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Rayo iluminó a Roldanillo y ayer le dejó su huella

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Omar Rayo

Omar Rayo, armado de un puñado de líneas rojas, negras y azules, llegó un día a su pueblo, Roldanillo, y lo coronó de gloria. Su bejuquismo, sus intaglios, aguafuertes, óleos y caricaturas fueron marcando una impronta en la vida de esta población humilde, y su figura se pintó de laberintos, rosas y estrellas. Un hijo de figura escuálida y loca salió con su escudo de colores y, como un Quijote, luchó con caras y fantasmas entre líneas y ángulos en medio de un mundo escéptico y sombrío.

Recorrió indómito naciones y ciudades, captó rostros notables y dominó el paisaje con altivez y tino. No era redonda su mano ni cultivaba una pintura rosa. No retrataba la realidad con curvas ni con simulaciones. Su arte fue siempre duro, a presión, en contra de las convenciones. Su sello fue la originalidad, grabada sobre el hierro, el cartón y la materia inerte. No fue jamás artista de finas líneas ni de cortesanas vagabunderías.

Fue cínico, cortante, distante y laberíntico. Su pintura alabó al color, a la línea, al arco iris, al negro y blanco. No se prestó para la adulación ni para la contemplación angélica de los seres. Cada cuadro fue modelando su carácter y su arte guardó en el vientre de las líneas un espíritu invisible que rondaba por salir al encuentro de quien lo miraba. Sus temáticas no fueron presa fácil de la crítica y estableció un límite entre lo real y lo indecible.

Quien mira un cuadro de Rayo le da vueltas, lo desdobla, lo saca de su descanso donde vive y se devuelve con un gajo de un rosal, un pedazo de azul y una mancha de sangre salidos de su prodigioso pincel. Su obra pictórica es inconfundible y única. Nueva York, México, Río de Janeiro, Buenos Aires, Ecuador conservarán y se adornarán con sendos Rayos de barba blanca y cabellera oblicua. Amigo de Guayasamín, de Grau, de Cuevas...

Omar Rayo fue un artista universal que se alza como una estrella desde el templo del arte, su casa, y ahora, mausoleo en Roldanillo, Valle. Con la inspiración de Águeda Pizarro y de su mano, desde 1975, sembraron allí un santuario para la pintura, la poesía y las expresiones más representativas de la cultura vernácula.

Rayo, el maestro, el ciudadano, el que prefirió vivir en su pueblo al que convirtió en una Meca del Arte y al que llamaba con gracia “Roldayor”, ha muerto por un rayo que se le clavó en el corazón. Se va para el Olimpo a vivir con los Divos y las Musas. Seguirá como Zeus, con un manojo de rayos en su brazo, iluminando la obra que constituyó su amor y a la que dedicó su vida.

Deja en manos de Águeda, Alma de Almadres, con quien él caminó por la senda de la fantasía, la contradicción y la aventura, su legado. Deja a su ciudad, a Colombia, un monumento vivo que recuerde que la tenacidad, el amor por la patria chica y la búsqueda de la belleza valen lo que vale un héroe que crea nación sin disparar un tiro.

Sus amigos, la estrella, el arrebol, el pincel, los óleos, los lienzos, el azul marino, el rojo del volcán, seguirán vivos en poder de los artistas que formó. Por las calles de Roldanillo correrán los niños y en las arboledas y jardines saltarán los colores verde, violeta, gris, y en las cuevas volará el negro chimbilá para recordar que de allí sacó el maestro los colores de sus cuadros, como de las nubes, los odios y los rayos sacan las poetas las palabras.