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Relatos

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Micro y Film

El primer hombre que fue galardonado con el Oscar, anotó en su mano derecha el nombre de la estatuilla previniendo un olvido al momento de pronunciar su discurso. Cuando subió al escenario saludó entusiasta a la damita que le entregó la figurilla. No obstante, el dato de su mano se difuminó con el sudor. Afortunadamente la misma confusión se propagó entre los consiguientes ganadores, quienes al igual que él lo llamaron de igual modo. Se dice que tan importante premio originalmente llevaba el mote de Osvaldo.

 

Sentencia divina

La corte de la santa inquisición se vio en la dificultad de encontrar otra forma un tanto más discreta para eliminar a sus acusados. Después de reflexionar a puerta cerrada, resolvieron que la rueca era la solución.

Al llegar a su hogar Copérnico la halló a mitad de su sala con un enorme moño rojo; quedó profundamente halagado, finalmente la iglesia había reconocido sus descubrimientos. Se acercó para tocarla pero antes de pinchar su dedo, el príncipe valiente apareció para advertirle que estaba envenenada. Agradecido, Copérnico le regaló un mapa en el que se ilustraban sus hallazgos astrales y las llaves de su departamento.

 

La divina

—¡Por fin Dante!, hemos llegado al infierno —asegura Virgilio a su preocupado discípulo.

El joven contempla con aturdimiento la inmensa mansión de bronce rodeada por murallas. Cruza inmediatamente entre las enormes puertas de hierro. Dentro encuentra bañándose de espaldas a una hermosa mujer de largos cabellos rojos y piel tan blanca como las perlas del mar.

—¡Beatriz, Beatriz! —grita emocionado al creer reconocido el sublime cuerpo de su amada.

La joven un tanto sobrecogida responde al anhelante llamado del visitante.

—Soy Perséfone, esposa de Hades.

Dante, apenado por su tempestuosa intromisión, se disculpa y sale nuevamente. Afuera Virgilio lo espera expectante, pero antes de expresar más nada, Dante le informa que tampoco es allí, aunque la mujer que ha visto, bien vale una temporada en ese infierno.

 

Cuestión de principios

Xantipa, la mujer de Sócrates, descubre que su esposo será dictado a morir bebiendo la cicuta. Al descuidarse el verdugo, Xantipa intercambia dicha poción por “El soma”, brebaje divino que confiere la eternidad. Más tranquila vuelve a su asiento a esperar que se cumpla la sentencia. Está por acomodarse cuando escucha a Sócrates anunciar a sus inquisidores que cambiará el dictamen por una muerte mucho más honrosa y pide la decapitación.

 

Guerra Púnica

Quetzalcóatl se desliza sigiloso entre los arbustos intentando no espantar a su nueva víctima. Se ha hecho viejo otra vez y sólo la sangre humana podrá regresarle su preciada juventud. Está por morder el cuello del hombre que yace recostado sobre los matorrales cuando siente sobre su cabeza el pie inmaculado de María. Muere asfixiado en tanto que Adán, que dormía plácidamente, despierta sobresaltado.

—¿Qué ha sucedido, dónde está Eva?

—Nada, vuelve a dormir hijo mío, Eva se encuentra bajo el árbol justo allá —y la madre del salvador señala hacia otro lugar del paraíso. De lejos se alcanza a distinguir un ligero movimiento entre las ramas de un manzano.

 

Gas

Al sexto día Dios creó al hombre de arcilla, lo formó a imagen y semejanza suya. Al terminar su nueva creación, la contempló un momento y notó que tenía el rostro deforme. Llamó a Prometeo quien trabajaba el barro de forma exquisita y éste concluyó la obra. Al séptimo día, cuando Dios padre descansó, llegó a puerta del cielo un aviso de Prometeo y una cajita de madera con el primer hombre todavía crudo y sin vida:

Su ilustrísima, el mortal quedó terminado, pero en casa no tengo fuego para encender el horno. Le ruego que me disculpe.

 

Si Enrique se hubiera enterado

La cabeza de Ana Bolena contempló por última vez la ventana de su cuarto en el castillo. Luego el sonido de la guillotina le traspasó los oídos y el filo de la navaja cercenó su cuello. Rodó ensangrentada hasta la tierra. Desde otra habitación en palacio, la nana de Elizabeth pequeña, cubrió la cortina antes de que la niña advirtiera el cuerpo roto de su madre. Le prometió a la infanta que ella le enseñaría a gobernar Inglaterra y le mostraría cómo deben ser tratados los hombres. Entonces Elena abrió un libro de guerra que en la portada se leía claramente el nombre Troya y comenzó a leer.