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México despidió al poeta Alí Chumacero en el Palacio de Bellas Artes
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Alí Chumacero
Chumacero: poesía intensa y precisa.
 

El escritor mexicano Alí Chumacero murió este 22 de octubre a los 92 años de edad, víctima de neumonía, en un hospital de Ciudad de México, según informó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta). La salud del escritor se había deteriorado en los últimos seis meses.

Lector empedernido, editor en la más amplia acepción de la palabra, poeta fecundo, crítico literario perspicaz y generoso, Chumacero había nacido el 9 de julio de 1918 en Nayarit (occidente de México). A los diez años su padre le regaló sus primeros libros: una edición infantil del Quijote y los volúmenes de Lecturas clásicas para niños, publicados en la década de los 20 por José Vasconcelos como parte de su reconocida cruzada contra el analfabetismo.

Lector por placer desde entonces, a los 34 años se convirtió en lector profesional al ingresar como corrector de pruebas en el Fondo de Cultura Económica (FCE), labor que desempeñó durante cerca de seis décadas durante las cuales pasaron frente a sus ojos los originales de varias obras imprescindibles de la literatura mexicana.

En agosto de 1929 se trasladó a Guadalajara, “donde seguí leyendo, un poco al margen de mis estudios, algunos libracos, cuadernillos, novelas de aventuras populares. Así empecé a iniciarme en el conocimiento de lo escrito, en la imaginación de los escritores”, dijo en una entrevista.

En esa época descubrió a los escritores rusos: “Leí todas o muchas de las ediciones de la Colección Universal, en la que había una gran cantidad de autores rusos, muchas de esas ediciones fueron revisadas por Alfonso Reyes”. Paralelamente empezó a acercarse a la poesía leyendo textos de Amado Nervo, Enrique González Martínez o Salvador Díaz Mirón, entre otros.

Hacia 1935 comenzó a escribir sus primeros poemas, los cuales le parecían “verdaderamente horrísonos, pésimos y que felizmente después me los robaron. Alguien entró en mi casa, seguramente algún admirador mío, y se llevó la carpeta en que estaban los textos de mi primera juventud que yo guardaba en una carpeta”.

La capital tapatía fue escenario del encuentro de Chumacero con tres personajes decisivos en su trayectoria: José Luis Martínez, Jorge González Durán y Leopoldo Zea. “Los tres éramos unos chamacos: con ellos viajé a Ciudad de México en 1937; yo tenía interés en conocer a los poetas del grupo Contemporáneos, cuyos libros no había manera de conseguir en Guadalajara: en la Biblioteca Pública no tenían nada, absolutamente nada”.

La Universidad Nacional Autónoma de México (Unam) fue el espacio natural para que los jóvenes escritores encauzaran su vocación. Ahí fueron discípulos de José Gaos, distinguido filósofo español que llegó a México exiliado a causa de la Guerra Civil Española.

En 1940, con el apoyo de Mario de la Cueva, secretario general de la máxima casa de estudios, los tres amigos empezaron a publicar una revista literaria, Tierra Nueva. Fue concebida como un espacio para autores jóvenes, a los que acompañaba algún consagrado: Juan Ramón Jiménez, Alfonso Reyes, Enrique Díez-Canedo o Enrique González Martínez.

Hacia 1942 Chumacero fue invitado a colaborar en la revista Letras de México, que dirigía Octavio G. Barreda. Poco después el propio Barreda fundó El Hijo Pródigo, que de acuerdo con el poeta nayarita reunió en sus páginas a los escritores dispersos del grupo Contemporáneos, a colaboradores de Taller (fundada por Octavio Paz) y de Tierra Nueva. Chumacero sostenía que El Hijo Pródigo había sido “probablemente la mejor revista literaria mexicana”.

