Sala de ensayo
“La otra mano de Lepanto”, de Carmen BoullosaVanos a la memoria y la imaginación
Incursiones espectaculares al universo especular de La otra mano de Lepanto

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Es difícil reconstruir lo que pasó,
la verdad de la memoria lucha contra la memoria de la verdad.
Juan Gelman

La memoria congela los cuadros;
su unidad fundamental es la imagen individual.
Susan Sontag

(I)
En un lugar de Granada de cuyo nombre no puedo olvidarme...

Una de las características que mayormente sobresalen en los mundos recreados por la escritora Carmen Boullosa (Ciudad de México, 1954), es la de una profunda contextualización sociocultural e histórica dentro de la que interactúan y viven sus personajes. Es esta intrínseca combinación y lucha entre presente y pasado, historia y literatura, fantasía y realidad, creación crítica y recreación artística, la que se presenta, se entreteje y se despliega en este artificio boullosiano, llamado La otra mano de Lepanto. Carmen Boullosa marca caminos pero también sigue la ruta tan reconocida y señalada por la crítica y la creación literaria enmarcada, entre muchos otros, por los siempre actuales/puntuales comentarios de Juan Goytisolo y Günter Grass, a saber que, “nuestro pensamiento, nuestro monólogo interno se ve acechado una y otra vez por el pasado e impregnado por el futuro, y el presente es un Procusto que se hace añicos. ¡En este mismo momento el presente ya es pasado!” (Diálogo sobre la desmemoria y los tabúes, 7).

De hecho, la importancia de la memoria del pasado, de la historia y de las distintas sociedades representadas, se proyecta al interior de cada uno de sus textos. Las épocas seleccionadas/creadas por Carmen Boullosa, tienen en La otra mano de Lepanto una culminación portentosa, una representante señera que cobra una relevancia mayúscula dentro de la novelística para los hablantes del español y los estudiosos del lenguaje cervantino creador de historias. Sin olvidar que en la novela misma se reitera y se refuerza la pasión actual por el espectáculo. El espíritu de la época privilegia lo visual épico, violento, de acción y destrucción. Filmes como Odissey, Gladiator, 300, Kingdom of Heaven, Inglourious Basterds, The Departed, Pearl Harbor, Cold Mountain y The Dark Knight, entre muchos otros, son testimonio de la violencia del mundo y de sus moradores, fatalmente seducidos/inducidos por ella. Por todo esto no es de extrañar que este texto novelesco se conecte y comunique con este clima destructivo/nocivo en el cual vivimos y lo tematice en su polémico viaje al pasado español.

La novela se inscribe alrededor de una de las épocas más conflictivas, violentas y crueles del malogrado imperio español del siglo XVI. Usando un lenguaje espectacular lleno de imágenes, visiones y revisiones pasadas, logra proyectarse a nuestra época mediante el influjo de aquella inmortal novela prima magistralmente lograda por el autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. Tal como entonces la literatura recrea la vida que no deja de hacerse sentir y oír en esta otra historia literaria y en nuestra propia vida; porque:

Narrative is a powerful force in cultural life, where it is the privileged form of communication, information, and artistic reflection. It is precisely their narrative nature that makes ordinary memories the motor of culture. And the first, most important and defining feature of narrative is the act that constitutes its construction. Memory thus defined is an act of narrating whose “narratee” is either the individual self or the cultural group to which one belongs, and which makes the past a part of the cultural present (Bal, 7).

El presente atemporal y fantasmagórico de La otra mano de Lepanto sacude nuestro universo cultural presente y se retuerce magistralmente en el mundo de las artes literarias y las ciencias sociales para conformar un tejido literario lleno de la vida de un mundo que va uniendo palabras e imágenes, mitos y memorias; sueños y realidades pero, sobre todo, protagonistas y antagonistas, personajes todos imbuidos con elementos de la naturaleza humana y de la humana vida ficcional. Estas creaciones/recreaciones artísticas nacidas al amparo de una imaginación superior prefiguran un futuro literario diferente. Un futuro complejo y conformado en el que se unan los elementos estilísticos clásicos e históricos tradicionalmente utilizados para asegurar que los mundos literarios y los históricos vayan uniendo conjuntamente extremos falazmente y falsamente dispares tales como lo ideal y lo real, como la vida y la muerte, como ese pasado y ese futuro que se rehacen constantemente en el siempre presente humano de la vida; una vida en la que siempre se logrará crear lo nuevo como en esta novedosa vida literatura boullosiana. En sí, tenemos en La otra mano de Lepanto una nueva tragicomedia que conforma y muestra el devenir de la vida humana que desgraciadamente ni deshace entuertos ni endereza jorobados. ¡Ya quisiera uno poderlo lograr!, ni cambia de rumbo ni disipa la fatalidad ni los dilemas y enigmas humanos en los que seguimos inmersos, un fantasma recorre al mundo, es el fantasma de la violencia, pero sí sacude nuestra vanidad y da al traste con la banalidad literaria al provocar y crear ideas libertarias haciéndonos comprender mejor la realidad creada en la que seguimos inmersos. Porque, como lo declaraba Hannah Arendt:

