña mala, 2006, y Al pie del Támesis, 2008.

 

Precisiones

Algunas afirmaciones del escritor puede decirse tienen cierto grado de validez, aunque requerirían de precisiones, como cuando dice, en La verdad de las mentiras, 2002: “El erotismo es fantasía y es teatro, sublimación del instinto sexual en una fiesta cuyos protagonistas son los oscuros fantasmas del deseo que la imaginación anima y que ansía encarnar, en pos de un placer escurridizo, fuego fatuo que parece próximo y es, casi siempre, inalcanzable” (p. 333).

Ampliando un comentario anterior podemos decir que en el plano de la imaginación, que es donde se desenvuelve con soltura MVLl, resultan expresiones atractivas, pero distan de calzar con los conocimientos alcanzados contemporáneamente en los campos del sexo y el amor.

Los “fantasmas” pertenecen al deseo pero lo mismo a la excitación, y su diferenciación sólo es aceptable por motivos didácticos, de manera que en una versión poética de la sexualidad humana como la que ofrece el escritor, promueven la confusión.

La “imaginación” puede acompañar al deseo y asociarse lo mismo con la excitación y con un sinfín de motivaciones que entran en juego en la experiencia erótica. Advirtamos que MVLl, en el mismo libro, La verdad de las mentiras, adhiere a la tesis freudiana de la legitimidad del impulso sexual en tanto sea condicionado por la “sublimación del instinto...” (p. 333), aunque es dudoso que haya sopesado esa afirmación que toca en el corazón del concepto de la actividad y placer sexuales.

Pero también en el texto que venimos citando puede encontrarse afirmaciones aun más discutibles: “Se trata [el erotismo] de un juego altamente civilizado, al que sólo acceden las culturas antiguas que han alcanzado un elevado nivel de desarrollo y muestran ya síntomas de decadencia” (p. 333). MVLL suscribe un erotismo alambicado que margina las formas más sencillas del placer y está claro no se corresponde con la composición básica de la experiencia libidinal.

Continúa: “El erotismo es incompatible con el espíritu emprendedor y miliciano de los pueblos conquistadores, los que se hallan en pleno proceso de expansión y consolidación, o con las sociedades espartanas, fanatizadas por un dogma religioso o político. En ellas, las energías del individuo son requeridas por el ideal colectivo, y el sexo, fuente de desmoralización espiritual y cívica, es reprimido y confinado a una función reproductiva: traer hijos al mundo para hacer la guerra o servir a Dios”.

El discurso precedente encaja en lo que Burgett, 2002, llama un “modelo hidráulico” de la sexualidad, por la que los seres humanos tendrían una especie de reservorio de energía sexual, por la cual el sexo y el poder serían fuerzas opuestas. Así es que la liberación o la represión del sexo dependerán de la negación o exaltación del poder, excluyendo las connotaciones históricas de la sexualidad. Esta afirmación, por lo seria que es, requeriría desarrollo y fundamentación o en todo caso abandonar ese carácter tajante y hasta autoritario y de verdad comprobada, que se desprende de la convicción con que se expresa. Realmente no conocemos muchos estudios, si es que realmente existen, que sustenten las ideas de MVLl, acerca de que el erotismo se da en sociedades en proceso regresivo o que sea incompatible con los pueblos conquistadores.

 

Modelo histórico

El escritor, en el mismo libro, en cuanto a progreso sexual, privilegia el siglo XVIII, dice: “El siglo erótico por excelencia, en Occidente, es el siglo XVIII. Siglo escéptico, de desmoronamiento de todas las certidumbres religiosas, científicas y sociales, en el que los ideales y los condicionamientos colectivos se derrumban y el individuo emerge, agigantado, autónomo, liberado de la placenta social y de la coyuntura religiosa. La sociedad no se ha disgregado, pero sus instrumentos de control sobre los individuos se hallan tan debilitados y descompuestos que cada cual puede, de acuerdo a sus medios o talentos, tener la vida que le plazca; y la Iglesia, que nominalmente sigue siendo la guardiana de la moral y las costumbres, ha perdido tanto poder y se halla tan relajada y disuelta que, más bien, en lugar de velar porque los instintos humanos permanezcan constreñidos, contribuye a desbocarlos. Disociado de los fines utilitarios y morales de la mera reproducción, el amor torna a ser el territorio privilegiado del placer y un derecho recién descubierto que el individuo hace suyo y proclama a los cuatro vientos, en tratados filosóficos, en poemas y ficciones picarescas, pero, sobre todo, practicándolo, en las formas más barrocas y fantasiosas, ornamentándolo y complicándolo hasta lo indecible” (p.334).

