Sala de ensayo
Elizabeth SchönLa poesía de Elizabeth Schön
“Gran carpa del silencio íntimo”

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La poesía de Elizabeth Schön es una poesía de lo íntimo, poesía donde prevalecen procesos mentales que hablan desde el ser más complejo de la conciencia humana. Trataremos de explicar estas ideas sobre la base del ensayo de Carl Jung (1997) titulado Acercamiento al inconsciente, en el cual expone la diferencia entre signo y símbolo. El signo, dice Jung, es siempre menor que el concepto que representa, mientras que un símbolo siempre representa algo más que su significado evidente e inmediato. Así, son los símbolos los que vamos a estudiar, específicamente las representaciones simbólicas presentes en el inconsciente poético de nuestra escritora que muestran una visión del mundo, su visión del mundo, considerando que “por regla general, el aspecto inconsciente de cualquier suceso se nos revela en sueños” (1997:24).

Consideraremos sueño a las imágenes simbólicas de la poesía, porque, aunque la escritura sea una plena realización consciente, al trasladar nuestras experiencias de vida, nuestras percepciones de la realidad a la mente, sucede que “dentro de la mente se convierten en sucesos psíquicos cuya naturaleza última no puede conocerse” (1997:20). De este modo, creemos que en la poesía al igual que en los sueños se filtran imágenes que vienen dadas de una memoria primigenia, que pueden no existir en nuestra consciencia pero que en algún momento de la vida han arado en lo más profundo de nuestro ser —sea como recuerdos (pasado), sea como anhelos (futuro)—, y que de alguna manera nos revelan lo que somos.

Jung, al hablar de la función de los sueños, dice: “El sueño no es nada parecido a una historia contada por la mente consciente (...). Imágenes que parecen contradictorias y ridículas se apiñan sobre el soñante, se pierde el normal sentido del tiempo y las cosas corrientes asumen un aspecto fascinante y amenazador” (1997:36). La poesía puede gozar de esta misma definición que hace Jung de los sueños. El tiempo y el espacio se transfiguran en la poesía, es decir, la realidad se transfigura, entre otras cosas porque el poeta tiene la virtud de mostrar un valor de la realidad no considerado habitualmente en nuestra consciencia, esto es, el artista —llámese poeta, pintor, escultor— deja entrever “que las ideas manejadas en nuestra aparentemente disciplinada vida despierta no son, en modo alguno, tan precisas como nos gusta creer. Por el contrario, su significado (y su significación emotiva para nosotros) se hace más impreciso cuanto más de cerca lo examinemos” (1997:36).

 

La transfiguración del rostro

En Concavidad de horizontes Elizabeth Schön a medida que va construyendo su propio “diccionario de sentimientos” describe con mecanismos mentales “estados del alma”. De estas descripciones se desprenden dos vertientes: una apunta hacia la consumación del pensamiento en imagen poética, la otra nos revela el yo de la escritora. Dentro de una sola voz que narra existe paralelo un discurso doble que habla de un “estado de alma” común a la humanidad, a la vez que se develan por medio de ese estado características propias de quien nos está contando. Esta dualidad parece dada en un momento anterior a la escritura, cuando quien está creando es tocado por la poesía.

somos dobles
porque siempre nos hiere
y cuando esto ocurre
el rostro se nos transfigura (1973:18).

Hiere la poesía, la transfiguración del rostro es la transfiguración de sus experiencias, del pensamiento racional, lógico, elaborado en materia onírica, en materia poética. Sucede, lo que decíamos anteriormente citando a Jung, que contrario a la historia contada por la mente consciente (...), se pierde el normal sentido del tiempo. Las ideas se vuelven difusas, es por ello que vemos aparecer imágenes contradictorias. La poesía “nota la errancia de lo incierto”1 y se abre al necesario juego de los contrarios:

No pesa. Pesa lo que nos cae dentro en peñascos, en disparo mortal. No corta. Corta cada frase de convulsa violencia y de ensañada agresión (1986: 31).

Queriendo huir, no huye. Su encrespado olfato le impide correr... (1986:21).