To beget and to give birth are not more creative that to die is annihilating; they are but different phases of the same, ever recurring cycle in which all living things are held as though they were spellbound. Neither violence nor power is a natural phenomenon, that is, a manifestation of the life process; they belong to the political realm of human affairs whose essentially human quality is guaranteed by man’s faculty of action, the ability to begin something new (Arendt, 82).

La memoria y la literatura, como creaciones humanas, nos obligan a no olvidar que cada acción, cada palabra, cada esbozo, cada trazo versado con el que dialogamos sobre la hoja en blanco proyecta y tensa miradas encontradas de mundos pasados y presentes con la misma intensidad con la que fueron apreciadas y vistas. Nuestra tensión/atención, sobre ambas realidades, se agudiza mucho más al saberse que al mirarlas, sabemos que estamos haciendo una reflexión y, al mismo tiempo, una inflexión; puesto que incursionamos e interactuamos dentro de un ejercicio espacio-temporal múltiple, multifacético y memorable propuesto por esas imágenes producidas por la misma palabra. No es suficiente dialogar con el otro, sino que ahora hay que dialogar o intentar dialogar con todos nosotros por medio de una tendencia incluyente que, inclusive, posibilite otra lectura, otra comunicación; porque, “hoy es más pertinente leer en esta otra dirección: hacia adelante; porque los objetos culturales han perdido su estatuto normativo, su índole disciplinaria prefijada, su familia de imágenes retratable; se han hecho híbridos, desplazados de su origen, fronterizos” (Ortega, 35).

La novela de Boullosa, además de ir hacia adelante, recomenzando una tendencia estilística diferente como se ha anunciado, es un texto que se lee en los límites. Es un texto que va hacia adelante cargado de subjetivas perspectivas y retrospectivas producto de las genuflexiones creadas/provocadas por él mismo, ante una inacabada reconstrucción que se ha intentado de los hechos imaginados, de las palabras forjadas y ante las diferentes y posibles lecturas y lectores proyectados por este universo literario intensamente postmoderno. Con todo lo anotado se logra una conceptualización similar a la anunciada por Bal y Vanderbourg, una en la que la “memory can then be seen as a form of enactment of temporal heterogeneity as well as a form of subjective being that includes desire” (3). La sensibilidad múltiple y la infinita creatividad humana, reconocidas y admitidas en toda ciencia y toda cultura, son posibles también en la novela.

Así, reconociendo la potestad del hablante, de su pensamiento y del lenguaje, se dicta que no hay tal originalidad atada a la palabra ni ninguna imagen o pensamiento ceñido a la memoria. De tal manera que se repotencializan y proyectan memoria y ficción por igual en la palabra novelesca. Estas mismas acciones/funciones del intelecto humano, en su carácter histórico y literario, van confluyendo, fluyendo a lo largo de este múltiple ejercicio literario articulando y rearticulando fragmentarias visiones/revisiones a pasadas situaciones históricas. Así se insinúan/configuran dejos de las visiones de las memorias pasadas, presentes y de lo por venir. Es decir, la historia y la literatura vistas en esta novela, van unidas una al lado de la otra rehaciéndose alternativamente y confundiéndose en esta otra historia literaria que alude a nuestro presente y, al mismo tiempo, hace eco de ese otro futuro y también de ese otro pasado en donde “...la historia, émula del tiempo, deposito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, (es) advertencia de lo por venir...” (Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, 41). La advertencia a ese futuro trágico anunciado por la literatura de antaño, se ha hecho realidad en la recalcitrante literatura presente que forma La otra mano de Lepanto. La novela desde la cual se nos vuelve a advertir de la incertidumbre de la historia misma y de lo cierta que puede ser la literatura al retomar lo pasado, al cuestionar y problematizar nuestra historia a esa memoria cultural (Bal & Vanderburg). La novela nos sirve para comprender y alertarnos de lo que posiblemente fue realmente ese pasado nuestro y de aquello que potencializará nuestro porvenir, nuestra vida futura en un mundo violento. El mundo se cierne y se cierra en sí mismo porque todo se consume y todo se destruye en él debido a la violencia ejercida por el hombre, por los hombres; puesto que las guerras han sido implementadas, peleadas y pactadas por hombres a lo largo de la historia humana (Virginia Woolf).

