Sala de ensayo
“Las meninas de Avignon en Orgaz”, de Ángel M. Encarnación RiveraLas meninas de Avignon en Orgaz, de Ángel M. Encarnación Rivera
Culto fervoroso por lo hispano, innovación y reto

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Las meninas de Avignon en Orgaz se publicó en 1986. Es una obra cuyo título se identifica con tres obras de la pintura universal muy importantes dentro de la cultura hispánica. Las meninas es un cuadro de Velázquez; Las señoritas de Avignon, de Picasso; El entierro del Señor de Orgaz, de El Greco. Las alusiones a estas obras no se deben al simple capricho del autor. Las meninas, pintado por Diego Velázquez en 1556, es una obra que juega con la perspectiva, con la distorsión de la imagen, glorificando con ello la libertad y el poder del artista sobre todo otro poder, político, moral, social, ajeno a la obra de arte. Propone cierta reivindicación del creador frente a los demás seres que pretenden tener injerencia en un proceso que pertenece a una realidad que solamente el artista tiene el derecho de transmitir. Es, además, una obra plurisignificativa en la que nos podemos ver y en la que cada cual se ve a sí mismo y nota otros mensajes e ideas de manera muy individual.

El entierro del Señor de Orgaz, obra del manierista Doménikos Theotokópulos, mejor conocido como El Greco, data de 1578. Es una estructura muy intelectual que juega con las luces, los colores y la forma. Su intención fue interpretar el tradicional milagro del entierro del Conde de Orgaz, en cuyo evento se dice que aparecieron San Esteban y San Agustín para llevar su alma al cielo. Es una obra que rompe con el concepto del arte tradicional de su momento, con la armonía y el equilibro del lenguaje pictórico, llenando su entorno de propuestas que surgirán en la mente del espectador. Reclama una gran libertad del autor para expresar su obra, la vida, fuera de las presiones de ideologías y de censuras que tanto fastidiaron al pintor durante su vida y quien, como protesta, se incluyó a sí mismo, y a su hijo, en la escena.

Las señoritas de Avignon, 1907, de Pablo Picasso, abre la pintura de su época al estilo cubista, al primitivismo, al arte africano, al clasicismo, todo ello junto y algo más, para crear un hito y romper con los postulados de la pintura y el arte de su momento. Recuerdan a Picasso el humor, la complejidad aparentemente inofensiva, el primitivismo o aparente simplismo con el que está construida la trama, y la plurisignificación. Picasso es además, una presencia directa e indirecta, entusiasta y casi fervorosa, de principio a fin de la obra.

Antes de entrar a la lectura hay una advertencia al lector, parte del juego al que nos somete, en el epígrafe con el que se inicia:

tiene mucho que aprender
el que me sepa escuchar
tiene mucho que rumiar
el que me quiera entender

Estos versos aparecen solos para dar la impresión de que es el autor de esta obra quien hace esta advertencia, pero en la siguiente página nos encontramos con el resto de la cita:

Mas naide se crea ofendido
pues a ninguno incomodo;
y si canto de este modo
por encontrarlo oportuno,
no es para mal de ninguno
sino para bien de todos.

Martín Fierro

La obra narrativa que comentamos no sólo se identifica ideológicamente con el radicalismo de aquellos pintores al proponer una ruptura con el canon literario dominante. Hay en el título una relación directa con el personaje narrador, un pintor inserto en un mundo materialista y caduco que lucha contra los modelos, postulados y principios que se imponen en la sociedad. Existen también unos personajes femeninos jóvenes que el narrador identifica con las señoritas de Avignon. De igual forma, hay toda una teoría sobre la plurisignificación del arte, sobre el rompimiento con la palabra imagen y la búsqueda de signos más abarcadores que el simple componente gramatical. Así mismo lo plantea Remon Lluch d’Espregat, personaje, autor de un seudo prólogo que introduce la obra, escrito, además, en catalán:

Aquesta obra haurá tengut lloanças. Potser, sí tothom ixi de la femella lingüística, de la estreteza académica i sem dat espurnejar als mots. La literatura té que se dar respetar així con la pintura ho feu quand començava el ségle vint. La lletre es el llenc, la color, l’olor, la teranjina.

Este prólogo, escrito por un personaje principal, que prácticamente no interviene en la obra, pero está mencionado constantemente y provoca uno de los más tensos encuentros entre el pintor y la comunidad, nos remitirá a Picasso y a Gaudí. Este ser, por voz del narrador, nos estará remontando a sus ideas a lo largo de la lectura. La cita en catalán produce un delicioso juego lingüístico, inusual en la literatura hispanoamericana, en la que este lenguaje casi no está presente.

