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Poemas

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Charcos de barro

¿Te importa que no hable?,
nunca fui un gran orador,
mis pensamientos abarcan más
que la precisión de mi lengua.

Sólo si es otoño en mi boca
dejo que las palabras
trepen por mi garganta,
y las dejo salir en bocanadas,
como plumas meciéndose en el aire,
o balas de cañón.

A veces caen en charcos de barro,
charcos humanos de barro,
viscosidad inexorable,
entonces me apago
como pólvora bajo la lluvia,
y vuelvo a esperar en silencio
a que sea otra vez otoño,
espero otra vez ese momento
para estallar, suavemente,
y poner todo perdido.

 

Curro

Acalorado y con la sensación
de tener encima
un grasiento y pesado abrigo de piel,
me muevo de nuevo
bajo el pesado techo de chapa angustiosa
que se amontona en mis 40 horas semanales
intentando deshidratar mi vida
a cambio de mi sangre.

me muevo acalorado y viscoso
por el maldito y duro suelo
a mediados del mes de mayo
pensando a la vez
en cómo soy capaz de hacerlo.
A veces creo levitar incluso
por alguna fuerza desconocida,
porque lo que es voluntad no tengo,
pero sigo chupando
de este ambiente toxico y venenoso
gracias a mi virtud, que es la vaguería,
quizás porque me niego a que todo esto
acabe conmigo.

 

Dinosaurio

Otra vez he vuelto a atravesar
la profunda garganta de la noche,
demasiado colocado para escribir,
pero haciéndolo, claro,
cansado me meto en la cama
y duermo despierto
con los ojos de un muñeco de trapo,
despierto y correoso.

Las paredes me parecen acolchadas
y como con rajas
de las que brota algodón.
Hay un gusano que no para de roer
mi cerebro de plastilina,
mi corazón es un filete de ternera
de 2 kg a 100 por hora,
bombea disolvente por sus mohosas cañerías
engrasándolas,
o ensuciándolas más todavía.

Un dinosaurio me pregunta la hora,
se la doy.

Tardo un lustro en darme la vuelta
escapando de las dolorosas grietas de la persiana.

Pasa otro lustro

y olvido.