Sala de ensayo
“Cola de lagartija”, de Luisa ValenzuelaLenguaje y metonimia en Cola de lagartija, de Luisa Valenzuela

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Hoy la novela es mito, lenguaje y estructura.
Y al ser cada uno de estos términos es, simultáneamente, los otros dos.

Carlos Fuentes

La cultura occidental se ha caracterizado por clasificar, ordenar y encasillar a la “realidad”, lo que ha permitido no sólo construir sino también reconstruir el pasado en “ideales universales”, irrebatibles, sustentados por una lógica racional que es la Historia. Esta Historia que se ha fundado sobre la base de la exclusión, en donde las voces de los desprotegidos han sido apagadas por las estructuras ideológicas y los sistemas hegemónicos dominantes.

Por consiguiente la “realidad auténtica” es exhibida y denunciada en esos discursos de resistencia que recrean y traspasan la Historia, discursos que han esquivado la ideología del sistema, discursos que se han filtrado a través de los intersticios, de las contradicciones, donde sus fracturas son más evidentes, y donde la verdad es desenmascarada por la sutileza del lenguaje.

Como dice Luisa Valenzuela, escribir es un ejercicio de “(...) desarticular las apariencias, desenmascarar los discursos, empezando por el discurso de los dominadores, que es presentado como la única verdad y suele ser falso” (Russo 2000, 1).

Podemos considerar que la obra de Luisa Valenzuela se define por las relaciones entre lenguaje, metáfora y símbolo como superación de la crisis del lenguaje.

Esta crisis, característica del lenguaje, se traduce en el concepto de inefabilidad: el lenguaje, tradicionalmente expresado en su función comunicativa-denotativa, no logra expresar lo que se entiende como “inexpresable”, que en el caso de Luisa Valenzuela podríamos precisar como lo “inexplicable femenino”, y que tiene que ver con el conocimiento intuitivo y no sistemático del “yo” y del mundo desde una perspectiva femenina. La autora explica:

Detectar lo que llamamos lenguaje femenino, en realidad una voz que utiliza las mismas palabras para decir lo otro, una combinatoria de signo cambiado, un valor connotativo que invierte jerarquías (2001).

En la literatura de Valenzuela esta “combinatoria de signo cambiado” o arbitrariedad del signo, ha sido su estrategia narrativa para escribir sobre los años oscuros de la dictadura y develar las verdades ocultas detrás de las máscaras del lenguaje oficial.

Por lo tanto, lo inefable quedaría fuera del ámbito de lo lingüístico, por cuanto ese objeto abstracto no es susceptible de “ser comunicado”, sino que debe ser producido en cada acto comunicativo.

Valenzuela reflexiona sobre la existencia de una escritura femenina, que no es “para nada novela rosa moñitos todos del mismo color como añora el tango”. Explica más bien que:

Lo que estamos efectuando en realidad, aun sin proponérnoslo, es un cambio radical en la carga eléctrica de las palabras. Les invertimos los polos, las hacemos positivas o negativas según nuestras propias necesidades y no siguiendo las imposiciones del lenguaje heredado, el falócrata (2001).

Luisa Valenzuela escribió Cola de lagartija en 1983. La novela, que inicialmente iba a llamarse El brujo hormiga roja, Señor del Tacurú, Amo de tambores, Ministro de Bienestar, Serruchero Mayor, Alto sacerdote del Dedo, Patrón de los desamparados, Dueño de La voz, y su hermana Estrella, denuncia los abusos de poder de José López Rega, alias “El brujo”, ministro de Bienestar Social, director de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) y secretario personal de Perón.

La novela se inicia con la descripción de la deformación física del personaje principal “El brujo”, y culmina con la aproximación del nefasto personaje a la propia conciencia de la narradora. Desde el lenguaje transgresor de la autora (Valenzuela o “Rulitos”, en la obra), la compleja personalidad de López Rega se vuelve más real mientras más se aproxima a la ficción.

