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James JoyceEl monólogo de Molly en el Ulises de James Joyce

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¡Oh gran cosa! Si eso es todo el daño que hicimos en este valle de lágrimas Dios sabe que no es tanto no lo hace todo el mundo sólo que lo ocultan yo supongo que una mujer está aquí para eso si no Él no nos habría hecho como Él nos hizo tan atractivos para los hombres”.

(Monólogo de Molly, capítulo 18).

El que analizaremos es el último capítulo de la magnífica obra Ulises de James Joyce. Penélope era su advocación en contraste por su fidelidad con Molly. De dos a tres de la madrugada es el soliloquio adormilado de la señora Bloom, tras acostarse su marido son ocho larguísimas frases de la mente de Molly, nada inhibida moralmente en su obsesión erótica alternada con cuestiones domésticas de cocina y ropa. Sigue muy presente la visita del promotor Boylan, el retozo con él, en el suelo, porque las arandelas de latón de la cama tintineaban demasiado y su promesa de volver dentro de unos días. Con todo Bloom no queda mal, en comparación, y ahí pasa la mente de Molly al recuerdo de sus primeros amores en Gibraltar. En ese final el lenguaje de Molly adquiere una tensión poética que no había tenido antes, hasta concluir con lo que Joyce llama la palabra femenina “sí”. Molly es el símbolo de la Madre Tierra, es adúltera en su cuerpo, pero no en su pensamiento. En el fluir de la conciencia, pasan los personajes que hemos conocido en las calles de Dublín. Su pensamiento también entra en el terreno de las sospechas, no deja de pensar en Leopoldo ya que sus celos la intranquilizan; Molly actúa por temperamento, Bloom es irracional.

En el Ulises luchaban dos personalidades: una realista y poética a la vez, otra propensa a entregarse al mero juego verbal. Esos dos joyces están unidos en el terreno de la conciencia y la aceptación del lenguaje, aquel para revivir lo vivido, propio y ajeno universalizándolo literariamente, y este para jugar con la vida propia, yendo a remolque de sus parecidos y resonancias, y usando como pretexto ocurrencias librescas. El valor del libro está en las voces en que se va expresando el mundo vulgar, pero con una voz entre ellas que domina a las demás: la palabra “interior”, la deriva de su mente en su inevitable fluencia lingüística, lo que a veces se llama en el termino de Henry James “corriente de conciencia”, pero que el propio Joyce bautizó como “palabra interior”.

El personaje de Penélope pasó a ser, a través de todos los tiempos, el símbolo de la fidelidad femenina, y así mantuvo habilidosamente a los pretendientes a distancia y durante veinte años esperó a Ulises, quien al arribar a su hogar supo eliminar a sus pretendientes a distancia aposentados en su casa. Por otro lado Molly sería la figura opuesta, su vida está signada por una sucesión de amantes que en algunas ocasiones llegan a ocupar el lecho matrimonial. Es el símbolo de la Madre Tierra. El capítulo comienza y termina con el adverbio afirmativo “sí”. Es un sí que expresa toda la fuerza afirmativa de una mujer que desea y ama en una entrega sin reservas con todo su ser en plenitud.

El capítulo 18 corresponde a la tercera parte y comienza con la inicial de la letra P, que con letra pequeña se completa con “preparatory to anything” —preparatorio para algo. La P es difícil que corresponda a la mujer fiel del héroe griego Ulises. Corresponde más bien al diminutivo de Leopoldo, que sería Poldy, con que Molly nombra a Bloom. De la misma manera en que Molly está en el pensamiento de Bloom, también Poldy habita en el fluir de la conciencia de Molly. Molly o Marion, como se la denomina en las distintas partes de Ulises. Es el personaje más complejo, nacida en Gibraltar, su padre es irlandés y su madre judío-española. Así reúne en su carácter ambas razas y religiones, es la imagen integradora de la realidad. Joyce la llama “madre Tierra”. Dura y tierna, amante y lejana, es la mujer que ama y quiere ser amada y por sobre todo necesita ser comprendida. La cantidad de amantes que le atribuye Bloom sólo existe en la imaginación de ambos. El único caso concreto después del matrimonio es Boylan, pero ya es en el momento en que no existe relación sexual entre los esposos. Es una mujer bella y seductora, pero a mi criterio la lista de veinticinco amantes que da Bloom es inaceptable. La comparación con Penélope puede admitirse en sus esencias en su sentido mítico, ella amó y ama solamente a Leopoldo Bloom. En este capítulo Molly no necesita presentación; ya la conocemos suficientemente desde el momento del desayuno. Molly nunca está ausente. Vive en casi todos los capítulos del libro.