Se nos advierte que hay que salir del estado famélico en que se halla la obra desde el punto de vista lingüístico, de la estrechez académica, afirma que la letra, el signo escrito, tiene que ser un lienzo, proveer el color, el olor, la tela de araña, por el que entraremos al entendimiento de la obra. No faltará, además, en los reclamos vinculatorios de esta obra una reafirmación de lo hispano como fuerza vital. Esta fuerza será el poder creativo más exaltado, una defensa, una reafirmación frente a los poderes globales, hegemónicos que se dispersaban sobre el mundo a finales de los setenta y a principios de los ochenta, muchos de los cuales aún siguen vigentes, por lo que siempre será positivo exaltar nuestra cultura.

El reclamo de libertad, el juego con la perspectiva, con el cubismo, con el primitivismo, con el arte africano, con el clasicismo, pueden llevarse a la literatura mediante un juego con la estructura de la palabra, descomponiéndola, alterando su significado para lograr un mensaje plural. Esta es la propuesta de la obra, jugar con la imagen, que es la palabra, con su valor fonético, con su poder constructor de mensajes individuales y únicos.

Seguidor de El Greco, su narrador comenzará con la religión como motivo alucinante al remontarnos a la época en que los Testigos de Jehová divulgaron la destrucción del mundo. No lo hace de una manera usual, sino mediante un lenguaje distorsionador del signo, que recargará otros sentidos en las palabras:

Cuando tuve como diez o doce los testigos de Jehová la plancharon con aquello del Armagedón. Estaba en la escuelita unigénita del pueblo. Frente con frente quedaba la barbería. Me encantaba recortarme allí para hablar con los contertulianos: “Mira, Marcial te está buscando para darte tu navajazo, cuídate. —¿A mí? Un nalgavajazo es lo que me va a dar él a mí”.

Con este comienzo se ofrecen “pinceladas” sobre un universo imaginativo que aparecerá con la lectura. Lo religioso flotará en el ambiente con signos como Jehová, unigénita, Armagedón, enlazado con lo grecorromano de Marcial y de contertulianos; con la oralidad, la defensa del conocimiento popular, el uso de lo soez. Todo junto creará un cuadro con alargamientos y distorsiones cromáticas: nalgavajazo, riñadas a palabrazo limpio, tumbabrazos, copetuda integridad física, pueblado, escuelucha...

Entonces se cae dentro del tema de la muerte y del sexo; una precocción para lo que encontraremos después: el binomio sexo y muerte, una constante en toda la obra; las mujeres que el personaje narrador amó han muerto. El pueblo, la escuela, la educación, los habitantes, la sociedad, se describen con desparpajo e ironía. Es un hábitat descrito difusamente, confuso, en él no falta el militarismo, la violencia, el mal gusto, la religiosidad, la maltrecha economía. Es una síntesis de la época, la cultura, la sociedad, la encerrona humana a fines del siglo XX. “La falta de fe se traduce en mi obra, en una deliberada deformación de la imagen. Eso lo dirán los sicólogos, yo lo hago por joder, por vengarme, por mi desfachatez de la descreencia”. Afirmará inmediatamente el narrador como un aviso posmoderno de la quiebra de valores.

Este narrador afirma llevar un pleito contra el gobierno por algo que ocurrió con su esposa. No explica todo de golpe, lo sintetiza con breves trazos que aparecerán por periodos, así mismo divulga su personalidad al describir la comunidad: “Más a la esquina reside el pastor y un poco antes, Diego Laínez, el mejor hombre del mundo” (p. 2). En este vecindario viven las de Avignon, pastores protestantes, guardias nacionales, maestros, principales religiosas, “una profesora extraña de lenguajería con una tesis en sociología de la baba en Nuva York”. “Soy pintor, y estoy en un atolladero”, dirá más adelante. La llegada del Armagedón, las bombas de neutrón y la guerra de Vietnam fueron sus pesadillas de niño. Con estas confesiones podremos saber su edad, su visión de la vida, su frustración con la cultura occidental, la falta de reconocimiento: “Vivo a la espera de un crítico que me descubra. El crítico es el peor amigo del hombre”. Aunque esta queja se haga de forma indirecta, difuminando al autor creador por medio del personaje, podemos imaginar que tiene mucho de autobiográfico. Es la inmersión del autor en su obra como lo hizo El Greco, es la voz de todos los autores modernos rechazados por la incomprensión y el silencio y la censura de la comunidad artística dominante por no asumir los postulados canónicos, los patrones establecidos:

Los veheméricos ven mis obras como pornográficas, superabstractas, incorreccionales, incoherentemente, chabacanas, facileras, gratuitas, artificiales, cubistas, redondistas, triangulistas y aguacatonas molés. Yo a todos ellos los retropapeo porque soy el dueño de mí mismo y fabrico mi obra muy conscientemente de que la hago como me da la gana. Porque para hacer las cosas como siempre se han hecho, mejor renuncio a esta vida de maracatú.