Ubicada en el tercer gobierno de Perón, que estuvo marcado por la crueldad y la violencia, la autora utiliza malabarismos del lenguaje para describir el horror, la impunidad y el abuso de poder. Valenzuela muestra que es imposible transmitir la inconmensurabilidad de la violencia descarnada y la opresión de la dictadura sin hacer uso de la alegoría y la metonimia.

En primer lugar, debemos tener en cuenta que el concepto de metonimia se trata de un fenómeno basado en la disociación entre una expresión y un contenido y, por lo tanto, explicable como una función estructuradora del conocimiento. En segundo lugar, es un fenómeno lingüístico ya que el lenguaje es una herramienta intrínsecamente humana que sirve para comunicarse con otros miembros de una misma comunidad a través de una denotación referencial.

El diccionario de la Real Academia define:

Metonimia: (Del lat. metonymĭa, y este del gr. μετωνυμία).

f.Ret. Tropo que consiste en designar algo con el nombre de otra cosa tomando el efecto por la causa o viceversa, el autor por sus obras, el signo por la cosa significada.

Podemos considerar a la metonimia como un proceso desanudado ya que existe una relación de incompatibilidad entre la expresión y el contenido que expresa. Valenzuela plantea que:

Cola de lagartija es el drama de querer tapar la parte oscura. A mí me interesa mirarla de frente, en lo posible, aunque siempre da miedo. Son locuras de cada uno de nosotros, y ese Brujo está en mí. Es el reconocimiento de que hay algo en todos nosotros y por eso permitimos que suceda (...). Con Cola de lagartija me di cuenta de que respondía a la profecía con el cuerpo. Puede ser catártico a la larga, pero en ese momento hay que poner el cuerpo, el alma, y quemarse. Es mucha suerte cuando tenés esa oportunidad. No me ha sucedido muchas veces. Ojalá me volviera a suceder, porque estoy dispuesta a jugarme entera por un libro, pero a veces los cuidados están ahí, a pesar de uno (Cavallin Calanche, 2008).

En Cola de lagartija el lenguaje femenino es articulado por medio de la técnica de la subversión, de invertir jerarquías, o bien seleccionando palabras que alteran el signo para enunciar algo más. Es decir, Valenzuela se vale de la trasnominación.

En la literatura hispanoamericana la escritura femenina presenta rasgos metonímicos que responden a la necesidad de expresar su realidad de una perspectiva diferente al código masculino. El discurso femenino busca la forma más apropiada para lograr una visión que represente su imaginario.

María Teresa Medeiros propone:

En la vasta producción artística de Luisa Valenzuela se puede trazar una preocupación constante por elaborar estrategias discursivas que textualicen la diferencia genérica y por crear un discurso propio que cuestione el Sujeto Fundador como fuente de Significado. Una contribución fundamental de la obra de Valenzuela a la discusión de la especificidad de un lenguaje femenino es su reflexión sobre la relación entre lenguaje y poder. En su esfuerzo por descifrar los artificios de los abusos de poder (2008).

Cola de lagartija puede leerse como un discurso a doble-voz desde la perspectiva bajtiniana: la del protagonista, “El brujo”, y la de la antagonista, Luisa Valenzuela o “Rulitos”. Estas voces compiten dialógicamente por la hegemonía. Es decir la escritura de Valenzuela estratifica el discurso del poder y el de la resistencia, mediante la metonimia.

A pesar de que el término “lenguaje femenino” puede parecer excluyente, los textos de Luisa Valenzuela se incorporan al debate sobre la existencia de “un lenguaje femenino con ensayos teóricos y artificios de ficción que textualizan la diferencia genérica” (Valenzuela 2001:62).

El lenguaje es la manifestación sensible del poder que tiene el ser humano de desentrañar la realidad más allá de la infinidad de estímulos, para crear un sinnúmero de enunciados nuevos a partir de un conjunto finito de objetos lingüísticos y de reglas de generación y transformación.

Luisa Valenzuela
Luisa Valenzuela.