Si bien el siglo XVIII ha sido considerado por muchos historiadores como el tiempo de liberación de la sexualidad humana y del trabajo científico que permitió verla más racionalmente, como lo señala Sha, 2006, el galardón debe compartirlo, creemos, con los siglos precedente y subsiguiente. Los cambios en la percepción social y científica de la sexualidad y la conducta asociada, a través de las centurias XVII al XIX, aparecen como una continuidad y resulta arbitrario resaltar alguno de ellos como símbolo del cambio. No olvidemos tampoco que si bien, entre otras novedades, se abandonó el modelo de “un sexo” y se adoptó el de “dos sexos”, estudiosos como Connell y Huntt, 2006, afirman que en el siglo XVIII hubo fuerte consenso respecto al sexo feliz dentro del matrimonio, que no sólo aparejaba un beneficio personal sino que contribuía a la estabilidad social, consideraciones que contradicen las ideas del escritor al respecto.

Finalmente, ¿cómo olvidar a Tissot y el pánico frente a la masturbación?, sobre todo para el novelista que propugna que la característica principal del sexo es la trasgresión.

 

Erotismo y liberación

En el ensayo acerca de La casa de las bellas durmientes, dejando libre la fantasía propia del fecundo creador de personajes y situaciones que es, encontramos en la página 334 un párrafo suyo bastante confuso. Adscribe al erotismo como un instrumento de liberación pero al mismo tiempo reconoce, aunque sin mencionarlo, los efectos devastadores de la revolución sexual de los 60. Veamos el texto: “Esta bella fiesta sensual significa, sin duda, de un lado, un gran salto liberador para el hombre, al que la sociedad devuelve, en lo que al sexo se refiere al menos, parte de aquella soberanía que toda sociedad debe recortar y codificar para hacer posible la coexistencia, la vida colectiva”. Es decir, propone que el erotismo es un producto construido socialmente, lo que sólo realmente podría ser cierto cuando la literatura se ocupa de él, como ocurre con Vargas Llosa y su obra, pero revela lo lejano que está el novelista del debate desenvuelto en los últimos treinta años, sobre la estructura de la sexualidad.

Sigue: “Pero, de otro, significa también llenar las calles y las casas de la ciudad de unos demonios insaciables, de esas bestias ávidas —los deseos humanos— que, sin ataduras ni frenos —y, más bien, estimulados por la moral reinante—, no pueden ser jamás satisfechos, pues sus apetitos y exigencias crecen vertiginosamente hasta poner en peligro la existencia misma de la vida gregaria”. Su teoría es curiosa porque es opuesta al espíritu de libertad que sabemos lo anima: la sexualidad para él no está al servicio del hombre sino al revés, el hombre se encuentra subordinado al impulso sexual. ¿Cómo explicar entonces, entre varios ejemplos, la contención de los deseos por parte de la mujer en virtud de su mayor “inversión”, evidente en las consecuencias de la actividad sexual para ella, como sostiene una visión economicista de los roles sexuales?

Sigue diciendo: “El erotismo, que comienza siendo, siempre, una fiesta regocijada y feliz, suele terminar en lúgubres o sangrientas hecatombes, porque para el deseo en libertad no hay otro límite que la muerte, como muestran esas atroces devastaciones en que terminan siempre las orgías de las novelas de Sade” y agrega, “Salvo en el caso de ciertos individuos que lo practican a salvo de miradas indiscretas, en la catacumba, como lo que en verdad es: un juego exaltante y peligroso en el que el hombre puede enriquecerse y alcanzar una cierta plenitud; pero también destruir a los demás y destruirse”.