Es dentro de este universo cultural azolado por los hombres llamado La otra mano de Lepanto, donde se nos vuelve a comunicar con los mundos vividos/creados por Miguel de Cervantes Saavedra. Encontramos aquí otra historia dinámica dialógica (Bajtín) que se proyecta hacia “adelante”, en la que María la bailaora y Miguel de Cervantes Saavedra tiran del lenguaje para reinventarse y reinventar sus propias vidas. Es éste un lenguaje que alude y enfatiza una doble crítica, cervantino boullosiana, a la endémica violencia que desafía nuestra conciencia, convivencia y sobrevivencia en este planeta tierra; puesto que como configuraba Hannah Arendt: “La práctica de la violencia, al igual que toda acción humana, cambia al mundo, pero el cambio más probable es para hacer un mundo todavía más violento” (80); o más despiadado, inhumano como lo apuntaba Judith Butler, al llamar nuestra atención ante los efectos secundarios ocasionados por esta violencia que continúa empeorando toda relación humana. La misma Butler observa, en relación a la producción discursiva generada por la violencia, que:

Dehumanization’s relation to discourse is complex. It would be too simple to claim that violence simply implements what is already happening in discourse, such that a discourse on dehumanization produces treatment, including torture and murder, structured by the discourse. Here the dehumanization emerges at the limits of discursive life, limits established through prohibition and foreclosure. There is less dehumanizing discourse at work here than a refusal of discourse that produces dehumanization as a result. Violence against those who are already not quite living, that is, living in a state of suspension between life and death, leaves a mark that is not mark (36).

Esta violencia perversamente ominosa, sin marcas, cubre y tensiona el mundo ideal y real y nos va conduciendo, irremisiblemente, a presenciar y ser mudos testigos de la bestialidad infrahumana desatada en la histórica guerra entre los llamados fieles e infieles a la cristiandad: la batalla de Lepanto. La guerra tan anunciada y tan temida por todos que llena el interior de la novela, en donde se desnuda el odio y el fanatismo irracional de los hombres:

Y así, llegando, y toda a nuestro favor, se nos apareció el fin de la gloriosa jornada hecha el 7 de octubre de 1571, domingo, el día de Santa Justina, en la que los turcos conocieron cuánto importa ir en justa demanda y tener a Dios de su parte, el cual, aplacado por las oraciones de tan santo pastor como lo es Pío V, fue servido de nos dar la victoria (356).

Esta palabra e imagen novelesca en La otra mano de Lepanto retoma y recomienza un recuento de esa bélica acción —que presenta, funde, y confunde fatalidad y arte— poniendo en evidencia hechos, personajes, testimonios, creencias, sueños y vivencias enfrente de un espectador/lector, si bien impávido, por lo crudo de la historia, al mismo tiempo ávido de conocer esta otra historia, esta otra literatura. Y que ésta le posibilite sumergir bajo tierra, eliminarla mediante el ejercicio literario, a esta violencia racionalizada y bendecida por Dios y por los hombres y que, malignamente, prevalece/priva en el siempre presente de la Historia y de todo aquél que se arriesgue a estudiarla; puesto que “to articulate the past historically does not mean to recognize it ‘the way it really was’ (Ranke). It means to seize hold of a memory as it flashes up at a moment of danger” (Benjamin, 256).

El impacto, el consabido riesgo de saber la verdad, de saber que no sólo la literatura sino la historia se vuelve a repetir, es demoledor, letal, peligroso. La historia genocida y del exterminio humano se ha vuelto a producir fatídicamente; porque fue también un 7 de octubre pero del año 2001 cuando el imperio americano dio inicio a la llamada “Operación libertad duradera”, contra “los infieles asiáticos” y todos aquellos señalados por la violencia bélica estadounidense. De forma audaz y magistral Lucía Melgar expresa y culmina su también portentosa reseña espectacular a esta obra ídem/impactante al señalar que presenciamos guerras y males muy parecidos a los acaecidos hace más de 430 años hoy día; porque,

Cuando reflexiona sobre lo que implica escribir Lepanto, Carriazo expone, podríamos decir, un problema posmoderno: la dificultad humana, verbal, literaria, de narrar el horror vivido mientras se está viviendo, de expresar el dolor propio sin borrar el de los demás. A través de este testigo privilegiado de ese viejo “nuevo mundo”, Boullosa plantea y deja abiertas preguntas que, a la luz de los infiernos de Nueva York, Afganistán, Bagdad, Palestina, resultan más acuciantes. La hondura de estas reflexiones, aunada a la intensidad imaginativa de esta novela, confirma el valor de las exploraciones siempre inquietantes de Boullosa (Melgar).