Cabo que sin atar, ata (1986: 22).

Perteneciendo al que sin conocer, conoce;
al que sin saber, sabe (1986:19).

El poema se convierte entonces en un eco del alma, en una voz que retumba.

 

Los precipicios

En ambos poemarios se repite la imagen del precipicio, de la caída, del abismo. La caída que tiene como único asidero el poema.

Lo que ocurre internamente
jamás podrá corporizarse
porque pertenece a los precipicios
dónde sólo el eco retumba (1973: 86).

Lo que pertenece a los precipicios parece ser lo mismo que pertenece a la poesía.Es la imagen suspendida de la memoria lo que se precipita y va al poema. La imagen se suspende cuando se fractura la consciencia de los recuerdos y los anhelos, cuando se tiene “la vaga sospecha de que algo está a punto de romperse en la consciencia, de que ‘algo está en el aire’ ” (Jung: 34). En este estado clímax de la mente sucede el poema, allí vemos a “los desperdicios cayendo, desmoronándose” (1973: 91).

 

La memoria: pasado y futuro

La memoria que nutre la poesía de Schön es una memoria ancestral y una memoria intuitiva. Lo que llamamos memoria ancestral, “primaria semilla”, es aquélla cuyas experiencias conscientes han pasado a tomar un lugar en el inconsciente, pertenecen a un tiempo pasado; mientras que la memoria intuitiva nunca ha existido en la consciencia, es el tiempo futuro que viene también del inconsciente y que se lo debe todo a la imaginación, a la creación. Memoria ésta que vislumbra todo artista. Puesta siempre “en la balanza de lo hallado anteriormente y después” (1986:19).

Sobre este pasado y futuro en el inconsciente escribe Jung:

Así como los contenidos conscientes pueden desvanecerse en el inconsciente, hay contenidos nuevos, los cuales jamás fueron conscientes, que pueden surgir de él (...).

Se desarrollan desde las oscuras profundidades de la mente al igual que en un loto y forman una parte importantísima de la psique subliminal (1997:34-35).

El escritor cuando nombra en la poesía logra en la escritura convertir estas elaboraciones pasadas y futuras de la mente en un infinito tiempo presente.

El tiempo del poema es distinto al tiempo cronométrico. “Lo que pasó, pasó”, dice la gente. Para el poeta lo que pasó volverá a ser, volverá a encarnar. El poeta, dice el centauro Quirón a Fausto, “no está atado por el tiempo”. Y éste le responde: “Fuera del tiempo encontró Aquiles a Helena” ¿Fuera del tiempo? Más bien en el tiempo original (Paz: 1993: 64).

 

Tierra-Poesía

La tierra representa la imagen de la fecundidad, la gran Madre que todo lo engendra. Hay, pues, una relación estrecha entre poesía y tierra. La poesía será, en Es oír la vertiente, una semilla que al igual que la tierra desea procrear.

Por eso cuando la semilla
se desprende hacia la tierra
no tenemos urgencia de señalarla,
allí, dentro de ella,
está el anhelo y callando para siempre (1973: 50).

La voz que retumba en el poema, revela esa relación donde se quiere igualar a la poesía con la Tierra:

la voz retumba
como queriendo fijar su nacimiento,
como queriendo indicar que,
igual al árbol,
al viento,
a la arena,
ella también posee (1973:51).

En su otro libro, Concavidad de horizontes, se mantiene esta relación, ya más sólida, más clara, dejando al descubierto que los principios de su poesía son los principios de la naturaleza. En un poema titulado “Mansedumbre” nos dice en un verso: “Tiene de la tierra no oponérsele al principio mismo de la rotación” (1986:25). Lo cual, inferimos, nos refiere su poesía. Más adelante, en otro poema, encontramos ya abiertamente la confesión de lo que nutre su universo: “De algo vive el alma, de algo semejante a ese oleaje de por sí igual de la tierra” (1986:55).