Una generalización de esa naturaleza, “terminar en lúgubres o sangrientas hecatombes”, es pura imaginación, si pensamos en la sexualidad común y corriente de la mayoría de la población y más bien propia de casos extremos de patología mental. La expresión sobre la inmunidad de la que gozarían ciertos individuos protegidos porque “lo practican a salvo de miradas indiscretas” es una verdadera adivinanza.

 

Sexo deshumanizado

En El pez en el agua..., 1993, afirma con extrema audacia que despojar al sexo de su humanidad sería: “...según psicólogos y sexólogos [que no menciona], muy saludable para la sociedad, la que, de este modo, se desahoga de abundantes represiones neuróticas”. Nadie ha comprobado que las regulaciones sobre la instintividad tienen que ser necesariamente patológicas y “neuróticas”. Contradictoriamente continua diciendo, aunque no sabemos si es una consideración en positivo dada la ambigüedad del párrafo: “Pero ha significado, también, la trivialización del acto sexual y la extinción de una fuente privilegiada de placer para el ser humano contemporáneo. Despojado de misterio y de los tabúes religiosos y morales seculares, así como de los elaborados ritos que rodeaban su práctica, el amor físico ha pasado a ser para las nuevas generaciones lo más natural del mundo, una gimnasia, un pasajero entretenimiento, algo muy distinto de ese misterio central de la vida, de ese acercarse a través de él a las puertas del cielo y del infierno que fue todavía para mi generación” (p. 110). MVLl está sin duda, como lo muestra este párrafo, estancado en la pulsión y el deseo (“acto sexual”, “amor físico”), no deslindando con el amor, frente al cual muestra sorprendente inhibición.

En Jimena Villegas, Revista Qué Pasa, 1997, confirma lo dicho: la devaluada percepción que tiene del amor. Ante la pregunta: “Se dice que la novela erótica es una de las más complicadas porque es muy fácil caer en la pornografía o bien en lo cursi”, responde: “Estoy de acuerdo. La novela erótica es un género que está muy condicionado por dos factores. El primero es que lo puramente erótico está muy reducido; el amor es maravilloso en intensidad, pero se limita a un cúmulo bastante pequeño de experiencias...”. ¿Cómo es eso que el amor se “limita”? ¿Qué indicador o criterio usa el escritor para afirmación tan importante? ¿El amor entendido en términos cuantitativos: “cúmulo bastante pequeño de experiencias”?, resulta un misterio.

Se confirma su misma percepción liviana de la sexualidad, que venimos comentando, en algunas declaraciones que pueden encontrarse en su ensayo La tentación de lo imposible, 2004, sobre la novela Los miserables, de Víctor Hugo. En este trabajo prefiere abstenerse de observar la conducta sexual indigna de Hugo y la describe desde la distancia calificándola como “diversiones”: “...mantuvo un constante comercio carnal con las muchachas del servicio. Era un comercio en todos los sentidos de la palabra, empezando por el mercantil. Él pagaba las prestaciones de acuerdo a un esquema estricto. Si la muchacha se dejaba sólo mirar los pechos recibía unos pocos centavos. Si se desnudaba del todo, pero el poeta no podía tocarla, cincuenta centavos” (p. 22).

Continúa: “Gracias a esta escala de remuneraciones —es sabido lo cuidadoso que era Víctor Hugo en lo concerniente al dinero— tenemos un testimonio de primera mano de estas diversiones sexuales con las que se gratificaba...” (p. 101); además: “Víctor Hugo, en cambio, continuó practicando el sexo, con un brío que desmiente la filosofía de Los miserables...” (p. 100). Pero no calificar los abusos de Víctor Hugo con unas indefensas mujeres, contrasta con los términos elogiosos sobre otros aspectos de la personalidad del francés y podemos leer: “Lo que más nos admira en él es la vertiginosa ambición que delatan algunas de sus realizaciones literarias y la absoluta convicción que lo animaba de que la literatura que salía de su pluma no era sólo una obra de arte...” (p. 24).