Hoy día se sufre una destrucción violenta de nuestras sociedades, inermes por la violencia y el terror impuestos por los hombres en contra de los “otros”, a los que se les niega toda humanidad, mucho de lo que se anuncia mediante un personaje como Carriazo que es un testigo/personaje/narrador/víctima y victimario de los hechos violentos de la ficción; pero que en nuestra realidad son y fueron realidades trágicas para hombres y mujeres por igual. Como les sucedió a aquellos seres inmolados en Hiroshima el indeseable 6 de agosto de 1945, y que ahora se nos revela por medio de esas imágenes que conservaron ese horror:

Diez fotografías fueron divulgadas por Internet sobre la devastación que causó la bomba atómica en la ciudad japonesa, el 6 de agosto de 1945. Quien las captó, un ciudadano local, no llegó a revelarlas, y fueron encontradas por el soldado estadounidense Robert L. Capp en una cueva ese mismo año. El material fue donado al archivo del Instituto Hoover en 1998, con la condición de que no fueran mostradas al público antes del 2008. Las imágenes de miles de cadáveres dan testimonio del horror por el que pasaron los sobrevivientes del primero de los dos ataques nucleares de la historia que cerraron los episodios de la Segunda Guerra Mundial y abrieron una nueva era belicista para la humanidad (Ciudad de México: La Jornada, jueves 8 de mayo de 2008: 50).

Las bataholas sufridas a lo largo de la historia se recrudecieron por esa violenta turbulencia dejada por el siglo XX, y se ha intensificado en este naciente milenio lo que ha dado paso a las críticas que señalan la virulencia de la crueldad humana vistas hoy en día; es la misma violencia histórica que se reproduce, fatalmente, en este mundo de ficción/reivindicación de la simiente cervantina anotada anteriormente. En conjunción con el impulso creativo que le da origen, la novela pertenece a la historia que se vuelve a presentar en este siniestro presente que vivimos y del cual la propia escritora Carmen Boullosa fue testigo:

Por ejemplo esta novela La otra mano de Lepanto nunca la hubiera escrito si no hubiera estado en Nueva York en septiembre de 2001, porque algo muy especial pasó en la ciudad, algo de tensión, y luego algo pasó en el mundo, se desató una guerra religiosa, o hubo algo parecido a una guerra religiosa, que yo no encontraba cómo verla o cómo entenderla, que lo encontré en la novela La otra mano de Lepanto, no lo hubiera podido ver, no lo hubiera podido comprender, si no lo agarro ahí. Entonces no sé cómo explicártelo; no es que yo esté buscando una iluminación, sino que la iluminación la da la vida diaria, porque así es, la vida es un misterio continuo (Varela, entrevista a CB).

En cierta forma este lenguaje, convertido en el puente anunciado por María Luisa Puga, presenta “una literatura, un espejo, una memoria, una cultura de nuestras sociedades” (16). Es el lenguaje del mundo imaginario que concretiza-potencializa el mecanismo de la creación y concretización del proceso intelectual en el cual realidad/ memoria, fantasía y ficción unidas desatan las formas tradicionales del discurso literario y se comunican con el lector.

De hecho, mediante esta palabra creativa y creadora de imágenes se entra a una especie de comunión/comunicación que nos permite vivir y unirnos a la fuerte lucha por sobrevivir de esos seres arrastrados por la violencia de la época. Sus vicisitudes ante la vida y la muerte, sus encarnizadas luchas en aras de su sobrevivencia y los grandes altibajos vividos son una constante a lo largo del texto. Son estas deshumanizadas experiencias y las brutales acciones conjuntas de estos entes ficcionales desplazándose dentro de este mundo inventado, las que más han llamado la atención por su relevante y despiadada semejanza con lo que se sufre en estos tiempos presentes. En este otro espejo cultural literario las coincidencias y alusiones histórico-literarias sueltas en la novela son sorprendentes.

