Artículos y reportajes
Jairo Aníbal Niño, el escritor que honró su apellido

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Patricia, Jairo Aníbal Niño y el autor de la nota
Patricia, Jairo Aníbal Niño y el autor de la nota.
 

Los nombres marcan, pero en ocasiones los apellidos mucho más. Uno encuentra casos curiosos, personas que terminan asociándose con sus apelativos, como cuando hay un marinero apellidado Barco; en oposición algunos llevan la contraria a su denominación, por ejemplo el presidente del gobierno español, en lugar de desempeñarse como experto en calzado prefirió la política; tengo un buen amigo de apellido Carretero, pero no conduce carruajes ni engrasa carretas, es diplomático; son casos contradictorios.

En el caso del escritor colombiano Jairo Aníbal Niño (Moniquirá, 1941; Bogotá, 2010), su apellido se expresaba en la actitud ante la vida y el oficio que finalmente escogió, pues luego de desempeñar diferentes funciones durante su existencia (ayudante de conductor de camión, actor, marinero, pintor), terminó en actividades relacionadas con los niños, titiritero y escritor de literatura infantil. En cierto modo, fue una especie de “Benjamin Button” colombiano, una persona que nació adulta y luego de obtener importantes logros como guionista y dramaturgo, así como regentar la Biblioteca Nacional, fue “enniñeciéndose” hasta ser un infante lúdico y creativo de cuyas manitas (realmente eran manos grandes de curtido navegante) surgieron obras como Preguntario y Zoro que lo encumbraron en la cima de las letras para niños.

Mi obra favorita de Jairo Aníbal Niño siempre será La alegría de querer, una irrepetible colección de poemas de amor para niños de todas las edades. No puedo dejar de citar algunas de las maravillosas composiciones contenidas en sus páginas, tres muestras que ojalá sirvan de acicate para que los lectores que todavía ignoran la poesía de Niño busquen este pequeño gran libro.

¿Me haces un favor?

—¿Me haces un favor?
—¿Qué clase de favor?
—¿Quieres tenerme mis avioncitos durante todo el recreo?
—¿Durante todo el recreo?
—Sí, es que tú eres mi cielo.

 

Lección de música

Do,
re,
mi,
fa,
sol,
la,
si.
¿Sí?
Sí,
mi
sol;
sí.

 

Supe que te amaba

Supe que te amaba
—más allá de toda duda—
el día en que estabas colocando un clavo en la pared
y te golpeaste con el martillo
y a mí me empezó a sangrar el dedo pulgar.

Jairo Aníbal Niño solía vestir de blanco inmarcesible; otro de sus detalles era que firmaba sus libros no con su rúbrica, sino con el dibujo de una paloma con alas desplegadas que lleva una flor en su pico; tengo la fortuna de poseer un ejemplar de La alegría de querer, dedicado a mi esposa Patricia (otra alegre niña) y al suscrito, es uno de esos pequeños tesoros que conservo con el mismo regocijo que motivó no sólo el título de la obra, sino el ejercicio mismo de su creación. Jairo Aníbal, el niño alegre que vestía de blanco, o quizás era la escarcha albina que se desprendía desde su cabeza y su bigote juguetón. El niño que en las páginas de un libro mágico, vivía enamorado de una compañerita de clase con la misma pasión del fútbol, mientras descubría los enigmas de las materias del colegio. Ese Niño tan niño, que se dibujaba cual paloma, nos dejó con una sonrisa desplegada en el rostro, una sonrisa suspirada.