En el modo acostumbrado por MVLl de no integrar el sexo con la sexualidad comenta a propósito de la abstinencia que Hugo asigna a algunos de los protagonistas de la novela: “Si así fue, ello trasluce sobre todo la nostalgia de un pasado remoto pues es sabido que, con su juventud, el ideal de pureza física desapareció de la vida de Hugo y lo reemplazó una desmedida incontinencia sexual” (p. 99), y por supuesto su anticlericalismo crónico: “En lo que concierne al sexo, la moral de Los miserables se ajusta como un guante a la moral católica en su versión más intolerante y puritana” (p. 98).

 

Madame Bovary

Acercándose a los 40 años, MVLl no tenía aún una apreciación doctrinaria clara, ni menos sustentada empíricamente, de la sexualidad, si nos atenemos a su ensayo La orgía perpetua, 1978, sobre la novela Madame Bovary, del escritor francés Flaubert, de mediados del siglo XIX.

El trabajo está dividido en tres partes, la primera dedicada al personaje, Emma; la segunda, sobre la novela; y la tercera, su ubicación (de la novela) en la literatura. En este comentario vamos sólo a referirnos a la primera.

Aunque más pareciera una fanfarronada o un caso de “bovarismo” intelectual, el marco vital del literato peruano en el que se proyecta su visión de la sexualidad y del amor, está claramente expuesto en su declarada identificación con Emma. Nos referimos a la idea de asimilar la sexualidad a la corporeidad. Lo explicita, diciendo: “Esas causas son muy simples y tienen que ver con algo que ella y yo compartimos estrechamente: nuestro incurable materialismo, nuestra predilección por los placeres del cuerpo sobre los del alma, nuestro respeto por los sentidos y el instinto, nuestra preferencia por esta vida terrenal a cualquier otra” (p. 18).

En medio de tantos equívocos en el mismo libro contrasta sin embargo el peso que le da a la subjetividad del sexo en el hombre: “El tratamiento de lo sexual en la narrativa es uno de los más delicados, tal vez el más arduo junto con lo político. Como en ambos asuntos existe para el autor y para el lector una carga tan fuerte de prevenciones y convicciones, es dificilísimo fingir la naturalidad, ‘inventar’ esas materias, darles autonomía: invenciblemente se tiende a tomar partido por o contra algo, a demostrar en vez de mostrar” (p. 25).

Emma quería una vida de aventuras, saraos, refinamiento social e intelectual y eso la lleva a sus aventuras amorosas. Como consecuencia de tales motivaciones es que se precipita a la experiencia erótica y al amor no correspondido. Pensamos que acierta cuando dice que Flaubert “se esforzó en pintar un amor que fuera, de un lado, sentimiento, poesía, gesto, y del otro (más discretamente), erección y orgasmo” (p. 26). Yerra no obstante cuando explica que el desencuentro matrimonial tenía una naturaleza principalmente erótica: “El desánimo, el desasosiego que, poco a poco, convierten a Emma en una adúltera, son consecuencias de su frustración matrimonial y esta frustración es principalmente erótica” (p. 26). En realidad, la novela no revela por ningún lado que la frustración erótica, en su sentido más inmediato, sea el motivo central del desencanto de Emma. En todo caso lo fue la insatisfacción global de un matrimonio soso según las expectativas de la protagonista.

Tampoco es creíble, como afirma MVLl, que la satisfacción plena de Charles con Emma como esposa, anulara grandes ambiciones, porque en realidad él era un hombre con las limitaciones propias de la medianía de cualquier persona. Parece claro que, en este punto, el autor deja de lado la tarea ensayística, y sin darse cuenta reincide en lo que básicamente es: un novelista. “En cambio, a Charles le ocurre lo contrario. Esa mujer bella y refinada lo contenta de tal modo, a él que aspira a tan poco en ese campo (sale de los brazos huesudos de Héloïse, vejancona cuyos pies helados le daban escalofríos al entrar en la cama) que, paradójicamente, anula en él toda inquietud, toda ambición: lo tiene todo, para qué quiere más. Su felicidad sexual explica en buena parte su ceguera, su conformismo, su pertinaz mediocridad” (p. 26). Reincide en el “modelo hidráulico” de la sexualidad que comentamos más arriba: la felicidad sexual restringiendo los proyectos vitales.