El segmento destaca, por medio de la teoría literaria con la que está construida la obra, la lucha contra aquellos que se creen dioses porque tienen el poder cultural. El sexo y la muerte siguen presentes, el arte africano, la alusión a Picasso, mientras castiga a los detractores de su obra con una imagen fuerte, de sodomía.

Esta lucha se nos presenta ya al comienzo, en una visita a su casa, a la que nos introduce como un guía en una galería. Comenta sus cuadros retrospectiva y prospectivamente. En tales obras hay confesiones, confirmando la condición biográfica de la obra narrativa, paralela a, o reflejo, de la trama. Una de estas confesiones es la del accidente que sufrió el hijo del narrador, quien casi muere atragantado con una lasca de jamón Oscar Mayer (p. 6), comida basura, signo del vacío, del consumo y de la propaganda comercial que lleva al ser humano a adorar lo que lo destruye. El episodio del hijo será traído posteriormente como uno de los más significativos de la obra.

En otras ocasiones podemos “observar” su fluir de conciencia, mientras crea improvisando sobre el lienzo de frente a su enano dormido con alusiones directas a Darío, El túnel, John Wayne, Juan Bobo, comerciales sobre ron, la obra de Buñuel, fármacos para la diarrea como Donagel, Ceclor, el romancero español en Diego Laínez, la Coca Cola, los planes médicos o el comercio con la salud, la iglesia actual, Luis Palés Matos... Entramos con él al inodoro como a los lavatorios impresionistas de Degás, al que alude al mencionar estos lugares en la obra pictórica. El hijo se menciona de muchas maneras: Elena No, Elena Nósal Tarín... Así mismo caemos en una inundación, la que provoca un tranque en el movimiento vehicular, vamos a la escuelita, que entrará pronto en una huelga estudiantil, sufrimos con él sus necesidades económicas, las que trata de aplacar vendiendo algunas de sus obras y con su trabajo part time en la escuelita. Son cuadros y recuadros que la obra transmite sin aparente ligazón con una trama central, como la obra manierista. Pero no es así, hay una trama, la misma hay que descifrarla de su estilo collage.

La trama central es la vida casi milagrosa que lleva por obligación un artista que tiene fe en el arte, por encima del subempleo, de la alta tasa de criminalidad, violencia y muertes de tránsito, del tranque económico y moral, sin reconocimiento, ni de derecha, ni de izquierda, aclara, acentuando el atascamiento intelectual de todos los sectores. Es la vida de un viudo con un hijo, al que se le tapa el inodoro, que debe pasar por suplicios para cambiar un cheque. En un momento dado entra al banco a efectuar este canje y un ministro evangélico detiene al asaltante con el arma que porta para asegurar el dinero de los feligreses. Con esa experiencia concibe la idea de pintar Muerte y pasión de un hombre que cambia un cheque, mientras escucha una sinfonía de Beethoven (pp. 61-62), y analiza el significado de la polifonía con pinceladas de palabras que llevan el ritmo de la melodía:

...borracheras del padre, cuernos de caza de la burguesía, bailes en la calle, los valsónicos momentos, las irás al carabinero carambolista, carajo, las ansias, las necesidades, las sospechas, los desencantos, las búsquedas que destectan el momento más sublime y el imbécil que lo echa a perder, el mareo juvenil frente al ideal monte Everest de la vida; un vals apabullante en una taberna.

Es una trama que rechaza la sustancia y la complejidad de la trama, que reduce los temas magnos a episodios absurdos. Notamos este rechazo al ver a su hijo jugando fútbol mientras de este evento surge una “desgracia”, lo que no es tal, ya que se trata de haber pateado la bola y hacerla caer, por error, en un patio vecino. La cultura occidental se desborda en la sala (p. 64), reduccionismo escatológico, carnavalesco. La cultura occidental, que es suma de logros y fracasos, se ridiculiza con las antítesis que suman Platón, Sears, Burger King, los bancos (grandes enemigos suyos), la intolerancia, la policía, el hombre nuclear, el nazismo, el arte comercial, Corea, Vietnam, García Lorca (aludido en la frase “a las cinco en punto de la mañana”, Aura, Kandinsky, el 747, el aire acondicionado, y otro sinnúmero de logros y deterioros que por lo general se olvidan al enumerar el progreso porque no son motivo de orgullo.

