Sala de ensayo
Emiliano HernándezEmiliano Hernández
“El poeta de los adioses”

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No es cuestión de tristezas. Es la más
prolongada escalada del alma hasta su hueso.
Es cuestión de esperanza de sed o brasa viva
que brota de lo largo de la calle
de las mesas
de adentro
de donde se cocinan las miserias
y las mil soledades

Gustavo Pereira

Emiliano Hernández Hasset, “el poeta de los adioses” como él mismo se hacía llamar y así lo distinguiremos en este ensayo, fue periodista, poeta, novelista, cronista y ensayista, y nace el 3 de diciembre de 1882, en Maracaibo, estado Zulia, Venezuela.

Su padre, el general Emiliano Hernández, héroe de la Federación Venezolana, destaca por su valor en las batallas de Mora y Guama; su madre, la señora Hasset, nativa de Curazao, Antillas Neerlandesas.

Estudia educación primaria en su natal Maracaibo, bajo la tutela del maestro colombiano Silvio Galvis. Desde los bancos de la escuela, Emiliano, niño precoz y vivaz, garabatea versos y declama sonetos aprendidos de memoria, con una altivez que ya desde tan pequeño deja entrever el hombre bizarro e irónico que sería. Apenas un adolescente, viste ingenuo y orgulloso el uniforme militar, adoptando posturas inocentemente heroicas, o derrochando fantasías marciales en los juveniles corrillos de la plaza Bolívar.

Se “moldea” a sí mismo, con un modo de pensar muy sui generis, un estilo de hablar muy propio y una manera de escribir muy suya. De temperamento inquieto, impetuoso, audaz, desconcertante, andariego, pintoresco, ingenuo, díscolo, bravucón, extremadamente generoso, conversador y ocurrente, con arrebatos violentos como llamaradas que se extinguen tan rápido como empiezan. Su físico mestizo, frágil, delgado, de áspero cabello ensortijado, con un rostro de labios nerviosos, una nariz ciranesca y unos ojos azules profundamente escrutadores como crepúsculos marinos, herencia materna, le da un singular plantaje.

Sandalia de peregrino
puso en mi vida el Azar
de la errante flor de mar
i del camello beduino.

Diome aspas de su molino
Don Quijote al batallar;
i un Hado mal el pesar
de los nervios i del vino.

Feo nací, en igual día
en que con ala sutil
me tocó la Poesía.

Larga nariz de Cyrano,
alma libre i señoril
i cabellos de africano.1

Es momento de rememorar que el modernismo, fenómeno literario y extraliterario, se genera alrededor de 1880 como una de las piedras angulares en las que se apuntala la construcción de nuestra literatura latinoamericana y, con ciertas variantes, se da por terminado en 1916 con la muerte de Rubén Darío; otros estudiosos colocan su fin en 1920 e incluso en 1940. Se inicia teniendo como base el realismo naturalista, cuya sustentación filosófica es el positivismo, que expresa confianza en el progreso, en la victoria del espíritu científico y en el liberalismo económico, pero también, “la ley del más fuerte”, la apropiación del Estado por una oligarquía muy poco o nada sensible a la vida miserable en que está sumida la clase pobre y a las carencias que agobian a la clase media; así, la prosperidad que comienza en 1870 es “confiscada” por un grupo reducido de “ricachones”.

El modernismose desarrolla y progresa en la América Hispánica y de allí se dispersa a Europa rápidamente. Los modernistas americanos, incitados por su fogosidad y anhelantes de estrechar lazos de amistad en toda la América de habla española, trenzan una extraordinaria trama de un lado al otro del mundo hispanohablante, considerándose artísticamente más americanos que ciudadanos de sus respectivos países; son ciudadanos de toda Hispanoamérica, tratando de conciliar doctrinas diferentes con una penetrante conciencia social, que hace suyo el ideal de Simón Bolívar sobre la fraternidad americana, proclamándose americanos ante todo y luchando contra los estrechos nacionalismos fratricidas, y por supuesto, los subyacentes y corrosivos regionalismos.

