“Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala
es el silencio de la gente buena”.
Mahatma Gandhi
¿Quieren acercarse al Ávila como rozándolo con su dedo; perderse felizmente en sus bosques y en buena compañía; mirar a la “Odalisca Rendida” regocijarse de ser cuidada por la noble montaña?, sugiero la lectura de Ausencias deja la noche, primera novela de Gonzalo Himiob Santomé. De seguro, también notarán la inequívoca sensación de ser un personaje expectante más de esa narrativa tan actual y tan cercana a nuestras vidas presentes.
Al propio tiempo, ese cúmulo de letras de hoy día nos llama a la reflexión y nos convoca a la profunda reconsideración de lo que los habitantes de ese país han sido, de lo que han hecho los demás —a mansalva y premeditadamente— para que esa población sea así y, por qué no, de lo que ese mismo noble pueblo, a veces resignado, ha permitido —activa o pasivamente— para que esos seres imaginarios de la novela y sus séquitos hayan hecho de la Patria y de sus ciudadanos unos guiñapos.
Como un espejo, los lectores de cualquier nación del mundo que se precien de su espíritu democrático, de su combativo y probado sentir libertario, y desde luego, convencidos de los valores y principios que han guiado, guían y deben guiar siempre como faro fulgurante sus luchas y conquistas de libertad, no deben en modo alguno esquivar las orientaciones que, a manera de lecciones académicas y admirable pedagogía, saltan ante sus ojos y se posan en sus conciencias.
Uno debe agradecer cuando nos hacen ver la realidad, por imaginaria, mágica o ficticia que parezca, con descripción impecablemente detallada y con sentido de presencia, pertenencia y permanencia. Una vez adentrados en la lectura de esta obra, difícil resulta ausentarnos de las situaciones particulares y grupales allí contenidas, y que a medida que se van desentrañando los hechos y las vicisitudes narradas no podemos sustraernos de la familiaridad de los acontecimientos tan bien contados por el autor en ésta su primera novela.
Gracias a la gentileza del autor, he sido cercano observador de los escenarios vecinos, de las tramas y de sus protagonistas. Si alguna coincidencia ha de percibir el lector o dejar de advertir en esta obra, corresponderá sólo a él; sin embargo, será la memoria colectiva la que tendrá la última palabra sobre las enseñanzas y reflexiones que —sin duda— esta creación literaria tiene.
Nada humano nos es ajeno —dijo alguien—, de allí la obligación de no permanecer ausente sobre lo que ocurre en nuestro entorno.
Nuestras letras no persiguen erigirse en análisis crítico-literario; se refieren a la interesante y agradable lectura que de la obra hicimos; nos gustó, vimos méritos en ella y por eso la recomendamos ampliamente. Y si alguna intención han tenido estos trazos, aquélla no es otra que reconocer en el autor el mérito de quien usa la palabra para levantar sus ideales, sin codos ni violencia, sin siembra de odio ni venganza; pero sí como bandera limpia y en alto.
Ojalá el autor, quien combina el ejercicio competente y combativo del derecho con su labor de poeta, escritor y columnista de prensa, no deje de sentir el gusto que da ver su nombre y pensamiento sobre el papel, además de ser leído por mucha gente.