La vida cultural se reduce a una caricatura al divagar sobre trivialidades y fracasos humanos que en vez de favorecer entorpecen la vida, no permiten al ser humano comprender a cabalidad el sentido de la paternidad, de la civilidad, de la hermandad, del amor, del conocimiento que libera, no que ata o esclaviza, porque todo está distorsionado por los medios, por el consumismo, los vicios, la violencia. Lo peor de todo es que ese mundo de antivalores da la medida del arte, del conocimiento, de la educación, los que se vuelven artículos de consumo, ofertas de mercadeo para que se consuman como los más simples bienes.

A veces no sabemos cuál es el espacio en que surgen las escenas, cuadros o narraciones breves que componen la obra. Puede ser en la casa del narrador, en la calle, en el auto, en su clase de pintura, en la universidad o escuelita tomada por la policía, o en el depósito de la biblioteca especie de mausoleo donde intenta hacer el amor con una de sus amigas, cuyo nombre, como pasa con todos los personajes, se distorsiona y difumina en cada mención recalcando el tema de la pérdida de la identidad en el mundo actual.

La criminalidad llega a su hogar y permea el orbe narrativo: su hogar fue “escalado a nivel de suelo”, señala como burla al lenguaje oficial, el que también tiene su carga de contradicciones (p. 90). Lo interesante de estas páginas es el requerimiento que se le hace al pintor de que ponga precio a las obras que le robaron, segmento en que se burla de la crítica y el mundo contemporáneo, la valoración material convierte el arte en objeto de consumo. Es tal su decepción que llega a decir que la mejor obra es el espejo (p. 163). En el espejo, como demostró Velázquez, todo el mundo ve lo que quiere. Su obra es un espejo, más que un espejo, es una galería de espejos que alargan, ensanchan y acortan la imagen.

Por estos juicios vemos que la obra es una propuesta de subversión. Debe serlo al combatir los valores de un universo vacío y falto de principios, como su comunidad, inserta en una macro comunidad, que todo el tiempo proclama valores y principios que no pueden sostenerse. El sexo será otro modo de subvertir el orden. Lo que no aceptará como tal, es la droga (p. 105). Por esta razón convierte su casa en un prostíbulo, lugar para mesas de billar y un bar. Tal cosa nos hace creer que sucede hasta que entramos al final de un sueño corto que dura seis líneas con una parodia al cuento borgiano: “En vez de soñar suertes más ingeniosas como las del sueño que soy yo, soñando que otros ya han soñado y mean soñándome a mí, y yo a todos ellos soñándolos” (p. 107). El sueño en este mundo es otra subversión, otra pérdida de tiempo para los que detentan el poder. Es un absurdo que se defiendan valores espirituales y se considere a la obra de arte como una pérdida de tiempo. Esta es la causa de la tensión mayor de la obra.

La venta de su gran cuadro no se concreta. Hay unas cuentas atrasadas, surgen abogados que llevan el pleito por el accidente que le causó la muerte a su esposa, algo sobre lo que no tendremos detalles hasta el final. Sabemos que murió y se nos anticipa algo que entendemos al realizar la reconstrucción de las partes. La esposa era una científica que aparentemente estuvo enferma (p. 76), y no podía descansar ni aliviarse por la contaminación, entre otras cosas, de ruido, en el vecindario. Esta mujer se describe como un genio en el momento en que recibió lo que parece un nombramiento importante:

Contentos con el nuevo apellidamiento laboral de mi mujer. Cualquier cosa, se pasaba diciéndome, es mejor que el salón de clases. El gobierno la llamaba a dirigir una planta de químicos que juraba erradicar los problemas desempleádicos del país. Para eso tenía ella una lujosa mente, para las ciencias. La tesis le valió encomios y reclamos. Siempre pensando en grande: para la humanidad, por el bien de la humanidad, contra la contaminación. Así que el gobernatural le dijo señora, esta es la oportunidad de poner en práctica su teoría sobre la biodegradación de los desperdicios radiactivos o gaseosos, qué diablos sé. Inmensos laboratorios. Ella tan feliz, yo me sentía un poco bicéfalo crapuloso casado con Albert Einstein, Herbert von Braun o Marie Curie, preguntándome qué vería ella en un imbécil pintor sin futuro. A Niutona no se lo decía: estuve seguro de que me amaba de verdad.