En otro momento de su ensayo nos ofrece una alegoría de su encantamiento por la figura del personaje literario que es Emma, en la que transparenta en cierta medida su visión del amor. Llama, con este nombre, amor —compleja experiencia instintiva, emocional, moral e intelectual—, a su encandilamiento afectivo y sin aparente reciprocidad por Emma. Pero simultáneamente reconoce que no puede llamarlo verdaderamente amor, porque no es “compartido”. Pero, a continuación, asegura que éste, el amor “compartido”, suele ser transeúnte. La realidad es que ambos, tanto el amor unidireccional, que no conforma el ideal, como el recíproco, están librados al accidente de la fugacidad. Escribe sobre este punto: “Pero el amante no desiste, porque esta dama ha colmado su vida de una manera sin duda menos gloriosa, pero quizá más durable, que la que permite el amor compartido, donde, como aprende Emma, se está siempre expuesto a comprobar que todo es transeúnte...” (p. 47).

Por último, Vargas Llosa no se da cuenta de que el amor literario que profesa por Emma, sí tiene intercambio y correspondencia con el del escritor: él le ha dedicado un más que interesante ensayo, que aquí sólo hemos comentado muy parcialmente, y ella le ha proporcionado insumos amorosos. Por eso es que resulta errada la sensación de ausencia de mutualidad, sin duda por no haber explorado a conciencia el gran tema del amor, cuando dice: “Sé que, en el territorio en que prodiga su belleza [Emma], nadie, fuera del oficial de sanidad [el esposo], Rodolphe y León [los dos amantes], gozará de ella, y que en éste donde me hallo a nadie podrá dar más de lo que a mí me ha dado” (pp. 47, 48).

 

Intento interpretativo

La naturaleza de este acercamiento contradictorio frente a la sexualidad obedecería principalmente a dos factores: Vargas Llosa es un hijo de su tiempo, del relativismo moral, pero también un hombre sintonizado con ese bien tan preciado, el de la libertad, que marca nuestra época.

Su ética postmoderna y su aversión al totalitarismo lo llevan a perder sutileza y empobrecer su pensamiento sobre el sexo. Por eso no distingue lo normal de lo anormal y contamina sus ideas con los contrabandos disfrazados de libertad. Adicionalmente tengamos en cuenta que el estudio de la sexualidad desde la mitad del siglo pasado ha hecho de esta materia un asunto bastante especializado y con tal abundancia de información que hace difícil para el neófito separar la paja del trigo. Por último, juegan también su rol el sesgo del escritor a favor del construccionismo social, como explicación última de los fenómenos sociales, y sin duda su inquina apasionada contra la Iglesia Católica.

Tal vez sean estas algunas explicaciones del modo desaprensivo y a veces frívolo, dadas sus calidades intelectuales, en que se acerca al fenómeno de la sexualidad, reflejado desde el principio de su carrera, en la descripción que hace en La tía Julia... del encuentro íntimo con la que poco después sería su primera esposa. Aunque pasados los años muestre cierta ambivalencia respecto a su falta de discreción juvenil, Mario Vargas Llosa. Entrevistas escogidas, 2004, cuando expresa: “Los capítulos autobiográficos me han costado el doble de trabajo que los de ficción. El penúltimo capítulo sobre todo, donde cuento mi primer matrimonio, fue un horror (¿Con qué derecho secuestras la vida de gentes a las que has conocido por la amistad o por el amor? Es la primera vez que he pasado esto y no sé si he vencido el pudor)” (p. 114). Es significativo el uso del término “secuestrar”, generalmente aplicado a un delito, para referirse al hecho de contar la intimidad sexual con su primera esposa, aunque parece no estar seguro si no lo volverá a hacer, “…no sé si he vencido el pudor”, termina diciendo.