La imagen de la semilla cayendo a la tierra se nos parece a la transición de la experiencia poética a la imagen acabada en el poema, ese intercambio de lo oscuro (el inconsciente del ser) a la luz2 (en este caso a su encuentro con el mundo) que tanto se asemeja con nuestra llegada al mundo, con el nacimiento. La poesía una vez que nace se convierte en “esa que se atisba en medio del sol, / en el centro de la oscura y primaria semilla”. Llega a la luz, sin embargo su piso sigue siendo la primaria semilla, la memoria.

 

El espacio

Los poemas de la primera parte del libro Concavidad de horizontes nos explicitan el espacio al que se alude en Es oír la vertiente. Lo que al principio es una mera intuición del lector queda confirmado con este poemario. Entendemos por qué el corpus poético de nuestra autora representa una realidad que no es palpable, una realidad abstracta y amorfa, donde el padecimiento, el dolor, la alegría, etc.; no tienen lugar en la parte externa del cuerpo sino sólo y exclusivamente en la mente. Son espacios propios del intelecto por los cuales comprendemos los sentimientos que él desencadena. Sensaciones que aparecen frecuentemente en ambos libros y que necesitan nacer, consumarse en el poema para que cesen:

El agotamiento,
la asfixia,
la inmovilidad,
pertenecen a esos enjambres
que se precipitan sin más fin
que el de permanecer intocables (1973: 87).

el espacio aprisionado,
y el cuerpo en el centro,
atosigado,
amordazado,
(...)
y su cuerpo en la interioridad
inmóvil,
pesado,
enterrándose en su propia costra (1973: 66).

Dentro de este espacio va creciendo su poesía “entre la quietud de un horizonte que por horizonte rescata y no desampara”.3 Elizabeth Schön expone sus experiencias a través de reflexiones que construyen, más que un universo habitado por hombres, animales, frutos, ciudades...; un universo interno poblado por seres de agua, “lo que ocurre internamente jamás podrá corporizarse”.

Sus personajes son las inevitables condiciones a las cuales estamos sometidos: la debilidad, el miedo, la soledad, la mansedumbre, la paciencia, la falsedad, el poder, etc. Estas condiciones son las que nos permiten ir extrayendo de ellas fragmentos que revelan ese yo al cual hacía referencia.

En el poema “La debilidad” leemos:

Callada, temblorosa, no posee distintas vestiduras; con la que carga le basta para reconocer la angustia, la alegría, la quietud, aun el golpe peor que pueda otro ocasionar (1986: 21).

Están acá las metáforas, los estados del alma que recorren sus poemas: la angustia, la quietud, el miedo, la alegría. Recordemos el verso donde nos dice: “si quisiéramos encontrarla, busquémosla en la inmovilidad del que padece, en la risa del que sólo conoce de atardeceres, hierbas y memorias”.4 El cuerpo que vislumbran sus poemas ya no pertenece al cuerpo de la poesía sino al suyo propio.

Impalpable, pareciera existir sólo dentro de la gran carpa del silencio íntimo, intransmisible.

Casi aire, agua, ayuda a la intuición cuando la mirada toca lo ajeno y es un hondo y oscuro pasadizo lo que se aspira (1986:31).

Vemos aquí lo inaprensible y todo lo que en ello habita. Poesía que consigue en el silencio el estado ideal para dialogar consigo misma. En Elizabeth Schön la soledad se expande creando las condiciones para que las imágenes enraizadas en el inconsciente se precipiten en el papel, en la hoja, y nazcan.

La soledad del alma es lago con riberas donde dialogar. Como una libertad desde la que puede nacer el mejor sueño del navío que se sostiene hasta el fin (1986:31).

 

Bibliografía

  • Schön, Elizabeth. Es oír la vertiente. Universidad Central de Venezuela. Dirección de Cultura. Caracas. 1973.
    —. Concavidad de horizontes. Universidad Central de Venezuela. Dirección de Cultura, Caracas. 1986.
  • Jung, Carl G. El hombre y sus símbolos. Biblioteca Universal Contemporánea. España, 1997.
  • Paz, Octavio. El arco y la lira. Fondo de Cultura Económica. México, 1993.

 

Notas

  1. 1986. p. 21.
  2. 1973. p. 46.
  3. 1986. p. 30.
  4. 1986. p. 22.