La conducta del personaje narrador nos describe su carácter y nos ilumina sobre la trama. Sabremos así que la muerte se debió a un accidente del trabajo; por eso el pleito, por eso el desencanto con el sistema político económico, con la educación oficial, el gobierno, los logros científicos, fracaso, para él, de todos los intentos de progresar y de mejorar la civilización. Los organismos están dominados por incapaces, gente que “sabentean”, afirma, implicando sabotean, con su saber ineficaz. Su ataque a la ciencia entonces no es a la ciencia en sí, es a su desarrollo y a su administración mal encaminada. Una vida como la de su esposa sí tenía sentido. Por eso al referirse a ella y a sí mismo usa diminutivos para él, frases peyorativas, caricaturas: “me suceden asuntos que enmudecida lira no puedo explicotear” (p. 72). “Soy mardoquista: Mardoqueísta no, maní, maní que insta”. Al catalogarse como masoquista y maniqueísta, al clasificar a los seres humanos como egoístas materialistas o egoístas intelectuales, se caricaturiza a sí y a la obra que produce y a la obra que leemos en una aparente renuncia a la razón y un reconocimiento, lo que siempre es posible en él, a las teorías oficialistas. Lo anterior es un desliz, el personaje no puede decir que la suya es una verdad absoluta, volverá al ataque y todo símbolo de oficialismo será desacralizado sin piedad, distorsionando el signo que lo representa. Hará esta distorsión con muchos signos oficiales, educativos, policiales, municipales, religiosos. De esta manera llamará veícaro, intento fallido de volar, al vehículo oficial de la policía (p. 73), símbolo del fracaso.

Muchas veces su fe en el arte tambalea: “¿Quién diablos le hace caso a los artistas? El arte no puede apreciarse masivamente, debe conformarse con una audiencia, no con un público” (p. 74). Su alegación nos lleva a entender que plantea que hace falta redefinirlo, destruirlo para luego construirlo: “Soy un artista del antiartistismo”. Lo mismo habrá de hacerse con el establecimiento sociopolítico, en manos del nepotismo, la corrupción, la decadencia social, el favoritismo: “El alcalde es hermano de la esposa del hijo mayorcista (que vende al por mayorca) del tío extorsionista” (p. 74)

Su actitud, su lenguaje y su condena social explican el alejamiento entre el narrador y la comunidad. Los ciudadanos realizan “festejerías navideñas”, viven en “casi cuevas”, es una comunidad con futuro de suburbio, para quienes ser patriotas es “comer arroz con gandules, carne de cerdo, pasteles, y bailar la genuina folk music”. Son turbas, nombre con el que en su país se llama a las masas de la ultra derecha que se empeña en destruir todo signo nacional. De esta manera alude a la nefasta administración gubernamental del gobernador Blanton Winship: “La patria es el refugio de los candelabros, cómo más turba esa genera”. A pesar de este alejamiento y de considerar a la comunidad en estado de degeneración, entiende que su conducta es una respuesta: “son producto de las cuatro bes”, mención a la tradición histórica de colonialismo y deformación por la que pasó la colonia, cuando en el siglo XIX se consideraba al pueblo como una creación de las tres bes: baile, baraja y botella. Para el narrador son cuatros bes: “beber, bailar, bornicar, barajar”. Es tanta la presencia de lo sexual que en vez de espectáculos, se ofrecen espectápenes, actividades falocentristas. Su desacralización es tal que ofrece lo escatológico, las hostias deberían ser “supositoriales, recibidas postergadamente, en lo postrer” (p. 77). Al final hallaremos respuesta a este específico ataque a la religión, producto del coraje del amigo catalán.

Muchos de sus segmentos, recalcamos, parecen retratos impresionistas, cubistas, puntillistas, desequilibrados en posturas antitradicionales e irreverentes como obras de Monet, Malevich, Mondrian (p. 82). Hay enemigos en todos los estadios sociales que lo atacan, que no lo soportan. Uno de estos es José Gautier Hernández, sinónimo de lo tradicional y caduco, además de su otro yo, la caricatura del espejo. Es el molde decimonónico que pervive en los finales del siglo XX. Gautier lo llama para amenazarlo de que se le investiga por haber recibido un dinero para estudios que no le correspondía y que deberá restituir.

Como hemos visto, la trama se oculta, se obtiene de la figura emblemática, de las alegorías encadenadas por toda la obra. Hay una trama externa de un pintor que vive con su hijo en una urbanización, trata de sobrevivir trabajando como maestro en una institución nombrada peyorativamente y guarda gran rencor hacia sus congéneres. Hay otra trama interna, muy fuerte que se desarrolla en los tribunales, en ella se le persigue, sufre por la muerte de su esposa, se recrimina por haber participado en la guerra, por haber puesto sus talentos al servicio de la destrucción, dibujando una geografía en la que se ensayó el agente naranja (p. 112), para colmo, otra de sus grandes vergüenzas, aunque su participación seguramente no fue voluntaria, pero ayudó a prevalecer todo lo contrario a lo que dice defender.