Recordemos también, para orientarnos, que Emiliano Hernández se inicia como escritor a partir de 1903, último año de la segunda parte de un modernismo cosmopolita, preciosista, extranjerizante y sincrético; continúa escribiendo cuando Venezuela se encuentra en el auge de este movimiento (1895-1915), y su mayor producción la realiza durante todos los años siguientes a 1904, época en que este movimiento impulsa el regreso vital y espiritual a las tierras de América, a partir de la interiorización ahora ya madurada del llamado Arielista de Rodó.

El poeta Emiliano Hernández, con apenas dieciséis años, ya forma parte del grupo Los Mechudos (1898-1904), en el que empieza a disertar sobre Spencer y Darwin, los criterios del positivismo y en contra de las viejas normas de la tradición escolástica del dogmatismo, tanto en religión como en cualquier campo del saber. A Los Mechudos pertenecen también los jóvenes rebeldes e irreverentes Rogelio Illarramendy, Elías Sánchez Rubio, José Antonio Butrón Olivares, Hernán Acevedo, Manuel Toledo Rojas, Gustavo Adolfo Cohen, Benito Alberto D’Erizans, Eliseo López y Jesús Semprum. Se identifican, exteriormente, por sus largas melenas y sus trajes negros, y se reúnen en la popular “pulpería de Leovigildo Landaeta”, situada en la esquina de las calles Ciencias y Vargas, en Maracaibo, estado Zulia. Este grupo “escandaliza” a la timorata sociedad de entonces, por lo que en ocasiones suelen refugiarse en la secreta y librepensadora Sociedad Vázquez.

En 1901, con sólo diecinueve años, es cofundador y una de las más destacadas figuras del grupo literario Ariel (1901-1904); la primera agrupación literaria zuliana del siglo XX, y la que introduce el modernismo en el estado Zulia. Son siete jóvenes intelectuales zulianos del grupo Los Mechudos los quese proponen romper las vetustas estructuras románticas e imponer en su región, el Zulia, la nueva corriente literaria modernista que acaudilla en el continente americano el poeta nicaragüense Rubén Darío. Ellos son Emiliano Hernández, Elías Sánchez Rubio, Jesús Semprum, Rogelio Illarramendy, José Antonio Butrón Olivares, Gustavo Adolfo Cohen y Benito Alberto D’Erizans; quienes toman el nombre de la inmortal obra Ariel, del intelectual uruguayo José Enrique Rodó,publicada en 1900, leyéndola como un auténtico manifiesto de la juventud latinoamericana frente al imperialismo de Estados Unidos. Asumen el “arielismo” como una ideología, y fundan un órgano de difusión para expresar sus inquietudes, el periódico Ariel, semanario literario editado en el Nº 4 de la calle Independencia de Maracaibo, voz de la juventud literaria y el primer órgano periodístico que iza la bandera del modernismo en el Zulia.

Se reúnen en diferentes sitios, ya en una esquina de la plaza Bolívar, ora en la plaza Baralt, o bien en la Imprenta Mercantil donde se imprime el periódico del grupo, del cual Emiliano es su director durante los doce primeros números, mientras escribe constantemente. En Ariel participan, del continente americano, figuras sobresalientes del modernismo como Rubén Darío, José Enrique Rodó, Leopoldo Lugones, Salvador Díaz Mirón, Ricardo Jaimes Freyre, José Martí, Julián del Casal, Amado Nervo, José Asunción Silva, entre varios extranjeros, y entre los venezolanos, además de sus miembros, Udón Pérez, Marcial Hernández, Benedicto Peña, Guillermo Quintero Luzardo, Manuel Díaz Rodríguez, Pedro Emilio Coll, Alejandro Fernández García, César Zumeta y Alejandro Carías, entre otros. En 1904 desaparece este órgano difusor de las letras, los jóvenes de este grupo literario considerado el iniciador del modernismo en “la ciudad del lago” se dispersan, la Universidad del Zulia es clausurada, razón por la que varios de sus integrantes se enrumban hacia Caracas; son los convulsos días del dictador Cipriano Castro.