Una de las características más importantes del lenguaje literario es su capacidad polisémica, es decir, la virtud que tienen las palabras de, a través de un único significante, presentar una variedad de significados. Según Aguiar e Silva, se da lenguaje polisémico o plurisignificativo cuando los signos lingüísticos son portadores de infinidad de dimensiones semánticas que tienden hacia una pluralidad significativa, apartándose de la univocidad propia del discurso científico y didáctico (1996).

En la novela, Luisa Valenzuela crea un personaje monstruoso cuyo referente histórico es López Rega, “El brujo”, el cual se inscribe en la tradición hispanoamericana del esperpento como discurso cultural. Pero como se mencionó anteriormente, si bien la construcción de “El brujo” tiene su claro referente en López Rega, es obvio que lo que logra Valenzuela es la alegorización de la dictadura y del poder totalitario.

Bourdieu expone:

La domination même lorsqu’elle repose sur la force nue, celles des armes ou celle de l’argent, a toujours une dimension symbolique perceptible dans les discours de légitimation à travers lesquels les dominants tentent d’obtenir l’adhésion des dominés(2003: 248).

Para Bourdieu esta dimensión simbólica del discurso oficial no se trata de una sumisión consciente, sino interiorizada en la percepción de los dominados y se convierte en una fusión transformadora que se transmuta en símbolo ya que fusiona dos realidades irreductibles en una misma expresión.

De aquí se deduce que el lenguaje es el portador de la ideología del que controla el discurso, de los que poseen el poder. La capacidad de designar otorga al sujeto la facultad de ordenar la realidad de acuerdo a una jerarquía que responde a sus propios intereses, estructura que ha marginado a los sometidos. En Cola de lagartija Valenzuela reproduce el imaginario social masculino y evidencia los patrones dominantes de la cultura androcéntrica.

En esta novelala alegoría y el símbolo se convierten en un acto de sedición, ironizando el discurso dominante, carnavalizándoloy parodiándolo para quebrantar la estructura del poder y su irracionalidad.

En el caso de Cola de lagartija el símbolo adquiere una idiosincrasia muy particular al formularse en términos metonímicos: frente al componente variable provocado por la metáfora, la metonimia se establece con una función simbólica muy compleja.

Como ejemplo tenemos la Advertencia:

—Eso no puede escribirse.

—Se escribirá a pesar nuestro. El Brujo dijo alguna vez que él hablaba con el pensamiento. Habría que intentar darle la palabra, a ver si logramos entender algo de todo este horror.

—Es una historia demasiado dolorosa y reciente. Incomprensible. Incontable.

—Se echará mano a todos los recursos: el humor negro, el sarcasmo, el grotesco. Se mitificará en grande, como corresponde.

—Podría ser peligroso.

—Peligrosísimo. Se usará la sangre.

—La sangre la usan ellos.

—Claro. Le daremos un papel protagónico. Nuestra arma es la letra (1998:7).

Si además consideramos con que el personaje y el narrador son simultáneos, la función de la metonimia se hace todavía más evidente. Valenzuela utiliza la Advertencia como admonición: es una forma de embestida y denuncia que puede ser peligrosa para el autor y para el lector, ya que tiene el poder de despertar conciencias y proporcionarle herramientas para desarticular la manipulación del poder totalitario.

Otro ejemplo del uso de la metonimia lo tenemos en la profecía:

Correrá un
(quién pudiera alcanzarlo)
Correrá un río de sangre
(seré yo quien abra las compuertas)
río de sangre
(fluir constante de mi permanencia en ésta)
de sangre
(¡eso sí que me gusta!)
(sangre, rojo color de lo suntuoso, acompañándome
siempre, siempre para ador(n)arme)
                                                                    y
¡basta! La conjunción copulativa me da asco
y Vendrán Veinte Años de Paz
veinte años no es nada
lo que vendrá puede ser postergado para siempre
la paz ni la menciono, es el estatismo, es lo que congela, lo que no me concierne y no me considera.