Por encima de esta mentalidad colonizada de los ciudadanos, existe una contaminación física y mental en estos seres, los que son: “horribles, de baja estatura, patizambos y con crecimientos precoces en las bursátiles mamarias”. Para aquella época hubo un escándalo sobre la carne de pollo la que provocaba innumerables casos de telarquia en la población, en especial en la juventud. El país está “anaranjado y polutado” por las cuatro esquinas (p. 94). Lo que no se entiende sólo como el país, es la humanidad, su suerte, lo que está en juego. En estas contemplaciones tiene una retrospección al regresar a su escuela superior para aclarar el asunto de la beca de estudios. Reconstruye sus amores con Mercedita y el turbio y confuso amor, pero inocente, entre él y doña Eleuteria, sentimiento que Mercedita intuyó. Este recuerdo y su desciframiento se descubre en el presente al reconstruir los sucesos escolares. Los celos de Mercedita tampoco se entienden a simple vista, con su actual madurez es cuando sabe que los sintió, al recordar que lo agredió en un final de clases (p. 98).

Los tribunales y los abogados, o el sistema jurídico, tienen gran carga de esa señalada decadencia. En su estilo puntilloso, collage, vanguardista, la trama emerge por fracciones que se deben armar. Es un sistema que no toma en cuenta lo más íntimo del ser humano como puede colegirse en la propuesta que le hacen los abogados de que debe alegar locura, consecuencia de los daños y “los perjurcios”. Sospechamos que se trata de la esposa, sobre la que jamás puede aceptar que estuviera loca, antes prefiere renunciar a la demanda. Por esto el sistema judicial total es una caricatura. El juez entra en un cortejo de rey, “hará su cortejada entrada”, hay “demandeantes asigmados”, regala “sus iluminadas opiñones”, al “Osco Legas de la curia”. La “panza le sanchea” como a todo prestidigitador legal. En esta vista descubre que doña Eleuteria estuvo detrás de la desaparición de su expediente de estudios secundarios. Confiesa que su esposa murió en un accidente farmacéutico. Da a entender que el destino se ha vengado de él por ayudar a contaminar el mundo. De ello su rencor contra el destino, la humanidad, contra sí mismo, contra lo divino.

Sabemos que la solución a sus problemas se puede encontrar si renuncia al arte; para ello su experiencia militar puede servirle (p. 103). Este segmento luce como si estuviera borracho, celebrando el cumpleaños de la humanidad, afirma, ya que el ser humano acaba de cumplir dos millones de años de haber bajado del árbol. Con ello se declara partidario del evolucionismo (p. 104).

Sus actuaciones siempre serán contrarias a la norma. Así es en el sexo, en el que se comporta contrario al galán latino, al amante de Hollywood estilo James Cagney, Humphrey Bogart. Le sucede con su amiga Finí Mamé. No puede hacer el amor, su deseo es más en la imaginación, ya que rechaza casi toda realidad, al punto de que eyacula elucubrando y fantaseando al ver la amiga de Finí saliendo del baño. Vuelve a doña Eleuteria y Mercedita al momento en que el esposo de doña Eleuteria, durante la celebración de un quinceañero, abofetea a José Gautier Hernández, es un sorprendente juego de espejos, ya que lo confunde con el narrador. Este detalle da a entender que la comunidad, o por lo menos el marido de doña Eleuteria, sospechaba que entre él y la maestra había amores o algún juego de entendidos sospechoso. Incapaz de entender el amor, de iniciar otra relación amorosa, Finí, quien también es espejo de Ivonne, lo acusa de ser un ridículo viudo enamorado de su muerta, un Antonio Machado. Él se reconoce y se identifica como el personaje del “Canto a Teresa”. Sigue amando a su muerta ya que ella llevó a cabo el mayor sacrificio de amor.

Cuando tenemos un cuadro casi completo del personaje nos sorprende la aparición de su hermano. Le pide que parta a Nueva York de inmediato a procurar a su padre, el que había sido el héroe en otros segmentos de la obra. Ahora sabemos que huyó con una joven adicta. El hermano es un político profesional que se relaciona con el bajo mundo. A pesar de ser algún tipo de comisionado sufre el robo de la batería de su carro en las calles de la ciudad. Se ven obligados a comprar su propia batería, a cooperar con la criminalidad. La ciudad es un escenario de Jim de la Selva (p. 130). Encuentran al padre. Los maleantes amigos del hermano le ofrecen matar a la mujer. El pintor decide irse, dejar que el padre se resuelva como pueda, va a escuchar a Plácido Domingo: “un tenor colingual que se hizo algehebraico y Yavé que está noche hace performance” (p. 131).

