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“Un lento deseo de palabras”, de Manuel CabesaNotas para Un lento deseo de palabras

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Mientras compartía unas cervezas con Manuel Cabesa en el Rincón Sabroso, le dije al poeta que si me conseguía su último libro (o, como algunos dicen, muy eufemísticamente: “su más reciente libro”) yo con gusto le escribiría unas notas. Pero a Manuel ya no le quedaban ejemplares, eso me dijo. Por fortuna, la fecha de mi cumpleaños estaba a la vuelta de la esquina, de modo pues que una tarde en que yo mataba moscas en el patio de mi casa se me apareció mi amiga Gloria Dolande para congratularme con par de libros, los cuales había comprado en Caracas días antes. Uno de esos libros no podía ser otro que el más reciente del poeta Cabesa, que en realidad es una antología, poemas escritos entre los años de 1980 y 2003. De este modo me lo dedicó Gloria (sic): “Disfruta estas líneas de tu viejo amigo Manuel, jajaja !!! T.Q.M. 27/09/2010. Gloria”. Y remató la dedicatoria con el dibujo de una carita feliz.

Un lento deseo de palabras, así se llama el libro que Monte Ávila Editores tuvo a bien publicar (Caracas, abril de 2010). Y he escrito “se llama” no sólo porque los libros, como las personas, también “se llaman”, sino porque hay en este libro de Cabesa una llama poética que desborda sus aguas en el lago de la memoria y el olvido. Y del tiempo, hay que añadir. Triángulo sin el cual la metáfora del Amor no tendría sentido, pues la poesía cabesiana es un canto a la mujer, pero es, sobre todo y fundamentalmente, un canto a la palabra, al amor por la Palabra: “A las palabras y a las piedras / A los rostros que son reflejo / de presencias amadas”.

Se me hace imprescindible señalar (un poco para enrarecer el discurso) que el proceso de la creación poética es ante todo un acto terrible de bondad anárquica. Y, entiéndaseme: cuando menciono “creación poética” lo digo en el sentido amplio de la expresión (la poesía, la narrativa...). De otro modo la poesía no sería ese cosmos primigenio en constante renovación, cosmos donde cada imagen es un reino, y cada palabra un demonio.

Pues bien, poeta Manuel, luego de que nuestra amiga Gloria me regalara tu libro, lo dejé que se macerara unos días en mi viejo baúl. Yo entretanto leía el Diario de la gentepájaro, de Wilfredo Machado (el otro libro con que Gloria me obsequió). Y, todavía lejos de terminar de leer el Diario, una mañana tomé Un lento deseo de palabras y leí varios poemas al azar. A la primera mirada descubrí eso que ya antes mencioné: me refiero a la llama poética que, valga la expresión, va cociendo a fuego lento cada poema, cada verso: hermosos reinos poéticos cociéndose en nuestras retinas en la medida que van siendo decodificados. Una vez cocido el poema, la palabra nos muestra su verdadera piel. Pero entonces es otro poema, otro reino. En la poética de Cabesa, el lector se siente voz y metáfora de ese reino, se sumerge puesen sus palabrares: “Toda palabra (nos dice el poeta) es anterior a la figura que designa. Un rastro entre las sombras del tiempo”.

Aquellas primeras lecturas al azar dieron paso a una lectura mucho más limpia y ordenada (sobre todo después que terminé con el Diario). Así, una mañana de lluvia y de lentísimo deseo de palabra se me apareció este poema en la mitad de un relámpago: “Cada rincón de la memoria / exige una lectura secreta / Un inventario de puertas que ceden / ante la permanencia terrestre del canto / Un vuelo de ángeles ardientes”.

La memoria y sus rincones, poeta. Rincones y recovecos desde donde el misterio mismo parece descifrarnos. Memoria que en ocasiones se funde con el olvido. Y llueve, poeta, y renacen las flores, y de pronto la poesía se nos hace presencia eterna de mujer: “...aspiro a la perfección de tus senos / vivo tu historia de gestos indelebles”.

Vale decir que la obra poética de Cabesa (Caracas, 1960), poesía elaborada con sumo trabajo y esmero (es él un artesano de la palabra), se caracteriza por su sencillez y concisión. Poesía desprovista de esos “recargos” de forma y estilo que mancillan la dignidad del poema. Pero, debo aclarar, ello no quiere decir que la de Cabesa sea una poesía lisa, llana, desnuda; no, todo lo contrario: es una poesía que lleva sus adornos, pero sólo los necesarios.

Nomás antes de ayer vi al poeta. Lo vi rodeado de su gente que todos los sábados va a su taller. Su rostro vivo y locuaz me saludó al final de la mesa. En ese momento me acordé que tenía una deuda con él: no había escrito aún ni una sola sílaba de la nota que acerca de su libro yo le había prometido. De modo que el lunes 15 de noviembre, día de San Leopoldo y de San Malo, aprovechando que llovía a cántaros, me puse manos a la obra. Quise escribirlo ya, rápido, antes de que venga la Academia a fregarnos la paciencia con sus nuevas reglas. Pero esto es un tema que bien podríamos abordar en el Rincón Sabroso, ¿no es así, poeta?