Artículos y reportajes
“Papeles inesperados”, de Julio Cortázar
Papeles inesperados
Julio Cortázar
Alfaguara
Bogotá, Colombia
Primera impresión en Venezuela: agosto de 2009
Últimas pistas de Julio Cortázar

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A Julio Cortázar siempre lo percibí libre, cercano, desenfadado, un escritor plenamente identificado con la sensibilidad moderna, un escritor desprejuiciado y muy inmerso en búsquedas fantásticas y efectos literarios inquietantes o misteriosos, pero al mismo tiempo un escritor cotidiano, muy del diálogo con la gente de la calle, un escritor a pie, un paseante dominado por la curiosidad, atento a las expresiones de la gran ciudad, muy lleno de una suerte de música interior y de un gran poder plástico, un ojo avizor atento a los sucesos más recónditos del hacer humano y también muy dispuesto a observar procesos políticos y sociales, especialmente los de América Latina, un escritor argentino de formación europea nacido en Bruselas, pero siempre ligado a su argentinidad, a su casa, gentes y calles de Buenos Aires, de cuyos recuerdos y atmósferas extrajo material para buena parte de sus cuentos y para sus ideas de convivencia; ideas socialistas y en fricción permanente con las de dominación autoritaria por parte de los nuevos imperios. Vivió en París largo tiempo, y al apenas obtener la nacionalidad francesa durante el gobierno de François Mitterrand en 1981, declaró que desde entonces estaría más comprometido también como ciudadano francés con las luchas de Francia y de América Latina contra las dictaduras y la dependencia económica y cultural de los países pobres.

Extraordinarios y memorables resultaban muchos de sus cuentos. Esperábamos cada volumen suyo de relatos con emoción, desde Final del juego, Las armas secretas y Bestiario, pasando luego por Todos los fuegos el fuego y Octaedro hasta Un tal Lucas, Queremos tanto a Glenda, Alguien que anda por ahí y Deshoras, sin olvidar aquellos libros heterodoxos donde se mezclan formas, géneros, dibujos, fotos, caligrafías, que son La vuelta al día en ochenta mundos y Último round. Libros que nos hicieron arrojar una mirada a sus primeros trabajos como la obra teatral Los reyes, y las novelas 62 modelo para armar (prefiguración de Rayuela) y Los premios, que tantos hallazgos formales y de sentido poseen. Hace pocos años, caminando por una avenida de Buenos Aires, la Avenida de Mayo, me alojé ahí en un hotelito y salí a dar unas vueltas por las cuadras cercanas. La primera sorpresa que me llevé fue encontrarme en toda la esquina con un café, el London City, cuyas vidrieras ostentaban con orgullo la novela Los premios y unas fotos de Cortázar, acompañadas de una leyenda donde se anunciaba que éste iba diariamente ahí a proseguir la escritura de la mencionada novela. No dudé en entrar y en tomarme en el London City un café y morder un sabroso pastel, pues la cafetería olía a esa mezcla especial de ambos, imaginándome al gran Cortázar llenando de palabras grandes cuadernos desordenados, fumando, sorbiendo un café, una cerveza o un vino. Por cierto que, en París, Cortázar visitaba y escribía en otro café con nombre inglés, el Old Navy, situado en el boulevard Saint Germain.

Un poco más allá, en la misma Avenida de Mayo, me topé con una de esas librerías de viejo, tan frecuentes en esa ciudad, donde hacen remates y ofertas de libros de todo tipo, y vaya sorpresa que me di cuando veo en una de las pilas de libros asomar la portada de Los premios, sus grandes letras azul oscuro y unas franjas rojas descender por la parte derecha de la carátula llegar hasta la silueta de un barco. Era la quinta edición publicada por Editorial Sudamericana de Buenos Aires en 1966 (la misma que lanzara un año después la edición más conocida de Cien años de soledad de García Márquez), que adquirí de inmediato por un precio irrisorio. Para esa fecha Cortázar tenía 52 años —justo ese año de 2006 en que yo hacía mi recorrido se cumplían 40 de esa quinta edición, la primera había sido en 1960— de una novela que comienza dando fe del lugar donde se escribe, para que no quede la menor duda:

—La marquesa salió a las cinco —pensó Carlos López—. ¿Dónde diablos he leído he leído eso?