Al final del encuentro se burla de las tramas televisivas, de la propia obra, al reconstruir lo sucedido mentalmente:

—Me dices mal hijo porque sé tu pezcado. —Calla, ¡calla; maldito callo! —No, no voy a callar por esta cualquiera. —¡Esa mujer es tu madre! Música de “Raindrops keep falling on my head” en Steel Band de Jamaica. Los personajes se miran y caen de rodillas. Sube y baja el telón, caen timbales, vibran maracas, truenan palitos...

Final contradictorio, burlón, sarcástico, en que resurge una defensa a la cultura afrocaribeña, hispana y mulata de Nueva York que aminora el delato de corrupción. Es un canto de triunfo que hace sobrevivir una cultura, la que a pesar de estar en gran parte explotada, enviciada, narcotransformada, sigue viva. Uno de los pocos momentos, pero muy decisivo, en que se escucha optimismo, cierta parte de la comunidad se salva gracias al ingrediente hispano que contiene.

Desde aquí la obra se precipita abruptamente hacia el final. La tradición debe morir aunque se aprecie y se respete. El cambio es constante, aparecen nuevos enfoques, nuevos acercamientos. Muere Diego Laínez en un accidente de tránsito, símbolo de una muerte frívola y sin sentido, irresponsable, si la tradición muere debe ser para superarse. Su muerte es una advertencia.

Los amigos del pintor, el negro Joe y su hermana, prototipos del ser común que no puede apreciar el arte y lo destruye al reflejarse en él, culminan parcialmente la obra. Ella enseña sus senos como lo hacía Marilyn Monroe en un anuncio de la Coca Cola; él, dando a entender que era un Narciso negro. Joe y él atisbaban a la niña mientras se bañaba. Era un acto sospechoso que no dejaba ver lo que era, una situación incestuosa de parte de Joe, un acto de lascivia, de parte del pintor. Esta chica fue el primer amor del narrador, otro amor que no pudo culminar y que se vincula a la muerte, ya que ella fue violada y asesinada. Cabe la posibilidad de que su propio hermano la haya asesinado.

Joe es un violador e intenta violar al pintor en su preadolescencia. Fue salvado por la gente que vio el amago de violación en la playa. El pintor confiesa que no acusó a Joe porque lo amaba de una manera difícil de entender por su padre, el que le retiró la confianza. Joe, el pintor, el padre, todos ellos son contradictorios, capaces de acciones insospechadas, ocultas y espontáneas que no imaginamos hasta que las vemos ocurrir. En el vecindario gana fama de homosexual, lo delata con palabras de doble sentido que aluden a lo anal y la falta de hombría o estar capado: le apuntaban con el dedo micciónico, le achacaban esa “capacidad”. La descripción del intento de sodomía, y posible asesinato, es muy elocuente:

Me dejé conducir, sorprendido, satisfecho de que la amistad retornara, medroso, arrastratacado, camada eucarística superdelicioso, y él poseedor Poseidón desengorrando mis pantalones con su poderío bélico atómico de bomba de hidrógeno y salió su pez del agua, dando saltos orgiásticos fuera de red (p. 146).

Concluye la obra con el último misterio, los problemas legales anteriores se aclaran en su totalidad, el alegato de locura, la muerte, todo se aclara. Ocurre mientras se quema el 747, un auto de un vecino que provoca ruidos en la madrugada. La sociedad violenta se recrea en el cine: “el carro del doctor No Oyes voló en pedazos al 007 dispararle al tanque” (p. 148). Entendemos así que fue alguien hastiado del ruido que lo quemó. Los vecinos se asoman al fuego; la desgracia los une. Va trasponiendo escenas al verlos reunidos hasta intercalar el momento en que llegó un día en su VW, el día del golpe mortal, aclara, el de la muerte de su esposa, la que se mató con un revólver antiguo que guardaba secretamente. Fue junto al cuerpo a ver los dibujos que le había hecho en vida. Allí estaba el cura amigo de ella. Con esta recreación confiesa que también tuvo deseos de que su hijo muriera, o más bien, dejarlo morir la noche del ahogo con una lasca de Oscar Mayer. Por su mente pasó la idea, dejarlo morir para dedicarse al arte, para tener libertad creativa; le duele pensar lo que era capaz de hacer en nombre del arte, lo irracional e inadecuado de ese razonamiento. Mayor dolor al reconocer, en el presente, la necesidad vital del vínculo con la esposa, el que existe sólo gracias al hijo.

