Letras
París

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Estoy encerrada en el espacio que rodea a mi computadora. Una computadora sin respuestas, mi peor enemigo.

Mis miedos se materializan en cada papel arrugado lanzado al piso. Los papeles, sin embargo, no podrían asustarme tanto como el silencio de mi casilla de e-mails vacía.

Cuando apenas comenzaba a aprender a independizarme de la presencia de mis pasiones, tuvo que salir a competir en el juego de mis utopías tu e-mail.

No es justo. No hay puentes tan sádicos como estos. Para quienes, como yo, queremos rescatar la magia y las casualidades, no hay perdón en un mail sin respuesta. Pero aun siendo una escritora, es tan cómodo echarle la culpa a las palabras que se olvida fácil la decisión ajena.

Pasaron 14 días y 18 horas, es mucho.

Sé que ya estás instalado en París, pero como no conozco París no puedo sentir que eso esté pasando. No me alcanza con haberte escuchado hablar sobre sus calles y sus luces, o sobre sus mujeres. Necesito estar ahí para palparlo todo; excepto a las mujeres, claro.

Aún no comprendo cómo acepté tu viaje y nuestra separación.

Estábamos pasando un momento difícil, es verdad, pero nada señalaba que seguirte no fuera una buena opción. No soy de las que se quedan, lo sabés, siempre persigo algo. Pero esa vez quedarme era lo desafiante, y no cambiar era escapar. Tal vez por eso estoy aquí, con la computadora enemiga que me pelea cuerpo a cuerpo. Me quedé, y allá lejos París.

Tenías razón, tengo que aceptarlo. Esta distancia no es real si no dejo de usarte como musa en cada una de mis novelas; debo independizarme e independizarte. Es incomprensible e inaceptable que las opciones seas vos o el papel en blanco.

Crucé ese límite que a vos te separaba de tus límites. Lo crucé por fin. Y siento que una energía prestada, quizás del mismo universo, hierve ahora dentro de mí.

Y que soy la pava que está por pitar.