Letras
Poemas en homenaje a Miguel Hernández

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El mar de los que fueron

“El mar también elige
puertos donde morir.
Como los marineros.
El mar de los que fueron”.

Miguel Hernández

¡Qué paz me dan vuestras consejas,
olas que me laméis el oído!
Brindis de tierra y mar
en perpetua lujuria engendradora
Sois mi templo:
el mantra consumado,
la ira de Trafalgares con sus cañones rotos,
licuado Angelus de sirénidos arcángeles,
salinas saetas lloradas al Cristo de Lepanto
y suspiros de los hijos de Sefarad
por su patria perdida en lontananza.
Nostálgicas voces de los que no volvieron,
herida perenne de arrancadas orillas.

Credo y miserere,
ancestral reverencia
a Dios-padre,
a Dios-madre.
Mi oráculo perfecto:
mi soledad de caracola.

 

Ahora es otro el cántico de la luz

“Aquí la vida es pormenor: hormiga,
muerte, cariño, pena,
piedra, horizonte, río, luz, espiga,
vidrio, surco y arena”.

Miguel Hernández

Aquí me colmo y me reboso,
me vuelvo homónima del roble y de la higuera.
Ahuecan las cigarras el sopor del estío
y cuando la noche las roza en sus mejillas,
sucediéndose los grillos de serenatas perpetuas;
soy como abeja, casi monjil,
que —con cestillos de polen en las patas— tornara
a su claustro de hexágonos primorosos.
Es entonces cuando espigo y guardo
la reverberación de la luna para ti,
entre los renglones de mis cartas.

Al clarear —mientras dispersa el naranjo
y el espliego su perfume—
son mirlos y palomas torcaces
las que apagan las luciérnagas del camino
y las candelillas de amor que te prendí
con mis versos en la noche de tus ojos.

Cuelgan las sandalias de la alegría
en el frugal hatillo de mis pertenencias hernandianas.
Descalza y de puntillas, despacio,
atravieso un campo de exagerados girasoles,
son como yo: locos embriagados de amor
que prescinden del presagio del invierno,
pues ahora es otro el cántico de la luz
y soy su atrio en embeleso renacido.

 

Porque sólo quien ama vuela

“Sólo quien ama vuela. Pero ¿quién ama tanto
que sea como el pájaro más leve y fugitivo?”.

Miguel Hernández

Llegaste a la cumbre de mi corazón,
me sacudiste como árbol de frutos deseados
y caí en dulzor de maduras pulpas en tu boca.
Soy la canción de amor que prendiste en mis oídos,
el viento lunar de tus mareas
y la estrella acunada en las orillas de tu pecho.
Allí hechizo tus sueños con golondrinas santiguadoras
de la amanecida en sus picos custodios.
No les permito anclaje de raíz,
los entrego a los seres del aire,
a los hijos de los violines y de las flautas.
Son arias de la luz para la dicha,
cometas cabalgando entre nubes,
aladas simientes del espíritu viajando
entre los vientos de la Tierra.