Era en el London de Perú y Avenida; eran las cinco y diez. ¿La marquesa salió a las cinco? López movió la cabeza para desechar el recuerdo incompleto, y probó su Quilmes Cristal. No estaba bastante fría.

Estaba hablando de los cuentos de Cortázar. Decía que entre los memorables relatos suyos están “Cartas de mamá”, “La autopista del sur”, “Continuidad de los parques”, “La isla a mediodía”, “La noche de mantequilla”, “Final de juego”, “El perseguidor”, “Las babas del diablo”, “Casa tomada”, textos capitales que fueron apreciados por miles de lectores en muchas lenguas. De estos cuentos, “El perseguidor”, como todos sabemos, está inspirado en la vida de Charlie Parker, “Bird”, el gran saxofonista del jazz creador del bebop, que en el relato toma el nombre de Johnny Carter. A los amantes del jazz nos toca muy profundo este relato, que ha sido inspiración segura de películas sobre el jazz, especialmente la de Clint Eastwood, Bird, sobre el mismo Parker, y una actuación notable de Forest Whitaker, y Alrededor de la medianoche, del director francés Bertrand Tavernier, desarrollada en París, en el centro nocturno Blue Note, con una soberbia interpretación del saxofonista Dexter Gordon en el papel de Dale Turner, un músico al final de sus días que ve en un amigo francés amante del jazz y su hija un aliento para volver a vivir, y es posiblemente la mejor película de jazz jamás filmada.

Por su parte, el cuento “Las babas del diablo” fue llevado al cine por Michelangelo Antonioni bajo el título de Blow-Up (expresión que en inglés significa ampliar una fotografía), protagonizada por el actor inglés David Hemmings, un film que tuvo una repercusión inmensa en toda la cultura de la década de los años 70. Y “Cartas de mamá” ya había sido elogiado por Borges.

Los cuentos más logrados de Cortázar son, a mi juicio, los que manejan una dosis equilibrada de ambigüedad, suspense, juegos con la alteridad, situaciones irresolutas o fragmentarias que permanecen como en un doble fondo o un borde, un campo misterioso donde los personajes están movidos por fuerzas desconocidas, por impulsos anímicos enigmáticos donde la sorpresa juega un papel fundamental, pues el narrador introduce un elemento extraño para captar la atención del lector, al tiempo que experimenta constantemente, somete el relato a permanentes mareas de escritura, desarticulaciones lingüísticas, neologismos, inventa palabras, narra en una suerte de estilo encabalgado, perneado de una tesitura de improvisación jazzística que va impregnándose de fuerza poética. Esa voluntad experimental es precisamente la que se ejecuta en el gran ludismo de Rayuela, 62 modelo para armar, y en los ensamblajes, con mucho de cubismo y collage, de La vuelta al día en ochenta mundos y Último round; el primero, poblado de crónicas, relatos, dibujos, noticias, viñetas, poemas, curiosidades; en el segundo domina lo periodístico, la investigación que se torna reportaje, confesión, glosa, comentario.

Otro aspecto a resaltar en la narrativa de Cortázar es su humor crítico, el humor tomado como arma, como herramienta para desarmar situaciones de poder, desbaratar prejuicios y convencionalismos sociales, como es el caso de las Historias de cronopios y de famas, relatos breves donde a través de una tipología de personajes contrasta actitudes de autenticidad, honestidad, trabajo, humildad o esfuerzo simbolizados por los cronopios, y su antítesis: el arribismo, la corrupción, el sensacionalismo, la manipulación, la figuración social o la hipocresía encarnados en los famas. Estos relatos se resuelven en la brevedad, en su contundencia lingüística, y llegan a ser posteriormente clásicos del microrrelato moderno.

La voluntad experimental de Cortázar no cesa hasta sus últimos libros, como es el caso de Los autonautas de la cosmopista, donde lleva a cabo la crónica de un viaje desde París a Marsella en un tráiler o motor-home junto a su mujer Carol Dunlop —con la que comparte también la autoría del relato—, tomando como pretexto ese “viaje atemporal” para investigar lo inesperado, los imprevistos, imponderables, lo súbito o lo sorpresivo de todo viaje, aun cuando éste sea planificado, introduciendo el contraste entre lo doméstico —ubicado en el motor-home— y el entorno inapresable, el azar implícito del movimiento. El libro está adornado con fotos y dibujos de los propios viajeros y cuenta (en la coedición de Muchnik-Nueva Imagen) con una bella ilustración de la pareja realizada por José Luis Cuevas.

