Letras
Muro de espejos

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Un niño

Un niño es un poeta que canta
las destrucciones del mundo

o la risa del venero que nace del núcleo de la roca
y el arco iris tendido como una mano de montaña a montaña
y el amor de las aves que empollan un huevo.

A veces como la nube que todo contempla.
A veces como la hoja que el otoño desecha.

Un niño
dibujado con tiza blanca en un suelo terroso,
bajo el galope bárbaro de los caballos:

eso soy.

 

Inicio

Cada noche zurzo los harapos de mis alas
—aquellas que no me harán volar—,
recojo mis memorias inconclusas,
mi juventud rota y dispersa,
y cuento y recuento con creciente angustia
las últimas cerillas de mi vida, los últimos días del calendario
para cumplir una promesa de once varas.

¿Cómo he de continuar
si el piso de desliza al presentir mis pasos
y cada puerta se aleja cuando llamo?

No sé si al andar esta vereda hacia el derrumbe,
hacia el inapelable borde precipicio,
no confundo por una distancia más fácil mi camino.
Me remuerde mi palabra, mi lazo al mundo que no amo,
mi estigma de arena, de polvo y agua turbia
con lo que no podré levantar un pilar.

Lloro por lo que no tendré nunca:
el cimiento fuerte de una casa,
el pájaro de la vida asintiendo en la jaula de mi pecho
quedándose ya por el resto
de lo que debió haber sido...

 

El niño enfermo

Lo confieso: mi corazón es un niño enfermo
que en una casa de cartón
mira a su angustiada madre y dice:
“no soy feliz”

Tose y tose el niño enfermo
escuchando la música de una incesante lluvia
que ningún otro escucha.

Tose y tose el niño enfermo
y a su madre dice: “quiero morir”.
Su madre acaricia tiernamente su mejilla
y lo arropa y lo duerme
y le guarda el secreto.

Y en sus sueños el niño enfermo
sueña que tose y tose.

 

Juventud

Es como abrir los ojos de las alas recién desplegadas,
donde algo en lo alto dibujó la cara de la muerte (ver mariposa),
para darte cuenta de que el espacio es demasiado angosto para intentar el vuelo,
de que estás contenido en un frasco circular en el que se enrarece el aire,
donde no hay rincones para llorar, donde todo es un andar en círculos
mirándose los pies, hasta enloquecer.

Juventud es la incomprensión que sufres bajo el árbol sin compañero.

Allá, a lo lejos.

 

Un poema

Soy un poema de un solo verso escrito en la arena.
El que pasa me huella.
La marea ha hecho tal estrago en mí
que ya no recuerdo mi origen.
—¿Era la “H” muda o la “O” hueca?—
Hurga en mis entrañas una gaviota y expone
una lombriz de arena.

¿Qué significa esta palabra incompleta?
Despegaría mis escasas letras del bajo relieve,
si pudiera...

¡Soy este puñado de signos que ya el viento lleva
y al mar ahogado arroja mis miembros
y los dispersa!

 

Mi cabeza es el plomo que pesa

Mi cabeza es el plomo que pesa,
acostumbrado estoy a perderla en cada declive.
Es la rueda que desciende en cada cuesta,
la piedra alucinada rodando la colina
para caer entre los pies del fango
e internarse en el matemático corazón de la tiniebla,
donde tiene su origen la noche,
donde la muerte muerde la ubre y se desarrolla
con el mudo rumor del cáncer, de la duda.

Resplandecen con algún brillo mortecino
algunos guijarros en su interior, que se astillan
y se quiebran en las paredes lisas
entretenidas en inmovilizar al mismísimo frío
sin dejarlo salir: algunas ideas que tuve y me condenan,
que pesaron en mí lo que el cemento pesa.

Mi cabeza es el peso que cae y que cae.

 

La columna rota

A mitad de un infecundo barbecho
se levanta una columna rota.
—¿En verdad se levanta?

Nadie sabe qué hace en el mundo.
Pero allí está. Y la gente pasa y la mira
y en su contemplación le dedica serios estudios.
Como si fuese el centro del planeta.
Como si fuese... algo.

La evado como a mi reflejo en un charco
o en el remanso congelado de un cristal.
Si el camino polvoroso siempre largo
del cirquero, del vidente temido y del artista trashumante
hacia ella me conduce... prefiero no mirar.

Porque si la miro
y nadie más nos mira,
hacia ella corro, inevitablemente.
Con amorosos brazos la mido
y pego mis mejillas a sus burdas aristas
y le canto madrigales
y actúo
que con ella bailo
y que los dos en el mundo
tenemos un lugar.

 

Solo

Como gaviota herida que la bandada deja atrás.
Como barco fantasma a la deriva
que nunca alcanzará el horizonte.
Como un faro sin luz a medio derruir, que en un islote ignoto,
recibe la atroz embestida de las olas.
Como el océano ahogado en sí mismo.

Como el silencio.