Sala de ensayo
La poesía como “misión”: el caso de Hugo Padeletti

Hugo Padeletti

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Me interesa, en estas notas, recorrer cierta zona de la poesía de Hugo Padeletti1 en la que se nos revela su poética vital, ligada —desde luego— a una concepción estética que se inscribe en una dimensión ética. Es decir, indagar sobre esa región particular donde la poesía y el poeta son y diciéndose se cumplen.

Para ello, he seleccionado un brevísimo corpus de poesías de las diversas estaciones2 que el andariego transita. Cabe detenernos un instante a fin de establecer algunas distinciones entre sujetos y acciones: al Andariego —figura tomada del Libro de las mutaciones— corresponde trashumar. La trashumancia es su destino, sólo entonces halla ventura.

En la aceptación de que lo único inmutable es el cambio, el poeta emprende su camino estacionado que es la búsqueda de sentido y el cumplimiento del destino. Tal como advierte Jorge Monteleone en el prólogo a la edición de El andariego (Poemas 1944-1980), de Hugo Padeletti:3

El andariego atraviesa estaciones pero como efecto de su destino: su elección es andar, pero su destino, al cumplirse, requiere menos de una elección que de un reconocimiento. Lo que se reconoce al andar es un sentido, que es el anagrama de destino: hay un sentido (una dirección y a la vez un significado) en todo destino. El sentido de la vida implica el transcurso y el decurso de las estaciones: no son una etapa superada sino inclusiva. Las estaciones son a la vez jalones del tiempo cíclico y estancias en el espacio.4

Precisamente, es el cumplimiento del destino, es decir, la aceptación5 de cierto estado de cosas, lo que le permite ser al poeta y que las estaciones se abran para él (y para el lector, quien se siente interpelado a construir su propio itinerario). La primera estación, Apuntamientos en el Ashram, es inaugurada por el poema “Misión”:6

Hay sedimentos de sequía
en el fondo del cauce.

En el pasto su propio secar
y brotar. Reposo,
novilunio.

Me llego hasta las ramas abiertas
porque tiemblo y vacilo.
Las ramas tienen su actitud cada una.

Los álamos obstinan
la misión de lo magro.

Goza en los trigos
el barbecho         
su maternidad sombría.

Sube y me reconforta
—proyección de la savia—
algo que viene de antes de la tierra

y vuelvo de los campos
tenso
de gestaciones.

Reverdezco así tras de la entrega,
de la higuera repito el milagro
y, diciendo,
me cumplo.

Tomo como punto de partida este poema porque me interesa un conjunto de analogías propuestas, que vienen a dar cuenta de la pertenencia del andariego al orbe que transita, al tiempo que opera como inaugural. Las leyes del universo rigen para todos los seres, en todos los casos. De modo que: brotar y reverdecer, así como la maternidad y las gestaciones, anticipan la acción que le corresponde al poeta:7 decir, que es la génesis de él mismo en tanto se cumple, y de su poesía consecuente.

La undécima estación, “Lo auténtico”, abre con un poema homónimo:8

No por cierto, ni muerta
desconfianza,
ni coraje caído

en alarde.
Partimos del cimiento, de la oscura
persistencia

(oficio fiel)
de ser sólo uno mismo. Aquí la planta
tiene apoyo.

El bailarín (en lo aparente
¡qué inconsistencia!)
entreteje la pauta imprevisible

con el puro fluir. En la fuente
configura la danza. Si es auténtica,
implica una conciencia

constelada, una suerte
¿de arrojo?
¿de éxtasis tal vez? Como la abeja,

que no yerra,
como el pájaro en su canto.
Como el instinto, pero libre. Aunque libre,
impersonal. Es corazones y pulmones
en la luz reflejada (diamantes
y rubíes)

O absorbida (obsidiana), o refractada (prisma)
de lo absoluto. Trama
y urdimbre de tapiz, vertiginoso

suspenderse en el aire
del picaflor, deslizamiento (entre dos aguas)
de la trucha. Si no,

como hasta ahora:
                                 sin
la gracia,

pero lo auténtico.

El “oficio fiel / de ser sólo uno mismo” alude a los sujetos en cumplimiento del destino, esto es, a la natural correspondencia entre lo que son y las acciones que llevan a cabo. En la concreción de su “oficio”, reposa la autenticidad del poeta, quien “como la abeja / que no yerra / como el pájaro en su canto”, concientiza su lugar en el mundo, actuando.

Las palabras por sí solas son mero rejunte. La misión del poeta es urdir estas palabras/hilos para tejer la trama de la poesía; su selección es rigurosa pues conlleva la consecución del sentido. Así, “las palabras se unen / de a dos, de a tres / Y forman las guirnaldas / del tiempo”. Las palabras, en su exacta ligazón, son.

