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“Caravana”, de Víctor Manuel PintoCaravana, de Víctor Manuel Pinto

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Quienes desfilan en el libro están lejos de la imagen carnavalesca que conocemos. Diríamos, más bien, que se trata de una procesión. En ella la voz transita con un ritmo sosegado; ofrece su dolor como el pan o el vino, como acto litúrgico. Dios ha incrustado en el hombre una espina de la corona de su hijo crucificado. Y Víctor Manuel Pinto la ha hallado y le ha dado un nombre: Caravana (Ediciones Separata, Departamento de Literatura, Universidad de Carabobo, 2010).

Erich Fromm, en su libro El arte de amar, argumenta la necesidad de búsqueda que justifica, de cierto modo, parte del interés del poeta:

En el comienzo de la historia humana, el hombre, si bien expulsado de la unidad original con la naturaleza, se aferra todavía a esos lazos primarios. Encuentra seguridad regresando o aferrándose a esos vínculos primitivos.

Los asuntos bíblicos han sido una cantera propicia para los poetas. Para los buenos poetas. Porque no se trata únicamente de citar y enumerar escenas y personajes asociados al cristianismo, sino, por el contrario, se trata de hallar en ese abanico religioso una versión intacta, fresca, alejada del pasaje desgastado y manoseado.

Víctor Manuel no se erige como un pequeño dios. Tampoco como vasallo sin ojos y sin tacto para sobar lo prohibido. Quiere ser fiel sin militancias, un creyente insumiso: “Debo hacerme otra idea del alma / donde no gane paz por sumisión” (p. 15). Estos versos pertenecen al poema titulado “Rebeldía”, un hermoso soneto sin rima, ajustado al canon estrófico y métrico de la composición tradicional.

Pocas veces se ha escrito con un lenguaje tan sugestivo y noble el acto de masturbarse. Y esto lo evidenciamos en otro soneto, “Onán”, el que apertura el libro: “Hombre, a esto se reduce tu vida; / y engordas con tu leche a la muerte / en los cuartos, los baños y las manos” (p. 13). En el Génesis, capítulo 38, versículo 9, se expresa: “Y sabiendo Onán que la descendencia no había de ser suya, sucedía que cuando se llegaba a la mujer de su hermano, vertía en tierra, por no dar descendencia a su hermano”. Como vemos, Víctor Manuel no se aparta del hilo bíblico, solamente utiliza su mirar oblicuo para señalar el hallazgo.

En el poema “Refugio”, en una suerte de trabajo de quiropraxia, quien habla manipula vértebras para enderezar el origen:

Debo acompañar
la parte de mí que se acobarda.
Ajustar la columna
y que los nervios del cuerpo
se orienten hacia los árboles (p. 21).

El mundo edénico tiene su espacio en Caravana. En “Jardín”, la hoja que cubre el pudor de Eva simboliza la venda arrebatada. El poeta Pinto dibuja a la primera mujer desde ella misma, desde su feminidad recién descubierta: “Me quité la hoja y descubrí mi belleza. / Jamás pude figurar a otro ser / si no miraba la suya. // Quise abrir las rejas hacia el campo / mostrarme a todos sin vergüenza, / y sólo temblaba una hojarasca en la tierra. // Creí que con la hoja / quitaba tus manos de mi cara. // Sólo / veía por lo oscuro / y no por el hueco del clavo” (p. 55).

El hijo es barro maleable, y Dios lo moldea a su antojo; lo convierte en vuelo, aunque esto signifique distanciarse de los latidos del corazón:

Aprendiz

Quise ser un hombre,
un buen hombre
que entendiera a mi Padre
y su mezclar de tierra
con nuestra carne.

Y con mis hermanos fui la obediencia,
serví a los ritos y sacrificios
hasta que vino eso...
¿Cómo era que olían sus escamas?

Y me estiró el cuello con una caricia,
y me convirtió en una garza
una bella garza
con linaje de las aves del principio.

Y qué desespero hay en todo esto
Padre,
y qué lejos tengo ahora
la cabeza del corazón (p. 29).

¿Víctor Manuel Pinto busca la redención, la oblea del Padre, la sangre derramada? Podríamos decir, tras esta primera lectura de Caravana, que el poeta esconde un devoto rebelde, que busca “el brillo de los comulgados”. La vocación poética también es una forma de feligresía.