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Aprendí a esperar

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—Esperá, loca. Por favor —decías con voz ahogada.

Esa tarde, como tantas otras, en tu cuarto de estudiante, te arrancaba la ropa. Te besaba con pasión. No podía esperar.

—¿Qué haces? Espera un poco —esa vez estabas muy nervioso—. Aún no es Navidad.

Yo quería tomar sidra contigo, a mi manera, aunque faltara una semana para la Nochebuena. Así que abrí la botella y empapé tu cuerpo. Y me bebí las burbujas mezcladas con el sabor único de tu piel.

—Deberías haber esperado a casarte antes de entregarte a él —decían mis amigas.

—Yo no puedo esperar —les contestaba, petulante.

Después casi les di la razón. Cuando lo supe.

—Voy a casarme con mi novia de toda la vida —dijiste con displicencia—. ¿Acaso esperabas que me casara contigo?

—¡No esperaba nada! —dije sollozando—. Y mucho menos una traición así.

Pero tampoco pude esperar a verte convertido en el feliz esposo de otra mujer.

Y en esa cruz que abría mi camino en otras cruces de dolor, decidí marcharme. Y creo que recién entonces, y a partir de allí, empecé a aprender...

Pero nunca pude olvidarte. Tal vez porque me fui con el sabor de tus besos en mis labios, con el llanto estrenado por tu adiós, con mi amor intacto y despreciado.

Sabía de tu vida por amigos comunes que encontraba de vez en cuando. No les preguntaba por ti. Esperaba a que ellos te nombraran. Seguía aprendiendo...

Cuando supe que venías a establecerte en esta ciudad, esperé a que pasara la novedad de tu presencia. A que todos tus amigos inauguraran con sus visitas tu nueva casa, casualmente, muy cerca de la mía.

Esperé hasta estar segura de que estarías solo...

—Estoy tan nerviosa —decía para mí—. Qué lástima no tener algún licor para beberlo en su piel como antes.

Con inconsciente coquetería arreglé mi pelo con los dedos, antes de levantar la tapa.

Mientras te contemplaba extasiada, me di cuenta de que los gusanos habían hecho muy bien su trabajo. Habían borrado la prestancia de tu figura. Sólo quedaba la bella estructura de tus huesos.

—Hace tanto tiempo que espero por ti —dije, intentando sonreír—. Aprendí a esperar, ¿sabes?