Una faceta poco conocida de Cortázar es su actividad como poeta o, debería decir, como cultivador del verso, pues lo poético es inmanente en su estética narrativa. Los trabajos que componen el libro Salvo el crepúsculo recogen buena parte de sus poemas, muchos de ellos verdaderas obras maestras.

Otra actividad notable de Cortázar es la de traductor, principalmente del idioma inglés. En este sentido, lo más sobresaliente son las traducciones que ha realizado de la obra de Edgar Allan Poe, de sus cuentos, ensayos y críticas, del estudio Eureka y su novela Narración de Arthur Gordon Pym, los cuales han sido editados por Alianza Editorial de Madrid, España, en su colección El Libro de Bolsillo. Aparte de la impecable traducción, estas obras van acompañadas de enjundiosos ensayos críticos, de estudios preliminares que resultan imprescindibles para iluminar la obra del gran escritor de Boston. No olvidemos que Cortázar realizó estudios de letras y que fue profesor de literatura en varias ciudades del interior de Argentina, así como traductor e intérprete del inglés para la Unesco en París. Recientemente se ha efectuado también el hallazgo de un nuevo manuscrito de Cortázar, el estudio Imagen de John Keats que habla, además de la admiración profesada por el argentino al gran poeta del romanticismo inglés, también del influjo que seguramente éste tuvo en la estética de Cortázar y en su poder analítico para observar el hecho literario.

En cuanto a Poe, Cortázar ha declarado repetidamente las decisivas lecturas de éste en su juventud, que marcan para siempre su mundo, especialmente su concepción del miedo, y éste a su vez en la elaboración artística del suspenso y del terror que se percibe, en mayor o menor grado, en la obra del argentino.

Justamente sobre este tópico del miedo escribe Cortázar en su artículo “Una infancia medrosa” que forma parte del libro inédito editado por Alfaguara, Papeles inesperados, preparado por Aurora Bernárdez —traductora y albacea de nuestro autor— y Carles Álvarez Garriga, responsable de un prólogo donde se encarga sobre todo de remitir a las fuentes originales de los textos y de aclarar algunas incidencias editoriales que les rodean.

“Interrogarme sobre el miedo en mi infancia es abrir un territorio vertiginoso y cruel que vanamente he tratado de olvidar (todo adulto es hipócrita frente a una parte de su niñez) (...). Mis lecturas poco controladas por los adultos iban casi infaliblemente a formas más de lo sobrenatural y lo morboso, la literatura de la catalepsia y el sonambulismo, por ejemplo, que abundaba en las bibliotecas de mi infancia, el gólem, que entró temprano en mi vida, los dobles, los autómatas homicidas (...), contra mi propio miedo inventé el miedo para otros, aunque está por verse si los otros me lo han agradecido...”, dice Cortázar en el mencionado artículo, uno de los más destacados de este libro organizado en dos grandes secciones, Prosas y Poemas, y éstas a su vez subdivididas en otras. La de Prosas, la más extensa (se lleva por lo menos el noventa por ciento de los textos) está organizada en partes que se inician con Historias, once relatos de ficción del mejor Cortázar, verdaderas sorpresas para los seguidores del gran narrador, auténticos inéditos que por sí solos justificarían la adquisición de este libro. Siguen cuatro De Historias de cronopios dentro de la línea del conocido libro Historias de cronopios y de famas, y luego nuevos textos De Un tal Lucas, personaje creado por Cortázar para sintetizar en él una serie de preocupaciones del absurdo, el azar o lo imprevisto de la existencia; Lucas es como una esponja para atraer vicisitudes, situaciones radicales que engendran experiencias insólitas, las cuales a su vez permiten las más variadas especulaciones o interpretaciones. Tenemos aquí once textos protagonizados por Lucas (o más bien padecidos, dado su carácter de antihéroe) que asimismo se avienen al más puro Cortázar.

De seguidas entramos en el campo de la no-ficción en Momentos, o si se lo prefiere, de la reflexión personal volcada a temas como el bilingüismo, un nuevo recorrido por París, un viaje por México, un trabajo sobre la esencia y misión del maestro o sobre su propia experiencia con la literatura siendo aún niño, como esa que tiene por centro una metáfora, la de El rayo verde, novela poco conocida de Julio Verne que Cortázar leyó de chico, enlazándola a un poema de Gaspar Núñez de Arce titulado “El vértigo”, para componer desde allí uno de los textos más llenos de ternura en el volumen, titulado Un sueño realizado.