En su descargo cabe mencionar que la ecuanimidad, que no tiene que ser necesariamente demérito para el artista, retorna respecto a la intimidad de su vida sexual ahora. Cuando en el mismo libro al que aludimos, Mario Vargas Llosa. Entrevistas escogidas, declara a la pregunta de la periodista Heidi Grossman: “¿Siempre le ha sido fiel a Patricia?”, responde: “Esas son preguntas que pertenecen a un dominio privado. Hay tres dominios en los que hay que respetar la privacidad; dinero, Dios y cama. A quién adora una persona, cuánto gana, con quién se acuesta o no se acuesta, no son temas de dominio público y yo desde luego no hablo sobre eso. Hay gente que explota la exhibición de su privacidad, pero yo no lo voy a hacer” (p. 271); y frente a otra pregunta: “¿Se ha divorciado de Patricia en la imaginación?”, contesta: “No, no me he divorciado en la imaginación. Si lo hubiera hecho ya no estaría casado. Mi matrimonio es longevo, tiene 35 años. Si no tuviera un fundamento sólido no existiría” (p. 278). A su favor está también que en el libro Diccionario del amante de América Latina, 2006, comienza el acápite del humor señalando: “Luego de Los cachorros escribí dos novelas, Pantaleón y las visitadoras y La tía Julia y el escribidor, que son muy distintas de las anteriores en una cosa: que en ellas hay humor”. (p. 203), pero tiene la discreción de ya no referirse a la última novela.

¿Qué es lo que postula el escritor sobre el sexo? Muchas, diversas e insólitas ideas. Insiste en el erotismo como una fantasía y espectáculo que resulta de la “sublimación”; y sería propio de las culturas desarrolladas (había negado a los pueblos primitivos la experiencia erótica, sin la argumentación necesaria).

Resulta interesante la evolución de la percepción de MVLl acerca del sexo. Nos cuenta en su libro autobiográfico, El pez en el agua, 1993, que el tema sexual fue perdiendo para él “...el semblante asqueroso, repelente…”, no porque integrara lo fisiológico en el ámbito del amor como sería de esperar y seguro le ocurrió en la práctica sino porque era “[el sexo] ...objeto de bromas y disfuerzos...” entre los cadetes del colegio. Dice: “El sexo era un tema obsesivo, objeto de bromas y disfuerzos, de las confidencias y de los sueños y pesadillas de los cadetes. En el Leoncio Prado, el sexo, lo sexual, fueron perdiendo para mí el semblante asqueroso, repelente, que había tenido desde que supe cómo nacían los bebes, y allí comencé a pensar y fantasear en mujeres sin sentir desagrado y sentimientos de culpa” (pp. 107-108).

En el mismo libro hallamos cómo explicar su posible reconciliación con la sexualidad, a partir de la pura sensorialidad en la experiencia del sexo comercializado, aunque no está clara su conversión: “Y creo que sería desleal para con mi memoria y mi adolescencia no reconocer, también, que en esos años en los que fui dejando de ser niño, mujeres como la Pies Dorados me enseñaron los placeres del cuerpo y los sentidos, a no rechazar el sexo como algo inmundo y denigrante, sino a vivirlo como una fuente de vida y de goce y me hicieron dar los primeros pasos por el misterioso laberinto del deseo” (pp. 109-110).

Tal vez por eso mismo, en la entrevista “Vargas Llosa y su maldita pasión”, 2004, se inhibe de pronunciarse en un tema de la gravedad de la prostitución, que es ejemplar para explicitar su percepción de la materia. De allí que frente a la pregunta: “Los prostíbulos y la prostitución son temas frecuentes en tus obras. En esta novela, ¿cuál es la connotación social, si se quiere, simbólica de la prostitución, si es que la hay?”, responde: “Sí, sí. Seguramente la hay. En todo asunto literario, en todo tema novelesco, hay siempre un contenido simbólico, una significación de segundo o tercer orden. Ahora, en este caso no ha sido previsto de ninguna manera por el autor, no me he planteado la historia de este servicio de visitadoras como un emblema, como un símbolo, como una alegoría de una realidad exterior al sistema mismo, pero es probable que la haya” (p. 95).