Voy a cercenar la vieja profecía y el río seguirá corriendo para siempre por mi obra y mi gracia. Correrá un río de sangre al compás de mis propios instrumentos (1998:9).

La metáfora se establece como una función simbólica, una referencia metalingüística a la que se llega mediante la aproximación directa, es decir, la metonimia.

En “Eros/porno, cara y ceca”, Valenzuela dice:

Las dicotomías pueden ser traicioneras, y también traicioneras las definiciones. Se trata en verdad de elegir la connotación, es decir la luz bajo la cual enfocamos cada palabra. Muchas veces la intención se nos derrapa y entonces se hace más evidente el célebre deslizamiento del significado por debajo del significante del que tanto se habló in illo tempore. No hay tránsito seguro por la senda del lenguaje (2001).

Dado que el lenguaje configura simbólica y materialmente al ser humano, Valenzuela altera el lenguaje hegemónico y falocéntrico. Desde una postura aparentemente biográfica el personaje de “El brujo” es resaltado y mitificado en una ambiente de brujería, magia y humor negro. Por otro lado, Valenzuela recurre a una perspectiva autobiográfica, que se convierte en la conciencia en los momentos más terribles de la historia: “Yo, Luisa Valenzuela, juro por la presente intentar hacer algo, meterme en lo posible, entrar de cabeza consciente de lo poco que se puede hacer en todo esto pero con ganas de manejar al menos un hilito y asumir la responsabilidad de la historia” (1998:123).

La autora señala que se trata de:

...ponerse a escribir cuando por ahí, quizás a un paso no más, están torturando, matando, y un apenas escribiendo como única posibilidad de contraataque, qué ironía, qué inutilidad. Qué dolor, sobre todo. Si al detener mi mano pudiera detener otras manos. Si mi parálisis fuese, al menos, un poco contagiosa, pero no, yo me detengo y los otros siguen implacables, hurgando en los rincones, haciendo desaparecer a la gente, sin descanso ni justificación alguna, porque de eso se trata, de mantener el terror y la opresión para que nadie se anime a levantar la cabeza (1998: 210).

La escritura representa la única forma de darle voz a lo que la represión y la censura encubrieron. Lotman expone que la existencia de un hecho, como “hecho literario”, va de acuerdo a su función, ya que lo que es un “hecho lite­rario” en una época puede convertirse en un fenómeno lingüístico para otra, e inversamente.

Valenzuela utiliza la descripción física de “El brujo” para simbolizar el horror y sus depravaciones. La autora exhibe a un ser hermafrodita, que posee tres testículos, megalómano y trastornado que desea procrear él solo un hijo:

—Manuel tiene tres pelotas, Manuel tiene tres pelotas, chilló en cierta oportunidad el opa Eulogio y fue lo único que chilló en su vida. Enseguida volvió a perder el habla y recuperó su mirada perdida de tarado. Como en aquel entonces yo todavía no me llamaba Manuel no me importó mucho. Más bien lo viví como un elogio. Lo que ahora denomino el elogio de Eulogio. El homenaje a Estrella hecho por un opa mudo que sólo habló para señalarla. Mi primer milagro.

Se lo conté muchas veces al Generalísimo, variando eso sí algo el texto. Los milagros pueden ser elásticos y el Generalís comprendía esas cosas aunque para otras hay que reconocer que era un poco obtuso (por eso fallé en mi último intento con él y no pude devolverlo a la vida: por su pertinaz obcecación) (Toda la luz que quise brindarle y él sólo la recibió en vagos resplandores...) Pero el Generalísimo es secundario, ya hablaré de él cuando le llegue el turno. Por ahora y siempre el turno es mío, le cederé una pizquita cuando a mí se me antoje o quizá cuando Estrella lo reclame con fuerza. Ella lo amó, creo, aunque siempre tuvo la delicadeza de tratar de ocultarlo (1998: 15).

La metonimia se logra cuando la descripción cruda y brutal de este personaje aberrante en la ficción, se aproxima más a la supuesta objetividad de los documentos históricos que describen la vida y obra del monstruoso ministro de Bienestar Social.