Allí, en Caracas, asiste junto con el también zuliano Rogelio Illaramendi a las tertulias literarias que organiza Jesús María Semprum, y en las que participan compañeros de generación y otros más jóvenes, buscando en las letras una orientación para sus razonamientos e ideales.

Entre los años 1903 y 1906, Román Delgado Chalbaud es uno de los líderes del grupo La Conjura, opuesto a Juan Vicente Gómez; tiene como objetivo sacar del poder al general Cipriano Castro y colocar en su lugar a Francisco Linares Alcántara; el joven entusiasta Emiliano Hernández los apoya, pero el movimiento fracasa, es hecho prisionero y enviado a La Rotunda.

Sin embargo, a pesar de estar poco tiempo en prisión, al salir de ella el poeta ya no encuentra la manera de que lo acepten en algún trabajo, y en un puesto público ni pensarlo; aunado a ello, su temperamento extremadamente generoso no le permite vocación en el comercio o la industria, y en las redacciones de los periódicos del país se teme acoger su nombre por las agobiantes represalias existentes bajo la dictadura.

Su vida, a partir de ese momento, se torna un incesante periplo. Desde su ciudad natal, Maracaibo, parte a finales de 1903 hacia Barquisimeto y prosigue a Caracas para ir a Jamaica, escapando del gobierno despótico de su patria, de allí pasa a la República Dominicana y en su capital, Santo Domingo, cultiva la amistad de don Fabio Fiallo, eminente poeta y diplomático que representa a su país en sitios como La Habana, Bruselas y Hamburgo, y del poeta también del parnaso dominicano Osvaldo Brazil; además, trabaja como empleado en la Secretaría del Presidente de la antillana República, y publica en Santo Domingo en el célebre Listín Diario.

En 1904 llega a La Habana, Cuba, donde escribe en el periódico El Fígaro, que aunque ha sido fundado en 1885, para defender los intereses del deporte en general y del béisbol en particular, todo su valor y trascendencia lo obtiene en el aspecto literario, sobre todo con el movimiento modernista, pues la mayoría de sus principales figuras, dentro y fuera de Cuba, escriben en él.

Estos son fragmentos del poema “A una ausente”, escrito por Emiliano Hernández, que aparece en El Fígaro con comentario editorial del poeta cubano Manuel S. Pichardo, fundador y director del periódico en aquella época:

(...)

Torvo peñón que en la ribera fría
proyecta su cabeza mutilada,
yo sé de una gaviota enamorada
que va a besarlo cuando muere el día.

Carnal hechizo que adoró el ausente;
cuando mi verso, en la Siberia ignota
de la vida, fulgura de repente,

I una dulzura extática me anega,
es tu raro cariño de gaviota,
tu viejo amor que a visitarme llega.2

Ese mismo año, México; en Veracruz forma parte de las tertulias literarias de Salvador Díaz Mirón, donde oye deleitado los encantadores discursos al aire libre del gran poeta de Lascas. Sube a la ciudad imperial de los Palacios Aztecas, Ciudad de México, la capital, donde conoce y se hace amigo del poeta y prosista mexicano Amado Nervo, de Luis Gonzaga Urbina, “el modernista sobrio”, y del espiritual y generoso Jesús Valenzuela, además de colaborar con sus escritos en los diarios de mayor importancia de esa ciudad.

     ¿Marchar? ¿A dónde? ¿En qué ribera extraña
no se ha de oír el oleaje impío,
                      de la aventura huraña
             i del eterno hastío?

(...)

    Carne triste que vas sobre la arena
con el anhelo i el fastidio eternos,
bajo el rencor de todos los inviernos,
                      con cantos de sirena
                      i enconos de medusa,
¿qué ven tus ojos en la lid confusa?3

A finales de 1904 llega a New York, USA, donde apenas permanece escasos días.