En Ciudad de México, Chumacero se volvió un visitante compulsivo de las grandes bibliotecas. “Mi padre mandaba unos pocos centavos y viví con mucha pobreza, pero disponía de grandes bibliotecas, de manera que leí lo que se me pegó la gana, toda la novela de la Revolución, me enamoré de la prosa de Martín Luis Guzmán, leía a Mauricio Magdaleno, a Agustín Yáñez, más tarde tuve la suerte de conectarme con varias revistas o hacerlas yo mismo, con gente de imprenta; aprendí el oficio, me gustó, me quedé en él y sigo en él”. Con el tiempo crearía su propia biblioteca, en la que llegaría a atesorar más de 40.000 volúmenes.

Fue en el Distrito Federal donde retomó la poesía. Apenas llegado, en 1938, escribió uno de sus poemas más conocidos y celebrados: “Poema de amorosa raíz”. Por ese tiempo leyó con avidez a autores como Xavier Villaurrutia, José Gorostiza, Luis Cernuda, Vicente Huidobro o Vicente Aleixandre; después, y “con mayor interés”, se aproximó a los poetas de la Generación del 27 de España: García Lorca, Cernuda. En otras lenguas, se acercó a Paul Valéry, Saint-John Perse, Paul Claudel, Verlaine, Baudelaire, Rilke, y, desde luego, T. S. Eliot, de quien aprendió “las posibilidades del lenguaje conversacional”.

La obra poética de Alí Chumacero está compuesta de tres libros: Páramo de sueños (Unam, 1944); Imágenes desterradas (Editorial Stylo, 1948), y Palabras en reposo (FCE, Letras Mexicanas, 1956). Además publicó Los momentos críticos (ensayos, 1987) y en 1997 se editó el disco compacto En la orilla del silencio y otros poemas en la voz del autor.

El fallecido Premio Nobel de Literatura mexicano Octavio Paz consideró a Alí Chumacero como “mago y maestro de los poetas modernos de México”.

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Alí Chumacero

Especial sobre Alí Chumacero en Letralia 226 (febrero de 2010).

Entre los reconocimientos que recibió destacan el Premio Xavier Villaurrutia de Literatura (1984); el Premio Alfonso Reyes (1986); el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura (1987); el Premio Estatal de Literatura Amado Nervo (1993) y la Medalla Belisario Domínguez del Senado de la República (1996). En 2008 recibió la Medalla de Oro de Bellas Artes en un homenaje por sus 90 años.

El FCE, que en 1987 publicó una recopilación de las reseñas y los ensayos literarios de Chumacero, destacó la labor del poeta como editor, redactor, corrector y asesor de esa casa editorial mexicana. “A su conocimiento del arte y el oficio de la edición se deben las ediciones de un sinnúmero de títulos del FCE, en particular muchos de los volúmenes emblemáticos de la colección Letras Mexicanas, como las obras de Villaurrutia y la poesía de Novo”, señaló.

El domingo 24 de octubre, el Palacio de Bellas Artes recibió los restos del poeta en un homenaje en el que participaron familiares, colegas, amigos, discípulos y autoridades culturales. Destacó la lectura in memoriam de un poema inédito que escribió el poeta Juan Gelman “apenas la noche del sábado pasado” (23 de octubre).

Antes de comenzar la lectura de más de cuarenta poemas de Chumacero, en voz de funcionarios y allegados, más que de la gente común que asistió al homenaje, y luego de las palabras de Teresa Vicencio, directora del Instituto Nacional de Bellas Artes, el escritor Jaime Labastida destacó que Alí Chumacero fue autor de “una poesía intensa y precisa, tallada hasta el límite de la perfección”.

Para apreciar su cabal dimensión, dijo, “haría falta antes que palabras el silencio; ese silencio extraño que surge de súbito a mitad del escándalo, y que nos obliga a entrar en contacto profundo con nosotros mismos”.

De igual manera, Labastida destacó que la obra poética de Chumacero, “en relación directa con su brevedad, su rigor y concisión, parece nacida del silencio. Exigente consigo misma y con sus lectores, fue escrita sin concesiones en la más alta tradición de la poesía mexicana, en la que se inscriben Salvador Díaz Mirón, Manuel José Othón, Xavier Villaurrutia, José Gorostiza y Octavio Paz”.

