Sala de ensayo
Arturo Belano y la generación olvidada

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Roberto Bolaño

Los precursores

Al enfocar cinco décadas hacia atrás en la historia de Latinoamérica se tiende a dejar a un lado algunos hechos que moldearon la realidad del continente, aun cuando lo hicieron desde una posición callada, poco atendida por los medios de la época. Así, mientras en el aspecto político surgía el Estado populista y desarrollista como modelo a seguir, en el campo de la literatura comenzaba a tomar forma con mayor fuerza la silueta de lo que después convendría en llamarse el Boom de la literatura latinoamericana: un grupo más o menos homogéneo de escritores cuyas propuestas estéticas superaron el ya gastado canon del modernismo y lograron hacerse eco en Europa y muy particularmente en España, donde el anquilosamiento de las letras era alarmante.

Quizá la semilla de este fenómeno literario pueda rastrearse en la década de los cuarenta del siglo pasado: Ficciones, de Jorge Luis Borges (1940); El túnel, de Ernesto Sábato (1948), y Hombres de maíz, de Miguel Ángel Asturias (1949), fueron obras que llevaron al viraje definitivo desde la perenne temática costumbrista hacia la condición universal del hombre. Ni qué decir del impacto que, entre 1950 y 1965, produjeron obras como Los pasos perdidos (Alejo Carpentier, 1953), Pedro Páramo (Juan Rulfo, 1955), La región más transparente (Carlos Fuentes, 1959) y Rayuela (Julio Cortázar, 1963), obras que no se limitaron a la gran sorpresa editorial del momento, sino que además se convirtieron en referencia para aquella generación de lectores y escritores y también en una invaluable influencia para quienes habrían de convertirse en narradores, en Latinoamérica y del otro lado del Atlántico.

 

Los parricidas

En 1970 surgió en Perú el movimiento de vanguardia llamado “Hora Zero”. Su propuesta poética, más que en la forma, se concentraba en el fondo: la oposición de una poesía vitalista frente a la lírica anquilosada cuyos contenidos daban la espalda a la realidad presente en un continente latinoamericano desesperado, que en una época precisa del pasado siglo XX optó por las luchas armadas internas que brotaron como la lógica consecuencia de décadas de gran desigualdad social (y de una demagogia sin límites, cabe agregar).

La poesía asumida como una ética de vida fue la gran sugerencia de los peruanos de “Hora Zero”, más allá de su corta existencia como grupo underground de las letras de la época. Este hecho sirvió para que poco a poco se fueran configurando otras agrupaciones de vanguardia en nuestro continente; la mayoría de ellas igualmente con un tiempo de vida efímero.

Un hecho para tener en cuenta es la coincidencia de la lucha armada con el nacimiento de las mencionadas agrupaciones de tendencia vanguardista, cuya apuesta última era por la liberación del individuo, en contraposición de la masa anónima y abstracta. Así las cosas, 1976 fue el año en que el “Manifiesto Infrarrealista” salió a la luz pública, en México, abordando con originalidad el citado tema y asumiendo, de forma pionera, la gran derrota de la utopía izquierdista y el absurdo de las guerras fratricidas en Latinoamérica. Es posible conseguir entonces una línea contestataria y rebelde por parte de sus miembros, jóvenes mexicanos y chilenos, entre ellos el autor del polémico documento, Roberto Bolaño; aunque en su caso esa línea subversiva fuera con mucho más madura y mejor sostenida con respecto a otros grupos similares.

Con todo, es posible sentir la vitalidad de unos jóvenes cuyo mayor legado para la posteridad fue perseverar en su ser: la gran lección de quienes fueron protagonistas y testigos de este episodio de la vida latinoamericana en el siglo XX.

 

Las raíces del desengaño

Arturo Belano, protagonista principal de la obra de Roberto Bolaño (y alter ego de éste), es en sí mismo la juventud cedida en un primer lugar a la quimera traicionada, y luego, una vez aceptada la realidad, la personificación del valor frente a las consecuencias de todo esto: así las cosas, el periplo de Belano por las ficciones que lo retratan es a la vez literario y profundamente humano y existencial.

Veamos: un ejemplo bastante ilustrativo de este tópico es el Arturo Belano primigenio, inocente, que se encuentra en el cuento “El gusano”, donde el adolescente protagonista (un chileno recién llegado a México) da inicio a sus andanzas por la capital de la nación azteca, desatando un caudal de vivencias que incluyen aventuras en la calle, personajes estrafalarios capaces de inspirar una narración y por supuesto, no puede faltar la constante de los libros, esos pequeños dioses ocultos en los anaqueles del olvido intemporal que consiguen sincero cobijo en los altares de estos seres entrañables.

Asimismo, en esta historia subyace un Roberto Bolaño soñador (para esa época), que transmite con su actitud y sus acciones despreocupadas un profundo optimismo ante la utopía izquierdista latinoamericana de los años 60 del siglo pasado, poco antes de su contacto con la realidad infausta de un continente que habría de recibir en sus entrañas los huesos de miles de jóvenes caídos inútilmente en combates fratricidas. De allí entonces, como la respiración de la tragedia que está por venir, surge la violencia soterrada que se encuentra en perfecta simbiosis con la historia.