En los primeros días de 1905 regresa Emiliano Hernández a Venezuela, a Maracaibo, cargado con una gran aureola de países, poesía y poetas que ha conocido. Por supuesto que los tertuliantes literarios de la Plaza Bolívar, que para esa época preside Barrios Bosch, se reúnen para recibirlo con un homenaje espontáneo, que quizás lo impulsa con mayor entusiasmo por los ristres de la poesía.

En 1906 parte de nuevo, desde Maracaibo, esta vez a Centroamérica, a Guatemala, de donde por una ligereza verbal entre poetas tiene que escapar con temor a ser apresado por el dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera; se dirige a San Salvador, donde se encuentra con el ya anciano Francisco Gaviria Guandique, quien había sido maestro del joven Rubén Darío.

Nicaragua es su próximo destino; ese mismo año, en la pequeña población de Masaya, conoce a Rubén Darío, el “padre del modernismo”, a quien Emiliano, a su muerte en 1916, dedica la crónica “La sombra del maestro”. En Managua ejerce como profesor de historia universal y literatura, es redactor de periódicos y por unos meses trabaja como secretario del presidente liberal José Santos Zelaya, el hombre que propicia sin éxito la restauración de la Unión Centroamericana y rechaza el intervencionismo británico y estadounidense. En estas tierras sus compañeros del diario La Época, en el que Emiliano es redactor, se refieren a él como L’enfant gaté venezolano:

Brava tierra gentil! Golpe de ola
                     como una tabla me llevó a tu orilla;
                     i te ví de chamarra i de mantilla
                     semi-aborígen i semi-española.

Júntanse en tí la flecha i la pistola,
                     viejos ranchos, tinglados de Sevilla;
                     i bebiendo coyol i manzanilla
                     ensayas el botuto i la bandola.4

Finalizando 1907 se encuentra en Honduras, en Tegucigalpa, donde comparte con uno de los más excelsos representantes del modernismo en Centroamérica, el poeta Juan Ramón Molina, cuyo nombre lleva la Biblioteca Nacional de ese país.

En 1908 se dirige a bordo del Wilhelmina hacia la tierra de su madre, Curazao, donde el 16 de diciembre, desde Willemstad, capital de las Antillas Neerlandesas, escribe añorando la tierra nicaragüense:

¿Adónde que yo vaya no te veré?, ¡manola!;
nacida como a imagen i semejanza mía...
barca azul de promesas se llegó a mi bahía,
mientras tú sonreías desde la batayola...

Mis ojos reflejaban la doliente aureola
de un camino largo i una noche muy fría;
i tus ojos copiaron esa melancolía
de mi alma aventurera de pájaro i de ola.

Te impregné de mi angustia de errante solitario,
i formé con amable cariño de estatuario
tu alma toda, a imagen i semejanza mía.

(...)

¿Adónde que yo vaya no te veré?, si fuiste
la otra faz de mi vida, socarrona i jovial,
el deseo en los ojos, como una rosa triste
i en los labios la gracia como un puño de sal.

(...)

Te conocí muy tarde —castigo de mis dudas—,
cuando la Vida extiende sus garras más sañudas,
cuando el horizonte irrumpe el vendaval.5

A finales de 1909 regresa a Caracas con sus vivencias de las Antillas y Centroamérica; allí, Jesús Semprum lo encuentra fabricando sus flamantes castillos en el aire.

Ese mismo año retorna a su terruño, Maracaibo, para asistir a los últimos momentos de la vida de su padre:

Oh, mi amigo mejor! Llevo en los ojos
tu señorial perfil, violento y puro;
i la visión doliente de tus canas
i de tu espada en un rincón obscuro.

A la sombra del viejo tamarindo
te miro aún, mezclándose en congojas
la viril pesadumbre de tus años
i el temblor macilento de sus hojas...6

En Maracaibo influye en los jóvenes de la Segunda Generación Modernista, acaudillada en sus inicios por los poetas Ismael Urdaneta y Jorge Schmidke.

