Danzar de los arenques
Aún el terco mar
imparte su fragancia
—tan perpetua y sombría—
aclaraba aquella danza
sin disturbios ni postizos
el uno zigzaguea, emulado por millares
y el agregado esboza colosales figuras
los hechizados comensales
mecen al son de la trova
en tanto rebosa
un lago en sus bocas
—los arenques—
percatados de su desventura
¡Persisten!
ceñidos al movimiento
mientras fenecen los acólitos
Saciando apetitos
si algo muere aquella tarde
entre algas emergen
para danzar de nuevo.
Umbrosa duna
A orillas del orbe
Sosiego en tu pecho
Tamo de roca y caracol
Me ciñe el lóbrego viento
La arena me bosqueja
La grava cala y vuela
Te conozco entre coplas
Tú circulas por los mares
Encumbrada por aristas
Delicado aluvión de aves brunas
Que se elevan entre soplos
Frágil aya de hebras largas
Deshilada ante el espejo
Aquel lirio de mar
Serpenteada por el impetuoso piélago
Lo aprecié ignoto
entre la bruna
Un extraño animal
—mutaba—
Contorneaba
Ostentaba su cáliz
Cerraba
Reaparecía
Aquel misterioso y extravagante ser, flameaba frente a mis ojos
Mientras el iracundo piélago me sacudía
¿Era un sueño?
Abrigado entre placas óseas, exhibía un cuerpo disco
Ceñido al lecho por un tallo largo, sus brazos de crines plumosas elevaban trémulos, y con un desplegar tornaba sus brillantes colores
—seducida me acerqué—
Mis ojos no pudieron contenerse
—maldita curiosidad—
¡Tañé!
Su calcáreo cuerpo —se ennegreció—
Entumecido entre mis manos
Las lágrimas brotaron
—No era un sueño—