Letras
Carta de adiós de Borja a Berta

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Querida Berta:

Ésta que lees es una carta de despedida. Imagino tu mano rasgando el sobre, desplegando el folio, leyéndolo tras sentarte, atando cabos en cuanto divises mi letra irregular, maldiciéndome. Sé que lo más correcto hubiera sido decirlo con palabras cara a cara, pero prefiero, como tú ya sabes, utilizar el intermediario del papel y refugiarme detrás de la distancia. No podría, además, enfrentarme a ti. No sabría. Ya sabes de mi torpeza cuando recurro a la palabra viva, mi tartamudez congénita, mi impericia a la hora de utilizar el término exacto. La carta llegará a tus manos y espero que sepas comprenderme, aunque no busco tu disculpa.

Hace muchos años que empezamos este proyecto común que se ha truncado. No es cosa de un día, sino un proceso largo. Los sentimientos languidecen y nosotros nos resistimos a reconocerlo. Puede que haya sido cosa de la edad, que todo lo mata, lo afea, lo achanta, que nos convierte en esperpentos de lo que fuimos. La juventud anestesia el cerebro, hace rebrotar los sentidos, magnifica lo positivo, pasa de puntillas ante lo negativo. Imagino que nos quisimos muchísimo. No lo imagino: lo sé a ciencia cierta. Aunque ahora esté de moda decir que el amor es una especie de desarreglo hormonal. ¿Feromona lo llaman? Eras hermosísima y aún lo eres. Una arquitectura de ensueño, una armonía de curvas y andares seguros, pelo de oro y brazos torneados. Miro las fotos de antaño y siempre me digo que fui muy afortunado al conocerte. Yo, a tu lado, era un tipo vulgar, del montón. ¿Por qué te fijaste en mí? ¿Por mi aire de poeta desvalido?

Recuerdo la intensidad de nuestros primeros encuentros, nuestra osadía carnal, la insultante juventud de que hacíamos gala, como si nunca fuéramos a envejecer y la brasa de la pasión no fuera a menguar nunca. Las noches, a tu lado, duraban una eternidad. Cerrábamos las ventanas, bajábamos las persianas, para perder la noción del tiempo, para prolongar nuestros encuentros y enlazar un día con otro, convertirlos en exhaustivas jornadas de cuarenta y ocho horas que todavía nos parecían pocas. Nuestro universo se reducía a poco más que una cama, que guardaba el aroma de nuestras entregas, y nada más. El tiempo pasaba entonces con una maravillosa lentitud, pero luego, tú lo sabes, se aceleró.

¿Cuándo dejé de quererte? No fue un día, sino un proceso largo. El mecanismo del amor es diametralmente distinto al del desamor. El amor surge con furia ante la primera visión, con un roce de manos, con una mirada furtiva, una sonrisa, una palabra que embelesa, un conjunto de sensaciones sobre las que edificamos un complejo edificio sentimental en donde tiene mucho que ver nuestra propia imaginación que lima defectos y magnifica virtudes rellenando todos los huecos. Berta, tú eras perfecta: perfecta amante, perfecta amiga, perfecta hermana y perfecta esposa. Sobraban las palabras. A veces permanecíamos largos ratos en silencio, mirándonos, y nos lo decíamos todo sin abrir los labios. A veces yo te velaba por la noche, me sentaba en una silla, junto a la cabecera de la cama, y me extasiaba contemplando cómo dormías, lo hermosa que eras, cómo los bucles de tus cabellos acariciaban tu busto.

Ya sabes lo reacio que fui a casarme contigo. Es un mero trámite, me dijiste. Pero, ¿por qué teníamos que pasar por ese trámite burocrático? Nunca he entendido por qué se debe hacer un contrato de los sentimientos, por qué los contrayentes han de firmar un documento que los une y lo han de hacer ante testigos cuando el amor es lo más íntimo y privado que existe. Transigí.

Los primeros años fueron maravillosos. Luego empezó a pesar el trabajo, las preocupaciones por el futuro y cosas tan vulgares como la hipoteca de la casa y cómo pagarla. Habíamos entrado en el puñetero engranaje nosotros que nos jactábamos que jamás lo haríamos. Ya no me saltaba el corazón en el pecho cuando llamabas a la puerta y salía a recibirte, es más, dejé de bajar las escaleras y opté por saludarte desde la distancia, a economizar los besos, las caricias y las efusiones sentimentales. El amor se convertía en una rutina y por esa razón dejaba de ser amor, querida Berta. El sexo pasó a ser una gimnasia de fin de semana a la que nos entregábamos sin ningún misterio. Fuimos esposos convencionales, excepto en lo de tener hijos. Allí no pudiste convencerme y he de reconocer que hice prevalecer mi egoísmo. ¿Para qué hijos? ¿Para que cuiden a unos padres achacosos? ¿Para enfrentarlos a un mundo cada vez más deshumanizado? Sé que esta decisión mía te frustró, pero lo intentaste superar. Allí fallaste, querida. Empezaste a supeditarte a mí cuando deberías haberte rebelado.

Un día, de repente, dejé de desearte. No es que hubieras perdido tu belleza. Como algunos vinos, ganabas con los años y la madurez daba majestuosidad a tu cuerpo, serenidad a tu rostro. Era yo el que se desvanecía como la ceniza. Y eso quiero que lo sepas para que no te mortifiques. Si no te quiero es porque no me quiero a mí mismo. Y si no hay autoestima, si uno no se ama a sí mismo, si uno se detesta en cuanto se levanta por la mañana y acude a la odiosa cita con el espejo y contempla su cara de cansancio, de asco, comienza a olisquear la muerte, que tampoco se presenta de golpe sino que se va anunciando, entonces resulta imposible que dé amor a otro.

Me despido de ti, querida Berta, porque aspiro a librarte de mi decadencia, porque no deseo hacerte infeliz por más tiempo y sé que, libre de mí, podrás rehacer tu vida. Es mi último regalo, mi último acto de amor hacia ti. No me busques puesto que no me hallarás. Ni me recuerdes tal como soy ahora. Quiero que borres de tu mente esa imagen que detesto y la sustituyas por las de las viejas fotografías de los álbumes que nos hacían llorar cuando los abríamos. Recuérdame con dieciocho años, con el cabello largo, los pantalones acampanados y la mirada embobada, el chico que te seguía por aquella calle de Gracia que tomabas cuando regresabas de tu trabajo embutida en esos ceñidos pantalones blancos, haciendo balancear las caderas con estudiada picardía. Yo me voy con esa foto tuya en mi cabeza y el tacto suave de tu piel.

Porque ya no somos los de antes, mi querida Berta, porque aquellos maravillosos jóvenes que se iban a comer el mundo simplemente murieron y tú y yo, sobre todo yo, nos hemos convertido en sus fantasmas.

Tuyo, Borja.

“Carta de adiós de Borja a Berta” fue galardonado con el premio de la Asociación Cultural Fayanás 2009.