Artículos y reportajes
“Los platos del diablo”, de Eduardo LiendoLos platos del diablo, de Eduardo Liendo
Escribir a sangre y fuego

Comparte este contenido con tus amigos

Vocifero como un energúmeno, y después río, río hasta sollozar imaginando la frase que diría al psicoanalista: “Doctor, por favor, se me secó el cerebro”.

Eduardo Liendo. Los platos del diablo

Todo el que ha intentado escribir sabe lo difícil que es; todos admiran a los escritores (no tanto como a Madonna, lo siento), pero pocos saben que ser escritor no es igual a ponerse un cartelito o graduarse de una carrera en la universidad en cinco años, es una vocación (como toda profesión que se toma en serio), a veces frustrante e infructífera. Tras comenzar su tarea, el escritor participa en un juego donde la consecución de la obra es el premio a recibir. Se enfrenta consigo mismo, con sus posibilidades y limitaciones, trata de encausar su necesidad de expresión, de dar con las palabras justas que refieran lo que se ha planteando de antemano como ideas en su imaginación. Entre ese camino del querer decir y la consecución del modo apropiado para hacerlo, cualquier autor puede perderse.

Representado en los personajes de dos escritores, Ricardo Azolar y Daniel Valencia, Eduardo Liendo diserta en Los platos del diablo, su novela recientemente reeditada por Alfaguara, sobre el universo de la creación literaria.

La vida de Ricardo Azolar transcurre entre su pertinaz esfuerzo por escribir y su empleo en una editorial, no imagina su destino como una continuación de las circunstancias en las que nació: adversas, precarias, mediocres a su modo de ver, y toma la literatura y los libros como el único vínculo con el mundo que más le gusta. Desde su infancia determinó su destino como escritor, pues posee una autoestima que excede los límites de sus propias habilidades en el campo de la literatura, siempre necesitó crear un texto estimable, que lo ayudara a combatir los desaires que sufre en otros aspectos de su vida.

Sin embargo, a pesar de su interés legítimo, y su empeño fervoroso por llegar a construir un universo narrativo que lo pudiese catapultar a la palestra literaria, no lo lograría de un modo transparente:

Sí, él emprendió esa aventura. Pero cada nuevo esfuerzo culminaba en otra imposibilidad. Las malditas palabras. Era cierto lo que escuchó decir alguna vez a Malva Granados: el escritor —dijo— es el más desprovisto y desvalido de todos los artistas, no posee sino las palabras, las mismas palabras gastadas de todos los días, para intentar algo perdurable.

Eduardo Liendo, Los platos del diablo, 57.

A través de la “imposibilidad” de este personaje, Liendo construye un discurso que revela algunas aproximaciones sobre lo que significa el hecho de la creación. Azolar se encontraba en la búsqueda de la forma “perfecta”, idealizada, nada de lo que lograba le parecía meritorio, nada era suficiente para él, necesitaba una obra que le garantizase la perpetuación en el tiempo, la gloria literaria.

Por el contrario, para Daniel Valencia, el otro escritor, perteneciente a un ambiente familiar favorable, lo más importante era simplemente ponerse a la tarea de concebir la obra según sus propias necesidades, sin esperar el ojo aprobador del lector, no le interesaba el éxito, tan sólo el ejercicio de la escritura.

Eduardo Liendo
Eduardo Liendo.

Ambos personajes prefiguran arquetipos del escritor. Azolar: solitario, con una vida signada por la lectura y los libros, alejado de otro tipo de intereses. Valencia, por el contrario, es completamente opuesto, su imagen no es la de un escritor convencional: “Incluso en su modo de vestir se advertía cierta originalidad... Su figura correspondía mejor a la supuesta en un juvenil jugador de tenis que en un escritor” (Eduardo Liendo, Los platos del diablo, 24).

A través del encuentro entre estos dos personajes la trama cobra vida, la presencia femenina —se enamoran de la misma mujer, Lisbeth—, la insatisfacción y los celos serán los puntos de quiebra de una relación que culmina en el crimen, del cual ya tenemos conocimiento a partir de la primera página.

Liendo echa mano de la estructura de la novela policial para presentarnos los hechos. Sin embargo, la trama policial es apenas un recurso que busca reafirmar el sentido de “lo literario” pues el motivo del crimen es precisamente el robo de un manuscrito, mediante el cual, a través del plagio, Azolar consigue por fin la anhelada consagración.

Luego será descubierto precisamente debido al mismo, a través de la pesquisa detectivesca. La literatura, que tanto luchó por poseer, es la causante de su tragedia personal, vinculada con la desesperación y la insatisfacción que le trajo el éxito, el cual no fue el refugio que había esperado:

¿Qué había significado la fama? Nada trascendente aun en el supuesto de que hubiese sido verdadera. Los lectores eran una abstracción tan inhumana como los logaritmos. Mil, diez mil, cien mil ojos sin rostros... Nada importante, fuera de la frivolidad de ser reconocido por alguien al doblar una esquina.

Eduardo Liendo, Los platos del diablo, 99.

El ritmo de la narración de Los platos del diablo la vincula con otra obra, que es una referencia constante dentro de la novela, tal vez como un guiño al lector: El extranjero, de Albert Camus, novela corta pero intensa, que atrapa desde la primera línea, y cuyo personaje principal posee, al igual que Azolar, características psicológicas especiales.

En Los platos del diablo la literatura es el centro, objetivo y posibilidad de hallar el sentido de la existencia. Diálogos imaginarios entre Sartre y Wilde divagando sobre el rol del escritor, citas y referencias, son parte de los elementos que constituyen la novela como un relato autorreflexivo que explora el mismo hecho de novelar, el mundo en que pueden vivir los escritores, las dos caras del ejercicio de la creación, la sequedad narrativa (Azolar) en contraposición con el talento sin ambages (Valencia).

El escritor novicio corre el riesgo del extravío. Una vez que se interna en el acertijo advierte que no lleva brújula y en el mapa no está delineado el destino. ¿Cuál es la ruta que puede conducirlo hasta la obra? ¿Dónde se halla escondida, camuflada, quemante la palabra?

Eduardo Liendo, Los platos del diablo, 51.

Finalmente, la historia que leemos, la escrita por Eduardo Liendo, la novela en sí —Los platos del diablo— es a su vez la que construye Ricardo Azolar, el escritor de ficción, desde su encierro en la cárcel:

...desde su entrada a la prisión tuvo el propósito de escribir un testimonio revelador. Sería el definitivo enfrentamiento con la palabra, esa gran culpa que lo condujo a la ignominia, al mismo centro del abismo.

Eduardo Liendo, Los platos del diablo, 13.

Eduardo Liendo, en Los platos del diablo, hace de la literatura un motivo para escribir, avalando un principio esbozado por uno de sus personajes, Daniel Valencia:

¿Por qué no haces de tu sequedad, tu vacío, tu nadería, una materia aprovechable? Si insistes tanto en el asunto como soporte de la estructura novelística, ahí tienes un motivo tan importante como cualquier otro. En todo caso, la originalidad radica en el tratamiento, en el punto de vista, en la inusitada asimilación de las influencias. Es siempre un juego.

Eduardo Liendo, Los platos del diablo, 66.

Los platos del diablo constituye un homenaje profundo a la literatura y su ejercicio que vincula al lector con los vericuetos de la ficción, trayendo consigo un debate silencioso sobre la creación.