Esta sensación de estupefacción y aturdimiento que tiene el lector al leer la descripción de “El brujo” aumenta cuando la autora lo confronta con la perversidad y se jacta de esto, a través de un discurso ambiguo y transgresor.

Valenzuela satiriza, por un lado, a la familia como mito fundador del país, y por otro, el deseo imposible del hombre, del tirano, de dar a luz.

Julio Cortázar expresa que:

...una literatura que busca internarse en territorios nuevos y por ello más fecundos, no puede ya acantonarse en la vieja fórmula novelesca de narrar una historia, sino que necesita tramar su estructura y su desarrollo de tal manera que el texto de lo así tramado alcance su máxima potencia gracias a ese tratamiento de implacable exigencia (1994: 377).

Lo que aplica a Cola de lagartija.

El discurso de Valenzuela denuncia “lo otro”, lo inefable, que se plasma en una función metonímica que relaciona la estructura narrativa al objeto abstracto que quiere verbalizar.

Esta escritura de la otredad se manifiesta, ya en otros textos de Luisa Valenzuela, pero es principalmente en Cola de lagartija, que uno de los narradores, “Rulitos”, consigue desligarse de un protagonismo egocéntrico para dar un salto a la otredad y se convierte en narrador-testigo de la historia.

El quehacer del lector consiste en transponer la frontera de lo denotativo-anecdótico de lo grotesco y de lo esperpéntico para llegar hasta ese elemento inefable, a la realidad incuestionable de lo que se intenta expresar, a través de la ambigüedad de la anécdota.

Se cumple así lo que, para Foucault, es una de las principales funciones del autor: producir otros discursos a partir del propio. Valenzuela no es solamente la autora de su obra, de sus libros; ha producido algo más: la posibilidad de otros textos y discusiones a partir de las interrogantes que su escritura plantea.

El discurso de la obra de Valenzuela admite una ruptura con el tiempo y el espacio reales. Al quedar en el aire espacio y tiempo, ficción y realidad, lo narrado se aproxima cada vez más a lo posible. De ahí la necesidad de la autora de crear mundos de ficción que posibiliten la verosimilitud de los hechos, de asumir un punto de vista en la escritura que establece, por medio de la metonimia, un particular interés expresivo, en la originalidad de la forma, en la intensidad de la denuncia; pero, sobre todo, en eludir la fuerza de la censura.

 

Bibliografía

  • Aguiar e Silva, Teoría de la literatura, Ed. Gredos, 1996.
  • Bajtin, M. Problemas de la poética de Dostoievski. México: FCE, 1986.
  • Bourdieu, Pierre, Méditations pascaliennes, Paris Seuil, Coll. Essais, 2003 [1997].
  • Cavallin Calanche, C. “La escritura de la rabia: Luisa Valenzuela y la mirada de la dictadura”. Acta Literaria. 2008, Nº 36:109-115.
  • Cortázar, Julio. “Aspectos del cuento” en Obra crítica/2, Madrid, Alfaguara, 1994 [1963]:365-385.
  • Diccionario de la Real Academia. Ed. 2001.
  • Foucault, M. “¿Qué es un autor?” enEntre filosofía y literatura, Vol. 1. Madrid: Paidós, 1999: 329-360.
  • Lotman, Yuri M. “El problema de una tipología de la cultura”, en revista Casa de las Américas. Nº 71, La Habana, Marzo-abril 1972: 43-48.
  • Medeiros-Lichem, María Teresa, “Nuevos derroteros del lenguaje: la travesía de la escritura de Luisa Valenzuela” (2002).
  • Russo, Roxana, Evelyn Picon Garfield, Sandra Bianchi, et. al. (2000), “La entrevista virtual”.
  • Valenzuela, Luisa. “Eros/porno, cara y ceca” (2001).
    —. Cola de lagartija. México: Editorial Planeta, 1998.
    —. Peligrosas palabras. Ensayos. México: Editorial Océano, 2002.