El espejo cervantino brilla de nuevo en esta novela donde, mediante la intertextualidad, el pastiche y el palimpsesto se devuelve a la vida al ilustre manco de Lepanto y a la heroína de la guerra mediterránea contra los turcos: María la bailaora. Pero esta rememorización del contexto histórico y de los códigos lingüísticos de los personajes alcanza su punto crucial cuando el lenguaje boullosiano se reapropia del hablar cervantino para así recrear pasajes históricos al interior de la novela, como aquel de “La historia de la gitanilla contada por sí misma a Cervantes”. Los increíbles intercambios de impresiones y acuerdos que se generan entre ambos personajes, en el decir bajtiniano, “establecen un diálogo que no posee un fin de sentido”. El universo lingüístico/literario dentro del cual se comunican Miguel de Cervantes Saavedra y la hija del Duque del Pequeño Egipto se revitaliza, se renueva y se abre hacia un futuro de inmensas posibilidades e interpretaciones en donde se captura, inclusive, lo no dicho, el vacío, el silencio. Porque, como afirma la propia Carmen, “en cada palabra hay encerrada una memoria colectiva y un misterio y algo que no cabe en las palabras (mismas) que viene del territorio del silencio” (Varela, entrevista a CB). Lo no dicho por los personajes cuenta tanto o más que lo hablado por ellos mismos, de ahí que el lenguaje de la novela al igual que “La luz del amanecer ilumina” y muestra a este mundo conocido imbuido de esa fuerza simbólica (Bourdieu) con la que el arte literario dota a las ideas políticas y a las palabras comprometidas.

Un ejemplo más de esta cualidad del lenguaje literario visto en la novela ocurre en el apartado 73, conocido como “Lo que leyó la gitana en el pecho de Miguel de Cervantes y Saavedra”,el cual es unapartado panóptico con el que intertextualmente se representa lo que es en sí la novela misma. Es decir, lo que ha recordado María y en el que se nos vuelve a contar/recordar sucintamente su vida hasta ese momento. De esta manera y de mutuo acuerdo, María, la futura Constanza, recibe el espaldarazo de un Miguel de Cervantes Saavedra enfermo de malaria y se perfila como la creadora de su otra vida, “Así, la historia de María sería la que ella se inventó, la que habría querido (poder) vivir” (Melgar). María a sus dieciocho años ha recordado, ha visto, en unos cuantos instantes, que ella es:

...Una mujer gitana que por error del destino ha sido héroe en Lepanto. [...] Regresa, subida en su conciencia, regresa en él a Granada, vuelve a su celestial infancia, vuelve a cuando su madre la abrazaba sin temor de verla robada por los cristianos, vuelve a cuando va a buscar agua al aljibe y oye hablar a las negras, a las cristianas, a las moriscas, vuelve a ver salir a su padre desorejado por las losas de la iglesia, vuelve a oír a Farag hablar, vuelve a viajar con sus dos amigos y a su joven complicidad placentera, vuelve a Argel y a sus bailes, vuelve a oír la voz de su amado don Jerónimo de Aguilar, vuelve a disfrutar los frutos de su riqueza corrupta y la cómoda holgura de su afecto distante y distanciador; vuelve a oír su música, la suya que le hizo Iberia y otros de Venecia; ve a los espectadores de El retablo de las maravillas, al licenciado Vidriera, a Loayza, el músico que rompe el cerco de Carrizales, a varios indianos, los más muy ricos, entre éstos ve al llamado el celoso extremeño, por ser muy celoso y necio; ve a Constanza, la hija de la Peregrina, fruto de una artera violación; ve a Leyhla y a Marisol convertidas en Teodosia y Leocadia, ambas vistiéndose de varones para perseguir a su prometido amado tomapelos Marco Antonio, a jóvenes como don Antonio de Isunza y don Juan de Gamboa, o el Carriazo y Avendaño, que siendo de buena familia muerden el deseo de la aventura, de ver mundo, de gozar de formas de vida distintas que las trazadas para ellos por sus padres... (392-393).

Por medio de la convergencia del habla y del lenguaje (Hatzfeld, 206) se pone en consonancia la interpretación del mundo recordado en el sueño de María la gitana, la hija de Gerardo el Duque del Pequeño Egipto junto al acompasado latir del corazón de un Cervantes casi muerto. La palabra, la imagen, la memoria de una mujer dormida nos conecta con esa, su otra realidad soñada, que busca ser entendida, que busca entender su acerva realidad y entenderse desde el centro de esta misma. Esta es su experiencia vivida a sus dieciocho años de vida en Granada, Argel, Nápoles, Venecia, Iberia, Mesina y Lepanto, siendo una mujer gitana. Observamos cómo, presentados en unas cuantas líneas, se resumen y se agolpan los eventos más señeros de su vida; en sí, leemos el argumento general de la novela, la vida misma de un personaje concebido con un lenguaje portentoso. Es el lenguaje metaficcional, transgresor, que subvierte los espacios tradicionalmente recorridos por la literatura y por la historia.

 


Carmen Boullosa.

(II)
Hoy el mundo comienza...