No hacen falta discursos9

                                                        las palabras
aisladas
son acopio. Plegadas,
                                             desafían
la atención.
                      Cuando digo
“la hebra”
El mundo se devana.

Las palabras-semillas desarrollan
raíces, se despliegan
en árbol y florecen
de pie.
                        Vale la pena
contemplarlas.

Hay otras,
como gotas, que se alargan
en hilo, se convierten
en río y se confunden
con el mar.
                       Eran dulces
y son amargas.

                                  Las que forman
cristales
te incluyen.
                      Lo que entra
ya no puede salir.

                                No queda nada
fuera.
           Las herméticas
incuban lo que sientes.
                                  No confirman
ni desmienten:
                      que sea
lo que es.

                       Las palabras se unen
de a dos, de a tres.
Y forman las guirnaldas
del tiempo.
                                  Cuando acaban,
el tiempo se repliega
de nuevo.

                                  ¿Cuántas veces
atestiguan en contra?
                                            No diríamos
“diversión”, “pasatiempo”,
ni en otro orden “éxtasis”, “transporte”,
si no fuera deseable
perderse:
                       cuando pienso
“nirvana”,
palabras y palabras y palabras
se anulan,
                       se desdicen,
y se abren
las trampas.
                       Este buda
te saluda.

Al poeta fecundo, es decir, aquel que encuentra en sincronía su ser y su estar siendo, la poesía —simplemente— mana: “Brota / (de la nada que es todo)”. Las analogías persisten, poeta y canario cantan. “La poesía se hace / queriendo / y sin querer”, como un abanico que se despliega (y repliega), transitando sin distinción: luz y oscuridad; Occidente y Oriente; todo y nada.

Un poema en estado10

naciente
es un tono pensante.
                                            Precipita

por imprevistos.
                                  No discierne
entre el ángulo oscuro y el conjuro

de la luz
                      entre citas
de Platón y varitas

de milenrama.
                                  Brota
(de la nada que es todo)

y... lo siento:
pensaba en elementos
para un poema

junto al canario.
No me esperó
lo está cantando.

La poesía se hace
queriendo
y sin querer.

                       Golpeas
en esta costa
y se juntan arenas

en la otra.

Escribir poemas es, entonces, vital para el poeta. La relación vivir/escribir es indisoluble. El poeta que no escribe poemas está muerto como tal, escindido de su destino. Un poeta sin poemas, sacado de su dimensión gestora, resulta tan impensable como un Ecuador gélido o una Antártida abrasadora.

Uno escribe poemas11

porque está vivo. No se puede
enfriar el Ecuador o derretir
la Antártida; se puede

templar la voz. Las evasivas
palabras
se avienen al pautado molinete

del tiempo. Sin ponerse
fuera de sí —corpóreas,
consteladas—

son éxtasis. Leudante
es el sesgo innombrable
que se refracta: lo no dicho

produce clima, al pensamiento
le brotan yemas, un acento
de lenta languidez

de pronto es instrumento
de rebato. ¡Oh falacia
de ser ajeno, exiguo, vieja muda

que asfixia: la evidencia
despierta te descarta! ¿No es el arte
del plantío en la lluvia, su primicia
de verde dicha? Fugitivos
brillantes en las ramas, alegría
casi sin yo, toda sumida

en el objeto. Instante,
revelación. ¿De qué?
¿Para qué? No hay sujeto

que lo predique. Meta
el anzuelo en el agua
es presentarlo: a veces,
eso pica.

La búsqueda del sentido (o cumplimiento del destino) no se reduce a la precisión en las palabras escogidas, también, implica el hallazgo de una forma que pueda dar cuenta del estado de “completitud” del poema, como integrante de un “todo” y, por lo tanto, partícipe de los atributos de los seres y las cosas, al estar todos constituidos por idéntica materia.

La poesía se construye pues, como una “textura” integradora.

Quisiera una textura12

más rica, con el grano
de las rocas, con la fibra
de tejidos rugosos, con el sarro

de los potes añejos, con la veta
de las viejas maderas y el dibujo
del envés de las hojas.

                                  Clara y
encendida bajo el sol como el ala
del aguacil,

                      verdiazul e irisada
como el pecho del colibrí,
                                             con pulido

de gema y grabado de escama.
                                                         Fina,
con las venas del ágata,

y gruesa, con los grumos
del granito.
Recia, con la broza

del cáñamo,
y rasa, con el roce
de los rasos.