Cautivado por su lago zuliano, compone:

¡Allá va el bergantín! ¡Allá las aves!
las velas blancas i las alas suaves,
en la puesta de sol, gris i bermeja.

I toda mi nostalgia coincide
con aquel bergantín que se despide
i aquel vuelo de garzas que se aleja.

(...)

Pero nada detúvome en la ruta,
ni aleve garra ni sabrosa fruta...
Sólo cuando me voy de tus riberas

amo, con viejo amor de nuevo halago,
la suntuosa tristeza de tu lago
i el encanto oriental de tus palmeras.7

Poco tiempo después, de nuevo vuelve a Caracas, esta vez se había casado; pero ya la capital venezolana no es ninguno de “sus mundos”:

Se despeñó nuevamente al ocio fácil y la charla amena, a los proyectos confusos que jamás se realizan, a ese torbellino jovial y terrible (...). Y con esa llama quemadora del alcohol que le iba consumiendo.

Jesús Semprum

En 1911, en Caracas, escribe en los más destacados periódicos de la región, entre ellos, en El Cojo Ilustrado, y gana el certamen del Centenario de la Declaración de la Independencia, en el Concurso promovido por El Heraldo Católico, con el poema “A los héroes anónimos de la Independencia”:

No el Himno en bravas notas i compases de guerra
dirá como el Olvido: “blanda os sea la tierra”

(...)

Los lívidos cansancios, las tortuosas subidas,
los mutilados brazos i las rojas heridas,

apenas si son chispas en la fulgente llama,
números en el álgebra misteriosa del drama.

(...)

de vuestros Manes tristes, de vuestra humilde pena,
la Libertad surgía, como una azucena.

Abono de epopeya, de vuestra sangre al riego
brotó libre esta Patria, como una flor de fuego.

(...)

Vuestros osarios tienen para la Gloria mucho:
millares de vosotros os llamáis Ayacucho.

(...)

rayos en Carabobo i aludes en Pichincha,
frente al cañón que truena i el potro que relincha,

(...)

i los rostros curtidos i rasgadas las blusas,
i rodad a la huesa, en falanges confusas.

¡Os basta el Ideal que defendísteis! Pura
estrella en vuestra calle doliente de amargura!
I todos vuestros nombres bien valen este nombre:
¡Bolívar, el más alto derecho de ser hombre!8

En la capital venezolana escribe:

(...)

Esta Musa que tengo, serpentina piadosa,
con algo de Teresa de Jesús i Mignon,
es mi copa de acíbar, i de almíbar i rosa.

Es la loca divina de la estrella i la flor,
i del canto i del llanto i la carne sabrosa
que saludan las Hadas i las fieras y el Sol.9

Pero su bohemia vida mina su salud, hasta que fallece en el silencio inquietante de la habitación de un hospital público, en una cama de enfermo insolvente, el 7 de enero de 1919, en la ciudad de Caracas. Se extingue y expira frente al imponente Ávila, entre un cúmulo de ideales preñados de libertad y rebeldía. Hubo de hacerse una colecta pública para su entierro y sus restos descansan en Tierra de Jugo, hoy Cementerio General del Sur,antiguo cementerio situado al sur de la procera ciudad de Caracas:

¡Y qué inefable frescura la de sus ilusiones! Algunos días antes de morir me habló de su porvenir con serena confianza. Y era triste oírle verter palabras que rezumaban seguridad y alegría.

Jesús Semprum

Su obra se halla dispersa en viejas revistas y periódicos de nuestra América. Publica dos pequeños libros de exiguas ediciones: Las ciudades i los lagos de Nicaragua y Vida de Caracas. Deja en preparación dos libros: Musa gitana, en versos, y Alba interior, en prosa. Suele utilizar, a veces, el seudónimo Luis Montenegro, y fechar algunos poemas.