El ininterrumpido fluir de la conciencia, a través de la asociación de ideas aparentemente inconexas, se da en los personajes no sólo cuando están en soledad, sino que los pensamientos interrumpen en medio de la conversación, mientras escuchan y mientras hablan. El monólogo es de estilo resignado, y hay palabra interior en Molly. Lo interesante del libro es que cada parte del Ulises comprende el espíritu, el cuerpo, la aventura psicológica y los elementos de la naturaleza. En el último episodio del libro, Penélope, despertada a las tres de la mañana por el regreso de su marido, ocho frases de cinco mil palabras que se desenvuelven de un solo movimiento giratorio parecido al de la Tierra en el espacio, es una última imagen de Bloom, de su carácter, de las circunstancias de su vida. Es Bloom, joven de nuevo en el recuerdo de su mujer, es el último episodio de la historia de Ulises, el gesto con el cual la mujer recibe al hombre que se acuesta a su lado, es el retorno del hombre al seno acogedor de la tierra que gira, es la mujer con sus apetitos, su voluptuosidad, su inocencia, su fidelidad a la vida, es la fecundidad, la generación eterna, más fuertes que todas las desesperaciones, es un fin, es el planeta mismo girando con un movimiento lento, regular, infatigable, arrastrando en su giro toda la existencia en sueño: él solo, siempre reposado, no duerme.

De esta manera la obra de Joyce encierra poco a poco el sentido órfico de la Tierra, no por abstracción, sino por un gran esfuerzo constructor del pensamiento y de los sentidos, por una creación detallada del universo que refunde y revela toda parcela de existencia por la instauración de una nueva realidad espiritual y sensible que alarga sus raíces hasta el fondo del luminoso secreto de los mitos. Joyce va hasta el alma y la restituye en su integridad.

La gran novela del siglo XX procede de nuevo a un análisis exhaustivo de la personalidad. Disuelve el yo en sus reflejos y sus líneas de resistencia, evita buscar un elemento de síntesis en una memoria a la vez frágil e inagotable o en un lugar de equilibrio de las fuerzas sociales, o en el cuerpo que por lo menor posee una unidad aparente y una unidad provisional. Ni un segundo se rompe el equilibrio de este largo drama del Ulises que se desarrolla sin más apresuramiento, no atraso, que la marcha misma del mundo, es un perpetuo presente. Es el mundo de Heráclito que Joyce hace soñar: un mundo que es un eterno devenir y gran juego de una divinidad invisible, un mundo de error, de injusticia, de sufrimiento, un eterno y magnífico incendio regido por una justicia más rigurosa que todas las voluntades morales del hombre. Este libro es un poema en el que cada palabra es sometida a un designio que se anticipa al relato y es de hecho ya la creación simbólica de un mundo y la representación de un destino. James Joyce comenzó publicando en 1914 una colección de cuentos —Gente de Dublín— a la que le siguieron más tarde Retrato del artista adolescente, se sabe autobiográfico, y Desterrados, en 1922. El Ulises, donde en varios centenares de páginas nos presenta un día de la vida del protagonista Leopoldo Bloom, exactamente desde las ocho de la mañana hasta las tres de la madrugada. La causa de la extraordinaria extensión del libro en relación con el corto período de tiempo que sirve de base al relato, se debe al uso constante de lo que se ha llamado el “fluir de la conciencia”, mediante el cual el autor ofrece, como en una cita cinematográfica, todo cuanto desfila por la mente del personaje central, prescindiendo de la coherencia lógica de lo transcripto. Ello, unido a diversos artificios y virtuosismos formales, a la ausencia de puntuación de muchas páginas, al empleo de lo onírico y subconsciente sexual, a la audacia de ciertas escenas —la orgía en un prostíbulo, al final de la obra— y a la impresión caótica del conjunto, originó una airada protesta de tipo literario y moral a la que se opusieron los más altos elogios de la crítica. El público mayoritario apenas se ha interesado por la obra pero su influjo sobre la técnica novelística posterior ha sido considerable, debido a la originalidad de los recursos técnicos empleados, a sus aciertos psicológicos y a la sugestión poética de muchos momentos.