Coexisten aquí dos artículos sobre Rayuela que resultan centrales para observar la perspectiva que tiene Cortázar de su novela diez años después, y habla bien de su madurez política, cuando escribe: “Rayuela sigue siendo una primera parte de algo que traté y trato de completar; una primera parte muy querida, seguramente la más honda de mi ser, pero que ya no acepto con la exclusividad que le conferían los propios protagonistas del libro, hundidos en búsquedas donde el egoísmo de tanta introspección y tanta metafísica era la sola brújula (...). Diez años después, mientras yo me distancio poco a poco de Rayuela, infinidad de muchachos aparentemente llamados a estar lejos de ella se acercan a la tiza de sus casillas y lanzan el tejo en dirección al Cielo. A ese Cielo, y eso es lo que nos une, ellos y yo le llamamos Revolución”.

Sobran los comentarios.

Se localiza en esta sección aquella memorable crónica divulgada en diferentes revistas (publicada por primera vez en Índice, Madrid, 1 de julio de 1970), “So shine, shine, shoe-shine boy” en cuyo móvil narrativo central habla con un amigo suyo en el centro de la ciudad de Nueva Delhi al que le están lustrando sus zapatos de gamuza. Este simple hecho es el punto de partida para que Cortázar desenvuelva un relato de una humanidad impresionante sobre los niños indios, que en medio de su pobreza se convierten en artistas para lustrar, en este caso pintar unos zapatos hasta hacer de ello un arte minucioso, un maravilloso ejercicio de arte de la calle, en un texto que es una meditación sensible de la condición humana. Veamos este mínimo fragmento:

Con un palito revolvía hasta conseguir un matiz, y sus ojos iban y venían de mi zapato al polvo, del polvo a los frasquitos, mientras sus manos cumplen la menuda, increíble alquimia que yo, parado, descalzo en dos cartones, contemplo con una especie de arrepentimiento, una ansiedad de agacharme y acariciar esas cabezas de brillante pelo negro, de pedirles perdón, el bárbaro imbécil extranjero pide perdón, el que pensaba betún, el que desconfiaba betún, el pobre infeliz que se hace lustrar los zapatos en la calle Florida o en los Champú Hélices o en el Ring o en la Kalvrstrasse, perdón, pequeños, perdón ardillas pequeñas, perdón herederos de una sutileza infinita, pobrecitos miserables legatarios de un refinamiento que alguna vez fueron las Cortes de los Pallavas, los fastos de Fatehpur-Sikri, los perfumes del anochecer en los jardines mongoles.

Otros textos, que cubren los temas más dispares como el dedicado a las “Escenas infantiles” de Robert Schumann o una discusión sobre el día de la Independencia en Argentina (nada más alejado de la sensibilidad de Cortázar, un discurso), y un prólogo a sus relatos que termina siendo otro cuento. Se trata de una presentación del propio Cortázar a la edición bastante accidentada de sus relatos “completos” desde 1965, cuando Ítalo Calvino se los pide para Einaudi, luego engrosada en 1970 por Editorial Sudamericana, después alimentada con otros textos en 1976 por Alianza Editorial. (Yo tengo la del Círculo de Lectores, Los relatos, Barcelona, España, 1974). Todos están ordenados desde el principio por Cortázar a través de las inalterables secciones Ritos, Juegos y Pasajes. Luego el escritor hace una reordenación y añade una nueva sección, Aquí y ahora, para la Editorial Seix Barral, con el mencionado texto de presentación, que nunca llega a publicarse, ni la sección ni el prólogo, sino hasta ahora.

Hay textos como “El otro Narciso”, un magnífico poema en prosa alusivo a un pájaro que se mira en el espejo retrovisor de un automóvil. Asimismo unas reflexiones sobre el automóvil (“Monólogo del peatón”) o más bien contra el automóvil, que se inicia con estas palabras: “A esta altura de mi vida en una gran ciudad, lo mejor que le encuentro a un automóvil es que no sea mío”, donde hace alusiones tangenciales a sus cuentos donde hay automóviles, “La autopista del sur”, y a Los autonautas de la cosmopista.