Casi todos los biógrafos y comentaristas de su vida y obra están de acuerdo en que dilapidó su gran talento poético, crítico y narrativo, pero también en que nos deja hermosas muestras fidedignas de su intelecto literario. Mariano Picón Febres lo sitúa entre los grandes del modernismo de la poesía venezolana.

Escritor sarcástico hasta la amargura, aun en la esencia hermosa de sus versos floridos, exquisitos, musicales, ricos en giros verbales y en imágenes que descubren esa tesitura amarga de las sombras inquietantes que envuelven su angustia existencial. En la prosa logra una ironía asombrosa, irónica y atrevida, tiene el hechizo de su ágil estilo. Fueron notorias, en su Maracaibo natal, sus polémicas sobre el grupo Ariel y su vigencia, con el educador, periodista y escritor maracaibero Octavio Hernández Arria.

Como crítico literario es ameno, breve, de pluma fácil, imágenes chispeantes y donaire espontáneo, moviéndose en un contorno de conceptos fluidos, un tanto abstracto y con un sobrado causticismo que despierta la admiración al ser leído. De su obra como crítico apenas queda Cartones, perfiles anecdóticos escritos con una deliciosa ironía, publicados en la revista zuliana Selección (1926), que dirige el poeta Butrón Olivares.

Su poesía, de hermosa calidad expresiva, doliente y atormentada, plena de evocaciones y adioses por el tránsito vital y vertiginoso entre su espíritu bohemio y los viajes inolvidables, con escorzos románticos, mezclando a veces el simbolismo con las audaces imágenes modernistas, en hermosos versos con una eufonía exquisita y rara:

El artista altísimo de la estrofa y de la prosa, el mágico cultor del ritmo.

Raúl Carrasquel y Valverde

En sus poemas brotan versos extraños, con una fuerza dúctil que enlaza admirablemente el abatimiento con el sarcasmo, la ternura con la pasión, la angustia insondable con el hondo tormento existencial de su alma y la bohemia ansiosa con el espíritu de aventura.

Su poesía es apenas el susurro de los gritos de su espíritu; es leve trasunto de lo que en el alma lleva, quejumbre de sus estallidos de angustia y su llanto interno. Son fiel reflejo, él y su obra, de un ser incomprendido hasta por sí mismo, e inconforme con su destino y la realidad, hasta el hastío.

Canta su propio dolor, deshoja su propio árbol de la vida, en páginas inolvidables colmadas del escepticismo que lo agobia; muy alejado de los bardos Udón Pérez, Ildefonso Vázquez y José Ramón Yépez, su marcha en el parnaso venezolano es solitaria y sincera hasta la saciedad.

En algunos poemas se sobrecoge de temores, en otros abruma su melancolía con orlas de congoja leopardina. Nos muestra su desgarramiento interior y sus propios versos acopian sus tristezas, mas, dejándolas escapar hieren de nuevo al poeta:

Madre Melancolía!
Madre de taciturnos! Madre mía!
Ni en la niebla de la filosofía,
ni en el disfraz de la literatura,
ni en la brisa de la caricatura,
ni en el abismo de las bibliotecas
adiviné tu lívida figura
de senos castos i de manos secas,

(...)

Madre Melancolía!
Madre de Don Quijote! Te ví un día
la figura seguir del Caballero
i merendar con él junto a una aldea;
abroquelar su destemplado acero;
su yelmo recoger en la pelea;
i en sus ojos fijar, tristes i vagos,
la lejana visión de Dulcinea!

(...)

Madre Melancolía!
La Primavera me dejó en el alma
un mundo de quimeras
que agoniza en el borde de estos muros
con sus aves parleras
i sus besos impuros!
La Primavera me dejó una dulce
inquietud, como un desasosiego
de amor; una lejana incertidumbre
i una sangre de fuego!

(...)

Un remoto dolor de Prometeo
i un olvido sutil de telaraña.10

El Premio Nobel de Literatura de 1956, el español Juan Ramón Jiménez, contemporáneo del poeta, allende el Atlántico, define el modernismo:

Un gran movimiento de entusiasmo y libertad hacia la belleza.

