Letras
“Es un crimen talar el almendro florecido”, de María Teresa Bravo Bañón
Es un crimen talar el almendro florecido
María Teresa Bravo Bañón
Poesía
Silva Editorial
Tarragona, España, 2010
Es un crimen talar el almendro florecido
Extractos

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Es un crimen talar el almendro florecido

Y se murió de espanto
cuando amados violines
volvían a brotarle por sus venas.
A la memoria retornaban:
que ya no había remedio; ni placebo
¡Para vivir hay que vivir en carne viva!
Huracán fueron sobre su cuerpo,
desabrochada la conciencia,
desnuda la expusieron.
—sin un jirón de piel con qué cubrirse—
Ni del corazón quedó rincón
que no le fuera sacudido.

Y tembló por los relojes a galope.
Y tembló por su sangre florecida.
Y tembló por la tala de sus ramas.

 

Luz de levante

(A mi madre)

Sobre la cama turca
—expuestos como alegres caracolas—
aquellos vestidos de niña esperaban
mi morenita piel de la playa de Benalúa.
Tiras bordadas,
canesúes en punto de nido de abeja,
rasos, piel de ángel, organdíes...
hermosos,
cosidos, almidonados y planchados
por la mano de mi madre.

Mi infancia:
sopas de leche,
anginas, el practicante,
(inyección mía de cada día)
—El médico ya viene si no comes—
zarzuelas por la radio,
cuplés de mi abuela,
y “Nena” de Sarita Montiel;
mi tortuga,
mis conejos de indias
y los grillos del abuelo
en las jaulas del patio.

 

Tortolilla

“Ven, pues, mi prenda amada,
Que ya fallece mi cansada vida
De esta ausencia pesada”

(Sor Juana Inés de la Cruz)

Suspirante, la color me ha mudado
tras las celosías de mi cuerpo.
Tortolilla que de su prisión
no sabe alzar volada
si no es en la holgura de tus brazos.
Me devuelves la gracia de la espera,
en este dulce —¡ay, de mí, mi amor!—
trote de potrillo en un pulso invernal
—ya tan desasosegado—
Ayer yo fui sensata encina
en claustro de exangües arrayanes,
hoy soy clavel de lumbre para tu boca loca,
amapola de los sentidos,
para ser acariciada por la sed de tus dedos

 

La pleamar de la próxima luna

Ya no tengo la paciencia de esperarte
a que llegues a mis Playas de Poniente
como pleamar en la próxima luna.
Me consume la sal.
Aquí sólo quedan calcinadas vértebras
de varadas ballenas y violáceas cabelleras de medusas.
Rodearé tu cuello en el cabotaje corto de mis brazos,
mis muslos serán enredaderas de espuma
resbalando por tus acantilados del deseo.
Seré el eterno gemido de los guijarros
cuando el mar retrocede y se adentra de nuevo.
Flujo y reflujo
—oscilación perversa—
armonía de Universo conjugado.
Atolones de lumbre tatuarán tu espalda
por entre las yemas de mis dedos.
Seré el maremoto:
de a donde quieras conducirme.
Esta sed es de siglos.
Moriré en tu lenta caricia; mientras me sacias
con agua fresquísima de tus ríos interiores

 

Poema al doncel de las pestañas de vencejos

¡Oh, mi doncel de las pestañas de vencejos!
¡Qué turbación provocas si a una flor te arrimas!
Te bendice la anémona y el filial acanto
a tu paso las adelfas inician regios protocolos,
Provocas lujuria en las pobres azucenas
que fueron consagradas para altares virginales.
El lirio queda sonrojado por su expiación
en túnica nazarena no escogida.
Los cerezos danzan en tu presencia,
agitando sus ramas para alfombrarte de flores.
Yo soy tu flor de la pasión,
arráncame de mí para tu pecho,
embriágate de las lágrimas fragantes
que por ti yo he derramado
y después de haber sido
—en solapa audaz y mundana—
tu divisa vencedora
prénsame entre tus libros,
que sean tus versos de amor mi tumba.

 

Mi mago

¿Quién soy yo si tiemblo en tu presencia?
Me zahieres si eres esquivo,
me atolondro ante ti cual paloma
ante los diestros halcones de cetrería.
¿Quién soy yo si no me amas?
¡Ay, qué fuertes son los brazos de mi arquero!
¿Quién soy yo sino el nenúfar
que desfallece si a tu pecho la estrechas?
Si tú no oyes mi cántico la música no existe.
¡Oh, tristísimas noches,
con cancelas de hierro en mi garganta!
Si no paseas las lunas almendradas de tus ojos,
estos versos no existen.
¿Quién soy yo si no me lees?
Eres Mago,
mi Mago:
Un día me harás desaparecer
entre el fuego de tus venas.

 

Junto al valle de las ortigas blancas

Del pozo de tus noches oscuras
te rescaté con los dogales
de mi amor paciente.
Fui pescadora de tus perlas
buceando a pulmón libre
en el más profundo de los piélagos.
Junto al valle de las Ortigas Blancas,
en denso cenagal crecía el puro lirio
—Aquél que Salomón codició por vestidura—
Como a mar abierto de naufrago me arrojé,
por el negro cieno de cañas en flor,
sólo por ir a buscarte, amor mío.

 

Pájaro frío

A la luz de las farolas aleteaba
un pobre pajarillo confundido.
Las arañas que colgaban sus tramoyas
lo miraron insolentes.
Las blancas mariposillas le cedieron
un lugar en la fila organizada.
Él venía frío de la noche, tremolando
su alma atribulada de pájaro desahuciado.
Se arrimó con ahínco al fuego fatuo
encerrado en redoma de bombilla.
En su pecho le nació una herida
de petirrojo chamuscado.