Ulises puede ser considerada como la obra más característica e importante de la narrativa en el siglo XX, porque el lenguaje asume en él un papel de protagonista, evidenciando que el hombre es humano por ser hablante y que la vida mental sólo marcha encarnándose en palabras, con toda la modestia, incluso la comicidad, que hay en deriva de esos ruiditos asociados en buena medida por razones triviales. Pero esto no bastaría para hacer de Ulises un libro al que se vuelve con placer y emoción, no es sólo un ejercicio de verbalización, en que se intensifiquen los valores musicales del lenguaje, jugando con el ridículo de una mente destapada en sus pequeñas suciedades y mezquindades. Aquí la neutralidad del lenguaje joyceano nos permite convivir interiormente con estos seres mediocres, de un modo riguroso y benévolo al mismo tiempo, a la vez con compasión y con hastío, y aun horror en el ahogo de una vida cualquiera. No cabe juzgarlos: nos reconocemos demasiado en ellos, en ese juego lento del lenguaje, con sus bobadas y sus indecencias. Ulises escandalizó más que por las pequeñas suciedades que van saliendo sobre todo en la mente del señor Bloom, pero el lenguaje mismo, por lo que tiene de luminosidad y de musicalidad, también nos consuela más que la propia humillación de no ser más que parlantes. Así, lo que pudo quedar en nausea e irrisión permanece en nuestra memoria como música de belleza: misericordia del lenguaje, a la vez cárcel mortal y la más secreta y tenaz esperanza.

La aparición de Ulises en 1922 provocó violentas controversias acerca del valor literario de la obra, y sobre todo acerca de su repercusión moral. El marco de la epopeya es un fondo irónico sobre el cual resaltan mejor las apacibles andanzas de Leopoldo Bloom. Bloom es, sin embargo, un Ulises tan humano y representativo como el del viejo poema épico. Tanto como otros consiguen expresar la riqueza y la multiplicidad de la experiencia humana. La escena clave es el recuerdo por el joven de la muerte de su madre y sus propios remordimientos por no haberse arrodillado cuando su madre se lo pidió antes de morir. De esta manera, la ruptura con el mundo católico prolonga el ámbito del Retrato del artista adolescente. La segunda parte de la obra, que indudablemente es su centro por la extensión y la importancia de sus episodios, está básicamente dedicada a Bloom. El último episodio de la segunda parte, el de Circe que relata la vida de Esteban y Bloom, al barrio de los burdeles en Dublín, es la “noche de Valpurgis” del Ulises. La última parte del libro corresponde al regreso a Ítaca; es decir, a la vuelta de Bloom a su hogar, esta vez acompañado por Esteban, de quien no se ha separado desde su encuentro en el barrio de los burdeles. Comienza esta parte con las largas conversaciones y digresiones de los dos personajes en el refugio del cochero; por fin el Ulises concluye con el largo monólogo interior de Molly Bloom que, tendida en la cama, espera a su marido. Es este el pasaje más difícil de admitir por las normas de la moral convencional y al mismo tiempo uno de los más audaces desde el punto de vista de la técnica literaria. El monólogo interior cuenta aquí con los auxilios del llamado procedimiento de la “corriente de la conciencia”, que Joyce de hecho inaugura en la narrativa contemporánea. Lo original de Joyce es su aceptación de todas las capas de la conciencia con predominio de las asociaciones referidas a la vida puramente fisiológica y a la sexualidad. La vibración de la conciencia de Molly es la palpitación de una masa de carne femenina que despierta a la evocación de un acto sexual. El repaso de los acontecimientos de la tarde, que incluyen un adulterio perpetrado en su propia casa, se mezcla con las reminiscencias sexuales también en su juventud en Gibraltar, de su historia, de su relación con Bloom y de su vida en común. El final del libro, si bien mantiene la correspondencia con el de Penélope en la epopeya homérica, no cierra un ciclo como ocurre en la Odisea, sino que representa una suerte de abertura y fluidez en el tiempo que convierte al libro en un recorte puramente especial en su vida.

Sin duda una de las más célebres partes del Ulises es el extensísimo monólogo final de Molly Boom, ejemplo cumbre de la técnica de la corriente de la conciencia, en el cual, a través de un ininterrumpido flujo sin puntuación ni diferenciaciones tipográficas, afloran los pensamientos y las impresiones de una mujer acostada, en el tropel de asociaciones en que se mezclan el presente y el pasado.

 

Bibliografía

  • Joyce, James. Ulises, año 1980. Trad.: Richard Ellmanss. Edit. Penguin Modern Classics.
    —. Ulises, Vols. I, II. Año 1986. Trad.: José M. Valverde. Edit. Lumen. España.
  • Pastalosky, Rosa. Aproximación estructural y psicológica de Ulises. Año 1986. Edit. Plus Ultra.