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Ana FernándezAna Fernández

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Autenticidad e intensidad son dos de los rasgos que mejor definen la forma de interpretar de Ana Fernández. Hasta las críticas más duras de alguna de las películas en las que ha participado suelen reconocer su solvencia y su profesionalidad.

Cuando representa personajes como el de María en Solas, es capaz de arrastrarnos hasta el fondo del sufrimiento porque asume el dolor sin recurrir a trucos melodramáticos. En ella parece natural —cuando las cosas están bien hechas así lo parecen—, pero su forma de encarnar el dolor sin concesiones exige del espectador una actitud más comprometida de lo habitual. El melodrama al que nos tienen acostumbrados el cine, con sus comedias dramáticas, y la TV, con sus inagotables culebrones, nos ofrece la posibilidad de emociones rápidas (fast-feeling), de fácil consumo (kleenex-emotions). Y, claro, si se cierra esa puerta, se nos priva de la autocompasión, de los mocos y de las lágrimas más fáciles.

En el fondo todo esto tiene que ver con la esencia de la tragedia: mantener la tensión del sufrimiento (el dolor y la capacidad de soportarlo) sin rendirse y sin esperanzas. Su éxito depende sin duda del guión y del director, pero también de la interpretación. Cuando Ana encarna personajes trágicos o aspectos trágicos de los personajes, también nos mueve a la piedad y a la compasión, pero son emociones que se resisten a abandonarnos con el pañuelo desechable. Y eso debe enganchar porque sus admiradores se vuelven adictos.

Algo similar ocurre con su sensualidad. Cuando quiere trasmitir deseo no pone morritos ni se contorsiona como nos tienen acostumbrados las actrices norteamericanas. Paradójicamente, se recoge sobre sí misma concentrando su energía como un imán, se abandona, se incendia... su respiración se vuelve casi dolorosa, y entonces le ofrece una mirada directa a su antagonista que lo deja sin aliento. No debe ser fácil darle la réplica. Y algo sorprendente en los tiempos que corren: sabe imprimirle cierta lentitud, cierta delectación, a esas escenas que suelen despacharse cinematográficamente de forma vertiginosa, como si el deseo y el sexo fueran una prueba de velocidad entre dos cuerpos.

Esa combinación de belleza —¿se me había olvidado mencionarla?—, elegancia, sexo y tragedia, tan clásica, tan de entreguerras, siendo completamente ciertas no completan el cuadro de esta sorprendente actriz. Hay que añadir la ternura. Su ternura recuerda un poco a la de Audrey Tautou, también delicada y fuerte como ella. Dueñas ambas de un poder tranquilo, inexplicable cuando todo está en su contra, incluida la fragilidad física, pero inexorable. En el caso de Ana no es sólo que parezca llevar siempre de la mano a su niña (bueno y que ésta sea linda, porque conozco adultos que han hecho bien enterrando al niño que fueron) y que se permita jugar con ella, es que con frecuencia es la niña la que juega con la adulta. La imagino concentrada, ensayando una mirada cansada, con siglos de experiencia, y de repente es una niña la que se asoma a la cámara ilusionada y llena de preguntas.

Da la impresión de ser una de esas artistas que sufren con su trabajo. No es que no goce, que estoy seguro de que lo hace, es que como los personajes le salen de muy dentro producen cierto desgarro al interpretarlos y reclaman un duelo en su despedida. Me temo que Ana no encaja en la recomendación orteguiana de evitar mezclar la vida con el arte. Digo que temo, porque aunque sea una suerte para los espectadores puede ser una maldición para la artista.

No hay que ser un lince para darse cuenta de que siento debilidad por esta actriz. Por eso, haciendo un esfuerzo inútil de ecuanimidad, comentaré si no limitaciones al menos aspectos inéditos de su carrera interpretativa: ¿qué pasa con el humor; con la comedia y la farsa? Esta mujer, capaz de desnudar su alma delante una cámara o del aforo de un teatro, ¿siente pudor ante la frivolidad, le da vergüenza hacer el payaso? No lo sé, seguramente sea cuestión de oportunidades. Si, como decía mi madre, con los años se va perdiendo la vergüenza, quizá todavía nos sorprenda cantando, bailando y haciéndonos reír.

Cada temporada esperamos impacientes un guión y una dirección que nos permitan disfrutar de nuevos aspectos del talento y la sensibilidad de esta actriz inagotable. Los espectadores estamos listos, ¿a qué esperan los productores?