Chumacero, abundó, “fue un poeta de escasas palabras, un hombre que despreciaba la solemnidad y amaba la vida. Era un hombre radiante de alegría y pleno de paradojas. Levantaba como al paso frases memorables llenas de sarcasmo. Ironizaba igual sobre sí mismo, y no tuvo un solo enemigo”.

Su muerte “deja un vacío difícil de llenar en la poesía, en la academia, en la amistad, pero al mismo tiempo genera un legado: el ejemplo del rigor. En ésta su despedida, gocemos todos por encima del dolor que nos atraviesa. Las palabras de Alí están vivas y palpitan entre nosotros, sus múltiples lectores”.

En su intervención, el titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), Alonso Lujambio, hizo una breve semblanza del poeta recordando que se autodenominaba “obrero de las letras, humilde pastor de la frase ajena, que dio por concluida su obra a los 38 años”. El funcionario también destacó “su valiosa y anónima labor editorial, durante sesenta años, en el Fondo de Cultura Económica, así como su pasión por el lenguaje, sus vastísimas lecturas y su juicio crítico”.

Lujambio aprovechó para comprometerse a resguardar la biblioteca “de más de 40 mil volúmenes” del poeta nayarita. “Preservar su legado, su biblioteca, es compromiso de la SEP y autoridades culturales del país. Como secretario, asumo ese compromiso”, apuntó.

La presidenta del Conaculta, Consuelo Sáizar, adelantó la posibilidad de que el organismo que dirige adquiera la biblioteca, “una de las más formidables a las que haya tenido acceso. Desde hace tiempo hablamos de preservarla, como la de José Luis Martínez”, comentó.

Tras los discursos, el director general del FCE, Joaquín Díez-Canedo, dio inicio a la lectura colectiva de los poemas. Continuaron Consuelo Sáizar, Eduardo Langagne y Celso Humberto Durán, ex gobernador de Nayarit, quien de manera amplia aprovechó para destacar la vida y obra del vate nayarita. Entre los lectores también estuvieron Raúl Renán, Sealtiel Alatriste, Carmen Boullosa, Sandra Lorenzano, Jorge Volpi, José de la Colina y Juan Gelman.

De las guardias de funcionarios y amigos, resaltó la de integrantes del Ballet Folclórico de Nayarit Mexcatitán. El acto de homenaje de cuerpo presente, que estaba programado para concluir a las 14 horas, terminó una hora antes, para partir de regreso a la funeraria Gayosso, donde, a las 18 horas, se realizaría la cremación.

Este sábado 30 de octubre, Díez-Canedo presidió una ceremonia durante la cual fue sembrado un joven roble en los jardines del FCE, con la presencia de hijos, nietos y otros familiares, amigos y lectores del autor. Tras un breve discurso de Díez-Canedo, el roble fue plantado por tres trabajadores y enseguida el director del FCE, junto con familiares y asistentes, echaron, cada quien, una paletada de tierra húmeda.

Pasaron a sembrar la nueva vida del poeta sus hijos Luis, Alfonso, María, Guillermo y Jorge, sus nietos Luis Guillermo y Gabriel, y también escritores como Gonzalo Celorio y Raúl Renán, todos ante una fotografía del escritor colocada en un atril, al pie del árbol.

Este árbol que se siembra en memoria de Alí Chumacero pronto tendrá la sombra y la robustez del poeta, dijo el director del FCE, y se refirió al también editor como un maestro que enseñaba la importancia de la lectura y del trabajo, el valor de la camaradería, una visión crítica y comprometida con el desempeño profesional.

Luis Chumacero dijo que las cenizas de su padre aún permanecen en el domicilio familiar, pero que serán llevadas a la iglesia de San Agustín, en Polanco, para que reposen junto a las de su esposa. Agregó que pronto revisará algunos textos que dejó el escritor para decidir su posible publicación y que se le rendirá otro homenaje durante la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, que se realizará del 27 de noviembre al 5 de diciembre.

Homenaje a Alí Chumacero en el Palacio de Bellas Artes
México despidió a Chumacero en el Palacio de Bellas Artes.
 

 

Fuentes: EFELa Jornada