Sin embargo, y muy a pesar de ese marco violento, es rescatable la presencia de la amistad visceral, la memoria y la extrañeza, la trashumancia y el desarraigo interior; todo ello formando un conjunto de elementos que son verdaderamente invaluables, que acaso justifican la historia a ratos sórdida, a ratos nostálgica (pero siempre profundamente humana) narrada por Arturo Belano.

“Los detectives salvajes”, de Roberto BolañoNo obstante, no debe dejarse a un lado que el testimonio central se encuentra en la novela Los detectives salvajes (1997), obra cuyo desarrollo deja entrever la etapa vital más importante de su autor, a la vez que constituye un vehículo brillante para la trascendencia de toda una generación de jóvenes latinoamericanos que llevaron sus pasos hasta el abismo de la violencia y la lucha destinada al fracaso, en una época signada por la nefasta mezcla de utopía e ineptitud por parte de la dirigencia progresista, que selló su destino antes de disparar la primera bala.

Pero, ¿qué permite afirmar que en esta novela se encuentra el clímax vital de Roberto Bolaño en la vida real (y de paso el de Arturo Belano, en el terreno de la ficción)? La respuesta viene de la mano de las ya mencionadas vanguardias literarias de la época: el alter ego del escritor chileno es en Los detectives salvajes un muchacho rebelde que, junto a su inseparable amigo Ulises Lima y secundado por un puñado de jóvenes fanáticos, se declara líder del “Realismo Visceral”, movimiento cuyo programa fundacional hace recordar a Breton y los surrealistas, aunque con las variantes de tiempo y circunstancia del caso.

A este hecho capital en la novela se une la exposición de cuatro hitos fundamentales en la historia de Arturo Belano que son analogías de la vida de Roberto Bolaño: la llegada a México con su familia (en 1968, con quince años de edad), su decisión de partir en autobús desde ese país hacia Chile en 1973, para apoyar al gobierno de Salvador Allende (“A los veinte años decido volver a Chile, solo, a hacer la revolución”), el golpe de Estado en esa nación y el regreso, por tierra, a México, en 1974, mordido por la decepción.

Con todo, la suma de todas estas circunstancias significó un impulso casi atroz para su madurez, producto de las vivencias y el contacto con la realidad de un continente latinoamericano entregado a la lucha inútil. Habida cuenta de las ventajas y desventajas de esta condición personal, hubo un punto sumamente favorable para Bolaño: la lucidez derivada de esta terrible experiencia individual, que le permitió vislumbrar la gran derrota de la utopía izquierdista cuando muchos de sus compañeros de generación (la mayoría, a decir verdad) se negaban a aceptarla.

De esta forma se configura una epifanía personal cuyo resultado es la transición, tanto de Bolaño como de su alter ego, hacia otra etapa vital, abandonando como un cascarón reseco la época de la ilusión. La poesía asumida como ética de vida sería a partir de entonces el norte, escenificado en Europa, desde las vivencias de un inmigrante ilegal. Fue entonces en 1976 cuando Bolaño abandonó México para siempre.

 

Las lecciones de todo esto

Las curiosidades abundan en la obra narrativa de Roberto Bolaño: acá me quiero referir a Amberes, novela escrita durante los primeros años de la década de los ochenta del siglo pasado, pero que fue publicada en el año 2000.

Su mayor particularidad, sin embargo, no reside en este punto, ni en el hecho de que se trate de la primera novela escrita por el autor chileno. De hecho, en Amberes se encuentra un Arturo Belano envuelto en una atmósfera que retrata fielmente el credo novelístico del autor: el salto al vacío, la búsqueda incesante de nuevas y arriesgadas formas de hacer novelas.

Es por ello que, frente a la lógica tradicional que postula al narrador omnisciente y al narrador omnipresente, Amberes surge como la respuesta de un “detective salvaje”: el papel del narrador (reservado a Arturo Belano) lo muestra en un lugar inespecífico, alegrándose con desgranar historias y personajes desde la periferia del relato, que carece de un centro de gravedad. El resultado es una estructura que a primera vista se sustenta en el caos, presentando retazos de historias profundamente humanas, protagonizadas por seres desesperados.

Hay que decirlo: no obstante la carga de épica juvenil mezclada con la decepción de la utopía derrotada, la presencia de una subterránea elegía y el desfile de personajes valerosos, estos elementos dan al lector una sensación de triunfo por la fiel permanencia a una ética de vida pregonada con el ejemplo: la práctica de la poesía más allá del lápiz y el papel; una poesía que trasciende los congresillos literarios y las banalidades que puede llegar a albergar el mundillo académico.

Arturo Belano, desde su universo ficcional irrepetible y hasta entrañable, por encima de las balas, de la represión militar; más allá de los discursos vacíos de una izquierda inepta que no supo aceptar su derrota integral, Arturo Belano, digo, lleva en su pulso vital el latido de unos seres que no conocen la derrota, porque un buen día decidieron entregar el resto de su tiempo vital a la poesía integral que tanto pregonaran los ecuatorianos de “Tzántzico”, los peruanos de “Hora Zero” y los chilenos y mexicanos del “Infrarrealismo”.

Sus vidas, fundidas en una sola y misma cosa con la poesía, están más allá de toda cruenta lucha: Arturo Belano es el valor y la resignación del ser humano que sigue cantando aun cuando todo a su alrededor se haya reducido a humo y escombros.