Como producto cultural de nuestros días, este texto critica y busca su razón de ser en la historia que es el lugar donde encuentra el espacio con mayores posibilidades para ejercitar su poder discursivo y acercarse a nuestra realidad presente, (re)creando la violencia del mundo del pasado como una manera de encontrarle respuesta a la violencia desatada hoy en día. De este modo, este texto es toda una historia literaria y lingüística en la que se tienden puentes que comunican (al lector) con los trazos y visiones de la más controvertida y conflictiva de las épocas del antiguo reinado español. Este infinito universo narrativo, esta geografía textual en movimiento, deviene y repunta hacia la Granada histórica para explorar y recuperar sucesos y personajes de la historia con el fin de crear sus contrapartes literarias; siendo estas últimas las que recuperan una visión panorámica de los diferentes contextos culturales árabe, cristiano, mozárabe, mudéjar, romaní, judío, aljamiado y otros que están convergiendo/conviviendo en la España herida y en la convulsionada Europa del siglo XVI donde el lector, al igual que María:

Observa pasar un desfile de personajes, pero más que verles a cada uno sus rasgos y particularidades, ve el mundo del que son fruto. Lee y mira que la línea entre la fantasía y la realidad se desdibuja, que Alonso de Quijano pisa firme en ese punto borroso, y María la bailaora ríe, y goza, y no entiende cómo goza y ríe si está mirando, al mismo tiempo que este desfilar de personajes, la España sangrándose a sí misma (393).

No hay duda, la novela revive la violencia y persecución en contra de todos los extranjeros y opositores al imperio de uno de los más crueles monarcas de la historia: “Felipe II, constituido en (el) campeón de la ortodoxia católica contra las demás formas de cristianismo, inauguró un ‘nuevo estilo’ nacional, absolutista e intolerante” (Alatorre, 220). El fragor de este “nuevo estilo” real se ve en los aspectos cruciales/dantescos de esos momentos históricos que a la larga devendrán en la ruptura del mismo poder español. El paso de lo histórico a lo ficcional se da casi sin darse por aludido, sin altos, sin rupturas, sin extrañezas y viceversa. ¡Somos juez y parte del horror y no lo podemos negar! Lo vivimos tal y como si fuera una experiencia vivida de manera directa, todo lector percibe la destrucción de los entornos árabes a manos de los españoles; las persecuciones y luchas en contra de ellos mismos y contra los gitanos, moriscos, judíos, turcos, y ya hacia el final, experimenta intensamente la destrucción dejada por la tan afamada batalla de Lepanto, “la más grande que ha habido y habrá en la tierra” (Boullosa, 324) y “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros...” (Cervantes, 244). Es el lugar donde el mundo vio al mar Mediterráneo, fuente de vida, convertirse en un enorme remolino de muerte y destrucción por la violencia ejercida por los hombres todos.

La reiteración y énfasis de la violencia y destrucción que se ha visto/leído por medio de los ojos de María y de los diferentes narradores al interior de La otra mano de Lepanto, logra que lo mostrado no se olvide ni se deje pasar por alto. Alcanzado este objetivo, en la novela se nos permite convivir y apreciar la fuerte lucha por sobrevivir de todos estos seres de ficción arrastrados por la vorágine de la violencia de la citada época. El horror de lo sucedido esos fatídicos días alrededor del 7 de octubre de 1571 ha contado con la venia y exaltación de las voces reales y religiosas del Emperador Felipe II y el Pontífice, el Papa Pío V, apoyando esa guerra imperial al mando de don Juan de Austria, vástago bastardo del celebrado Carlos Quinto (Carlos I). Esta autoflagelación ficticia/irreal, a esta España desangrándose o sangrándose a sí misma es vista y entendida cuando al interior de la novela se describe que,

El corazón del papa Pío V reza, (está) temblando, y llora lágrimas dulces. En este mismo momento, cuando da comienzo la batalla, Felipe II siente la necesidad de castigarse. En su pequeña celda, más monacal que imperial, toma su flagelo y golpea diez veces sus desnudas espaldas, pidiendo perdón al Creador por sus inmensos pecados. Su corazón tiembla solicitando castigo, sabiéndose enemigo de sí mismo (345).

La violencia y crueldad de los seres que, como el monarca y el Papa, son enemigos de sí mismos, inunda cada espacio, cada ángulo, cada palabra que intenta mostrar y subvertir al caudal de imágenes fatales y artísticas (fatalísticas) presentadas desde el principio hasta el final de la novela donde no sólo se destierra y destruye a los otros, sino que se les abusa, se les parte, se les viola, se les mutila, se les desgarra, se les entierra negándoles toda misericordia y comprensión. Unos y otros siguen ciegamente enfrascados en una lucha racial, suicida, de exterminio religioso. Es, quizás una alusión directa al apocalipsis tan temido, o tal vez una denuncia a lo que sigue sucediendo en las altas esferas: “The ‘responsable men’ on our side are not distracted by romantic ideas about justice and freedom but to keep to serious pursuits: managing the world within the framework of ‘established institutions’ that are subject to no challenge as they serve the needs of power and privilige” (Chomsky, 37). Asimismo, probablemente sea una crítica burlona hacia estas ideas y maniobras imperialistas sosteniendo un orden social irracional, excluyente, castrante, aludiendo a una “degeneración de la idea nacional”, identificada por Kristeva como racismo, como una forma recurrente de la violencia que se reconstituye a través de cada acto racista y cada vocablo/palabra racista (Jabri, 138; mi traducción).