Reafirmando luego, siempre en el mismo libro, El pez en el agua, el conflicto sexual que MVLl mantenía aún en la quinta década de la vida, trata de explicarlo por las experiencias vividas en la infancia, que por otro lado son muy comunes y que, al revés de lo que cree el novelista, según su tipo e intensidad, no tienen por qué desviar el instinto de su expresión cabal. Comenta: “Tal vez sea bueno que el sexo haya pasado a ser algo natural para el común de los mortales. Para mí nunca lo fue, no lo es. Ver a una mujer desnuda en una cama ha sido siempre la más inquietante y turbadora de las experiencias, algo que jamás hubiera tenido para mí ese carácter trascendental, merecedor de tanto respeto trémulo y tanta feliz expectativa, si el sexo no hubiera estado, en mi infancia y juventud, cercado por tabúes, prohibiciones y prejuicios, si para hacer el amor con una mujer no hubiera habido entonces tantos escollos que salvar” (pp. 191-192).

Aunque el párrafo sigue siendo oscuro, como otros que el escritor dedica al tema, puede confirmar que, para el escritor, experimentar el amor real por una persona del otro sexo requiere de un tránsito en que al conocimiento, educación, reconocimiento de la identidad y la orientación sexual propias, se añaden la percepción de la complementariedad, la adquisición de valores y el respeto por el otro.

Lo que sorprende de la exposición de sus ideas es que constituyendo sólo una especulación, unas ideas sueltas, les dé por lo general categoría de verdad, de cosas comprobadas, de aceptación universal. Desde luego no sólo no presenta investigaciones, ni personales ni ajenas, que sustenten las afirmaciones tan rotundas que nos ofrece, sino que sus conceptos parecen producto de un análisis ligero y ánimo atrabiliario.

 

Resumen

Recorremos las ideas de MVLl sobre el sexo y el amor y pensamos que éstas han terminado por cargar de defectos el tópico sexual en sus novelas Elogio de la madrastra, Los cuadernos de don Rigoberto, El Paraíso en la otra esquina, Travesuras de la niña mala y varias más.

Cuando debió exponer su pensamiento en este campo pudo haber sido la oportunidad para que MVLL reconociera la dificultad que ofrece adentrarse en la urdimbre de una materia tan compleja como es la de la sexualidad, el erotismo y el amor, pero se convirtió más bien en ocasión para afirmar unas ideas bastante confusas y arbitrarias. Un concepto se salva, sintetizado por la frase: “No hay gran literatura erótica, lo que hay es erotismo en grandes obras literarias”, El País, 2004.

(del libro inédito Vargas Llosa o la sexualidad menoscabada).

 

Bibliografía

  • Burgett, B. (2002). “Between speculation and population: The problem of ‘sex’ in our long eighteenth century”, Early American Literature, 37: 1, p. 119.
  • Coaguila, J. (Ed.). Mario Vargas Llosa. Entrevistas escogidas, Fondo Editorial Cultura Peruana, Lima, 2004.
  • Connell, E.; Hunt, A. (2006). “Sexual ideology and sexual physiology in the discourses of sex advice literature”, Canadian Journal of Human Sexuality, 15: 1.
  • Sha, R. comunicación personal, 30 de octubre de 2006.
  • Vargas Llosa, M. La tía Julia y el escribidor, Seix-Barral, Barcelona, 1977.
    —. La orgía perpetua, Bruguera, Barcelona, 1978.
    —. Elogio de la madrastra, Arago Editores, Bogotá, 1988.
    —. El pez en el agua. Memorias, Seix-Barral, 1993.
    —. “Sin erotismo no hay gran literatura”, Babelia, suplemento de El País, sábado 4 de agosto, de 2001.
    —. El Paraíso en la otra esquina, Algaguara, Lima, 2003.
    —. La tentación de lo imposible, Santillana, Madrid, 2004.
    —. Los cuadernos de don Rigoberto. Águila, Taurus, Alfaguara de Argentina, 2005.
    —. Travesuras de la niña mala, Alfaguara, Lima, 2006
    —. Diccionario del amante de América Latina, Paidós, Barcelona, 2006.
  • Villegas, J. “Los placeres de Vargas Llosa”, Revista Qué Pasa (Chile), 1.358, del 22 al 28 de abril de 1997.