Felpuda de tupido terciopelo,
labrada con relumbre de brocado,
con brillo perlado

de seda y arabescos
de damasco.
La quisiera correosa como cuero

y quebradiza como mica;
                                             maleable
como plomo, oxidable

como hierro, friable
como tierra. La quisiera
como cerveza espesa, como graso

chocolate, astringente
como té, suavizante
como aceite, quemante,

como aguardiente.
Quisiera la aspereza de la lija
y la lisura de la loza, la dureza

del acero y la blandura resbalosa
de los kakis maduros.
                                 Como fuera,

apostaría en ella al acertijo
de todo lo que pisa, posa o pesa,
de todo lo que duele, raspa o roza,
de todo lo que cuaja. Un contrapeso
del aire, de la atmósfera, el donaire,
de trucos y embelecos de la boca,
de la mente, que inventa lo que toca.

Esta zona de la poesía de Hugo Padeletti, que podría denominar con justicia “metapoética”, se manifiesta como perfecta consecuencia entre la dimensión ética: se es lo que se es (poeta), cumpliéndose el designio y estética: el quehacer del artista es el arte; la poesía es arte. Ya en los agradecimientos, Padeletti expresa:

A Nélida Esther Oliva (codirectora entonces de la revista de poesía Cosmorama) que en mi adolescencia, a través de unas pocas conversaciones y de sus propios escritos de esa época, me hizo ver la diferencia cualitativa que distingue la poesía como auténtica obra de arte del desahogo emocional, la propuesta ideológica y el ejercicio literario.13

La autenticidad de su obra radica precisamente en la concordancia del ser (Padeletti, sujeto imaginario: Andariego), del estar siendo (artista, trashumante) y, también, del estar haciendo: arte, camino, vida.

En esa perfecta correspondencia entre “seres” y “acciones”, el poeta y el lector se encuentran, armonizan y hallan ventura.

 

Notas

  1. Hugo Padeletti (1928), poeta y artista plástico, nacido en Alcorta, provincia de Santa Fe, Argentina.
  2. Las estaciones son diecinueve. Afirma Padeletti al respecto: “El hecho de haber tenido que atravesar destinalmente (nunca por proyecto literario) a través de estaciones diversas, la mayoría de las cuales tuvieron y tienen implicaciones metafísico-religiosas, no debe entenderse en el sentido de que, al pasar (a veces después de años y experiencias) de una estación a otra, cada estación de paso haya sido superada. No hay tal cosa: El Andariego relaciona los poemas con motivaciones enraizadas en una larga historia de vida que comienza a manifestarse poéticamente en plena adolescencia y lo sigue haciendo, con involuntarias interrupciones, hasta la vejez”.
  3. Hugo Padeletti: El andariego (Poemas 1944-1980). Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007. En adelante, me referiré a esta edición.
  4. Jorge Monteleone: “Miradas al fulgor: tiempo, moral y forma”, en Hugo Padeletti: op. cit., pág. 9.
  5. Es apropiado señalar que el término “aceptación” no se halla matizado por connotaciones negativas vinculadas a algún tipo de “fatalismo” o como sinónimo de “abnegación” o “resignación”. Más bien, como un estado de lucidez que propicia el reconocimiento.
  6. Hugo Padeletti: op. cit., pág. 47-48.
  7. “Estilo de semillas” al decir de Jorge Monteleone.
  8. Hugo Padeletti: op. cit., pág. 181-182.
  9. Hugo Padeletti: op. cit., pág. 274-276.
  10. Hugo Padeletti: op. cit., pág. 301-302.
  11. Hugo Padeletti: op. cit., pág. 304-305.
  12. Hugo Padeletti: op. cit., pág. 317-319.
  13. Hugo Padeletti: op. cit., pág. 341. Las negritas son nuestras.

 

Corpus de poemas:

  1. Primera estación: 1944-1946. Apuntamientos en el Ashram. “Misión”.
  2. Undécima estación: 1968. Lo auténtico. “Lo auténtico”.
  3. Décimo sexta estación: 1974. Demetrius on style. “No hacen falta discursos”.
  4. Décimo octava estación: 1977. Lo que ocurre si ocurre. “Un poema en estado” y “Uno escribe poemas”.
  5. Décimo novena estación: 1978-1980. El desconcierto. “Quisiera una textura”.

 

Bibliografía

  • Agamben, Giorgio: Profanaciones. Adriana Hidalgo Editora, Buenos Aires, 2009.
  • Bestani, María Eugenia; Siles, Guillermo (comps.): La pequeña voz del mundo y otros ensayos. Universidad Nacional de Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras, 2007.
  • I Ching. El libro de las mutaciones. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2009.
  • Monteleone, Jorge: “Miradas al fulgor: tiempo, moral y forma”, en Padeletti, Hugo: El andariego (Poemas 1944-1980). Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007.
  • Padeletti, Hugo: El andariego (Poemas 1944-1980). Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007.