Letras
La princesa y la bruja

Comparte este contenido con tus amigos

De nuevo aquí parada, mirando el ocaso oscuro que se posa sobre mí, mirando los débiles árboles que se mueven sin parar y los tímidos pajarillos que revolotean de un lugar a otro por cortos segundos. Aquí de nuevo, y no lo puedo creer, siento que mil pensamientos se me vienen a mi mente formando una película que corre sin detenerse. Pero debía escribirte en un lugar tranquilo.

Querida Clarisa:

Qué hago aquí de nuevo, juré no volver jamás... no después de lo que la vieja bruja me hizo. Resulta que era una princesa, sí, de esas que usan coronilla y trajes elegantes y espumosos, de esas que pasean en carruajes mientras los campesinos aplauden. ¡Ohhh! ¡Cuánto extraño esa vida! Aunque la desgraciada esa me la quitó. Para que entiendas mejor, querida mía, te contaré la verdad. A la edad de 2 años mi madre falleció dejándome sola con mi padre, el Rey Arturo, quien decidió comprometerse con la bruja del pueblo. ¡Literal... era una bruja! o bueno eso era lo que decía toda la gente del alrededor. La mujer nunca perteneció a las castas nobles de Bella Vista, país donde vivo, nunca asistió a ninguna reunión de té con la reina, nunca se le vio paseándose en su caballo, en fin, nunca nada. Mientras que sí la veían pegando avisos por el pueblo en los que exponía sus servicios como bruja y hechicera; todos iban por sus manzanas, pues decían, las malas lenguas, que eran las más efectivas. No sé qué le gustó a papá, pues además de ser bruja no era para nada bonita, o bueno, sí era linda, ¡pero no tanto! Tenía una nariz impresionante, parecía una zanahoria, sin decirte mentiras, aunque su cabellera era larga, sedosa y muy brillante. Papá y la bruja se comprometieron una tarde de abril y la bruja, desde ese día, se trasladó con nosotros hacia el castillo.

¿Puedes creer? Una bruja usurpó el lugar de mi madre, pero bueno, qué podía hacer. En fin, pasaron los años y yo me fui convirtiendo en una muchacha muy bonita, o al menos era lo que decían todos los caballeros que venían a pedirle mi mano a papá. Pero uno en especial, el futuro rey al trono de Bella Vista, Paul de Vince. Cómo me acuerdo de él, era bien parecido, súper ilustrado, hablaba inglés y tenía los ojos del color del cielo. Cuando lo vi sentí mariposillas, como si mil lombrices se retorcieran en mi estómago sin cesar. Paul me habló, me invitó a cazar animales y después a tomar un café. Esa fue nuestra primera cita de enamorados. Los días pasaron y Paul y yo nos enamoramos, ¡qué lindo era el amor! Llevábamos como 6 meses y por fin, Paul me pidió que me comprometiera con él. Pero todo cambió, pues la vieja bruja lo conoció y lo dañó todo. Recuerdo que era un sábado y papá, como siempre, se encontraba fuera del pueblo. La bruja bajó con un atuendo diferente a los espantosos trajes que siempre traía puestos. Éste era rojo, rojo pasión, ajustado y mostrón. Me dio la impresión de que la bruja estaba haciendo ejercicio porque para qué, pero hasta atractiva se veía. Cuando bajó a la sala, miró a Paul y sonrió. Lo invitó a tomar un té, sus preferidos, mientras me decía a mí que fuera a traer rosas al campo para decorar la mesa de nuestro invitado. Traté de negarme, sí que traté, pero de nada sirvió; la bruja hizo su cara de hechicera malévola y no tuve más remedio que caminar en busca de las benditas flores. Cuando llegué, Paul y ella se reían a carcajadas, parecían tan felices que de la rabia que me dio tiré las flores y me subí a mi habitación. Para qué te sigo contando, así pasaron los días. Visitas de Paul a la casa de la bruja, charlas con la bruja, té con la bruja y nada conmigo, ¡qué depresión!, tenía que aguantarme el sonido de los chillones besos, el melodrama de sus conversaciones “amorosas”. No, sencillamente ¡espantoso! Cuando llegó papá, como cuatro o cinco meses después, la bruja y Paul estaban saliendo oficialmente sin que nadie pudiera hacer ni decir una sola palabra. Papá y yo fuimos echados de nuestro propio castillo, de lo nuestro, sólo porque la bruja le pidió a Paul que moviera sus influencias para sacarnos de la casa y dejarnos sin un peso.

Qué soledad tan inmensa que siento, Clarisa, por eso decidí escribirte. No tengo con quién hablar. Papá parece que hubiera enloquecido desde entonces. Pero yo le advertí desde que era una chiquilla, le dije... papá, esa señora es una bruja, una bruja como la que envenenó a mi prima Blanca Nieves, como la que mandó a dormir a mi vecina Bella Durmiente. Pero ves cómo es la vida, Clarisa, esta bruja no nos envenenó pero nos dejó sin castillo, sin dinero y, lo peor, sin esposo.

Clarisa, ¿puedo llegar a vivir por un tiempo a tu casa?, estoy algo desesperada.

Espero una pronta respuesta.

Princesa.