Porque racistas son y no otra cosa las palabras versadas por los ilustres personajes, inflexibles ante las desesperadas exclamaciones e imágenes grotescas que van desfilando a través de la novela. Horrores que describen a un mundo deshumanizado, racista e inmisericorde ante las injustas condiciones sociales vividas/sufridas. En La otra mano de Lepanto se asiste a un escenario increíble que raya en lo sublime y lo espeluznante. La escenificación de las luchas y de las destrucciones que se ejecutan siguiendo las órdenes de los poderes reales y religiosos elimina todo rastro de humanidad en sus opositores. Además, corta con todo aquello a aquel que no pertenezca a la razón y al orden imperantes y provoca declaraciones despiadadas como las del denostado don Juan de Austria, que en su irónica bajeza espeta: “Plego a Dios omnipotente que el monstruo, vituperio de la natura humana, sea aniquilado y destruido, de tal manera que torne en libertad los tristes cristianos oprimidos” (21). Si bien las expresiones son intensísimas por igual son creaciones lingüísticas de una excelsitud poética que impulsa frases como las de “Soy cuna de muertos”, “En un lugar de Granada de cuyo nombre no puedo olvidarme... Hoy el mundo comienza... ¿Qué sentido tiene continuar con mi recuerdo si nada cuento y si al grano lo desgrano?”, entre muchas otras ricas variedades de la lengua a lo largo de la novela.

Es este excelso lenguaje leído en La otra mano de Lepanto el que ha generado un sinnúmero de elogios por parte de los pares de la escritora, de entre las que destacan aquellas de ser un lenguaje-escritura audaz, arrojado, inaudito y que se atreve a inventar. La vitalidad de esta literatura, de esta palabra portentosa, se ejemplifica durante ese flujo dinámico de la escritura que acompaña a María la bailaora en su último caminar por las lluviosas calles de Mesina,

Su agitación se ha ido lejos, impulsada por la imaginación, tan lejos que ni la roza la razón. Ciega, vuela, vuela, María siente y allá ríe, ella misma es puro aire feliz, es vida, pura espléndida, completa vida, liberada de toda carga, de toda sombra de pesar, del fardo que es la Palabra (424).

Olvidando los portentosos y peligrosos eventos que se han presenciado, los grandes espacios recorridos y las grandes extensiones y contingentes humanos, hacia el final de la novela no quedará sino el ligero caminar solitario de María. Quedará su descripción de los últimos lugares recorridos y la minuciosa descripción de las deformaciones y grietas de los muros que recorre con su mirada; misma que dará paso a una existencialista y utópica reflexión que la hará soñar e idealizar esa otra vida que se aleja ya de ella. Su muerte es cosa cierta y se nos alerta de la misma mediante esta palabra que se libera de la propia María; porque, al comprender la relación que tienen los silencios, texturas, detalles, resquicios e imperfecciones, con el doble accionar de la fastuosa memoria e imaginación que alejan a María de su mundo, de su realidad, se entiende cómo ese fardo que es la Palabra determinará/terminará con su caminar. La muerte le llega sin pensar, sin saber y sin despedirse del mundo, haciendo eco a las mismas palabras que, instantes antes, había pronunciado ella misma, “Dios da, Dios quita”. Porque María “llegó a la muerte directa de la vida, sin tránsito alguno, sin preparaciones o fastidioso preámbulo, sin que nada le robara un ápice de su belleza” (428). Su muerte es muertevida en un mundo perdido que ha sido reencontrado y vuelto a la vida mediante mitos, memorias en el arte de la palabra.

 

(III)
¿Qué sentido tiene continuar con mi recuerdo si nada cuento y si al grano lo desgrano?

