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Galina: una ciudad de puertas infinitas

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Ednodio Quintero, Gregory Zambrano y Alberto Hernández
De izq. a der.: Ednodio Quintero, el autor de esta nota y Alberto Hernández, durante la presentación de Puertas de Galina en Mérida, el 30 de septiembre.
 

 

Nota del editor

“Puertas de Galina”, de Alberto Hernández

El pasado 30 de septiembre fue presentado en la librería La Ballena Blanca, en la ciudad venezolana de Mérida, Puertas de Galina, el más reciente poemario del escritor venezolano Alberto Hernández. A continuación ofrecemos a nuestros lectores las palabras que en el evento pronunciara Gregory Zambrano, director de la Escuela de Letras de la Universidad de Los Andes.

I

Alberto Hernández nos visita con sus versos, siempre trae una alforja llena de palabras donde guarda afectos y memorias. Alberto es poeta, narrador y cronista; desde hace muchísimos años ejerce el periodismo. Nacido en Calabozo en octubre de 1952, ha recibido diversos premios por su obra. Ha publicado La mofa del musgo (1980), Amazonía (1980), Última instancia (1989), Párpado de insolación (1989), Ojos de afuera (1989), Bestias de superficie (1993), Nortes (1994), Intentos y el exilio (1996), Poética y desatino/Aforismos (2001), Eslovenia (2001), El poema de la ciudad (2003); el ensayo Nueva crítica del teatro venezolano (1981), la colección de cuentos Fragmentos de la misma memoria (1994) y el libro de crónicas Valles de Aragua, la comarca visible (1999), entre otros. En 2008 Ediciones Mucuglifo, de Mérida, publicó su poesía reunida bajo el título El cielo cotidiano: poesía en tránsito. Alberto Hernández fue el entusiasta promotor de una aventura literaria llamada Umbra, y desde hace muchos años los afanes de su escritura desembocan en el suplemento Contenido de El Periodiquito, diario de Aragua, que se edita en Maracay. Otro de sus oficios ha sido promover nuevos talentos poéticos y recuperar del olvido a otros tantos, labor que logró a través de la editorial La Liebre Libre, empresa quijotesca que gestionó junto a los poetas Harry Almela, Rosana Hernández Pasquier y Efrén Barazarte. Recibió el Premio “Juan Beroes” en reconocimiento a la totalidad su obra literaria en el año 2000. Ha visitado la ciudad de Mérida en diversas ocasiones y participado en eventos como la F eria Internacional del Libro Universitario y la Bienal de Literatura “Mariano Picón Salas”. Alberto Hernández es, sin duda, un ferviente promotor cultural y un viajero que lleva como equipaje la palabra poética o más bien ésta es su pasaporte que no tiene fronteras y sí muchas geografías. Y para llevar esa presencia más allá del papel comparte su blog personal Puertas de Galina.

 

II

Hoy nos convoca su más reciente poemario, Puertas de Galina (2010), que lleva el sello de la editorial caraqueña Memorias de Altagracia, dirigida por los escritores Israel Centeno y Graciela Bonet, en su colección “Celacanto”.

A Galina se llega desde el aire, la tierra, el fuego y el mar, a Galina se llega después del diluvio, después de la sed y la centella, a Galina se llega andando o montado sobre un potro brioso, que es la palabra. Y con la palabra ha estado bregando durante muchos años el poeta Alberto Hernández. Uno a uno ha ido entregando sus sueños y quimeras, sus preguntas y respuestas, sus silencios y esa gama de sentidos que decantan una pasión irrefrenable, como lo son las pasiones verdaderas.

¿Qué designios debo enfrentar ante la puerta abierta? —se pregunta la voz que nos invita a franquear el umbral. ¿Son acaso estos designios los que nos llevan a recorrer con sus versos un espacio que no existe pero que está allí, en el sueño y la vigilia, en la certeza y la duda, atravesando el hilo fino que separa la vida de la muerte? “Soy todas esas puertas, ese paisaje invisible”, nos dice. Y por ella entramos a su universo, lleno de dudas, de asombros, de silencios. Escribe el poeta en el pórtico de su libro: “Este silencio, este líquido que corre por mis oídos tiene en mis próximas palabras una sola salida, un agujero de tinieblas por donde algo tiene que emerger”.

Puerta de rey, puerta hacia la voz de Arnaldo Acosta Bello, presencia acuática en la memoria, en el sueño, desanda los desvelos del poeta limpiándose el polvo de los caminos llaneros. Puerta de Salamanca donde las sombras corren río abajo devolviendo la eternidad a un hombre que se queda estacionado en los inviernos. Puerta de Alcalá, entrada y salida hacia el misterio. Allí está, frente a ella Madrid, la ciudad cabizbaja. Puerta de Compostela, hecha de silencios, cuya única certeza es el abismo, el paso de rostros sin facciones con gestos de agonía. Puerta de Lavapiés, entrada y salida de la resurrección. Puerta de ceniza, el gran incendio que sólo deja sombras, certeza de muerte envuelta en humareda.

 

III

Alberto Hernández nos acompaña con sus palabras incesantes. Viene de Calabozo, viene de Guardatinajas, viene de Maracay. Viene de México y España, viene del desvelo en justo pacto contra el silencio. Vive para la palabra, en sus poemas, en los afectos de tantos amigos dispersos en las más remotas geografías.

Con estos versos nos sacudimos el polvo de los caminos, entramos y salimos intactos de los ríos, vemos perros y caballos, husmeamos en las pulperías, limpiamos el sudor y despejamos el polvo que nos recibe en cada pueblo, nos habita la memoria del viajero solitario, recorremos casas de anchos corredores, divisamos en el horizonte ciudades que de pronto se desdibujan. Entramos y salimos de nosotros mismos. Eso es Galina, más que una ciudad imaginaria, una mirada hacia lo que somos, a lo que hemos sido más allá del dolor de la carne y la duda. Existimos en la invocación del paseante llamado por sus misterios. Y como dice Eduardo Casanova: “Lo más importante de Galina no son sus casas ni sus edificios ni sus monumentos ni sus muchas tarjas ni sus museos ni sus catedrales ni sus avenidas arboladas ni sus horizontes infinitos y sus aeropuertos, sino sus puertas”.

Como en el poema “Historia”, la puerta dejó de ser cuando apareció el miedo después de la guerra, pero allí sigue ella, en el hueco de la pared, para que entremos y contemos la historia de nuevo. En ese camino de piedras y hojas secas, seguimos el juego de la palabra que crea y recrea hasta el infinito este manojo de historias. La última puerta siempre será la primera, la que se abre hacia el misterio, la que inflama la llama del nuevo día:

Velado por la noche
por la brisa que sacude las horas,
mi cuerpo retorna al limpio aire
del silencio.

Quien entra
cierra la puerta.

El mundo se rompe bajo mis pasos.

Bienvenido, poeta, a esta geografía que también guarda tus pasos, el polvo de los caminos dejados atrás, los sueños convertidos en memoria, y el afecto de los amigos que acompañan tu vigilia.