Letras
Ese único río que se queda
Extractos

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Ese único río que se queda (1992-2010)
Miguel Ángel Alonso
Universidad de La Laguna
Santa Cruz de Tenerife, 2010

[Noelia]

¿Y quiénes éramos adolescentes así; tórridos
por no hablar, con las palabras rodando
hacia la consumación temprana
de unos cuerpos que aún no sabían arder?

¿Qué animal era en los ojos, qué fruta
la de los dedos si sólo la timidez
colgaba de ellos como un sol
que podía cuchichear adentro de nosotros?

Eras el primer poema, la punta
de exaltación asomando a los labios,
el sabor presentido de una saliva
llena de aromas inocentes. Tú sobre ti;

haciendo de aquellas veces un abrevadero
para el caballo de todos los sueños
a punto de relinchar, sacerdotisa
núbil de tantos y tantos años por vivir.

Eras. Y así fue como supe que respirar
tiene que ver a veces con la perfección.

 

[Gera]

Fueron años que ahora me cuesta recordar
sin confundirme, la memoria tacha encima de lo escrito
y abre zanjas con otra letra imposible de leer.

Te conocí en el taller de poesía de la Universidad
Católica; hoy no podría separar
aquellas horas, con su urdimbre fresca de palabras
y cauce lento, de estas, donde la remembranza
tiene su propio cuerpo lacrado por la imagen.

Adolescente fui en días idénticos a nubes
pero el organismo es un armario
en el que hemos ido guardando las páginas
del sol, los utensilios de la sangre,
devorados por el errar y la húmeda penumbra.

Era la piel como un vaso exacto
queriendo estar colmado por los excesos
de otra sed; cada palabra nombraba
con sus propios dedos el éxtasis vacío de las formas
que estallaban como elásticas semillas
muy cerca de la tierra y del jadeo.

Te fuiste a Ucrania para que la nostalgia
reescribiera cada uno de los árboles de Caracas
con una caligrafía semejante a la ceniza.

Hubo pájaros merodeando tu no estar, música
de Alexander Scriabin y poemas de Cernuda:
estas líneas escribo,
únicamente por estar contigo.
Luego me fui yo (¿venimos, vamos?). Supongo
que nuestras vidas han
ido siendo, cada una por su justo lado, ese río
que irá a dar a la mar
amoratada, pero el morir es diario

y sólo conseguimos entendernos si hablamos
el idioma del musgo y de los huesos.

 

[Gera]

Todo o nada —dijiste, con los labios
apretando fuertemente una porción de aire
que parecía ser el último o el primero—:
si no es la música encarnada
por la vibración arborescente de mis dedos,
si no es eso, más el abismo deslizándose
viril sobre mi nuca —dijiste—, con su hervor
de pequeña muerte que alimenta, entonces
prefiero la sangre seca de un tirón,
abruptamente entre mis venas como un pequeño
río que ya sólo arrastra el hediondo fluir
de la ceguera. Así te recuerdo, erguida
para no darle gusto a la derrota, árbol
en el que las palabras maduran por su cuenta
y no admiten otra cosa que la disciplina
del furor o el desafío.
Todo o nada —dijiste— y que las estrellas
hagan mi equipaje
en este irrevocable itinerario hacia los órganos
difíciles de la flama, hacia el nudoso
descenso donde el piano es carne y es,
de un modo único, Dios o su viscosa sombra.

 

[Belinda]

Blanca era tu fabla y en tu boca aún el susurro
era nieve.
Sé que estabas en la transparencia
como si otra cosa no conocieras,
como si desde ella la sangre te dibujara
en su delicado tránsito
todo cuanto hay de mirlo en las palabras.

 

[Iulia]

Al caminar, una luz de diamante
ata tu cuerpo volátil
a la decana fijeza de lo blanco.

 

[Gera]

Y otra vez Prokofiev deslizándose
por entre las ramas del almendro,
susurrando una consonancia de la carne;
otra vez tú, restituida al resplandor
de una sonrisa momentánea y lúcida,
venida de otra edad, de otro
estremecimiento en la orilla misma
de existir, rítmica en la sombra
y en el éxtasis. Otra vez la música
de las esferas, aquí, en la palma de mi mano.

 

[Elisa]

Íbera (o tal vez fenicia) por la redondez
altiva de tu piel
escrita con esmero por los dioses.

Tu boca es un signo, una contraseña
para desentrañar el tiempo
y su rojez nítida;

como si pudiera tocarse lo invisible
desde ella
y romperlo en mil astillas
perfectamente maduras y oleosas.

Lo sé porque, al no poder besarte,
la muerte baila
en los alrededores
de mi lengua
como tejiendo palabras en desorden.