Así, al ejercitar el entendimiento, al razonar y comprender la red de palabras con las que sueña, en las que se revive lo que ha estado soñando, viviendo e idealizando, María ingresa en la historia. La palabra que le ha dado vida y muerte es la Palabra que la eterniza y revive por siempre. Porque el lenguaje es el medio y el fin que ata, desata y libera el tejido que anuda al sueño, a la vigilia con la ficción. Y de entre esta plétora de seres morando en el universo de La otra mano de Lepanto, inmortales, invictos, sobresalen María la bailaora, gitana de Granada, y el hombre de La Mancha, judío de Alcalá de Henares. Es el hombre que la historia nombró como “El manco de Lepanto”, ese hombre llamado Miguel de Cervantes y Saavedra que se ha cruzado en su camino y con el que María ha entrecruzado los caminos del tiempo, del espacio, del habla, de la lengua, de la vida y de la muerte. La novela copia a la vida y la vida a la palabra. “Miro lo que me rodea... Por eso es. Por eso es el espejo de Cervantes en el que mirarán (ellos y nosotros) lo que hay, lo que hubo y lo que habrá, así como el vano por el que sale todo aquello que hoy no permite el reír” (399). Estas son las puertas y celosías de este otro espejo boullosiano que muestra a la violencia que destruye toda humanidad y toda esperanza.

Formada con el lenguaje del mundo, la novela se hace una historia novelada de la lengua y un discurso atrevido-desafiante que nos lleva a revisitar los mundos y seres creados por la memoria, la imaginación y la fantasía. Al través de ella, el lenguaje extiende nuestro conocimiento y nos orienta hacia un futuro incierto todavía no dicho, que obliga a hacer un alto en ese proceso cognoscitivo que cuestione lo que esté por venir y que, a la misma vez, nos oriente hacia un no tan oscuro devenir. Las imágenes del mundo literario son entendidas como consecuencia y/o resultado de la dinámica materialidad de la vida humana, como la historia de la lengua y de sus hablantes, como la del español mismo. La novela ha nacido al amparo de los hechos históricos y del registro literario de un lenguaje que comunica y que justifica su andar y presencia por el mundo. A cinco siglos de distancia, este mismo mundo presencia la reproducción de una violencia avasalladora, brutal, trágica, y el deterioro de las relaciones humanas. Son las experiencias y las acciones conjuntas de estos seres de la ficción las que se van desplazando dentro y fuera de este mundo inventado, por una palabra que se conduele y se retroalimenta de estas memorias del mundo y de las cosmomemorias de una España convulsionada por la historia por la literatura. En este mundo español, morisco, judío, gitano, árabe, italiano, turco, argelino, vemos la destrucción del pueblo granadino, las despiadadas persecuciones, las violaciones y vejaciones a niños y adultos por igual, las matanzas contra los infieles, las convulsionadas danzas macabras de María, en sí, a todas las aciagas andanzas de los seres sacrificados y ultrajados que moran y mueren por igual en La otra mano de Lepanto, un mundo conformado de recreaciones fatalísticas que se deforma y se proyecta ante nuestros ojos por interludio de las innumerables heridasatroces, que alteran nuestras realidades todas. Es éste un complejo universo lleno de emoción y de acción, de nuestra riqueza cultural pasada, de la por venir. La otra mano de Lepanto es un texto que se apresta y se presta para desafiar al lector dejándole interrogantes y dilemas abiertos a los siempre inquisitivos e inquietos hablantes de la historia y de la literatura.

Finalmente, en re/conocimiento a lo cuestionado en su momento por Julio Cortázar, no se puede pasar por alto el desafío que impone toda literatura, toda historia; ni mucho menos olvidarse de aquello que nos provoca, la inquietante zozobra que deja eso de que, pese a todo, “no hemos sabido hacer las preguntas a tiempo, ésas que desnudan, que violan, que rasgan de arriba abajo las telas del conformismo y de la buena conciencia” (Contra las telarañas de la costumbre, 1981). ¿Por qué y para qué sirve la literatura cuando se le recluye detrás de ese vano visto en la historia? O, ¿cómo y de qué manera entender esta realidad caótica, cruel, que se ha insertado dentro de la historia y al interior de cada uno de nosotros, y ante la cual nos desentendemos esperando, confiando en que esa violencia, esa destrucción, quede en un simple espectáculo, en una representación de la realidad, en un quizás ejercicio inquisitivo fallido sin ningún valor ni importancia?¿Acaso podremos encontrar respuestas o paliativos en este lenguaje literario que nos ayude verdaderamente a prevenir y a contrarrestar a esta perenne violencia mundial sin denunciar y exponer claramente todo aquello que la ha nutrido, provocado, perpetuado y, sobre todo, a los que siguen abiertamente violentando al mundo, negándose a reconocer y a rectificar la historia, la memoria, la vida humana e intencionalmente olvidándose de pedir perdón a tanta víctima?

Sea esta pues una invitación al diálogo, una comunicación abierta y sin vanos donde todo lector tenga siempre la oportunidad de gozar de la potestad de la palabra, de la memoria, de la propia vida que también es la ajena.

 

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