Y Emiliano Hernández comprende muy bien las palabras del poeta y las abraza fervorosamente.

El soneto “A mi madre”, dedicado con la amalgama de ternura y angustia que siente por su madre, de quien hereda su hermosa mirada azulada, campea en modernidad:

Apenas si te conocí! Recuerdo
de tu mano gentil los dedos finos
i la luz de tus ojos casi azules,
como hechos de crepúsculos marinos.

Yá muerta te besé con ese llanto
de quien no sabe por qué llora. Era
Mayo con sus parábolas de rosas
i todo menos tú, la Primavera.

Si un áspid envenena mi esperanza,
dentro de mí mi espíritu me dice
que es el olvido la mejor venganza.

I amo ¡oh madre! por ti, los dedos finos
i las manos gentiles i los ojos
como hechos de crepúsculos marinos.11

Sin embargo, al igual que sucede con el poeta Ismael Urdaneta, la mezquina reseña dada por el poeta venezolano Otto D’Sola sobre Emiliano Hernández, en su obra Antología de la moderna poesía venezolana, motiva a pensar cuán preferible hubiera sido que ni siquiera lo mencionara, pues son estas sus palabras:

Su obra poética, de poco relieve personal, presenta las características comunes al modernismo literario.

Mas al contrario, su creación poética nos muestra por qué Rubén Darío estrecha la mano de Emiliano Hernández y lo hace su entrañable amigo literario, y por qué tiene todos los méritos literarios para figurar en la Antología de la joven literatura hispano-americana, editada en París en 1910, del escritor, diplomático y político socialista argentino Manuel Ugarte, y en otras obras de autores reconocidos.

Ahora, pasado el tiempo, casi desconocido, casi olvidado, imperioso es proponer su revalorización, desde Maracaibo, su terruño, desde el Zulia, su región, desde Venezuela, su patria; el conocimiento del poeta, el disfrute espiritual de sus versos, y proyectar su lectura a las nuevas generaciones.

No óro por mí. La gran melancolía
de mi azar nebuloso, es letanía
que implora por los débiles, en nombre
de todos los vencidos en la insana
arena donde gana
el rencor de los hombres contra el hombre.
Por ellos piden mis tristezas todas
cuando en mi ruta lírica destellas
oh noche! tus estrellas.12

 

Referencias bibliográficas

Obra de Emiliano Hernández

  • “Zoología política. El verdugo de San Carlos”, El Listín Diario, Santo Domingo, 1903.
  • Kaleidoscopio. Tipografía de “Los Ecos del Zulia”. Maracaibo. 1902.
  • La visión de tres ciudades, Managua, s.e., 1908.
  • Para mi padre. Imprenta Americana. Maracaibo, 1910.
  • Vida de Caracas, Imprenta Nueva Caracas, 1918.
  • Musa gitana. Tipografía El Sol. Maracaibo, 1924.
  • Musa gitana. Antología (1963). Tomo II. Nº 4. “La Hora Literaria”, Maracaibo, 1924.
  • Cartones. Tipografía América, Maracaibo, 1926.
  • Selección. Año I. Nº 10. Maracaibo, 1926.
  • Musa gitana (recopilación de Jorge Schmidke). Imprenta del Estado Zulia, Maracaibo, 1964.

 

Extractos seleccionados de los poemas

  1. “Vera efigie”. Caracas, 1911,
  2. “A una ausente”. La Habana, 1904,
  3. “¿A dónde?...”. México, 1904,
  4. “A Nicaragua”.
  5. “Adioses”.
  6. “A mi padre”.
  7. “Paisaje de Maracaibo”.
  8. “A los héroes anónimos de la Independencia”. Caracas, julio de 1911.
  9. “Salutación a la Musa”. Caracas, 1911.
  10. “Melancolía”.
  11. “A mi madre”.
  12. “Ante un crucificado”. Maracaibo, 1906.