Artículos y reportajes
Una explícita lujuria por las palabras

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“Una callada lujuria por la vida”, de Alberto Amengual

En este mundo, escandaloso y egotista, un largo silencio es igual a la muerte y el olvido. Afortunadamente, en el ámbito casi secreto de la poesía el silencio y las palabras se conjugan en otras armonías. Entonces las palabras se ciñen a otros menesteres y el decir, al margen de las ambiciones comunes, se atiene al rigor de las exigencias de un ars poética como ésta:

Que cada palabra lleve lo que dice
Que sea como el temblor que la sostiene
Que se mantenga como un latido

Si no me equivoco o la supuesta parcialidad fraternal no me engaña, Una callada lujuria por la vida, de Alberto Amengual, cumple a cabalidad tales exigencias, con el tono y el ritmo propios de quien nos advierte en el prefacio: “Me he afanado buscando ese espacio donde un adjetivo único pueda concitar sin apelación las resonancias que toda voz distinta confiere”. En ese conciso prefacio también confiesa Alberto Amengual su notoria insistencia en algunos temas, pero es esa insistencia, rayana a la monotonía, la que nos permite apreciar variados acordes del “fuego interno”, “la ineludible memoria” y “esta desazón que nos mueve”.

Imposible para quien fue “llamado a comunicar que también / desde este lado de la calle / el corazón late a la intemperie / y casi siempre con más fuerza”, que no enfrente el espectro de su época, más allá de cualquier compromiso de toda clase de redentores, y diga: “honrarás tu memoria / si no puedes recordar / que perteneces a una generación sin asombro”; o desde sus amados lugares oscuros, con su callada lujuria por la vida, le asegure a sus contemporáneos:

las disonancias
son para quienes alardean de perfectos
esa plaga emocional que predica de día
una conducta a seguir
que desaparece de noche
en medio de disipaciones
ocultamente añoradas
y tanto tiempo reprimidas.

En el ya largo camino hacia el desamparo, Alberto Amengual da por fin a la luz su afinado trabajo de años, después de innumerables versiones acariciadas y corregidas una y otra vez en la soledad, para sugerirnos el orden de las infinitas correspondencias del orbe, mostrarnos el verdadero y repudiado drama de nuestros días, y revelarnos su propia actitud vital, crudamente definida en un breve poema:

Si tildara la soledad cometería
un grave error ortográfico
pero acentuaría la realidad
de millones de personas
incluyendo la mía.

En el disfrute de su “precaria permanencia en el umbral de las palabras”, Alberto Amengual exalta la vida, esa dolorosa amada, y honra nuestro idioma a la sombra de una “contundente melancolía”.