En la siguiente sección, Circunstancias, se dan cita textos en su mayoría de reflexión política y social. El primero y más importante es el referido a las preguntas que Rita Guibert, de la revista Life en Español, le hizo a Cortázar en 1969. No son las respuestas propiamente dichas a esa encuesta, sino el comentario a éstas, donde el escritor toma posiciones respecto a la literatura, la política y la sociedad, desde una perspectiva de afuera, como si se estuviese viendo él mismo desde Estados Unidos. Se trata de un texto capital para comprender ciertos mecanismos ideológicos que se operan desde el capitalismo hacia el legado cultural de América Latina, haciendo énfasis en la Revolución Cubana, Vietnam, Nicaragua, El Salvador, la intervención soviética en Checoeslovaquia y la norteamericana en República Dominicana. Estas opiniones causaron un verdadero revuelo en el mundo literario de entonces, especialmente en el escritor peruano José María Arguedas, lo cual generó una polémica en buena parte de la conciencia estética y ética de América Latina, por lo demás perfectamente válida hoy en día, la cual valdría la pena hacer reeditar.

Cortázar se niega a llamar a esto una “polémica” con Arguedas, a quien respeta y admira, pero sí le hace unas puntualizaciones sobre el regionalismo, la autoctonía, el exilio o los “escritores de provincias” que bien pudieran hoy ser muy útiles, oportunas sobre todo para algunos escritores que se dicen liberales, modernos, vanguardistas o demócratas, a ver si aclaran un poco más esos trillados asuntos de la “libertad” o la “democracia” cuando se los invoca en un contexto reaccionario, y de cómo éstos poseen otro sentido cuando se utilizan en un contexto hacia el socialismo como el que se intenta llevar a cabo en Venezuela con el liderazgo de Chávez, el cual ha extendido su radio de resonancias hacia otros países como Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Brasil o Argentina, donde se han compartido visiones y se han adoptado actitudes de solidaridad con el proceso venezolano, aun con todas las fallas que puedan achacársele.

Siguen textos donde reflexiona sobre su “carrera literaria” (de la que descree), aclarando de paso algunas otras cosas en su obra Rayuela (es de observar que este libro fue el que más contrariedades, pugnas, paradojas y crisis internas le produjo a Cortázar), así como su relación con el director de cine Michelangelo Antonioni a propósito de la ya mencionada versión cinematográfica de “Las babas del diablo”, y otros tópicos como “Chile: una versión del infierno”, “Sobre el creador y la formación del público”, “Violación de derechos culturales”, “Nuevo itinerario cubano” y demás textos donde se ocupa de sus responsabilidades políticas en Nicaragua, El Salvador, Cuba, Polonia y las diferentes vinculaciones suyas con procesos y realidades de nuestros países.

De seguidas, en el acápite De los amigos, estamos frente a una serie de cartas a Damián, Aurora, Guida, David (investigue el lector los apellidos) y otros más conocidos como Lezama Lima, Susana Rinaldi, Cley Gama, Oswaldo Rodríguez, Michel Portal, Leopoldo y Susana Novoa, Pablo Neruda y Ángel Rama. En Otros territorios se agrupan textos sobre artistas plásticos: Rodolfo Nieto, Leo Torres Agüero, Sara Facio, Alicia D’Amico, Oscar Mara y Francis Bacon. Finalmente, para cerrar esta reseña, los apartes donde se concentra el trabajo poético de Cortázar. Fondos de cajón y Poemas (pienso que se hubieran podido fundir ambos en uno solo, y así terminamos de una buena vez con el prejuicio de llamar poemas solamente a los versos), que hubiera podido ser sólo Fondos de cajón. Estas secciones se disponen con un intercalado de entrevistas que me parece lo menos interesante (pero sí lo más débil y desordenado) del libro. Terminaré citando el penúltimo de estos poemas, “Lo que más me gusta de tu cuerpo”, porque en la imagen de la mujer, y en apenas cuatro líneas, se sintetiza parte del vuelo imaginativo de Cortázar:

Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo
Lo que me gusta de tu sexo es la boca
Lo que me gusta de tu boca es la lengua
Lo que me gusta de tu lengua es la palabra.

La versión del francés al español de este poema pertenece a Aurora Bernárdez, mujer de Cortázar y albacea de su obra, quien vertió al castellano casi todo el material en francés de este libro, y es traductora brillante de un gran número de autores de la literatura inglesa, francesa y norteamericana, y a quien debemos esta magnífica edición, trabajada junto al joven investigador catalán Carles Álvarez Garriga.