Este deseo de carecer de ataduras que imposibilitaran su trabajo, fue la razón de que ella se suicidara. Para que él no tuviera que dedicarle años a ella y abandonara su arte. No pudo encontrar mayor fe en su genio creativo, mayor amor. Esta fe que ella depositara en él lo hace seguir adelante con mayor ahínco. Ella estaba condenada a muerte por un accidente en la farmacéutica, pero como no murió directamente por el accidente, no podía demandarse bajo la teoría jurídica de la responsabilidad por daños y perjuicios. Los abogados desarrollan la teoría de que su muerte fue causa directa de los daños, ya que dicha causa la privó de sus facultades mentales, este estado mental producto del accidente la llevó a cometer un acto que en su sano juicio no hubiera cometido. Él no quiso aceptar la teoría porque sabe que ella lo hizo por él, porque reconocía en él, además de apoyar su dedicación religiosa, su inviolable fe en el arte. Hay un conflicto legal profundo y una gran tragedia en el asunto.

En estas elucubraciones ante la quema del 747 advertimos que en el momento de llevar el féretro a la iglesia, el cura de turno, catalán, comentó: “Miren cómo esta mujer acaba de echar a perder su salvación y se gana el infierno”. Esta es la raíz del escándalo sobre las hostias supositoriales que desde la página 11 nos desconcierta. Esta es la causa de su rencor contra lo divino, contra las instituciones sociales, contra la intolerancia de la religión. Hay un conflicto religioso respecto al suicidio por amor en el que aparentemente medió otro sacerdote amigo de la esposa de apellido irlandés (p. 37). El dato del apellido es un vínculo con una ideología global, con las luchas que dividen el mundo. El final es denso y brutal como toda la obra. Hay una esperanza de que del fuego se sobreviva y se nazca otra vez. El ciclo de la muerte-vida sigue su proceso.

La obra dibuja una sociedad global en estado de inmovilidad. La universidad, que está en huelga y cuya descripción se hace con el lenguaje de una carrera de caballos, la iglesia, los tribunales, en fin, las instituciones sociales, no pueden llenar el vacío teórico, humano, espiritual, de convivencia y de unidad que hace falta. Aparentemente no hay historia, no hay un pueblo vinculado con valores reales; el comercio y la industria contaminan, destruyen, no parecen ofrecer la salvación que se espera de acuerdo a las teorías tradicionales.

La identificación con corrientes vanguardistas y con ideas de teóricos como Bajtín, Barthes, Huizinga, hacen de esta obra una muy densa, muy compleja, a pesar de su apariencia simple y naíf. Basta recordar el aforismo de Lezama Lima que aparece en la página 111: “Sólo lo difícil es estimulante”, para entender las intenciones del autor, su compromiso estético. Estas características posiblemente hayan causado que sobre la obra se haya entronizado la censura del silencio, el rechazo editorial. Tal vez a cierto rechazo estilístico se deba el desconocimiento casi generalizado que se tiene de esta obra, sobre la que se ha dicho muy poco. La mayoría de los comentarios u opiniones sobre ella se han dado en foros abiertos.

Entre los juicios que se le han dedicado están los de María Teresa Babín, quien en varios foros sobre literatura puertorriqueña, en los que presentó su teoría sobre la falta de existencia de una novela puertorriqueña, le reconoció pertenencia y gran novedad. José Luis Ramos Escobar destacó el lenguaje de la obra (“Ángel Encarnación: Los juegos verbales”, Puerto Rico Ilustrado, El Mundo, P.R., 7 de diciembre de 1986, p. 9). José Luis González, durante la presentación que se le hiciera a la obra en el teatro del Puerto Rico Junior College, Río Piedras, Puerto Rico, el 28 de octubre de 1986, dijo que sobre la obra se iba a estar comentando mucho tiempo y en Casa Aboy, el 7 de diciembre de 1986, le comentó al autor que su texto no debería llamarse novela, sino narración, porque novela era una estructura del siglo XIX y la suya no seguía esos patrones. Noé Jitrik, en “Puerto Rico de paso y sin prisa”, Nueva Sociedad, número 100, marzo-abril de 1989, la denominó “rosario de paronomasias” al lado de otros textos que consideró “focos de resistencia contra el vacío”, “buenas cosas”, “con alto sentido profesional”. A Mario Cancel le llamó la atención la postura antimediática de la obra (Literatura y narrativa puertorriqueña, Pasadizo, 2007, p. 9). José Luis Martín, quien fuera jurado en uno de varios certámenes en los que la obra concursó dentro y fuera de Puerto Rico, infructuosamente, le comentó al autor que había visto sus juegos lingüísticos con mucho interés.

No nos cabe duda de que esta obra presentó nuevos paradigmas en la lectura, la interpretación y el enfoque del texto narrativo; que ha sido un texto muy original y muy importante. La poca atención que le ha dado la crítica y la negativa a publicarlo no menoscaba su importancia. Le ha sucedido lo que a todo texto anticanónico y paradigmático que requiere mayor entrega, mayor compromiso en la lectura. Con estos comentarios esperamos contribuir a su exégesis y a su divulgación.